Wednesday 17 November 2021

EL CIELO NO ES COMO TE LO CUENTAN.






 

 



Capítulo VII
 

Prott pensó enseguida que debió tratarse de la última cena. Aquello era grandioso. Estaban en la Jerusalén del año uno y, según parecía, en vísperas de la crucifixión de Jesús. Un soldado romano apostado en la barra y que tenía la oreja puesta en la conversación aquella se acercó a Prott y le preguntó si eran amigos de Jesús. El irlandés respondió  que eran discípulos del maestro.
--Pues andarse con cuidado que los del Sanedrín van a por vosotros. Ya han ido en más de una ocasión a quejarse ante el gobernador, Poncio. Os acusan de revolucionarios y subversivos.
Prott miró a Juanote y luego al tabernero. Lo de revolucionarios y subversivos le sonaba bastante. Era lo mismo de siempre. Cuando los que detentan el poder ven peligrar su chollo, pues eso. Revolucionarios, subversivos, terroristas. El irlandés reaccionó al comentario del soldado romano.
--¿Subversivo dices? ¿Un hombre que predica una religión de paz y amor entre los hombres es un subversivo?
El legionario miró a Prott con hostilidad  antes de espetar .    
--Roma no ha creado un imperio universal dando besitos a sus enemigos sino con la fuerza de la espada. Las doctrinas de tu maestro no son buenas para Roma.  Tu maestro es un enemigo del imperio cuando asegura ser  rey de los judíos, socavando la autoridad del emperador y las leyes de Roma.
El irlandés miró al romano y no dijo nada. Para qué--pensó-- Aquel soldado no estaba diciendo nada nuevo que no se repitiera tozudamente en la historia de la humanidad. Las guerras, los imperios, la ambición desmedida, el afán de dominar y esclavizar al semejante... Esa sería a resultas la dramática historia de los hombres y  claro que en este contexto  la doctrina de Jesús resultaba singularmente peligrosa.
Juanote había salido fuera de la taberna y se había sentado en uno de los pequeños taburetes que había en el porche. En una mano sostenía una jarra de vino y en la otra un puñado de aceitunas aliñadas. Estaba atardeciendo y se estaba bien allí fuera, bajo el sombrajo y frente a la higuera. Por un momento toda aquella aventura le pareció un sueño. Porque aquello no podía ser otra cosa que un maldito sueño y hasta cierto punto podía tener razón porque estaban en una especie de archivo temporal de los miles de millones que existían en el cielo de cada uno de nosotros. Sin embargo, aquellos que marcaban acontecimientos humanos importantes como en este caso lo era la vida y muerte de Jesús de Nazaret,  disfrutaban de una mayor capacidad de interacción con los visitantes siempre y cuando éstos nunca trataran de cambiar o distorsionar el curso de estos mismos acontecimientos.
Prott conocía estas leyes básicas de relación y decidió por ello entrar en el Monte de los Olivos para cumplir con aquella extraña cita con Jesús lejos de observadores que pudieran referenciar en la historia de los hechos. Observó a Juanote que parecía estar en la inopia observando desperezarse el  mandango de un aburrido burro atado a una argolla de la pared de la taberna.
--¿Vienes? --le preguntó.
--¿A dónde?
--A ver a Jesús.
--No. Ve tú. Yo me quedo aquí a la fresquita. El vinillo este está de cojones.
--Bueno. Allá tú si quieres desperdiciar la ocasión de conocer al Maestro.
El irlandés penetró en Getsemaní y la oscuridad se abatió de tal manera que solo acertaba a ver las sombras de los olivos que de manera mayoritaria ocupaba el pequeño huerto.
Escuchó entonces un leve siseo que parecía provenir de detrás de uno de los árboles aquellos y se detuvo.
--¿Jesús? --preguntó con un susurro.
--Sí. Aquí, aquí.
Prott marchó hacia un robusto olivo de enorme copa.
--Aquí, aquí--volvió la débil voz.
El irlandés se acercó y advirtió entonces a un hombre que trataba de ocultarse tras el fornido tronco del olivo.
--¿Jesús?--repitió.
--Sí, soy yo. Pero agáchate no sea que nos vean-- dijo el hombre, visiblemente nervioso.
Pott lo miró y apenas se lo pudo creer. Ante sí estaba un hombre delgado y de pequeña estatura cuyas greñas apenas dejaban ver un rostro ojeroso y pálido. No era de ninguna manera el Jesucristo alto, guapo y rubio sajón representado en la imagineria de los creyentes en la Tierra. Además, parecía asustado.
--Yo soy de los tuyos --apenas afirmó Prott, intentando reponerse al desencanto de aquella imagen.
--Ya lo sé, Prott. Perdona que no haya dado la talla de la imagen que te han vendido de mi persona--dijo, advirtiendo el estado confuso del irlandés-- Pero se han dicho tantas mentiras sobre mi...
Una majestuosa luna rojiza comenzó a elevarse entre el olivar, iluminando raramente aquel extraño encuentro  de Prott con Jesús el galileo.
El irlandés titubeó antes de comenzar a hablar pero jesús tocó con su índice sus labios para que no lo hiciese.
--No dispongo de mucho tiempo, joven Prott --dijo el maestro--. De un momento a otro me van a denunciar y vendrán a detenerme los guardias del Sanedrín. Ya conoces la historia. Necesitamos urgentemente una revolución para derrocar a mi padre.
--¿Cómo?--reaccionó con estupor el irlandés-- ¿Una revolución...?
--Sí, hombre. En la Tierra estáis acostumbrados a esas cosas... Una revolución que quite de en medio a Jehová es la única forma de salvar a la humanidad.
Prott estaba consternado. ¿De qué clase de revolución hablaba Jesús?
--Pero, maestro. La gente allá abajo pasa ya de revoluciones con sus wasap, sus twitter, sus “tremending topyc”, sus puñaladas por la espalda, sus folleteos puteros, sus botellonas, sus telediarios ...
--Vale, vale ya --protestó Jesús--¿Quieres decir que la humanidad se ha tirado al vicio del becerro de oro y que todos se dedican a robar y follar mientras echan la primitiva los jueves o sábados por si les toca?
--Pues más o menos.
--¿Y por esta gentuza me he dejado crucificar?
El maestro de Nazaret estaba irritado. Su tez aceitunada enrojeció por momentos. Prott quiso suavizar la situación e intentó quitar hierro a la golfería humana.
--Bueno, no se sofoque maestro. Aún quedan buenos cristianos en el mundo.
--Cuántos, dime cuántos joven Prott.
--Hombre así de pronto --dudó el irlandés--. Pero al menos media docena contándome yo, seguro.
El nazareno se pasó la mano por la cara, arrastrando el ensangrentado sudor que emanaba de su frente. Luego miró la luna y se lamentó, totalmente hundido.
--Antes que cambie esta luna volverán a crucificarme por diezmillonésima vez en el maldito Gólgota.Ya he perdido hasta la cuenta.
--¿Por diezmillonésima vez? --se estremeció un Prott incrédulo.
--Si hijo, sí. Como te lo digo-- asintió el maestro-- Desde que tuve la desgraciada idea de salvar al hombre de sus perrunos vicios y pecados me paso la vida colgado de una cruz...
Prott seguía sin entender de lo que estaba hablando Jesús. Por eso rogó que le aclarara el maestro aquella barbaridad.
--A ti te crucificaron hace tres mil años más o menos ¿no es así? Ahora mi compañero y yo hemos regresado en el tiempo a esa época donde te van a crucificar pero eso ya pasó. Sería algo así como llamamos como un holograma del pasado.
Cuando Prott terminó de hablar, Jesús lo miró algo burlón. Después meneó la cabeza con cierto desengaño al considerar lo equivocado que estaban los humanos con el sublime y eterno acto de la redención. Después miro con ternura al joven y le palmeó cariñosamente una de sus sonrosadas mejillas.
--Ah, amigo mío. Si todo fuese como dices sería hasta cierto punto feliz. Créeme que este tiempo de Pasión es algo tan cruel y doloroso que ya no me quedan fuerzas para sobrellevarlo. Las cosas no son como tú dices. Aquí no hay hologramas ni trampa ni cartón. Hay cientos de miles de dimensiones paralelas y en cada una de ellas debo de  representar mi pasión de manera sólida, y debo morir para redimir los pecados de los hombres. Y si sirviera para algo. Pero de todas las dimensiones me llegan noticias que la maldad humana, lejos de redimirse, prospera de manera alarmante. Tú fíjate con que esperanza puedo  volver a inmolarme por los hombres de esta nueva dimensión en la que ahora nos encontramos. Hace un rato, antes que tú llegaras le pedí a mi padre como en tantas otras ocasiones que pasara de mi este nuevo cáliz, que ya no puedo más. Pero ni caso.Creo que disfruta con mi tortura. Nunca me perdonará que lo desafiara.
Ante la inmensa angustia que emanaba aquel frágil cuerpo, Prott lloró con desconsuelo. La mano del maestro cayó entonces sobre su hombro y dijo con voz dulce pero firme:
--Ya no es tiempo de lloros, amigo mío. Hay que intentar deshacer este entuerto. Se me cae el alma cuando tantos buenos cristianos condenados en la Tierra lo son también en el cielo. Este no es el cielo que les prometí. Mi padre me ha hecho quedar como un estafador. Como un ridículo charlatán loco que un día predicó la paz y el amor entre los hombres.
Al mismo tiempo que ocurría la dramática conversación entre Jesús y Prott, en la taberna, Juanote Colomer había cogido una “tajá” como un piano y hablaba y hablaba sin piedad de sus milagros y abyectas aventuras como concejal y alcalde en la Tierra, causando el aburrimiento general de los parroquianos. De pronto entró en la taberna un nutrido grupo de soldados y comenzaron a observar a la gente del establecimiento.
--Vaya. La soldadesca de Caifás --dijo Demetrio, secando unos vasos.
Juanote volvió la cara y cruzó su mirada con la del mandamás de aquella tropa, que le espetó:
--Eh, tú. ¿Has visto al nazareno?
--¿Nazareno? ¿De qué cofradía?--balbuceó, Juanote, entre babosas risas.
--¿De qué te ríes, subnormal?
Esa noche el jefe de la hueste del Sanedrín estaba de muy mala leche. Se había enterado que su esposa era lesbi y se la pegaba con una maciza cortesana del rey Herodes Antipas. De esta manera se acercó de forma amenazadora a Juanote y echando mano a la empuñadura de su espada espetó:
--Dime si has visto a Josuá de Nazaret o te rebano una oreja.
--Bueno, bueno. Tampoco es para ponerse así. Está con mi amigo en el huerto de ahí enfrente.
El soldado cogió entonces de uno de sus bolsillos una bolsa de cuero y se la entregó a Juanote.
--Toma. Tus treinta monedas de plata.
Inmediatamente, los soldados dieron media vuelta y en perfecta formación salieron del local zapateando el suelo al un dos, un dos...
El viejo gladiador miró a Juanote con asco y dijo:
--Además de borracho eres un chivato de mierda. Acabas de vender a ese tal Jesús a los esbirros del criminal Herodes.
Pero, volvamos al huerto de Getsemaní. Jesús estaba en esos momentos como ausente, con los ojos fijos en un lugar perdido del cuidado olivar. Un escalofrío estremeció de pronto su cuerpo y dijo:
--Me acaban de entregar a los guardias del Sanedrín.
Prott elevó la mirada para fijarla en la abatida figura del Maestro.
--¿Quién ha sido? ¿El hijo puta ese de Judas Iscariote?-- espetó con rabia.
--No--repuso el Maestro-- En esta ocasión ha sido tu compañero Juanote Colomer.
--¡¡¿Queeé!!?
Prott enrojeció de cólera.
--¡Lo voy a matar!
--Nooo--intentó Jesús calmarlo-- Desgraciadamente individuos como ese, malvados y sin escrúpulos son a veces necesarios para ciertas cosas. Y ahora vete. Están a punto de llegar los del Sanedrín.
Prott lo cogió entonces por los hombros y le suplicó:
--Huye, Maestro. Tu causa está perdida...
Al fondo se escuchaba aproximarse el herraje de la soldadesca.
--No puedo huir. Estoy atado para siempre a mi propia promesa. Escúchame, Prott. Para acabar con esto hay que terminar con el Estado de Israel. Hacerlo desaparecer. Es la única manera de que Jehová se quede sin energía y termine en el Panteón de los Dioses Dormidos para no despertar jamás. Solo así podré regresar a la tierra y rescatar a los Justos en este fin de los tiempos que se avecina. Adiós, amigo y ojalá tengas suerte. Ahora vete.
Prott se alejó al interior del olivar, esquivando a los guardias que se apresuraron a prender a Jesús. Los amigos y discípulos que acompañaban al maestro salieron de la oscuridad y comenzaron a proferir gritos de protesta contra la policía de Caifás.
--¡Cabrones! ¡Detener a los ricos mercaderes que nos roban y estafan, canallas!  
--¡Muerte a los enemigos del pueblo!
--¡Fuera mamporreros del imperio! [se refieren a los romanos no a los yankis]
--!Chaperos de putas y bolleras!–– gitaban.
Esto último activó la violencia del jefe de policía que mandó cargar contra los discípulos de Jesús con inusitada violencia. El irlandés saltó una pequeña valla que cerraba el olivar y se alejó del huerto camino a la taberna de Demetrio donde encontró a Juanote echado sobre una de las mesas y borracho como una cuba. Sin mediar palabra, Prott lo cogió de la pechera y le propinó un par de tremendos puñetazos que lo hizo derrumbarse al suelo.
--Sí, señor. Se los merecía el gilipollas y chivato ese.  --aplaudió el gladiador, que cogiendo una espada de debajo del mostrador se la tiró a Prott.
--Ahora acaba con esa alimaña---puso el pulgar hacia abajo.
El irlandés quedó mirando a Demetrio. Con la espada en la mano y la tentación de cumplir aquella orden acosándole, se acordó entonces de las palabras de Jesús cuando dijo que Juanote podía ser bastante útil en aquella extraña aventura que se avecinaba. Prott dejó la espada en el mostrador y pidió una jarra de vino de Galilea. Lo necesitaba.
--Y pensar que tú, Demetrio, no eres más que una copia que se repite en estos instantes en decenas de miles de dimensiones... --comentó pensativo, mirando al tabernero con incredulidad-- Sin embargo, el Maestro no tiene copias. Él no se repite. Todo esto es increíble.
--¿Qué dices, galo?. No te entiendo.
--Soy irlandés. Y no te preocupes porque tampoco me entiendo yo.
Se asomó a la puerta y vio que el asno que los tenía que sacar de aquella dimensión estaba allí, esperando.
Entonces intentó despertar a Juanote a base de cubos de agua y algunos guantazos propinados con mala leche.
--¡Despierta, cabrón! ¡Es hora de marcharnos!
Lo cogió y lo cargó como pudo sobre su hombro.
--Adiós, gladiador. Ha sido un placer conocerte.
--Adiós galo. Si vuelves por Jerusalén aquí tienes tu casa.

 José M. Boix Fernández

 

El cielo no es como te lo cuentan.

Próximamente en este blog.




Tuesday 16 November 2021

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Saturday 13 November 2021

Capítulo XIII del libro "Un legionario en la Sevilla del 23-f".

 


 

 

Capítulo XIII.- Una dote para Merceditas.




Cuando Pepe abandonó la tasca que, dicho sea de paso, apestaba a orines y vinos de mala casta, intentó respirar profundamente pero sus pulmones se quedaron a mitad y volvió la tos. Escupió y miró si el galipo llevaba sangre. Luego pensó dónde ir. No le apetecía volver a la pensión y decidió comer ese día en el Avenida, el bar de su querido barrio. Una vez en su calle, aparcó junto al estanco de doña Pepita y fue antes a echar un vistazo a su casa. Abrió la puerta y se encontró con la sorpresa de que toda la vivienda estaba patas arriba. Alguien había entrado y la había registrado de arriba a bajo y viceversa.
––¡Este cabrón de Romanones!––rugió el legionario, cogiendo el teléfono para llamar al inspector.
––¡Oiga usted...!
––Sí, ya sé ––repuso Romanones sin darle opción a hablar––. Que han entrado en tu casa para robarte. ¿No es así?
––¡Ha sido usted! ¡Usted ha entrado en mi casa ilegalmente y lo voy a denunciar!
––Haz lo que te parezca ––repuso el policía, muy tranquilo––. Pero si me sigues dando problemas te meto en prisión preventiva hasta que me lleguen las pruebas. ¿Te ha quedado claro?
El inspector Romanones colgó el teléfono y el legionario quedó mirando el destrozo que le habían hecho. Aquello era una venganza. No hacía falta romper cosas, como la lámpara de cerámica del salón o desencuadernar los cajones del aparador para hacer un registro. Sin embargo, se lo tuvo que comer todo tras la nueva amenaza del inspector de meterlo en prisión preventiva. Solo faltaba eso, pensó, ahora que había puesto en marcha su propio operativo para el golpe.
Cerró la puerta con un portazo, cruzó la calle y entró en el bar. Antonio, que no daba basto en la barra. Lo saludó.
––Siéntate fuera. Ahora te llevan el menú.
Había bastante gente en la terraza. Unos lo saludaban y otros lo miraban con recelo o le volvían la cara directamente. El legionario supuso entonces que la accidentada muerte de Shaila había corrido como la pólvora por el barrio. Aún así intentó olvidarse de todo y relajarse. ¡Se estaba tan bien allí!  Pronto llegó el chaval que atendía las mesas y se alegró de ver a Pepe porque, a veces, le daba muy buenas propinas. Le ofreció la carta del menú y le aconsejó pedir paella de marisco. El legionario accedió a la recomendación y cuando el camarero se iba, el legionario le preguntó:
––¿En estos días han venido por aquí Merceditas y su abuela?
El joven se detuvo y luego se volvió.
––Ah, pero, ¿no se ha enterado?
––¿De qué debía enterarme? ¿Le ha pasado algo a la niña?––preguntó, sobresaltado.
––A la niña no, pero sí a la abuela. Murió la semana pasada de un ataque al corazón. Creo que a  la chiquilla la van a llevar a un hospicio.
––¡¡Eso nunca mientras yo viva!!---pegó un puñetazo en la mesa, haciendo que todos se volvieran a mirarle —. ¿Dónde está ahora la niña?
El alboroto hizo que Antonio, el dueño del bar, acudiera para ver lo que ocurría.
––¿Qué pasa, Pepe? ¿Te encuentras bien?
––Sí, si. ¿Pero dónde está mi pobre niña?
––Bueno, de eso te puede informar doña Pepita.  Ya sabes que es muy beata. Creo que avisó a unas monjas que ella conoce para que se hicieran cargo de la niña unos días. Luego, lo más seguro, es que la metan en un orfanato. Vamos, digo yo.
Esa tarde doña Pepita abrió el estanco puntualmente, como era hábito en ella. Al abrir la puerta del establecimiento  se encontró con la patética figura del legionario que esperaba impaciente. Estaba muy nervioso y la mujer lo hizo pasar al interior. Pepe le habló de Merceditas, rogándole que le contara todo lo que sabía de ella. Doña Pepita lo tranquilizó.
––La niña está bien, Pepe. Hablé con las monjitas de la Cruz (Sor Ángela de la Cruz) y allí la van a tener hasta que, bueno, se vea lo que se puede hacer por ella.
––Me han dicho que la pueden llevar a un orfanato ¿Es eso cierto?
––Bueno, sí ––perdió la sonrisa doña Pepita––. Si nadie se hace cargo de la pobre niña la recogerá una institución pública hasta que cumpla dieciocho años.
––¡No! –– negó con energía el legionario–– La niña se quedará en el convento. Yo la podía adoptar pero soy muy viejo, vivo solo y tengo muchos problemas. Debe quedarse en ese santo convento y hacerse monja.
La estanquera miró al legionario un tanto perpleja y repuso a continuación:
––No es tan fácil, señor Pepe. Eso tiene unos procedimientos legales...
––Sí, ya –– no la dejó terminar ––. Se refiere a la dote. ¿No es así? Pagaré una generosa cantidad de dinero al convento por la niña. Pero, por favor, hable hoy mismo con las monjas y dígale mi oferta. Mañana la llamaré por teléfono y me informa del resultado.
––Está bien. No se preocupe y tranquilícese, hombre. Merceditas está en buenas manos.
     La noticia había quitado a Pepe el apetito y también las ganas de estar allí. Decidió entonces regresar a la Alameda. Antes de abandonar el lugar miró a la gente que quedaba en el Avenida por si estaba Benito con la mujer, que a veces solían ir a comer, aunque ya era muy tarde.
Cogió su viejo Renault 4 y lo puso en marcha. Luego observó las ventanas de su casa y sintió respirar tras ellas la tragedia. Un cúmulo de sentimientos se agolparon en el cansado corazón del viejo soldado y una emoción desbordada de raíces muy profundas rompió en su garganta.
A esas horas, el azul del cielo de Sevilla reflejaba la tristeza de una tarde de invierno. Solo en su Aljarafe, donde habitaba el monumento al Sagrado Corazón levantado por Segura, negruzcas bandas de espesos nimbos marchaban con destino incierto. Pepe atravesó Chapina con un llanto desconsolado. En esos instantes afloraron de golpe todas las emociones contenidas a lo largo de su truculenta y penosa existencia. El nombre de Lucía se repetía, una y otra vez, en sus temblorosos labios como si se tratara de un mágico y extraño mantra que actuaba como bálsamo a su dolor.
––Yo te salvaré, niña mía. Yo cuidaré de ti ––temblequeó su voz mientras asía con férrea decisión el volante del vehículo.
La tarde alargaba las afiladas sombras de las columnas de Hércules cuando la figura del legionario las franqueó camino de la pensión. En el pequeño salón encontró a Rosa con un par de jóvenes aprendizas del oficio más antiguo del mundo. Jugaban a las cartas alrededor de una mesa camilla.
––Hombre, legionario. Siéntate con nosotras a jugar un rato. Tengo la copa puesta y las piernas abiertas ––dijo la Rosa entre risas.
Pepe se detuvo unos momentos para mirar aquel par de niñas que acompañaban a la vieja meretriz. Sus rostros estaban horriblemente pintarrajeados. Por un momento creyó ver en una de ellas la inocente imagen de Lucía, que le miraba con perversa provocación y no pudo contenerse:
––¡No! Maldita zorra. Estas niñas debieran estar estudiando... 

 

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