Sunday, 15 January 2012

LOS FANTASMAS DE LA VEJEZ.



Los años siguen apilándose, encorvando las espaldas y destrozando los cuerpos de aquellos que hace tiempo dejamos atrás la feliz infancia, la intrépida juventud y la madurez implacable de los cuarenta, ese tiempo fatídico, esa insalvable medianera donde comienzas a sopesar seriamente los resultados de una vida que ya difícilmente podrás cambiar o reconducir.

La llamada popularmente “crisis de los cuarenta” no es un eufemismo más, sino un angustioso grito ante una existencia cuya plenitud comienza irreversiblemente a decrecer. Lo que no hayas conseguido a los cuarenta, difícilmente podrás conseguirlo ya, dicen muchos. Y en cierto modo es verdad. Salvo honorables excepciones, es muy difícil desandar lo andado, volver atrás, romper con los viejos hábitos, abjurar de lo que creíste porque el mundo te desengañó. Es entonces cuando hay que evitar los fantasmas del tormento, esos que te acusan con su largo e implacable índice de tus ñoñerías frente a la vida, de aquello que pudiste hacer y no hiciste, de malgastar tu tiempo, de tus equivocaciones en ese constante devenir de encrucijadas que supone la existencia…

Hay demasiadas cosas con las que atormentar tu vejez y en este implacable tiempo que termina, nuestro trabajo es librarnos, al menos, de ese cruel y estéril martirio. Asumir que siempre hiciste lo que tú y tu suerte te permitieron y, sobre todo, no arrepentirte de tu caminar por lo que consideraste bueno y noble una vez.

Porque, en definitiva y a resultas, todo es un desnudo espejismo, un puro ensueño, incluido tú.