Los dirigentes europeos parecen empeñados en que no pase
un día sin que las personas corrientes tengamos que sentir algo más que
vergüenza de lo que hacen en materia económica (por no hablar de otras
decisiones en temas incluso de mayor calado humano como el de los
refugiados).
Se siente vergüenza cuando se empecinan en aplicar
políticas que son un manifiesto fracaso pero se siente algo peor cuando
se comprueba que no lo hacen por error sino como una farsa gigantesca
para poder darles todavía más a los que ya lo tienen casi todo.
Se dijo por activa y pasiva que los recortes sociales y
las ayudas multimillonarias a la banca eran la condición necesaria para
recobrar la actividad y el empleo, para reducir la deuda y para asegurar
definitivamente el sistema financiero. Pero lo cierto es que desde que
empezaron a aplicarse en la Unión Europea al estallar la crisis hay unos
siete millones menos de empleos a tiempo completo, seis millones más de
parados, otros casi seis millones más de empleos no voluntarios a
tiempo parcial (en la UE28), cinco millones más de personas en riesgo de
pobreza y 35 puntos más sobre el PIB de deuda pública (en la Eurozona).
Y los bancos se siguen encontrando en insolvencia y muchos de ellos a
punto de estallar de nuevo en cualquier momento. Pero eso no es solo un
fracaso o un error sino un engaño porque eran multitud los economistas
que habían advertido que esto era justamente lo que iba a ocurrir cuando
las autoridades decían a los ciudadanos que sus políticas frente a la
crisis eran seguras, las adecuadas y plenamente infalibles.
Se siente algo mucho peor que vergüenza cuando se tiene
noticia de propuestas como la que acaba de lanzar la comisaria europea
de Mercado Interior, Elzbieta Bienkowska, como siempre de modo sibilino y
completamente al margen de las instituciones representativas y del
debate democrático.
Según ha dejado caer la comisaria, la Comisión Europea
pretende promover un amplio programa de gasto militar que quedaría
exento a la hora de calcular el déficit público que, como se sabe, no
debe superar el 3% del PIB de cada economía.
Como he explicado en el libro que acabo de publicar (Economía para no dejarse engañar por los economistas. Ediciones Deusto), este criterio del tres por cien
no tiene base científica ninguna. No hay nada, absolutamente nada que
lo justifique. Se podría haber puesto el 1, el 5 o el 30 por ciento con
el mismo fundamento económico, es decir, con ninguno. El criterio del 3%
del PIB como límite del déficit público se lo inventó un funcionario
francés, Guy Abeille, cuando su jefe le pidió alguna norma para que el
recién elegido presidente Mitterrand pudiera frenar las demandas de más
presupuesto que le hacían sus ministros. En unos minutos tuvo que
inventarse algo siendo plenamente consciente de que no había ningún
economista ni teoría económica alguna que proporcionaran algo así. Pero
como tenía que ofrecer rápidamente una solución a sus superiores se
decidió por el 3%.
Tal y como reconoció el propio Abeille años después, el 1%
o el 2% le parecía demasiado poco mientras que “el tres es una figura
sólida que tiene detrás de él precedentes ilustres [...], un amplio eco
en la memoria común: las tres Gracias, la Trinidad, los tres días de la
Resurrección, los tres órdenes de la alquimia, la triada hegeliana, las
tres edades de Augusto Compte, los tres colores fundamentales, el
acuerdo perfecto..., la lista es infinita…”.
Aunque pueda parecer mentira, esa y no otra es la teoría o
la ciencia económica que hay detrás del criterio del 3% del PIB que se
impone como límite del déficit público a las naciones europeas. Ninguna.
Un engaño que hasta el que fue presidente del Instituto Monetario
Europeo, Alexandre Lamfalussy, reconoció sin tapujos: “Los gobernadores
son gente demasiado honesta y que saben que los criterios son
arbitrarios. Yo jamás habría aceptado cifras de este género”.
El criterio del 3% es una arbitrariedad, una farsa, pero,
además, algo completamente inútil para lo que aseguraban que iba a
servir, es decir, para reducir la deuda: cuando comenzó a utilizarse
como criterio de cumplimiento obligatorio para todos los países la deuda
era aproximadamente de un 55% del PIB, como media de los países
europeos, y ahora, como he señalado, supera el 90%.
La prueba de que se trata de una cifra completamente
arbitraria, que no se establece así porque sea mejor o peor para la
economía o para reducir la deuda, sino como recurso de los dirigentes
europeos para disciplinar y someter a los gobiernos y para anular su
capacidad de maniobra, es que se puede incluir o dejar de incluir dentro
de ese porcentaje lo que le venga en gana a quien lo impone. Si de
verdad fuese imprescindible que el déficit público no sobrepase el 3%
del PIB daría igual que fuese a causa del gasto militar o del gasto en
educación porque no hay ninguna razón que pueda justificar que el gasto
militar sea inocuo desde el punto de vista de la deuda que genere y
cualquier otro no. Y si no hay ningún problema para dejar fuera del
cómputo del déficit el gasto militar, con el exclusivo propósito de que
los grandes grupos industriales hagan negocio con el dinero de la gente
¿por qué no se deja fuera el gasto social, que es imprescindible para
evitar que millones de personas vivan en la indigencia, pierdan su
vivienda, carezcan de recursos y formación o incluso mueran por falta de
atención? ¿dónde está escrito que la economía no se resienta si (al
margen de ese 3%) se incrementa el gasto militar y que, por el
contrario, sí sufra si aumenta el gasto social que se necesita para que
la inmensa mayoría de la población sobreviva y disponga de bienes y
servicios esenciales para su sustento diario? ¿qué argumento económico
justifica que se pueda “perdonar” el déficit que genere el gasto militar
y no el gasto necesario para salvar vidas humanas o el empleo y los
ingresos de millones de personas y empresas?
No se cansen: no hay respuesta para esas preguntas. O, al
menos, no hay respuesta económica, científica o razonable. Se permite el
gasto militar y no cualquier gasto social o humanitario, o incluso de
apoyo a la vida empresarial que crea riqueza efectiva, porque el
criterio del 3% solo busca amedrentar a los gobiernos y a la ciudadanía
para conseguir lo que efectivamente se viene logrando con él: que los
más ricos y poderosos lo sean cada vez más.
Decía hace unos días el presidente del Banco Central
Europeo, Mario Draghi, que la integración europea se había debilitado en
los últimos tiempos por los populismos. Una opinión que demuestra que
las autoridades europeas han perdido completamente el norte y que no
entienden el sentido de las cosas que están pasando y de las que se
encuentran ya a la vuelta de la esquina en Europa. Eso que llaman los
populismos no es lo que debilita la integración europea sino la
consecuencia de haber querido integrar a Europa a base de mentiras y de
políticas que constantemente han dado como resultado lo contrario de lo
que se decía que traerían consigo.
Cuando se ha hecho sufrir a millones de personas y cuando
han muerto miles a causa de los recortes, cuando se han deteriorado los
servicios públicos y no se han atendido las necesidades básicas de la
población porque, según se decía, había que cumplir a rajatabla la norma
del déficit, y de pronto se dice que no hay límite para comprar
armamento, carros de combate o minas, ¿tienen también culpa los
populismos del asco o de los negros fantasmas que comienzan de nuevo a
recorrer Europa?
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Juan Torres López. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. (Públicado por diario Público)