Friday 30 September 2016

S.J. ALCALDE Y MÁRTIR (Capítulo 9.10.11)














Capítulo IX


     Por lo demás, el resultado del plan urdido por Juanote contra el interventor para aquel mismo sábado, ni se puede relatar por lo execrable y abominable de la orgía resultante. Con decir que en la ignominiosa bacanal intervino hasta un fenómeno de caniche con atributos blasfemos por lo impensables, pues ya es bastante contar. Esa noche, babeante y totalmente enloquecido, el funcionario dio rienda suelta a sus aberrantes y enfermizas fantasías hasta el punto de asquear, incluso, al propio Juanote, que, por lo demás y a pesar de su juventud, lo había visto casi todo en estos menesteres y aún más.
Por su parte Papelinas tomó un exhaustivo y fiel reportaje fotográfico de todo, y que más tarde Juanote se preocupó en repasar minuciosamente al abrigo de su habitación, sacando copias de toda aquella pestilencia en su impresora. Al final, se felicitó de un reportaje cuya inmundicia y perversión abochornaría al más depravado en estos repugnantes menesteres.
El interventor estuvo diez días de baja, y cuando acudió al Ayuntamiento se dio de bruces con Juanote, que le esperaba con impaciencia. El rostro del funcionario estaba lívido, y sus ojeras asemejaban un cómico antifaz de carnaval de tercera. A duras penas, y midiendo sus pasos, invitó a Juanote a pasar a su despacho con semblante preocupado.
     ––Creo que la otra noche me pasé ––intentó disculparse mientras hacía dolorosos malabarismos para sentarse.
     ––¡Qué va, hombre! ¡Estuviste genial! ––le animó Juanote con sonrisa demoníaca.
     ––Pues yo apenas recuerdo nada. No sé que bebí... ––se expresó el hombre con voz apagada.
Juanote sacó entonces de un sobre media docena de fotos y se las tiró en la mesa.
     ––Esto te refrescará la memoria, señor interventor ––le dijo, profundizando su maligna mirada.
Totalmente espantado, el funcionario ojeó las fotografías en las que apenas llegaba a reconocerse en toda la barbarie que mostraban. Enseguida pensó que aquello podía suponer la destrucción de su familia e, incluso, de su carrera. Con un miedo atroz y pensando en lo estúpido que había sido, levantó sus ojos para mirar el semblante cetrino y cruel del perverso concejal.
     ––¿Qué pretende usted con esto, Juanote? ––preguntó después, temblándole la voz.
El concejal cogió entonces una de las fotos y exclamó burlón:
     ––¡Menuda tranca la de este joputa de caniche, ¿eh, interventor? Seguro que te han engordado las almorranas.
     ––¿Por qué me ha hecho estas fotos? ¿Qué pretende usted de mi? ––insistió Casimiro con los ojos a punto de estallarles en lágrimas.
     ––Quiero que me hagas un pequeño favor.
     ––¿Qué favor?
     ––Quiero cargarme al alcalde ––repuso, Juanote, con pasmosa tranquilidad.
El interventor se arrugó aún más en su sillón mientras tornaba a mirar las infames fotografías. Sin levantar la cabeza preguntó después:
     ––¿Y si me niego?
Juanote soltó una carcajada que pareció surgida del averno y a continuación respondió al funcionario:
     ––¡Qué pregunta más tonta, interventor! ¿Acaso no ves películas de chantaje? Si te niegas llevaré todo esto a los periódicos hoy mismo.
     ––Y si consiento en ayudarle, ¿destruirá las fotos?
     ––Las destruiré cuando yo lo considere oportuno.
El interventor resopló angustiado y sin apartar sus ojos de la imagen de aquel demoníaco caniche apegado devotamente a su culo. Tuvo claro entonces que Juanote le tenía atrapado de por vida.
     ––¿Qué tengo que hacer? ––claudicó, al fin, el ensombrecido funcionario.
     ––Pero no pongas ese careto de drama, hombre, que no es para tanto ––le animó Juanote con palmaditas en la espalda ––. Somos amigos y éste será nuestro gran secreto. Sé de buena tinta que Tapacubos es un chorizo, y que ha metido varias veces la pezuña en el cajón del dinero municipal. Sólo quiero que encuentres papeles que lo demuestre.
     ––Pero eso es muy difícil, señor Juanote. En la mayoría de los casos, esas sustracciones están camufladas como pagos sin consignación presupuestaria, o como apuntes contables pendientes de aplicación.
     ––¿Qué quieres decir con eso? ¡A mi háblame en cristiano, gilipollas! ––se enfureció Juanote al no entender.
     ––Que son dineros que se abonan al margen del Presupuesto General del Ayuntamiento, y que por tanto no tienen partida de referencia. Algunos carecen, incluso, de soporte documental, vamos que no tienen, siquiera, factura, para que lo entienda. Eso considerando que no sean comisiones ilegales. Las comisiones ilegales son casi imposible de controlarlas.
     ––¿Comisiones ilegales de quién?
     ––De las constructoras, de los promotores, pagos de favor...
     ––¡Desde luego menuda pandilla de sinvergüenzas y macarrones estáis hecho todos en este Ayuntamiento! ¡Menudos chanchullos os traéis con el dinero de los ciudadanos! ––se encolerizó aún más el concejal, pensando que todos estaban llevándose la pasta menos él   ––¡Eres..., un interventor de mierda...! ––cateó varias veces la cabeza del infeliz.
     ––Espere, espere. No me pegue más que ya creo tener la solución a lo que busca.
     ––¡Fenómeno, Casimiro! ¿Ves? Los cates te han aclarado las ideas. Explícame ahora las cosas bien explicaditas.
     ––Creo recordar ––continuó el interventor ––, que el chalet que se construyó el alcalde hace unos años en la playa de la Alcahueta se pagó con dinero del Ayuntamiento.
     ––¿Y eso es legal?
     ––Por supuesto que no.
     ––De cuánto dinero hablaríamos –– se frotó, Juanote, las manos.
     ––Pues si no mal recuerdo, de casi cien mil euros ––concluyó el funcionario.
En eso alguien llamó a la puerta del despacho, e instintivamente el interventor guardó las fotografías en un cajón del escritorio.
     ––¿Me las puedo quedar?
     ––Por supuesto, Casimiro. Yo tengo todas las que quiera.
Volvieron a llamar y antes de abandonar, Juanote, el despacho, conminó al interventor a que buscara las facturas aquellas bajo amenaza:
     ––Mañana las quiero a primera hora, Casimiro. Y no me falles porque eres hombre muerto.
     ––Las tendrá, las tendrá.
De nuevo, al salir del Ayuntamiento volvió a encontrarse con Tapacubos que entraba, y miró con descaro su reloj, afeándole a la hora que llegaba:
     ––Un alcalde debe ser el primero en incorporarse a trabajar para dar ejemplo ––se recochineó, con repugnante sonrisita.
      ––Y un concejal debe asistir a las reuniones cuando le convoca su  grupo. El viernes no viniste ––contraatacó el alcalde con mala uva.
     ––¡Ahí va! ¡Se me pasó! ¿Entonces ya os habéis repartido los cargos, no? ¿A mi que me ha tocado, alcalde?
     ––Pues la concejalía de festejos.
     ––¿Festejos? Pero si en este pueblo no hay más fiestas que la Cabalgata de los Reyes Magos y una mísera feria al año.
     ––Bueno, pues para un novato como tú es más que suficiente.
     ––Claro, y el que reparte se lleva la mejor parte, tú te habrás quedado con urbanismo, ¿no?
     ––¡Y dále con el urbanismo! –– se cabreó Tapacubos ––Yo soy el alcalde, Juanote, y doy y quito concejalías. Si no quieres la que te ofrezco, se la paso a otro y te quedas sin dedicación exclusiva y sin sueldo.
     ––Hombre, tampoco es para ponerse así. –– sonrió Juanote con los dientes encajados. En esos instantes pensó que si la trama con el interventor funcionaba, lo más probable fuera que tuviera que llevarle al cateto aquel bocadillos a la trena.
 

Esa noche, el pérfido concejal preguntó a su madre por el domicilio de la pitonisa Palmira. A lo largo de ese día había barruntado otra innoble estrategia de las suyas para despojar también de su concejalía a Cirulo, vengándose así y de la peor manera, de la afrenta en el chiringuito.
     ––Pues si te digo la verdad, no sé exactamente donde vive, hijo. Si quieres te puedo facilitar su teléfono.
     ––Bien, creo que eso será suficiente ––repuso Juanote, tomando nota del número.
     ––¿Le vas a preguntar algo sobre tu futuro?
El concejal dio media vuelta y no respondió porque en esos momentos llamó su atención una noticia que estaba dando el telediario de la noche:
     ...“Como ya saben, el señor Marqués de los Nabos de Flandes ha aparecido esta mañana colgado de un olivo en su misma finca. Según las últimas informaciones, un trabajador de esta misma Hacienda, que parecía ser el máximo sospechoso de este crimen, ha sido descartado porque se ha confirmado que la noche de autos estuvo ingresado en el hospital aquejado de una repentina diarrea... Las pesquisas policiales apuntan ahora a la familia del propio marqués en lo que ya parece una nueva versión en 3D del oscuro y misterioso crimen de los marqueses de Urquijo y bla, bla, bla...”
     ––¡Joder, joder!... ¡Qué bien se lo ha montado el palurdo ese!
     ––¿Decías algo, hijo?
     ––No, nada importante.
Se retiró a su habitación. 


 
Capítulo X

     En cierto modo, Juanote parecía haber cambiado en aquellos últimos meses, centrándose totalmente en su nuevo trabajo, aunque dicho trabajo se resumiera en un infame cúmulo de perversas y execrables maquinaciones que nada tenían que ver con eso de servir al pueblo como representante electo de los intereses ciudadanos. Aún así, su habitual y perruna actitud ante cualquier tipo de obligación o responsabilidad en la vida se había matizado bastante. Ahora era consciente que tenía deberes y obligaciones que cumplir, aunque éstos no fueran otros que agudizar el ingenio para allanar el camino hacia un éxito que le hiciera ganar pasta a punta pala y con el menor esfuerzo posible. De esta manera y por primera vez en su vida, volcó su atención en programar minuciosamente la eliminación de todos los posibles obstáculos que pudieran hacerle fracasar en su determinación de hacerse rico lo más rápidamente posible. A tal fin, algunas noches y amparado en la soledad de su habitación, preparaba el tablero de ajedrez, disponía las piezas blancas y negras y comenzaba una particular y siniestra partida que nada tenía que ver con tal honorable juego pues, el fulano en cuestión, no respetaba ninguna clase de reglas a la hora de abatir piezas y, menos aún, algún atisbo de nobleza con el contrincante a destruir. Porque Juanote era de esos que disfrutan con la derrota total, cuanto más sangre mejor, cuanto mayor estrago mayor victoria, a igual que algunos magnicidas del mundo, reconocidos por la historia como grandes prohombres de la humanidad.
     Cuando terminaba su singular partida le entraba un subidón paranoico que para qué contar, y es cuando comenzaba a creerse que era un fenómeno para la política, un imparable crak, el rey del mambo de lo visto y no visto. Y, efectivamente, los hechos parecían darle la razón porque para el poco tiempo que llevaba en tan denostado oficio, comenzaba a despuntar en él una excepcional habilidad para toda clase de artes deleznables como la traición, la puñalada trapera y demás ignominias, que como todo el mundo sabe, promueven en la política ascensiones meteóricas. En poco meses, Juanote había pasado de bisoño y desconocido concejal del tres al cuarto a ser un peligroso predador que ya le tenía programado a su alcalde y mentor un irreversible  y mortal jaque y mate.
     Esa noche, terminada su infame partida y en esta ocasión para cargarse al Cirulo, se hizo una manola para festejar su triunfo, y luego decidió acostarse pero no sin antes y como siempre hacía, abatir con la minuciosidad de un ritual, todos los pequeños objetos de la habitación que permanecían de pie sobre el escritorio, mesilla de noche, cómoda e, incluso, el par de sillas que también tumbaba al suelo con estudiado movimiento. De esta manera, el pequeño jarrón azul, el cubilete de lápices, el cañón decimonónico, el despertador, el portarretratos, una pequeña estatuilla de Manolo el del Bombo, la bandera española y mil pequeños cachivaches más quedaban arriados y esparcidos por la habitación como arrasados por un terremoto. ¿Qué por qué esta neura, se preguntarán? Pues porque Juanote consideraba que cuando él dormía, todos los objetos que le rodeaban y que formaban parte de su más íntimo y cotidiano entorno debían hacer lo mismo. "¡Ea, joputas. Cuando el jefe duerme, todos duermen!" exclamaba después del ritual y dejar preparada la potente grabadora que siempre llevaba encima.
     Al día siguiente, le dio por salir bien temprano de su casa con la idea de desayunar en la cafetería que había en la plaza del Ayuntamiento. Allí encontró algunos funcionarios rezagados, de esos que llegan tarde a todo menos a cobrar. El concejal miró de forma ostensible su reloj, y comentó en voz alta para que todos le escucharan:
     ––¡Vaya! ¡Debe de ir adelantado por lo menos media hora! ––sonrió luego a los presentes, mostrando con inquina su desafiante y afilada dentadura.
La mala leche del sarcasmo hizo que los funcionarios se tragaran prácticamente el desayuno y desaparecieran del local como por arte de magia. Juanote ya se terminaba su tostada de jamón con tomate y aceite de oliva cuando vio aparecer al cursi y estirado Secretario General del Ayuntamiento, que enseguida le saludó:
     ––¡Buenos días, señor Colomer!
     ––¡Hombre, Señor Secretario Generaaal! ––reverenció, Juanote, con manifiesto cachondeo ––¿Qué le trae por aquí a estas horas?
     ––Pues que vengo a tomarme un poleito porque tengo el estómago algo pachuchillo, mire usted ––respondió muy tontorrón el alto funcionario.
     ––Hace bien, señor Secretario. Hay que cuidarse porque la vejez no perdona.
     ––Bueno, sólo tengo cuarenta años –– protestó, tímidamente, el secretario, intentando disimular con la mano una espléndida tonsura clerical.
     ––Claro, lo que yo le decía, un viejo chocho ya.
     ––Bueno, yo sólo seré un poquito mayor que usted ––insistió el secretario con la moral bajándole como un ascensor en caída libre.
     ––¿Acaso se va a comparar conmigo? ¡Míre la melena que tengo! Yo soy un chiquillo, hombre! ––lo dejó allí plantado con su poleito.


 
Capítulo XI

     Juanote subió las escaleras del Ayuntamiento a grandes zancadas camino de la intervención municipal y de paso preguntó a una auxiliar administrativa por el interventor:
     ––Está en su despacho, aunque parece que continúa enfermo porque tiene muy mal color de cara.
     ––Eso será que no le salen las cuentas.
Entre siniestras risitas, en un santiamén se encontró frente a la puerta del despacho del interfecto. Su lacio flequillo le enmarañaba la frente cuando asomó su cabeza de pajarraco.
     ––¡Te pillé, interventor!
     ––¡¡Aahhh! ––se aterrorizó el funcionario al verle.
     ––¡Tranquilízate, hombre! –– invadió el despacho –– ¿Tienes lo que te pedí?
Con manos temblorosas, Casimiro rescató con premura una carpeta marrón de un cajón que tenía bajo llave y se la dio a Juanote.
     ––En el interior hay algunos comprobantes de pago efectuados a la constructora que levantó el chalet del alcalde. No hay facturas propiamente dichas porque los pagos se hicieron con cargo a la caja B del  Ayuntamiento –– le explicó.
Juanote echó un vistazo a los papeles y comentó:
     ––Avispadillo, el hombre. Se hace una casa para las vacaciones y encima con dinero negro del Ayuntamiento. Esto puede tener cárcel, ¿no?
     ––Si lo coge un juez, juez...
     ––¿Qué pretendes decir con eso de juez, juez? ––se alarmó el concejal.
     ––Hombre, si lo coge un juez que no esté comprado por el P.O.T.E...
     ––¿Es que en este asqueroso país no existe ya honestidad ni en los jueces? –– se enfureció ––. Está bien, ¿y ahora qué hacemos con estas facturas o lo que sean?
     ––Pues eso. Habrá que llevarlas a la fiscalía anticorrupción.
     ––¿Y a qué esperas?
     ––¿Yo las tengo que llevar? ––tragó Casimiro saliva.
     ––¡Pues claro, imbécil! ¡No pretenderás que las lleve yo, que soy del mismo partido que Tapacubos! También tienes que hacer una denuncia pública a los medios sobre este gravísimo acto de corrupción. Fotocopia esos papeles y los envías con un escrito de tu puño y letra a la prensa que controla el J.O.S.E.. Ah, y no te olvides en ningún momento que yo no se nada sobre este podrido asunto.
El interventor se espantó ante todo aquello e intentó evitar lo que se le venía encima:
     ––Pero, pero... El P.O.T.E. me va a machacar, me va a despedir y no me darán trabajo en ningún sitio.
     ––¡No digas chorradas, hombre! Nadie te va a despedir porque el figura éste que tienes delante va a ser el nuevo alcalde de Pozopodrido, y menudos chanchullos nos quedan por hacer juntos, Casimiro de mi alma. Venga, ahora mueve el culo que esta misma mañana quiero resuelto el tema.
     ––Lo siento pero hoy no voy a poder porque...
Juanote se echó enseguida mano al bolsillo y sacó la foto ampliada del caniche para luego ser de lo más expeditivo:
     ––Si quieres la cuelgo ahora mismo en el tablón de anuncios.
     ––¡No, por Dios, señor Juanote!
     ––¡Pues venga, arreando!
El escándalo corrió como la pólvora en la prensa local del día siguiente, y fue noticia de portada en la mayoría de los periódicos de la provincia con grandes titulares que rezaban: “Tapacubos, el alcalde corrupto”, junto a una fotografía del presunto culpable que ya apestaba a carne de presidio.
     Regocijándose estaba, Juanote, esa mañana mientras desayunaba en la cafetería de la urbanización, cuando vio aparecer por la puerta a Tapacubos, resoplando como un miura.
––¡¡Joputa!! ¡¡Mal nacido!! –– se acercó a Juanote, estrujando entre sus manos un puñado de periódicos y bramando como una bestia moribunda ––Pero, ¿has visto lo del interventor este mierda?
     ––Sí que es un cabronazo el tío ese, sí. Anda, siéntate y te tranquilizas un poco con una tila que te va a dar algo ––le invitó Juanote a la mesa, con cara de circunstancias.
     ––¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a matar!... ––continuó Tapacubos, berreando ––¡A ese hay que echarlo a patadas del Ayuntamiento! ¿Me oyes, Juanote? ¡Está comprado por los joputas del J.O.S.E.!
     El rostro del alcalde estaba de un rojo violáceo que daba miedo. Totalmente embotado por la ira miraba fijamente a Juanote con la desesperación de un condenado a muerte. Éste, encima se regodeó de su tragedia y comentó con toda la impudencia de que era capaz:
     ––Pero lo que denuncia el interventor debe ser a todas luces mentira. Tú eres un hombre honrado y honesto, ¿no es así?
     ––¡Me cague en la sombra negra, Juanote!
     ––¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso es verdad lo que escriben los periódicos?
     ––¡¡Ay, que me cagueeee...!!
     Tres días más tarde, Tapacubos entraba en prisión preventiva acusado de malversación de fondos públicos o por chorizo, que para el caso es lo mismo aunque lo primero suene mejor. El pueblo sin regidor estaba totalmente alborotado y los concejales del P.O.T.E. se escondieron varios días en sus casas por si acaso a la justicia le daba por investigar más allá de lo debido. Con el Ayuntamiento en total desgobierno, algunos vecinos, los más folloneros, comenzaron a recorrer las calles manifestándose con las consabidas pancartas y consignas al uso:
 
¡POLÍTICOS: GARRAPATAS CHUPOPTERAS!, y otras lindezas por el estilo, coreadas con salero y tronío...

continuará

 

Thursday 29 September 2016

ES UN BUEN ESLOGAN EL DEL PSOE, SÍ SEÑOR.

A VER SI SOMOS CAPACES DE MANTENERLO.

"LA MILITANCIA DEL PSOE ESTÁ CABREADA Y DECEPCIONADA"

DAVID BOLLERO







"...Las elecciones no se ganan con mítines en plazas o pabellones polideportivos, no se ganan en platós de televisión. Se ganan con la militancia, porque esa militancia es la que funciona como un altavoz, como una onda expansiva para captar votos, para ilusionar, para persuadir. Y la militancia del PSOE, hoy por hoy, está decepcionada, está cabreada. Pedro Sánchez puede gustar o no, pero lo que es innegable es que ha hecho más por la militancia que cualquiera de los 17 dimitidos. Lo que ha quedado patente es que hay intereses ocultos en defenestrar al actual secretario general que, lejos de dimitir, debería aprovechar la coyuntura para hacer limpieza en el comité federal..."

(Blog: Estoy totalmente de acuerdo).

S.J. Alcalde y Mártir (Capitulos 6-7-8)











Capítulo VI

      ...El acto de investidura terminó cuando no quedó nada más que comer ni beber. Esa tarde Juanote continuó la marcha en solitario, y se dejó caer en una venta de carretera que había a medio camino de la ciudad. Allí, en una mesa arrinconada y en la mayor de las soledades, se rodeó de cubatas y comenzó a reciclar la información que el concejal comunista le terminaba de dar esa mañana. Maldijo entonces su suerte al intuir que había llegado tarde en su nuevo oficio de político porque, según Cirulo, el chollo del Plan General ya se lo había metido en el bolsillo el bueno de Tapacubos. "¡Y el joputa parecía tonto!" bramó desde su rincón, imaginando el rostro calmoso y campechano del popular alcalde.
En esos instantes, Juanote tomó la decisión de cargarse a Tapacubos, aunque para ello consideró que debía urdir un plan y trajinarse la connivencia del interventor del Ayuntamiento, tarea ésta que, por lo demás, consideró relativamente fácil en cuanto, según Cirulo, este funcionario era un corrupto de esos que aparentan no haber roto un plato en su vida. Juanote sonrió con maldad al pensar en los milagros que podía hacer la coca y un par de verbeneras bien dispuestas. Algo más sosegado por la solución tomada, regresó al anochecer a su casa, encontrándose allí a una desconocida mujer, muy pintarrajeada y con facciones de loca, que parloteaba con su madre. Las dos giraron la cabeza al verle entrar.
     ––Este es mi hijo ––presentó doña Elvira a Juanote ––, el nuevo alcalde del pueblo.
     ––Nooo, mamá ––protestó éste con avechucho gesto ––, que aún soy concejal.
     ––Bueno, bueno pero pronto lo serás, mi amor ––atajó la madre con un mohín de señora con poderío y mando en casa.
La visitante en cuestión era una tal Palmira y muchos del pueblo y alrededores la conocían como la loca o la vidente, según a quién se le preguntara. Juanote alargó la mano para saludarla y ella la tomó, asiéndola con misteriosa fuerza.
    ––¡Ah, esta mano tiene vibraciones muy positivas! ––exclamó, enajenando aún más su pintoresca expresión ––. Este hijo tuyo me da el buen augurio del que está destinado a las alturas, doña Elvira. No le quepa duda.
     ––¡Aleluya! ––gritó doña Elvira ––¡Llegará a Presidente de Gobierno!
     ––No, yo no he dicho eso ––corrigió la pitonisa –– Yo más bien le veo en el santoral de la Iglesia.
Al escuchar aquello, Juanote no pudo reprimir una carcajada, aunque enseguida fue censurado por su madre, que creía en esas cosas:
     ––No te rías, niño que la Palmira es muy seria en sus pronósticos. Si te dice que estarás en el santoral... –– sin embargo doña Elvira no llegó a terminar la frase y miró a la vidente con suspicacia ––. Aunque la verdad, Palmira, no termino de ver a mi hijo en eso que tú dices ––comentó después.
     ––El tiempo lo dirá, doña Elvira ––sentenció, muy seria, la paranormal, mirándo a Juanote.
Cuando la vidente abandonó la casa, Juanote volvió a descojonarse con la ocurrencia de la vidente. "¡Voy a ser un santo, mami!", exclamó, burlón, una y otra vez, pensando que aquel pasote de mujer debía de estar loca de atar. En eso comentó su madre como la que no quiere:
     ––¿Pues sabes quién es el marido?
     ––Pues será otro chiflado como ella –– continuó, Juanote, partiéndose.
    ––Bueno, en cierto modo es posible que tengas razón. Creo que ese tal Cirulo tampoco debe andar muy bien de la chaveta.
     ––¿Quéeee? ––se le esfumó a Juanote el cachondeo ––¿Te refieres al Cirulo, al concejal comunista...? ¿La Palmira su mujer?
     ––Sí, hijo y creo que andan en trámites de separación. Ya no vive con él y hace bien. ¿Qué pinta una santa como ella junto a un elemento como ese, un renegado de Dios y de los santos?
     Esa noche Juanote se fue a dormir muy contento por el cúmulo de averiguaciones que había conseguido a lo largo de esa jornada. En algún lado había leído alguna vez que la información era poder y él había conseguido la suficiente como para, con un poco de suerte, tumbar al alcalde y utilizar en su provecho el asunto del comunista y la vidente. Sin embargo era consciente de que necesitaba ser metódico a la hora de manejar toda aquella información que le llegaba y que, sin duda, iba a servirle en su propósito de hacerse con el poder en Pozopodrido de la Ensenada. La prioridad estaba ahora en contactar con el interventor y hacerle caer en una torticera trampa. Luego ya vería de qué manera utilizaría lo de la vidente y el comunista.


Capítulo VII

     El resto de la semana, Juanote se la tomó de asueto, golfeando por la capital en compañía de un tipejo llamado Miguelito el Conosío, un don nadie aunque con un prodigioso talento para colarse de gorra en toda clase de pomposas fiestas capitalinas y demás eventos fashión de la alta sociedad. Para ello utilizaba con mucho arte el socorrido recurso de “soy el conocido o el amigo de...” De esta guisa, el Conosío, era muy popular en los ambientes de los altos fulaneos de la ciudad donde casi siempre actuaba de bufón. En verdad al tipo le bastaba, simplemente, estrechar la mano de alguien importante para, enseguida, pasarlo a su libreta de “amistades” con todo lujo de detalles y descripciones. Luego, cuando se presentaba la ocasión, utilizaba al personaje en cuestión como si fuera de la familia. De esta manera conseguía cadenas de favores, palcos de lujo para ver las procesiones en la Semana Santa, o disfrutar de casetas de abolengo en la bulliciosa feria de la capital. En realidad, esta es una práctica muy extendida entre las gentes del Sur, donde tener un conocido, poderoso y con dinero, es como tener un tesoro que hay que guardar celosamente como oro en paño.
Ambos tomaban el vermouth de las doce frente al gran minarete de la catedral cristiana cuando a Miguelito se le ocurrió preguntar:
     ––Bueno, ¿te animas a venir al Rocío o qué?
Juanote no hizo aprecio a la pregunta. El Conosio insistió:
    ––Pues no te vendría mal un poco de popularidad ahora que eres un político, tío. Mira el Yulián ese de los cojones con lo de la tonadillera. Él también fue a la romería y ahora está todos los días en la tele.
     ––Sí, y en la cárcel también ––repuso Juanote sin mostrar demasiado interés ––. Además, yo no tengo ni caballo ni carreta ni tonadillera que me asista.
     ––Iríamos en las carretas de la Casa de la Calba que no es moco de pavo ––apostilló Miguelito, pidiendo otro vermouth.
Juanote giró la cabeza y miró a su compañero.
   ––¿De verdad que iríamos en la carreta de la gran duquesa?––preguntó. 
    ––Claro, tío ––respondió  Miguelito, muy auténtico él ––. No vamos a ir en la del servicio. El otro día me hice amigo de don Albo, Marqués de los Nabos de Flandes y nieto de la duquesa, en un fiestorro que ni te cuento el derroche, tío. ¡Puaff!, allí estaban todos los ricachos de la ciudad, incluido el Cardenal, que no se pierde una, y también el presidente de la Autonomía, que no veas como le pega a las gambas el figura. Se vuelve loco.
A Juanote le chispearon los ojos. Pensó que el Conosío podía tener razón. Era bueno empezar a despuntar en los ambientes donde se movía el dinero y qué mejor que hacerlo en compañía de una grande de España.
     ––Si es tal y como me lo pintas, me apunto ––contestó el concejal, entusiasmándole la idea aunque precisó: ––. Pero sólo iré si, como aseguras, voy en la carreta de la duquesa. Un político de mi estatus no puede ir de cualquier manera, ¿estamos, Miguelito?
    ––No te preocupes por eso, Juanote, que esta noche llamaré al Marqués de los Nabos para que mañana nos espere en el cortijo donde la La Franken está preparando sus carretas. Creo que es en la Pichorra.
     ––¿La Franken...?
    ––Sí, la duquesa, hombre. Tiene más remiendos que un taller de costura.
     ––¡Ja,ja! ¡La Frankenstein...! No sabía esa última, 
En eso, el sobrecogedor sombrajo de un nubarrón que andaba perdido por el inmenso cielo azul de la capital se abatió sobre el establecimiento, oscureciendo la sagrada hora del vinito y la buena tapita.  Porque a esas horas del medio día, la taberna del Rogelio crujía de punta a punta con un gentío que sudaba la gota gorda a base de frías rubias, buenos finos y  raciones de ibérico de mejor catadura. Normalmente la mayoría de la parroquia del rancio establecimiento disfrutaba de abultada cartera. Allí alternaban los pijos y señoritingos de siempre, enfundados en sus caras ropas de marca ––caballitos, cocodrilitos y demás logos fashión para acomplejados y tontainas de turno ––, y los viejos rentistas y especuladores de la zona, con más de lo mismo y hediendo a usura canalla por sus cuatro costados. Mientras los primeros se regodeaban de las fortunas de sus papis y otros fútiles y sexudos asuntos, los segundos se regocijaban con la crisis económica, y con la posibilidad de ver de nuevo a los trabajadores con remiendos en los calzones y alpargatas de esparto. En realidad la mayoría de  esta selecta gentuza era nativa de una de las zonas más acaudaladas y fascio de la capital, que aún apestaba a viejos refritos de traición a la República y a solemnes taconazos de sí mi general y a la orden de usía mi general. Muchos de ellos aguardaban con estoica esperanza el añorado retorno del repolludo militar con bigotito y sable al cinto, y con la suficiente mala leche para, de una vez por todas, terminar de saturar las cunetas y ribazos de España con los cadáveres de sus enemigos.
     Al poco tornó a relucir el sol en la calle, barruntando un tórrido verano “ad portas”. Juanote y el Conosio abandonaron la rancia taberna, dudando donde ir.
     ––¿Qué hacemos? ¿Por qué no llamas al marqués ese de las Pollas? –– sugirió Juanote, encendiéndose con desespero otro pitillo.
     ––De los Nabos, coño, de los Nabos –– le corrigió Miguelito ––. A ver si cuando te lo presente vas a meter la pata, joer.
    ––Vale, vale. Pero llámalo a ver si hoy podemos tener claro lo de la romería.
   ––Está bien, lo llamaré. Lo mismo tenemos suerte y el cabrón nos invita a algo.
La llamada del Conosío fue de lo más fructífera pues el acaudalado noble les invitó a comer ese día en su finca de la Pichorra.
  ––¡Joder,  tío, eres un crack! ––exclamó Juanote, frotándose las manos –– ¿Estará allí la gran duquesa?
    ––¡Deja ahora a la Franken, coño que ya tendrás tiempo de conocerla! Venga, vamos a por tu coche y nos alargamos al cortijo que son ya cerca de la una y media.
     ––¿Y dónde está eso?
    ––No muy lejos –– repuso Miguelito echando a andar ––. Ahí en el pueblo de la Berenjena. ¡Venga, vamos!
    Ambos caminaron deprisa y sudorosos bajo un sol de justicia hasta alcanzar los aparcamientos subterráneos de la céntrica Plaza del Bizcocho, y enseguida pusieron rumbo a la noble finca. Cuando al fin llegaron, el enorme portalón de la Hacienda estaba cerrado. El Conosio palmeó, entonces, con fuerza la dura madera de roble .
     ––¡Coño, con tanta mierda de lujo y ni tan siquiera tienen un picaporte como Dios manda -–se quejó.
     ––¡Venga, Miguelito, venga! ––se unió Juanote a dar porrazos y patadas a diestro y siniestro.
     ––¡Ya va, ya va! ––se abrió sorpresivamente una de las portezuelas, apareciendo un viejo con un roído sombrero de paja y pantalones fajados ––¡Van a tirar la Hacienda a tierra! ¿Quiénes son ustedes?
     ––Yo soy el concejal de Pozopodrido de la Ensenada –– se presentó Juanote, irguiendo el porte con insolencia. El viejo le miró entonces con desconfianza y respondió:
     ––¿Podrido de qué, ha dicho?
     ––¡Oiga, viejo estúpido...!
    ––¡Deja, deja...! ––intervino Miguelito ––¿Está el señor Marqués? Soy íntimo amigo suyo ––preguntó, elevando la voz y casi deletreando las palabras.
    ––¡Ah, que son amigos del Marqués! ––repuso el viejo recuperando confianza –– ¡Haberlo dicho antes, hombre! Precisamente el señor Marqués me ha comunicado que venían un par de mozos.
     ––¿Mozos? ¿Mozos de qué? ––se soliviantó Juanote Colomer con el vejatorio tratamiento ––El marqués nos ha invitado a comer, ¿se entera, viejo sonao?
     ––Bueno, bueno, no sé. Pasen ustedes.
La entrada estaba flanqueada por unos humildes habitáculos de paredes muy encaladas, que parecían formar parte de la vivienda de aquel viejo. Un enorme perro que dormitaba plácidamente bajo un robusto arrayán se incorporó de inmediato al advertir a los recién llegados y se dirigió con resolución a olisquear los fondones de los invasores, aunque en tal tarea no se demoró mucho porque enseguida salió en estampida de allí dando lastimeros aullidos.
     ––¿Qué le pasa al perro ese?
     ––¡Y yo que sé, Juanote!
Nada más franquearon la entrada se dieron de bruces con una amplia explanada arropada con espesa arboleda que hacía de atrio natural a un señorial edificio al más puro estilo sureño, encalado de inmaculado blanco. El viejo continuó su caminar arrastrando los pies, seguido por los dos visitantes y una vez traspasaron otro enorme portón, accedieron a un gran patio de brega situado a espaldas de la casa y cercado por edificaciones rurales ––zahúrdas, corrales, caballerizas etc. ––, en las que algunos gañanes se afanaban en distintos quehaceres y donde aguardaban un par de vistosas carretas a la sombra de un poderoso y chaparro roble.
     ––¡Eh, Anastasio! ¡Aquí te traigo un par de hombres más para que te echen una mano con las carretas! ––le gritó el viejo a uno de los peones que se encontraba repintándolas.
     ––¡¡¿Quéee?!! –– se frenó de inmediato, Juanote –– ¡Yo vengo de invitado! ¡Que sepa que yo soy un importante político de...!
    ––Ya sé, ya sé. Concejal del podrido ese que dice ––respondió el septuagenario sin inmutarse ––. Pero aquí el que no trabaja no come. Son órdenes del señor marqués.
Juanote se volvió a Miguelito con la cara descompuesta:
     ––¡Pero has visto al cabrón del viejo este! ¡Nos trata como a unos jornaleros desmayaos!
El Conosío intentó calmarle mostrando el lado bueno del asunto:
     ––Bueno, haz el paripé como si trabajaras. Lo importante es ir de romería con la duquesa.
Se acercaron al par de mozos que estaban con la carreta y preguntaron en qué podían ayudar.
     ––Pinten ustedes el interior de las ruedas ––dijo el más alto.
El otro, de aspecto muy tostado y extremadamente rústico miró a Juanote fijamente y luego comentó, apretando el ceño:
     ––Usted seguro que es un señorito.
    ––¡Bueno y qué pasa! ––respondió, Juanote con su habitual descaro.
     ––Pues que mi abuelo era del maquis y se cargó a más de un joputa señorito ––continuó el rústico ––. Aquellos si que eran buenos tiempos, cuando los jornaleros se tiraban al monte y hacían justicia con un par de pelotas, no como ahora. Vaya que sí.
Juanote se quedó mirando al individuo, que a pesar su imagen montaraz, parecía tener claro estos asuntos sobre la justicia. El peón continuó confesando cosas terribles mientras pintaba y repintaba un trocito de rueda:
     ––¿Sabe usted? Yo soy miembro del piquete perfecto –dijo con orgullo.
     --¿Piquete perfecto...? ¿Eso qué es?
     --Pues un piquete que en las huelgas se dedica a partirle las piernas a todos esos joputas esquiroles que no las hacen pero que luego ponen la mano para cobrar lo que sus compañeros han conseguido con su lucha. Así ya no joderán más en las próximas, vaya que sí. Pues eso es hacer justicia.
Juanote miró a Miguelito con desconcierto.
     --Pero ¿de dónde ha salido el tipo este?
     --Yo no soy ningún tipo, cara de anguila –se le encaró el jornalero muy serio –. También le digo que cuando el hijo que me queda en casa termine de irse, colgaré de un olivo al marqués, y para ello contaré con un brigadista internacional, amigo mío, que me echará una mano, vaya que sí –– dicho esto, el jornalero ensombreció como si se encontrara aquejado de un mal insondable.
    ––Joder, la paliza que me está dando el tío éste ––protestó el concejal ––. Además de puto peón es un asesino de cuidado. Me voy a chivar al marqués.
     ––Pues tú ándate con cuidado con lo que dices, que yo a los chivatos... ––se revolvió el jornalero, haciendo un amenazador pase del pulgar sobre su gañote.
     ––¿A mi también me vas a...? ¡Mira este rojo, Conosío! ¡Habría que fusilarlo al amanecer! [risas].
El otro mozo intervino entonces:
     ––No le hagan demasiado caso al pobre. Desde que murió su mujer está algo trastornado y cada día le da por algo. Dice que a su abuelo le dieron el paseillo y está enterrado en algún lugar de esta Hacienda. Pero es más bueno que el pan bendito, ¿verdad, Manonegra?
     ––Sí, sí... ––sonrió el tipo con los ojos fijos en el pincel.
Al cabo de una hora llegó el marqués a bordo de un Land Rover todo terreno que aparcó con gran polvareda junto a las carretas. Llevaba una fusta que hizo chasquear contra sus relucientes botas de caña alta.
     ––¿Ya están terminadas? –– preguntó sin saludar.
     ––Ya casi, señor marqués ––se incorporó muy diligente el que parecía encargado de dar las novedades.
Juanote y el Conosio se incorporaron también para dejarse ver. El marqués saludó a este último y luego se interesó por su acompañante:
     ––¿Es ese el amigo del que me hablaste?
     ––Sí, señor marqués. Este es Juanote Colomer, el hijo de un importante industrial de la ciudad.
     ––¡Ah, pues eso es lo que en el sur nos hace falta, mucha fábrica y mucho obrero que trabaje y gane poco! ¡Venga, vamos a ver como va la paella!
Los cuatro, más el abuelo, fueron en procesión detrás del marqués hasta llegar al portón que daba entrada a otro pequeño patio interior en el que, junto a una vieja higuera reforzada con improvisados sombrajos, se extendía la suma de varias mesas forradas con papel blanco y servida, mayoritariamente, con platos y cubiertos de plástico. Al refugio del improvisado velamen, algunas mujeres atendían unas cuantas paellas que olían a gloria bendita. Al advertir a la comitiva que se acercaba, la más vieja se limpió las manos en el delantal blanco, y entre reverencias informó al noble:
     ––Pruébelas señor marqués. Ya están a punto.
Juanote observó las paellas, y sus ojos se clavaron, sobre todo, en una que contenía unas cigalas que se salían del tiesto. Con un codazo alertó a Miguelito:
     ––Mira, esa debe ser la nuestra.
Con ademán pomposo, el marqués de los Nabos cogió el cucharón y probó la que, precisamente, llevaba el abundante marisco.
    ––Perfecta, Adela ––se limpió sus linajudos bigotes, y luego ordenó al viejo portero que tocara la campana para avisar al resto del personal de la Hacienda. Minutos después unas quince personas ocuparon la mesa presidida por el aristócrata y Juanote, sentado entre Miguelito y el  Manonegra, vio pasar el primer plato servido al marqués con las espléndidas cigalas.
    ––¡Anda, coño! ––exclamó el concejal por lo bajini, ––Todas para él.
     ––Manonegra, que no estaba dispuesto a cejar en su retahíla, le susurró entonces al oído:
     ––No te preocupes, compañero, que ya le queda poco marisco que comer al joputa ese. Vaya que sí.
     ––Queréis dejar de cuchichear, que nos van a oír –– recriminó Miguelito –– Eres un desagradecido, Juanote.
      ––¿Desagradecido dices? ¿Qué clase de amistad tienes tú con el marqués? Nos trata como si fuéramos unos piojosos gañanes. Mira la escudilla de paella que nos han puesto, con unos miserables trozos de ala de pollo...¿Y el vino éste de garrafón...? Fíjate en la botellita de reserva que se gasta el cabrón... Al final va a tener razón el Manonegra éste.
    ––Que sí, compañero, que ya le tengo echadas las medidas al olivo...Vaya que sí.
     La sorda discusión apenas fue percibida en la mesa pues todos hablaban animadamente y a gritos, unos contando chascarrillos y riéndole las gracias al marqués, y otros alborotando sobre la faena de la finca y de la romería. El tiempo parecía no haber transcurrido en el interior de la Hacienda y los comportamientos entre el señor y sus siervos continuaban funcionando como una regalía feudal aislada del devenir democrático del país. El marqués levantó sorpresivamente su vaso para hacer un brindis y dijo con voz de barítono:
     ––Tengo que daros a todos una gran noticia: a pesar de esos rojos y terroristas del Sindicato Campestre, mi querida madre, la gran duquesa, va a ser distinguida por el Gobierno de la Autonomía con una medalla que el propio Presidente le impondrá, bajo la promesa de  erigirle una estatua  junto a la gran plaza de toros de la ciudad.
     ––¡¡Bieeeén!! ––aplaudieron con entusiasmo los lacayos, sirviéndose más vino peleón.
     ––¡Sociatas vendidos! ––maldijo Manonegra.
    ––¡Me cague en...! ¡Que yo soy sociata y a mi no me insulta nadie, batasuno de mierda! ––se revolvió Juanote en su particular gresca con el jornalero.
El Conosío tuvo que intervenir de nuevo:
     ––¡Ya está bien, coño con tanta política! ¡Olvídate del tipo este y no nos metamos en líos!
     Juanote asumió de mala gana el consejo de su amigo porque en verdad le importaba un pimiento Manonegra y sus absurdas historias. Él era concejal del P.O.T.E. por circunstancias y lo único que le interesaba de este asunto era hacerse rico como tantos otros políticos. Que más le daba que los del P.O.T.E. fueran de izquierdas o de Pernambuco.
Minutos después del brindis, el marqués abandonó sin previo aviso la mesa y se dirigió a las carretas para echarles un vistazo. Juanote instó entonces a su amigo a que dejara zanjado el tema de la romería.
     ––Quiero que te asegure de que vamos a ir en la carreta de la duquesa porque del tío ese no me fío un pelo –– dijo.
     ––Está bien, está bien ––se incorporó de mala gana el Conosío para hablar con el marqués.
     Juanote observó desde la mesa el corto diálogo que se produjo, y por la expresión de su amigo intuyó que las cosas no iban bien. Después vio alejarse al marqués, y a Miguelito regresar a la mesa cabizbajo.
      ––¿Qué te ha dicho? Aunque por la cara que traes...
    ––Bueno, dice que nos invita a ir en la carreta del mayoral y su familia.
      ––¡Y una mierda!
     ––Bueno, tampoco es tan malo. Al fin y al cabo iríamos en la comitiva de la duquesa.
      ––¡Claro, de mamporreros de los bueyes!
      ––¡Joer, Juanote! Todo en la vida requiere su tiempo. No todo es llegar y pegar.
    ––¡Yo tengo ya un estatus social! ––repuso Juanote bastante airado ––¡Soy concejal y mañana seré alcalde! ¡No estoy dispuesto a que se me trate como a una puta boñiga!
En esos momentos sonó en la mesa un móvil. Era el de Manonegra.
     ––¡Dime, hijo! –– respondió éste a gritos ––¿Qué ya has conseguido un trabajo dices...? ¿Qué te vas de casa dices...? ¿A Extremadura dices...?
     Minutos después, Manonegra guardaba su móvil con la expresión de haber visto a Dios. El Conosío le sonrió, entonces, y dijo:
     ––Vaya, por fin te has quitado de encima al hijo, ¿eh?
     ––Ahora podrás cargarte al marqués ––apostilló, Juanote con sonrisa burlona.
     Manonegra le miró con los ojos enrojecidos por el peleón y respondió con voz grave:
     ––A cada cerdo le llega su San Martín y a éste ya le toca, vaya que si le toca.
     ––Pero te meterán en la cárcel de por vida. Lo de liquidar a alguien es algo muy serio y no se va predicando por ahí como tú haces, gilipollas –– le recriminó Juanote, considerando estúpida la actitud de aquel hombre.
     ––Bueno, que más da. Mi pobre Virtudes murió y ya no tengo a nadie a quien velar en esta vida. ¿Qué importa lo que hagan conmigo estos putos fascistas?
     ––¡Bueno, vamos a lo nuestro! ––interrumpió el Conosío, cansado de aquella  cháchara –– Has pensado lo que vas a hacer, Juanote?¿Vamos a ir a la romería?
    Juanote volvió el rostro y miró a su compañero sin responder a la pregunta. Después echó a caminar, muy resuelto, hacia la salida de la Hacienda y comentó sin más:
     ––Si quieres te dejo en la ciudad.
Una hora más tarde, el concejal abandonaba a Miguelito y tomaba rumbo hacia Pozopodrido. Se alegró de su determinación de no ir a la romería en aquellas condiciones, porque como él mismo decía, en esta vida no hay que venderse barato. Además, tenía mucho trabajo por delante en su nuevo oficio de político y no precisamente el de estudiarse el Orden del Día de los Plenos Municipales. De momento el asunto del interventor era para él lo más prioritario a resolver.


Capítulo VIII

     A la mañana siguiente, el flamante concejal del P.O.T.E. se dio una vuelta por el Ayuntamiento para darse a conocer entre los funcionarios, y después de algunos tumbos por los distintos departamentos, se encontró, al fin, en el despacho del interventor al que saludó con premeditada efusión, improvisando enseguida un burdo teatro:
    ––¿Sabe, interventor? Su cara me es conocida aunque en estos momentos no se muy bien de qué –– le dijo, fingiendo recuperar memoria.
    ––Bueno, yo es que tengo una cara muy vulgar ––respondió el alto funcionario sin saber como disimular su anodina expresión de estreñido.
    ––¡No, hombre no! Ahora que caigo, le encuentro a usted un tremendo parecido a un actor muy famoso al que le tengo especial devoción, ¡vamos, un monstruo de Hollywood! ––continuó, Juanote, con el mamoneo.
    ––Vaya, pues nadie hasta hoy me había dicho algo así ––se ajustó a su sillón, forzando una ridícula sonrisa de estrella de cine.
     Juanote, que era todo un avezado en tentar a la gente y conseguir de ella lo que quería, tuvo pronto al infeliz en el bote. Minutos después le tuteaba y concertaba con él una movida para el siguiente sábado en la ciudad.
    ––Así nos conoceremos mejor, Casimiro –– le dijo ––. Tengo unas amigas muy guapas, discretas y con mucha clase. Lo pasaremos bien, ya verás.
     ––Estoy casado ––le advirtió el funcionario, bajando la voz como si tal acontecimiento fuera motivo de un fusilamiento al amanecer.
     ––Bueno ¿y qué más da? ––respondió el concejal ––. Una canita al aire una vez en la vida tampoco es tan grave. Además, el ambiente será muy exclusivo y reservado, ya verás.
     Al interventor se le pusieron los ojillos a cuadritos. ¡Al fin una bacanal después de doce años de represión y sin comerse una rosca!
Juanote abandonó el consistorio y se introdujo en su BMW. Antes de ponerlo en marcha echó mano de su móvil para llamar a Papelinas. Debía tenerlo todo bien preparado para el sábado porque era consciente que con el tipo aquel no cabría una segunda oportunidad, ya que durante la entrevista le había captado asquerosas flatulencias que indicaban los miedos que al funcionario le producía tal deshonesta aventura, aunque, eso sí, la deseara como el condenado a muerte desea fumarse su último pitillo.
     ––¿Me escuchas, Papelinas? Necesito para el sábado por la noche, nieve de la buena y pastillas de las que pilles en plan bestia.
     ––Eso vale bastante dinero, Juanote.
     ––¡Qué pesado eres con el dinero, coño! Ah, y llévate una cámara de esas digitales que funcionen bien.
     ––¿Pero qué te propones hacer?
     ––A ti eso no te importa. Los negocios son asunto mío.
     ––Si no pagas, el Rumano nos descuartizará. No sabes la mala leche que tiene el  joputa ese.
     ––Eres un miedica, tío. Ya sabes, el sábado a las diez de la noche en el hotelito de siempre. Yo llevaré las tías.
     ––Que nos crucificará, Juanote. Trae el dinero.
     ––Venga, no me falles o seré yo quien te descuartice.
    Cuando Juanote puso el motor en marcha se le cruzó Tapacubos que iba camino al Ayuntamiento, y éste le hizo señas para que se detuviera.  Enseguida se introdujo en el coche, secándose el sudor de su oblongo rostro.
––¿Qué pasa, Tapacubos? ––le preguntó Juanote.
––No, nada ––respondió el alcalde que aún apestaba a la tostada de aceite y ajo de esa mañana ––. Simplemente quería comunicarte que el próximo viernes por la tarde se reunirá nuestro grupo municipal para distribuir las concejalías de gobierno.
     ––Entonces el Cirulo nos va a apoyar otra vez, supongo.
    ––Sí, pero el muy cabrón me ha puesto como condición que nos bajemos el sueldo un veinte por ciento, que con la crisis hay que dar ejemplo y ser solidario. ¡Claro, como él no cobra le da igual!
     ––¿Pero ese inútil qué pretende? ¿Qué trabajemos por la cara?
    ––Pues así están las cosas, Juanote. Tendremos que tragar.
     ––Bueno, ¿y qué concejalía me vas a dar a mi?
     ––Había pensado Bienestar Social.
     ––¿La de Bienestar Social? ¿Y por qué no la de urbanismo? A mi no me apetece repartir limosnas ––repuso Juanote con altanería.
     ––Hombre, urbanismo es un área complicada y tu acabas de enrolarte en la política –– contestó el alcalde un tanto molesto con la actitud de Juanote.
     ––Sí, pero con el P.G.O.U. creo que ya no hay nada que rascar... ¿O es que aún queda algo por ahí, alcalde?
    Tapacubos quedó unos momentos silencioso y como angustiado. Juanote le había tocado la clave de su oculto desvelo. ¡Claro que quedaba una guinda de muchos millones pero estaba protegida por el mismísimo Plan General como paraje paisajístico! Al final respondió con franqueza, cosa insólita en él:
     ––La Ensenada, Juanote, queda la maldita Ensenada –– se confesó, bajando la voz como un fraile benedictino.
     ––¿La Ensenada?
    ––Sí, muchacho, sí. Menudo Hotel y apartamentos se podían levantar allí con el pedazo de paisaje que tiene. Eso sí que sería un pelotazo a lo grande. Pero está protegida por el Plan General.
     Juanote captó la codicia que en esos instantes rezumaba la expresión del  alcalde y luego pensó que podía tener razón. La Ensenada, paraje que daba apellido al pueblo, era un lugar realmente magnífico para un proyecto como el que terminaba de apuntar Tapacubos.
     ––Pero bueno, tú eres el alcalde y supongo que tienes autoridad para cambiar las cosas –– respondió Juanote ––. Ciertamente ese proyecto que dices daría mucho dinero al pueblo y también trabajo... Sería fácil vendérselo así a los vecinos.
     Tapacubos meneó con desolación la cabeza y repuso con resignación:
     ––Ya lo intenté en su día. Pero el Cirulo y los malditos ecologistas echaron el proyecto por tierra. Ya ves, unos desarrapados de mierda que ni comen ni dejan comer, los muy cabrones.
     ––¿Y no habría alguna otra manera? ––insistió Juanote.
     ––Pues no lo sé... En fin, quedas avisado para la reunión del viernes ––zanjó Tapacubos, abandonando el coche.
     Después de esta charla con el alcalde, Juanote dirigió su vehículo a la Ensenada. Aunque conocía de sobra el paradisíaco lugar, nunca lo había relacionado con la posibilidad de un negocio de la envergadura de la que hablaba Tapacubos, por lo que su interés en esos momentos por visitarlo no obedecía otro fin que ratificar con sus propios ojos la realidad de ese gran ángulo económico que ofrecía la pequeña bahía.
    Cuando arribó, había sólo unos cuantos mozalbetes jugando a la pelota. En verdad y ahora que lo tenía delante, el lugar era fabuloso con aquel pequeño brazo de mar azul penetrando suavemente entre los abundantes y vistosos pinares. Sí, definitivamente aquella pequeña playa de arena blanca y fina era la más hermosa en muchos kilómetros a la redonda y un sitio perfecto para construir un complejo turístico de alto nivel. Efectivamente, allí había mucho dinero a ganar. En esos momentos a Juanote le dio la corazonada de que el magno proyecto lo llevaría a cabo cuando él fuera alcalde.
     De regreso al coche y como el calor apretaba, decidió refrescarse con algunas cervezas en el decrépito chiringuito que había al principio de la playa. Nada más entrar advirtió al Cirulo que estaba de cháchara con el abuelo que regentaba el local. Al verle, el comunista le saludó con voz de mando y a su manera:
     ––¡Salud, camarada Juanote!
Juanote se acercó entonces y pidió al tabernero una cerveza para él y otra para el Cirulo. Consciente de que para el proyecto necesitaría el apoyo del comunista, el nuevo concejal del P.O.T.E. se dispuso a lidiar aquel toro rojo que tenía enfrente, y no cabe duda que en este enfrentamiento demostró una capacidad y dotes dialécticas que a punto estuvieron de alzarle como vencedor. Sin embargo, el Cirulo era mucho Cirulo...
    Al principio, Juanote le entró suavón, estrechando la inabarcable mano de hormigón armado del orgulloso peón albañil.
     ––Pues no sabe usted lo que me alegro de verle y de que me llame camarada, señor Cirulo ––dijo muy efusivo ––. Estaba dando una vuelta por esta maravilla de playa que tenemos en el pueblo.
     ––Sí que es un paraje precioso ––confirmó, potente, el comunista –– . Menos mal que al final evitamos que el alcalde lo convirtiera también en un montón de cemento y ladrillos como ha hecho con el resto del pueblo.
     Al escuchar esto, Juanote tomó un trago de cerveza pensando en la manera de entrarle al bruto aquel. Luego usó su mejor sonrisa cuando dijo:
     ––Pues un buen hotel y una lujosa urbanización le daría a este lugar mucha vida además de trabajo a este pueblo que parece muerto.
     ––¡Vaya, hombre! ¡La misma canción de siempre! –– le tocó la vena al Cirulo, que miró al tabernero –– ¡Otro listillo que se preocupa por el pueblo y por los pobres parados!
     Su agresivo comentario hizo que Juanote se mostrara pretendidamente ofendido:
     ––Eso que ha dicho no me ha gustado nada, señor Cirulo. Según tengo entendido, los políticos, y usted es uno de ellos, estamos para favorecer y servir a los intereses del pueblo y de sus ciudadanos.
     El Cirulo quedó mirando unos segundos a Juanote y luego se giró de nuevo al tabernero con sorna:
––¡Joder, lo rápido que aprenden la jerga estos novatos! ¡Que si sólo piensan en dar trabajo, que si en beneficiar al pueblo...!
Juanote consideró entonces que era momento de dejarse de palabrería y bajar sin contemplaciones a pie de tajo. Por eso fue especialmente duro cuando respondió:
     ––¿Y usted, Cirulo? ¿Qué ha hecho por este pueblo al margen de pasear su pretendida honradez y ese oxidado escudo prehistórico en la solapa?
     ––¿Quéee? ¿La hoz y el martillo prehistóricos? ––agrandó el comunista los ojos como si con ellos pretendiera comerse al insolente aquel ––¿Y el capitalismo explotador no es prehistórico? ¿Sabe usted, jovenzuelo engreído, que ya luchaba yo contra el fascismo antes que usted pensara en nacer? ¡El comunismo es una consecuencia del capitalismo explotador y no al revés...! ¡Fíjese en esta crisis que está produciendo legiones de parados! ¿La ha provocado los trabajadores? ¡Cuando las cosas van bien, los empresarios se hinchan de ganar dinero, pero cuando van mal y no pueden mantener sus cochazos, sus mansiones, sus comilonas y sus queridas...!
     ––¡Bla, bla, bla! ––se burló Juanote, sin dejarle terminar –– Eso es sólo pura palabrería, Cirulo. Que no hombre, que a la gente le importa una mierda el capitalismo, el comunismo y la madre que los parió. Que lo que la gente quiere es vivir bien, ganar mucha pasta y si es sin trabajar, pues mejor que mejor –– en ese momento Juanote pidió otro par de cervezas al observar que Cirulo se mostraba un tanto desconcertado y aparentaba claudicar. Y en verdad no pareció andar muy lejos la cosa porque en la respuesta del aguerrido comunista se traslucía mucho de desengaño y resignación:
     ––No, si en eso que dice no le quito razón ––admitió a su pesar  ––. La gente, como a la mayoría de estos politicastros que tenemos, lo que les va es la vida golfa. ¡Y la culpa de todo la tienen estos gobiernos vendidos a los banqueros, y la asquerosa televisión que tenemos, con tanto programa de sinvergüenzas y mangantes a los que encima se les paga una pasta y aplaude sus fechorías! ¡Es que ya no hay ni valores, ni decencia, ni nada!
     ––¡Pues claro, hombre! ––afianzó Juanote su imparable avance –– ¡Pero la realidad es la que canta! ¿Cuántos vecinos de este pueblo acuden a las reuniones políticas de tu partido? ¿Cuántos se interesan por saber lo que sucede en el pueblo?
Cirulo se rascó la cabeza con pesimismo y respondió de mala gana:
     ––Hombre, a las del P.O.T.E. acuden muchos más porque estáis gobernando, y ya sabe usted por donde voy ––dijo, arrastrando la mirada por el suelo ––. Los muy mamones se apegan al poder como lapas y siempre para conseguir alguna prebenda por el morro. La gente ya no reconoce el valor de la dignidad porque dicen que con la dignidad ni se come ni se gana pasta.
   ––¡Y tienen razón, Cirulo! ––continuó Juanote machacándolo sin piedad ––Ahora los tiempos funcionan así y nadie puede cambiarlos. Por otro lado, fíjese en las hermandades religiosas que siempre están llenas. La gente se preocupa más por la otra vida que por esta, aunque pasen hambre.
     ––Tampoco es que se preocupen de eso ni de sus muertos ––despotricó Cirulo ––. A la mayoría lo que le va es la fiesta, las romerías, las comilonas, el cachondeo... Incluso les invitas a un mitin donde haya cervecita y un buen tapeo y ¡hala!, allá van todos, a chupar gratis, a ponerse ciegos... Son todos una manada de borregos subnormales.
     ––¿Quiere decir con eso que es usted el único listo de este pueblo? ¡Venga ya, Cirulo! ¿No será usted en verdad el más tonto?
     En este momento Juanote consideró que ya tenía al toro lo suficientemente centrado para la estocada final. Tanto era así que, de manera confianzuda, le echó el brazo por el hombro y confabuló perversamente:
     ––En esta historia, querido amigo, quién más puso más perdió y en este sentido creo, señor Cirulo, que el tonto más tonto de este pueblo es usted. Porque, ¿dígame cuánto ha ganado en todos los años que lleva trabajando de concejal?
     ––Los que estamos en la oposición apenas cobramos una dieta por los Plenos ––dijo, Cirulo, volviendo a echar la vista al suelo –– .En verdad, la concejalía aún me cuesta el dinero de mi bolsillo ––añadió con manifiesta pesadumbre.
    ––Y ese sacrificio suyo, esa imagen de honradez intachable de servir al pueblo a cambio de nada ¿ha recibido alguna vez la recompensa merecida? ¿Por qué el pueblo no le vota a usted en vez de a un sinvergüenza como Tapacubos?
     Fue en ese momento cuando intervino el tabernero que, por lo demás, había permanecido todo el tiempo ensimismado con la verborrea de Juanote:
    ––¡Este joven avispado si que sabe por donde anda el pueblo! ¡Escúchale, Cirulo, y aprende!
    Juanote aprovechó la inesperada adhesión para recuperar el motivo principal de aquella discusión:
     ––Fíjese Cirulo en ese pobre viejo esclavizado de por vida en este garito de mierda. Si en la Ensenada se montara lo que le he dicho, podría disfrutar de un restaurante por todo lo alto y podría ganarse dignamente la vida, él y su familia, en vez de estar cogiendo moscas todo el día.
    ––¡Me apunto a eso, señor concejal! ¡Yo me quiero forrar! ––intervino de nuevo el tabernero totalmente emocionado, aunque enseguida el Cirulo le desautorizó:
     ––¡Tú te callas, Manubrio que eres del partido!
    ––¡Y así me va! ––refunfuñó el vejestorio, regresando a sus quehaceres.
     Juanote continuó y en esta ocasión fue a por todas:
    ––Cirulo, quiero llevar a cabo este proyecto que le he dicho, y me gustaría contar con usted ––dijo ya sin rodeos –– Piense que el pueblo se lo agradecerá y quién sabe si, incluso, puede usted llegar a ser el próximo alcalde.
    Con los ojos ensangrentados por el alcohol, el Cirulo pareció reflexionar aquella propuesta aunque sólo por un instante. Enseguida y con un fuerte puñetazo en el mostrador, dio rienda suelta a su ancestral honestidad comunista:
     ––¡¡Que no, coño!! ¡¡Que el Cirulo no se vende!! ¡¡No voy a consentir otro pelotazo más en beneficio de ese ladrón que tenemos por alcalde y de sus amigotes!!
     ––Nooo, Cirulo, cálmese –– intentó Juanote apaciguarle ––. Que el pelotazo sería en beneficio del pueblo.
Pero lejos de conseguir que el comunista le entrara al trapo, éste se le sublevó aún más furibundo:
     ––¿Y tú eras el honrado? ¡¡Tú eres un oportunista, un sinvergüenza más como tu maestro Tapacubos!! ¡¡Todos los del P.O.T.E. sois igual de ladrones e impresentables!!
  ––¡Eh, eh, sin insultar! ––retrocedió Juanote prudentemente ante la virulenta agresividad de aquel miura. Éste, lejos de frenarse, comenzó ahora a empujarle con violencia y a despotricar a grito pelado:
    ––¡¡Largo de aquí, señorito de mierda!! –– esclafó contra el suelo el vaso de cerveza por no meterle mano.
    Ante la peligrosa situación, el concejal del P.O.T.E. buscó ayuda en el tabernero, aunque esta vez el Manubrio reía placidamente el espectáculo al tiempo que repetía con boca desdentada:
     ––A este Cirulo cuando bebe, le sale el camarada Stalin por las orejas.
     Vista la situación, Juanote huyó corriendo de allí,  y se introdujo en el coche clamando venganza. Desde ese instante se prometió acabar con el tipo aquel de la peor de las maneras.

continuará

¿ ES ESTO UNA DEMOCRACIA O UNA OCLOCRACIA?.

Políticos de la chusma.


Abrazar y apoyar a organizaciones políticas que se mueven con parámetros mafiosos e inmorales es sin duda un grave sintoma que este pueblo está gravemente enfermo. 
Mientras escribo esto ya me ha llegado la noticia que el PP ha ganado las elecciones  en Galicia por goleada. Se veía venir. 
Los que dicen que los delincuentes y mafiosos ganan elecciones en nuestro país no les falta razón. Acordaros de las victorias electorales de Jesús Gil y Gil que ya en su momento dejó muy a las claras la catadura moral de la chusma que habita Marbella y que hoy está siendo extrapolable a la mayor parte de España. La nayoría absoluta de Feijó, amigo del mafioso Dorado, deja muy a las claras por donde quiere ir el voto de gran parte de este pueblo.


La democracia deja asi paso a la oclocracia [gobierno de la chusma]. La chusma la conforma todos aquellos individuos desprovistos  de cualquier valor etico y moral. Al contrario de lo que muchos piensan, la chusma no está circunscrita a la pobreza.  Abunda y prospera en todos los estadios sociales y económicos. No se es chusma por el hecho de ser pobre, como muchos quieren hacernos creer. Se puede ser pobre y también honrado. 
Los héroes de la chusma son los Rato, los Blesa y tantos otros, incluida la plutocracia mafiosa y delictiva que rige los destinos de este país. Solo de esta manera se comprende que cuantos más casos de corrupción se destapan en el PP, más le sube la intención de voto. Esta alarmante situación nos hace reflexionar que España está gravemente infestada de chusma. Porque solo así se entendería que un partido, nido de delincuentes, sea el más votado y que nos amenace con otra mayoría absoluta en las próximas elecciones generales.

Wednesday 28 September 2016

ÚLTIMA HORA.

S.J. Alcalde y Martir ( Capítulos 3-4-5)









Capítulo III


...Al fin llegó el esperado día de la asamblea general de la agrupación donde se debía aprobar la lista definitiva de candidatos y el local estaba lleno a rebosar de militantes y curiosos. A pesar del buen rollo con que se inició el acto, la cosa terminó a guantazos y zapatazos entre abominables insultos y demás actitudes execrables. Y es que todos lucharon a brazo partido y hasta el último cartucho por una concejalía con la que poder servir a su pueblo del alma. Aunque la verdad sea dicha, esto último importaba bien poco ya que todos iban a lo que iban, o sea, a por la pasta de concejal con mando en plaza, que dicho sea de paso, el sueldo triplicaba ampliamente el salario mínimo interprofesional del momento.
Sin embargo, a pesar del tumulto y las múltiples agresiones, la asamblea discurrió de lo más pacífica si se comparaba con otras anteriores, ya que es justo señalar que en esta ocasión no hubo heridos de gravedad, ni se blandieron  navajas, ni tijeras, ni otros artilugios punzantes, hecho positivo que supo agradecer el alcalde con un socorrido y apaciguador: "Para todos habrá, hijos míos, para todos habrá", acabando el acontecimiento con un largo mitin que adormiló los encrespados ánimos en favor de la izquierda progresista y del buen rollito.
     Juanote, que en todo momento estuvo ojo avizor por si se escapaba algún tortazo de aquellos, quedó gratamente sorprendido del ambiente mafioso que se respiraba en la agrupación. Ya era oficialmente el candidato número dos del poderoso P.O.T.E. y su mente, habitualmente ruin y desaprensiva, acarició seriamente el hecho de conseguir ser alcalde en ese mismo mandato.
     Finalizada la multitudinaria asamblea, la mayoría de los presentes abandonaron el local en tropel, desbordando una cervecería próxima a la agrupación donde, al calor del alcohol, reanimaron los rescoldos de las fogosas discusiones entre gritos tabernarios sin mayores consecuencias. Tapacubos y su hijo Carajote, al que el alcalde consiguió colocar de número tres en la lista, cogieron a Juanote del brazo para replegarse a un rincón del establecimiento donde bebieron cerveza hasta reventar. Apalancado sobre la barra, el hijo de Colomer, mostró su perversa sonrisa, frotándose las manos como una asquerosa mosca ante la mierda, y dijo con manifiesto entusiamo:
     ––Creo que la política puede ser un buen negocio.
     ––Aún podía serlo más ––respondió el alcalde, sospechando las intenciones del joven.
     ––¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso el P.O.T.E. no gobierna este pueblo desde hace veinte años o más?
     ––Sí, Juanote, pero nunca alcanzamos la mayoría absoluta –– se lamentó Tapacubos, tragando cerveza ––. Siempre tenemos al Cirulo por medio y hay que pactar con él para gobernar. Y eso no es bueno.
     ––¿Quién es ese Cirulo?
    ––¡El que te dio por el culo! ––saltó Carajote con inquina, riéndose de su chiste. El padre le arreó una colleja y seguidamente le explicó a Juanote:
     ––Cirulo es un peligroso y trasnochado comunista que va predicando no se qué coño de revolución. Siempre consigue los votos de la barriada de Pedorojo, donde él tiene su domicilio paterno.
     ––¿Y el otro partido? ¿Cómo se llama?... ––preguntó Juanote, que brillaba pez en estos avatares.
     ––¿El de la derecha? ––se le atragantó a Tapacubos la cerveza    ––¡A esos mejor ni nombrarlos, muchacho!
     ––Pero se podía negociar con ellos en vez de con ese comunista –– contestó Juanote sin entender muy bien la actitud del alcalde –– Al fin y al cabo y según he escuchado por ahí, no son tan diferentes a nosotros.
    ––Nooo, Juanote. No te equivoques. En esta vida hay que guardar las apariencias y repartirse los papeles aunque, al final, todos nos muramos por ser banqueros y vayamos sólo a por la pasta ––se sinceró Tapacubos ––. Pero lo que tienes que tener claro es que ellos son los fachas y nosotros la izquierda progresista y del clavelito rojo y olé, ¿entiendes? Esa es la imagen que se debe dar al pueblo y a toda España. Además, si pactáramos con ellos seríamos más a repartir. El Cirulo, al menos, no nos pide dinero ––se explicó Tapacubos ante la supina ignorancia de su número dos sobre estos entresijos ––. El problema es que los fachas siempre sacan los mismos concejales que nosotros, los muy truhanes. En el pueblo aún queda demasiado falangista y beato suelto ––se lamentó finalmente con pesadumbre.
     ––¿Entonces cuántos concejales tenemos en el Ayuntamiento? ––volvió a preguntar Juanote, cada vez más interesado en estos rollos.
     ––Nueve, Juanote, nueve y son habas contadas. Cuatro sacamos nosotros, cuatro el J.O.S.E. (Juntas Ofensivas de Señoritos Españoles) y luego está el maldito Cirulo con los votos de la barriada marginal de Pedorojo.
Juanote quedó unos instantes pensativo mientras observaba con asco a Carajote, que no paraba de beber cerveza y comer trozos de tortilla con semblante de enajenado. Después, y en plan de aquí estoy yo para lo que haga falta, estiró su larguirucho y flaco cuerpo para manifestar, muy resuelto él:
     ––No te preocupes, alcalde que en esta ocasión yo me encargaré de robarle los votos a ese tal Cirulo en su propio barrio. Total, con prometer algunas migajas a los desgraciados que viven allí.
Al escucharlo, Tapacubos desorbitó sus ojos por encima de la jarra de cerveza que estaba bebiendo, y casi se ahoga cuando  advirtió a Juanote:
     ––¡Ni se te ocurra, compañero! ¡Como entres en ese plan en Pedorojo eres hombre muerto! ¡Ese barrio es más orgulloso y salvaje que una barricada del siglo diecinueve! Lo que tienes que hacer es intentar quitarle votos al J.O.S.E. Al fin y al cabo y como bien dices, son gente más o menos como nosotros que sólo van al bocadillo de jamón.
     Cuando Juanote abandonó la taberna camino al coche, su cabeza no paró en darle vueltas al nuevo negocio porque, enseguida, tuvo claro que la política no era más que eso, un puro negocio. En esto consideró la razón del alcalde cuando dijo que la cuestión no estaba en repartir el poder con los del J.O.S.E. sino en arrebatarles un concejal para así poder prescindir de la tutela del Cirulo y su tabernario barrio de Pedorojo.
Al llegar a su casa, el señor Colomer le preguntó nada más verle sobre los resultados de la Asamblea. Juanote le contestó, lacónico:
     ––Ya soy oficialmente el número dos.
El empresario respiró algo más tranquilo y continuó leyendo el periódico.


Capítulo IV

     Ya en las fechas de la campaña, el señor Colomer cumplió su palabra e inundó Pozopodrido de la Ensenada con tantas vallas publicitarias que cubrieron el sol de la pequeña localidad. Esas dos semanas largas que restaban para las elecciones municipales las empleó Juanote en pasear su desgalichada figura por el pueblo, saludando a unos y a otros, y casi siempre en compañía de Tapacubos. A decir verdad el aspirante se tomó su nueva profesión de político muy en serio a pesar de no estar acostumbrado a las obligaciones y mucho menos a trabajar. Tanto era así que asumió, incluso, el consejo de su mentor y abandonó durante ese periodo su insana sonrisa, cambiándola por otra más amplia y abierta con la que obsequiaba a todo el mundo mostrando su blanca y afilada dentadura. A los rústicos del lugar pronto comenzó a gustarle la rozagante fachada de aquel nuevo barragán del alcalde de andares elásticos y aspecto culto, pero se engañaban miserablemente porque el tipo en cuestión, además de ser un rufián de cuidado, no había terminado ni tan siquiera el bachiller. En esos días se cruzó varias veces con el inexpugnable Cirulo, obsequiándose, ambos, largas y feroces miradas.


Capítulo V

     Cuando llegó el ansiado día de las votaciones, los vecinos de Pozopodrido de La Ensenada se vistieron de domingo y mostraron una tonta alegría por disfrutar del gran día de la democracia –– uno cada cuatro años, claro está, no vaya ser que el personal se malacostumbre ––, acudiendo todos a votar. Como siempre sucedía en tal evento, la pandilla del P.O.T.E. se dedicó en cuerpo y alma a merodear por los colegios electorales, poniendo en práctica los estragos habituales, y que no eran otros que ocultar y eliminar las papeletas del enemigo, perseguir a los ancianos y trastornados –– que en el pueblo no eran pocos ––, para imponerles el voto y otras fullerías por el estilo. En estos menesteres, Juanote asumió su propia táctica y prefirió apalancarse en las tabernas próximas a los colegios electorales, y allí invitar a vino del barato a todo hijo de vecino que jurara con solemnidad votar al P.O.T.E., claro está.
Ante estos fragantes chanchullos, el J.O.S.E. no protestaba porque también se dedicaba a más de lo mismo y sólo el Cirulo junto a sus aguerridos y revolucionarios interventores de mesa montaban el grito en el mausoleo de Lenin cuando se percataban sobre estos y otros deleznables asuntos.
     La noche entraba bastante calurosa cuando cerraron los colegios electorales de Pozopodrido de la Ensenada y comenzaron los recuentos de sus mesas. Los jerifaltes de cada partido se acuartelaron entonces en sus respectivas sedes con los móviles apegados a sus orejas, pendientes de la información que le llegaba de los recuentos. Juanote no tuvo más remedio que reconocerse que todo aquello era de lo más excitante, y más si cabía, cuando el aspirante segundón ya iba a esas horas hasta el culo de coca y cubatas de Bacardí. Pronto los resultados del escrutinio comenzaron a ser desalentadores para el P.O.T.E. porque el Cirulo mantenía intactos los votos del revolucionario bastión de Pedorojo y por tanto su concejalía, y los “joselitos” tampoco iban a la zaga en eso de repetir mandato con el mismo número de concejales. El alcalde Tapacubos explotó de ira:
     ––¡Díta sea! ¡Otra vez como antes!
Juanote, que permanecía junto a él, no pareció inmutarse con la noticia y continuó saboreando con obsesión las intensas caladas de su deforme y sospechoso cigarro rubio. En su perturbadora mirada hubo algo maligno cuando comentó:
     ––No habrá más remedio que acabar con ese Cirulo.
Al alcalde le entró un escalofrío. El rostro acerado y pálido de aquel tipo no le inspiraba precisamente buenas intenciones.
     ––¿No irás, no irás a...?
    ––¿A matarlo? –– soltó Juanote una pérfida risotada –– ¡No, hombre, no!
     ––Es que, hijo, has puesto una cara...
     ––La que tengo, Tapacubos, la que tengo.
    ––¿Entonces, qué has querido decir con eso de acabar con el Cirulo?
     ––Todo a su tiempo ––zanjó sin más, Juanote.
     Esa noche, cuando se acabó el recuento de votos y las cervezas, Juanote se largó de juerga a la ciudad, y una vez allí fue a menear su largo esqueleto a la discoteca Mathausen 5, donde tenía bastantes adeptos e incondicionales, sobre todo entre las féminas. Nada más entrar, el pincha discos le puso el marchoso “Blue daba dee” y Juanote se echó a la pista y bailó con la genialidad que le caracterizaba, tanto era así que los presentes dejaban lo que estaban haciendo para hacerle un corro y admirar y jadear aquellos histriónicos movimientos suyos y sus explosivos moonwalk que, de seguro, serían la envidia del mismísimo M. Jackson. Sí, ciertamente aquel cuerpo elástico y desgarbado bailaba como Dios, y eso derretía a las mujeres que enseguida clamaban por tirárselo en cualquier lugar o rincón del local. Después de varios bailoteos y ante el entusiasmo general, pidió un par de cubatas con Bacardí que bebió para luego abandonar el local acompañándose de dos putones verbeneros de cimbreantes ubres con las que decidió continuar la juerga en el hotelito. Antes de llegar llamó a su camello para que le abasteciera de coca de la buena y una hora más tarde apareció el Papelinas con la mercancía. Juanote le recibió en la habitación, desnudo y con un empalme de aquí te espero, torero.
     ––¡Joder, Juanote, siempre estás igual!
     ––Envidia cochina, Papelinas. Venga, dame la puta mercancía.
     ––Págame antes, que ya me debes dos mil euros, tío ––se resistió el camello.
En eso se acercó una de las fulanas con su redondo culo al viento y atrapó a Juanote de sus partes mientras berreaba:
     ––¡Venga tío que me tienes con el chocho a medias!
     ––¡Joder, joder, qué hembra ––se le agrandaron al Papelinas los ojos y algo más, cosa que aprovechó Juanote para entrarle a negociar porque y como siempre ocurría, no tenía dinero para pagar la mercancía:
     ––Quédate la chorba ––le dijo –– Te la presto un cuarto de hora para que le termines la faena si a cambio me sigues dando crédito.
     ––¡Me cague en!... ––maldijo Papelinas –– ¡Con lo de hoy serán casi tres mil euros, tío! El Rumano nos crucificará a los dos, si no al tiempo ––protestó el julandrón sin quitar ojo al impaciente culo aquel. Juanote rió entonces.
     ––¡Venga ya con las cagaleras, tío! Dile al fulano ese que como se ponga tonto lo voy a empaquetar porque de seguro tiene menos papeles que una liebre de monte.
Al mes siguiente, Tapacubos tomaba posesión de la alcaldía por quinta vez y con el voto positivo del Cirulo, en un Pleno Extraordinario convocado para tal ocasión y al que, como de costumbre, fueron invitadas las fuerzas vivas y gentes de bien de Pozopodrido de la Ensenada. Allí estaba el inefable guardia civil con fajín de mando en plaza, el inevitable cura, con sotana, manteo y birreta, y también algunos vecinos enriquecidos por los pelotazos urbanísticos y demás beneficiarios y come ollas del P.O.T.E. Justo es de comentar que a la mayoría de ellos por no decir a todos, el Pleno de Investidura del nuevo alcalde les traía al pairo pero no así lo que seguía a continuación pues ya estaba preparado, en la parte trasera del consistorio, un más que generoso ágape a base de vinos de Rioja, cerveza, jamón del bellotero, crepés sustanciosos, buen queso curado de cabra entre otros manjares a consumir a costa del dispendio público. Era en ese ansiado momento cuando los asistentes, aletargados como sabandijas durante el cansino acto, cobraban milagrosamente vida al calor de las abundantes viandas, engullendo sin cuartel todo lo que pillaban a su paso entre sordos gruñidos, y limpiando las bandejas depositadas en las mesas en un visto y no visto.
Un poco apartado del voraz tumulto, Juanote observaba la situación desde la distancia, entre riojas, cerveza y alguna que otra socorrida esnifada. Con las pupilas brillantes y dilatadas lo observaba todo con el interés de una siniestro carroñero que otea el terreno antes de actuar. A decir verdad se sentía satisfecho con todo aquello, pensando que a fin de cuentas, lo de ser concejal tampoco era tan malo. Incluso le estaba encontrando cierto gustillo a esa insana vocación de servicio de la que tanto alardean los políticos y que por regla general nunca llega más allá del interés de sus propios y corruptos bolsillos. En uno de los momentos alguien tocó su espalda y al girarse, se encontró cara a cara con el Cirulo, debidamente revestido para tal ocasión con boina nueva y banderita republicana con hoz y martillo al pecho. Enseguida el comunista entabló conversación:
    ––Así que usted es el recomendado del señor Colomer ––comentó, altivo, el pintoresco sujeto.
Juanote le miró un tanto despectivo y a punto estuvo de darle la espalda, sin embargo consideró que sería provechoso sonsacarle alguna información sobre el alcalde y a tal fin obsequió al comunista con una de sus sonrisas favoritas, la de mamón.
    ––Efectivamente, señor Cirulo. Me alegro de saludar al representante de la pureza roja en este pueblo.
Aquello le gustó al comunista, que desplegó aún más su tripón cuartelero cuando respondió:
     ––¡Muy bien, muchacho! ¡En este Ayuntamiento necesitamos, además de rojos de pura cepa, gente que lleve por bandera la honestidad y que no se venda!
     ––Pues eso dígamelo usted a mi –– respondió Juanote con un careto impresionante –– Mis amigos de la ciudad me llaman, a veces, tonto por ser tan honesto. Fíjese que un día me fui de una cafetería sin pagar la consumición y cuando al rato me di cuenta regresé para cubrir mi deuda.
     ––Ah, pues eso está muy bien, hijo, pues para tu honra más vale quedar por tonto que por ladrón. Aunque la gente va diciendo por ahí que es usted un viva la Virgen un tanto disipado.
     ––Hombre, señor Cirulo, si no me divierto un poco ahora que soy aún joven y soltero...
    ––Sí, eso también es verdad, muchacho ––asintió el Cirulo masticando con emoción religiosa un pupurri a base de jamón, queso, chorizo extremeño y algo más ––. La gente a menudo habla mucho y siempre para fastidiar al prójimo –– continuó muy suyo.
     ––La envidia es muy mala, señor Cirulo ––respondió Juanote, pensando que ya le tenía en el bolsillo.
     ––Diga usted que sí, muchacho y más en este pueblo beato. Aquí mucha romería a la Virgen, mucho golpe en el pecho...
Juanote consideró entonces que ya era hora de lanzar espina para sacar sardina y comentó:
     ––En fin, al menos debemos dar gracias de que tengamos un alcalde honrado.
   ––¿Quéee?–– se le atragantaron los canapés al Cirulo ––¿Tapacubos un tío honrado? ¡Calle, hombre! ¡Ese es un chorizo de mucho cuidado!
     ––¡Qué me dice!
     ––¡Le digo, muchacho, le digo!
Hubo un instante de silencio en el que Juanote miró al comunista con cara de sorprendido. Luego bajó la voz y dijo:
     ––Pero esas cosas pienso que hay que demostrarlas.
     ––¿Demostrar qué? ––respuso sin parar de comer.
    ––Que es un chorizo, hombre. Es que es muy fuerte lo que termina de decir. Tacharlo de ladrón...
Ayudándose de un botellín de cerveza, el Cirulo tragó apresuradamente y de un golpe el cuarto kilo de queso que almacenaba en sus mofletes, y luego de eructar con los ojos saltados en lágrimas, exclamó congestionado:
     ––¡Ese roba hasta con los sobacos! ¿Se entera, joven? Yo no lo puedo demostrar con papeles pero seguro que el sinvergüenza de interventor que tenemos sí podría hacerlo.
     ––¿El interventor?
    ––Sí, ese mojigato con cara de no comerse una rosca que está ahora de cháchara con el alcalde y con el secretario general del Ayuntamiento.
Juanote volvió la cabeza para observar donde señalaban los ojos saltones del seguidor de Líster y, efectivamente, allí estaba Tapacubos de parloteo con los dos altos funcionarios del Consistorio.
     ––Así que el interventor... ––murmuró Juanote, muy satisfecho.
    ––¡Claro, hombre! Tenga en cuenta que él lleva las cuentas municipales y los chanchullos con el dinero. Y no le digo nada con los pelotazos del P.G.O.U.
     ––¿El P.G.O.U.? ––se extrañó Juanote con la palabreja aquella     –– ¿Qué es eso?
El comunista rebañó de un golpe los últimos canapés que quedaban en la bandeja y los volvió a almacenar en sus mofletes. Luego, intentó explicarse articulando a duras penas:
   ––Veo que está usted muy verde para ir de número dos, compañero. El P.G.O.U. como sus iniciales indican, se refieren al Plan General de Ordenación Urbana del municipio, y ahí es donde se trafica con la pasta gansa. Ya sabe, las recalificaciones de terrenos, las constructoras, los promotores y toda esa caterva de golfos, ladrones y especuladores que merodean al amparo del lucrativo negocio del ladrillo. Ahí es donde se mueve el dinero de verdad, con los maletines y los sobornos ¿O es que aún no se ha enterado de lo de Marabella? Por eso la gestión del urbanismo siempre se la ha reservado el Tapacubos y algún secuaz de su confianza, como su hijo. Aunque ya poco o nada le queda por trincar.
    ––¿Qué quiere decir con eso? ––preguntó Juanote un tanto alarmado.
     ––Pues que el P.G.O.U. se ha colmatado, que ya no hay sitio donde construir, que se acabó el chollo.
      ––¿Entonces ya no hay pasta gansa, ni sobornos ni maletines...?
      ––Pues afortunadamente no, hijo ––respondió el Cirulo, que no sospechaba el malévolo interés de su contertulio en este asunto ––. Al menos que Tapacubos se atreva a recalificar las zonas verdes protegidas del pueblo, aunque eso es ilegal y no se lo permitirían, digo yo. Aunque tal y como está la corrupción en este país...
 
continuará