Capítulo IX
Por lo demás, el resultado del plan urdido por Juanote contra el interventor para aquel mismo sábado, ni se puede relatar por lo execrable y abominable de la orgía resultante. Con decir que en la ignominiosa bacanal intervino hasta un fenómeno de caniche con atributos blasfemos por lo impensables, pues ya es bastante contar. Esa noche, babeante y totalmente enloquecido, el funcionario dio rienda suelta a sus aberrantes y enfermizas fantasías hasta el punto de asquear, incluso, al propio Juanote, que, por lo demás y a pesar de su juventud, lo había visto casi todo en estos menesteres y aún más.
Por su parte Papelinas tomó un exhaustivo y fiel reportaje fotográfico de todo, y que más tarde Juanote se preocupó en repasar minuciosamente al abrigo de su habitación, sacando copias de toda aquella pestilencia en su impresora. Al final, se felicitó de un reportaje cuya inmundicia y perversión abochornaría al más depravado en estos repugnantes menesteres.
El interventor estuvo diez días de baja, y cuando acudió al Ayuntamiento se dio de bruces con Juanote, que le esperaba con impaciencia. El rostro del funcionario estaba lívido, y sus ojeras asemejaban un cómico antifaz de carnaval de tercera. A duras penas, y midiendo sus pasos, invitó a Juanote a pasar a su despacho con semblante preocupado.
––Creo que la otra noche me pasé ––intentó disculparse mientras hacía dolorosos malabarismos para sentarse.
––¡Qué va, hombre! ¡Estuviste genial! ––le animó Juanote con sonrisa demoníaca.
––Pues yo apenas recuerdo nada. No sé que bebí... ––se expresó el hombre con voz apagada.
Juanote sacó entonces de un sobre media docena de fotos y se las tiró en la mesa.
––Esto te refrescará la memoria, señor interventor ––le dijo, profundizando su maligna mirada.
Totalmente espantado, el funcionario ojeó las fotografías en las que apenas llegaba a reconocerse en toda la barbarie que mostraban. Enseguida pensó que aquello podía suponer la destrucción de su familia e, incluso, de su carrera. Con un miedo atroz y pensando en lo estúpido que había sido, levantó sus ojos para mirar el semblante cetrino y cruel del perverso concejal.
––¿Qué pretende usted con esto, Juanote? ––preguntó después, temblándole la voz.
El concejal cogió entonces una de las fotos y exclamó burlón:
––¡Menuda tranca la de este joputa de caniche, ¿eh, interventor? Seguro que te han engordado las almorranas.
––¿Por qué me ha hecho estas fotos? ¿Qué pretende usted de mi? ––insistió Casimiro con los ojos a punto de estallarles en lágrimas.
––Quiero que me hagas un pequeño favor.
––¿Qué favor?
––Quiero cargarme al alcalde ––repuso, Juanote, con pasmosa tranquilidad.
El interventor se arrugó aún más en su sillón mientras tornaba a mirar las infames fotografías. Sin levantar la cabeza preguntó después:
––¿Y si me niego?
Juanote soltó una carcajada que pareció surgida del averno y a continuación respondió al funcionario:
––¡Qué pregunta más tonta, interventor! ¿Acaso no ves películas de chantaje? Si te niegas llevaré todo esto a los periódicos hoy mismo.
––Y si consiento en ayudarle, ¿destruirá las fotos?
––Las destruiré cuando yo lo considere oportuno.
El interventor resopló angustiado y sin apartar sus ojos de la imagen de aquel demoníaco caniche apegado devotamente a su culo. Tuvo claro entonces que Juanote le tenía atrapado de por vida.
––¿Qué tengo que hacer? ––claudicó, al fin, el ensombrecido funcionario.
––Pero no pongas ese careto de drama, hombre, que no es para tanto ––le animó Juanote con palmaditas en la espalda ––. Somos amigos y éste será nuestro gran secreto. Sé de buena tinta que Tapacubos es un chorizo, y que ha metido varias veces la pezuña en el cajón del dinero municipal. Sólo quiero que encuentres papeles que lo demuestre.
––Pero eso es muy difícil, señor Juanote. En la mayoría de los casos, esas sustracciones están camufladas como pagos sin consignación presupuestaria, o como apuntes contables pendientes de aplicación.
––¿Qué quieres decir con eso? ¡A mi háblame en cristiano, gilipollas! ––se enfureció Juanote al no entender.
––Que son dineros que se abonan al margen del Presupuesto General del Ayuntamiento, y que por tanto no tienen partida de referencia. Algunos carecen, incluso, de soporte documental, vamos que no tienen, siquiera, factura, para que lo entienda. Eso considerando que no sean comisiones ilegales. Las comisiones ilegales son casi imposible de controlarlas.
––¿Comisiones ilegales de quién?
––De las constructoras, de los promotores, pagos de favor...
––¡Desde luego menuda pandilla de sinvergüenzas y macarrones estáis hecho todos en este Ayuntamiento! ¡Menudos chanchullos os traéis con el dinero de los ciudadanos! ––se encolerizó aún más el concejal, pensando que todos estaban llevándose la pasta menos él ––¡Eres..., un interventor de mierda...! ––cateó varias veces la cabeza del infeliz.
––Espere, espere. No me pegue más que ya creo tener la solución a lo que busca.
––¡Fenómeno, Casimiro! ¿Ves? Los cates te han aclarado las ideas. Explícame ahora las cosas bien explicaditas.
––Creo recordar ––continuó el interventor ––, que el chalet que se construyó el alcalde hace unos años en la playa de la Alcahueta se pagó con dinero del Ayuntamiento.
––¿Y eso es legal?
––Por supuesto que no.
––De cuánto dinero hablaríamos –– se frotó, Juanote, las manos.
––Pues si no mal recuerdo, de casi cien mil euros ––concluyó el funcionario.
En eso alguien llamó a la puerta del despacho, e instintivamente el interventor guardó las fotografías en un cajón del escritorio.
––¿Me las puedo quedar?
––Por supuesto, Casimiro. Yo tengo todas las que quiera.
Volvieron a llamar y antes de abandonar, Juanote, el despacho, conminó al interventor a que buscara las facturas aquellas bajo amenaza:
––Mañana las quiero a primera hora, Casimiro. Y no me falles porque eres hombre muerto.
––Las tendrá, las tendrá.
De nuevo, al salir del Ayuntamiento volvió a encontrarse con Tapacubos que entraba, y miró con descaro su reloj, afeándole a la hora que llegaba:
––Un alcalde debe ser el primero en incorporarse a trabajar para dar ejemplo ––se recochineó, con repugnante sonrisita.
––Y un concejal debe asistir a las reuniones cuando le convoca su grupo. El viernes no viniste ––contraatacó el alcalde con mala uva.
––¡Ahí va! ¡Se me pasó! ¿Entonces ya os habéis repartido los cargos, no? ¿A mi que me ha tocado, alcalde?
––Pues la concejalía de festejos.
––¿Festejos? Pero si en este pueblo no hay más fiestas que la Cabalgata de los Reyes Magos y una mísera feria al año.
––Bueno, pues para un novato como tú es más que suficiente.
––Claro, y el que reparte se lleva la mejor parte, tú te habrás quedado con urbanismo, ¿no?
––¡Y dále con el urbanismo! –– se cabreó Tapacubos ––Yo soy el alcalde, Juanote, y doy y quito concejalías. Si no quieres la que te ofrezco, se la paso a otro y te quedas sin dedicación exclusiva y sin sueldo.
––Hombre, tampoco es para ponerse así. –– sonrió Juanote con los dientes encajados. En esos instantes pensó que si la trama con el interventor funcionaba, lo más probable fuera que tuviera que llevarle al cateto aquel bocadillos a la trena.
Esa noche, el pérfido concejal preguntó a su madre por el domicilio de la pitonisa Palmira. A lo largo de ese día había barruntado otra innoble estrategia de las suyas para despojar también de su concejalía a Cirulo, vengándose así y de la peor manera, de la afrenta en el chiringuito.
––Pues si te digo la verdad, no sé exactamente donde vive, hijo. Si quieres te puedo facilitar su teléfono.
––Bien, creo que eso será suficiente ––repuso Juanote, tomando nota del número.
––¿Le vas a preguntar algo sobre tu futuro?
El concejal dio media vuelta y no respondió porque en esos momentos llamó su atención una noticia que estaba dando el telediario de la noche:
...“Como ya saben, el señor Marqués de los Nabos de Flandes ha aparecido esta mañana colgado de un olivo en su misma finca. Según las últimas informaciones, un trabajador de esta misma Hacienda, que parecía ser el máximo sospechoso de este crimen, ha sido descartado porque se ha confirmado que la noche de autos estuvo ingresado en el hospital aquejado de una repentina diarrea... Las pesquisas policiales apuntan ahora a la familia del propio marqués en lo que ya parece una nueva versión en 3D del oscuro y misterioso crimen de los marqueses de Urquijo y bla, bla, bla...”
––¡Joder, joder!... ¡Qué bien se lo ha montado el palurdo ese!
––¿Decías algo, hijo?
––No, nada importante.
Se retiró a su habitación.
––Pues si te digo la verdad, no sé exactamente donde vive, hijo. Si quieres te puedo facilitar su teléfono.
––Bien, creo que eso será suficiente ––repuso Juanote, tomando nota del número.
––¿Le vas a preguntar algo sobre tu futuro?
El concejal dio media vuelta y no respondió porque en esos momentos llamó su atención una noticia que estaba dando el telediario de la noche:
...“Como ya saben, el señor Marqués de los Nabos de Flandes ha aparecido esta mañana colgado de un olivo en su misma finca. Según las últimas informaciones, un trabajador de esta misma Hacienda, que parecía ser el máximo sospechoso de este crimen, ha sido descartado porque se ha confirmado que la noche de autos estuvo ingresado en el hospital aquejado de una repentina diarrea... Las pesquisas policiales apuntan ahora a la familia del propio marqués en lo que ya parece una nueva versión en 3D del oscuro y misterioso crimen de los marqueses de Urquijo y bla, bla, bla...”
––¡Joder, joder!... ¡Qué bien se lo ha montado el palurdo ese!
––¿Decías algo, hijo?
––No, nada importante.
Se retiró a su habitación.
Capítulo X
En cierto modo, Juanote parecía haber cambiado en aquellos últimos meses, centrándose totalmente en su nuevo trabajo, aunque dicho trabajo se resumiera en un infame cúmulo de perversas y execrables maquinaciones que nada tenían que ver con eso de servir al pueblo como representante electo de los intereses ciudadanos. Aún así, su habitual y perruna actitud ante cualquier tipo de obligación o responsabilidad en la vida se había matizado bastante. Ahora era consciente que tenía deberes y obligaciones que cumplir, aunque éstos no fueran otros que agudizar el ingenio para allanar el camino hacia un éxito que le hiciera ganar pasta a punta pala y con el menor esfuerzo posible. De esta manera y por primera vez en su vida, volcó su atención en programar minuciosamente la eliminación de todos los posibles obstáculos que pudieran hacerle fracasar en su determinación de hacerse rico lo más rápidamente posible. A tal fin, algunas noches y amparado en la soledad de su habitación, preparaba el tablero de ajedrez, disponía las piezas blancas y negras y comenzaba una particular y siniestra partida que nada tenía que ver con tal honorable juego pues, el fulano en cuestión, no respetaba ninguna clase de reglas a la hora de abatir piezas y, menos aún, algún atisbo de nobleza con el contrincante a destruir. Porque Juanote era de esos que disfrutan con la derrota total, cuanto más sangre mejor, cuanto mayor estrago mayor victoria, a igual que algunos magnicidas del mundo, reconocidos por la historia como grandes prohombres de la humanidad.
Cuando terminaba su singular partida le entraba un subidón paranoico que para qué contar, y es cuando comenzaba a creerse que era un fenómeno para la política, un imparable crak, el rey del mambo de lo visto y no visto. Y, efectivamente, los hechos parecían darle la razón porque para el poco tiempo que llevaba en tan denostado oficio, comenzaba a despuntar en él una excepcional habilidad para toda clase de artes deleznables como la traición, la puñalada trapera y demás ignominias, que como todo el mundo sabe, promueven en la política ascensiones meteóricas. En poco meses, Juanote había pasado de bisoño y desconocido concejal del tres al cuarto a ser un peligroso predador que ya le tenía programado a su alcalde y mentor un irreversible y mortal jaque y mate.
Esa noche, terminada su infame partida y en esta ocasión para cargarse al Cirulo, se hizo una manola para festejar su triunfo, y luego decidió acostarse pero no sin antes y como siempre hacía, abatir con la minuciosidad de un ritual, todos los pequeños objetos de la habitación que permanecían de pie sobre el escritorio, mesilla de noche, cómoda e, incluso, el par de sillas que también tumbaba al suelo con estudiado movimiento. De esta manera, el pequeño jarrón azul, el cubilete de lápices, el cañón decimonónico, el despertador, el portarretratos, una pequeña estatuilla de Manolo el del Bombo, la bandera española y mil pequeños cachivaches más quedaban arriados y esparcidos por la habitación como arrasados por un terremoto. ¿Qué por qué esta neura, se preguntarán? Pues porque Juanote consideraba que cuando él dormía, todos los objetos que le rodeaban y que formaban parte de su más íntimo y cotidiano entorno debían hacer lo mismo. "¡Ea, joputas. Cuando el jefe duerme, todos duermen!" exclamaba después del ritual y dejar preparada la potente grabadora que siempre llevaba encima.
Al día siguiente, le dio por salir bien temprano de su casa con la idea de desayunar en la cafetería que había en la plaza del Ayuntamiento. Allí encontró algunos funcionarios rezagados, de esos que llegan tarde a todo menos a cobrar. El concejal miró de forma ostensible su reloj, y comentó en voz alta para que todos le escucharan:
––¡Vaya! ¡Debe de ir adelantado por lo menos media hora! ––sonrió luego a los presentes, mostrando con inquina su desafiante y afilada dentadura.
La mala leche del sarcasmo hizo que los funcionarios se tragaran prácticamente el desayuno y desaparecieran del local como por arte de magia. Juanote ya se terminaba su tostada de jamón con tomate y aceite de oliva cuando vio aparecer al cursi y estirado Secretario General del Ayuntamiento, que enseguida le saludó:
––¡Buenos días, señor Colomer!
––¡Hombre, Señor Secretario Generaaal! ––reverenció, Juanote, con manifiesto cachondeo ––¿Qué le trae por aquí a estas horas?
––Pues que vengo a tomarme un poleito porque tengo el estómago algo pachuchillo, mire usted ––respondió muy tontorrón el alto funcionario.
––Hace bien, señor Secretario. Hay que cuidarse porque la vejez no perdona.
––Bueno, sólo tengo cuarenta años –– protestó, tímidamente, el secretario, intentando disimular con la mano una espléndida tonsura clerical.
––Claro, lo que yo le decía, un viejo chocho ya.
––Bueno, yo sólo seré un poquito mayor que usted ––insistió el secretario con la moral bajándole como un ascensor en caída libre.
––¿Acaso se va a comparar conmigo? ¡Míre la melena que tengo! Yo soy un chiquillo, hombre! ––lo dejó allí plantado con su poleito.
En cierto modo, Juanote parecía haber cambiado en aquellos últimos meses, centrándose totalmente en su nuevo trabajo, aunque dicho trabajo se resumiera en un infame cúmulo de perversas y execrables maquinaciones que nada tenían que ver con eso de servir al pueblo como representante electo de los intereses ciudadanos. Aún así, su habitual y perruna actitud ante cualquier tipo de obligación o responsabilidad en la vida se había matizado bastante. Ahora era consciente que tenía deberes y obligaciones que cumplir, aunque éstos no fueran otros que agudizar el ingenio para allanar el camino hacia un éxito que le hiciera ganar pasta a punta pala y con el menor esfuerzo posible. De esta manera y por primera vez en su vida, volcó su atención en programar minuciosamente la eliminación de todos los posibles obstáculos que pudieran hacerle fracasar en su determinación de hacerse rico lo más rápidamente posible. A tal fin, algunas noches y amparado en la soledad de su habitación, preparaba el tablero de ajedrez, disponía las piezas blancas y negras y comenzaba una particular y siniestra partida que nada tenía que ver con tal honorable juego pues, el fulano en cuestión, no respetaba ninguna clase de reglas a la hora de abatir piezas y, menos aún, algún atisbo de nobleza con el contrincante a destruir. Porque Juanote era de esos que disfrutan con la derrota total, cuanto más sangre mejor, cuanto mayor estrago mayor victoria, a igual que algunos magnicidas del mundo, reconocidos por la historia como grandes prohombres de la humanidad.
Cuando terminaba su singular partida le entraba un subidón paranoico que para qué contar, y es cuando comenzaba a creerse que era un fenómeno para la política, un imparable crak, el rey del mambo de lo visto y no visto. Y, efectivamente, los hechos parecían darle la razón porque para el poco tiempo que llevaba en tan denostado oficio, comenzaba a despuntar en él una excepcional habilidad para toda clase de artes deleznables como la traición, la puñalada trapera y demás ignominias, que como todo el mundo sabe, promueven en la política ascensiones meteóricas. En poco meses, Juanote había pasado de bisoño y desconocido concejal del tres al cuarto a ser un peligroso predador que ya le tenía programado a su alcalde y mentor un irreversible y mortal jaque y mate.
Esa noche, terminada su infame partida y en esta ocasión para cargarse al Cirulo, se hizo una manola para festejar su triunfo, y luego decidió acostarse pero no sin antes y como siempre hacía, abatir con la minuciosidad de un ritual, todos los pequeños objetos de la habitación que permanecían de pie sobre el escritorio, mesilla de noche, cómoda e, incluso, el par de sillas que también tumbaba al suelo con estudiado movimiento. De esta manera, el pequeño jarrón azul, el cubilete de lápices, el cañón decimonónico, el despertador, el portarretratos, una pequeña estatuilla de Manolo el del Bombo, la bandera española y mil pequeños cachivaches más quedaban arriados y esparcidos por la habitación como arrasados por un terremoto. ¿Qué por qué esta neura, se preguntarán? Pues porque Juanote consideraba que cuando él dormía, todos los objetos que le rodeaban y que formaban parte de su más íntimo y cotidiano entorno debían hacer lo mismo. "¡Ea, joputas. Cuando el jefe duerme, todos duermen!" exclamaba después del ritual y dejar preparada la potente grabadora que siempre llevaba encima.
Al día siguiente, le dio por salir bien temprano de su casa con la idea de desayunar en la cafetería que había en la plaza del Ayuntamiento. Allí encontró algunos funcionarios rezagados, de esos que llegan tarde a todo menos a cobrar. El concejal miró de forma ostensible su reloj, y comentó en voz alta para que todos le escucharan:
––¡Vaya! ¡Debe de ir adelantado por lo menos media hora! ––sonrió luego a los presentes, mostrando con inquina su desafiante y afilada dentadura.
La mala leche del sarcasmo hizo que los funcionarios se tragaran prácticamente el desayuno y desaparecieran del local como por arte de magia. Juanote ya se terminaba su tostada de jamón con tomate y aceite de oliva cuando vio aparecer al cursi y estirado Secretario General del Ayuntamiento, que enseguida le saludó:
––¡Buenos días, señor Colomer!
––¡Hombre, Señor Secretario Generaaal! ––reverenció, Juanote, con manifiesto cachondeo ––¿Qué le trae por aquí a estas horas?
––Pues que vengo a tomarme un poleito porque tengo el estómago algo pachuchillo, mire usted ––respondió muy tontorrón el alto funcionario.
––Hace bien, señor Secretario. Hay que cuidarse porque la vejez no perdona.
––Bueno, sólo tengo cuarenta años –– protestó, tímidamente, el secretario, intentando disimular con la mano una espléndida tonsura clerical.
––Claro, lo que yo le decía, un viejo chocho ya.
––Bueno, yo sólo seré un poquito mayor que usted ––insistió el secretario con la moral bajándole como un ascensor en caída libre.
––¿Acaso se va a comparar conmigo? ¡Míre la melena que tengo! Yo soy un chiquillo, hombre! ––lo dejó allí plantado con su poleito.
Capítulo XI
Juanote subió las escaleras del Ayuntamiento a grandes zancadas camino de la intervención municipal y de paso preguntó a una auxiliar administrativa por el interventor:
––Está en su despacho, aunque parece que continúa enfermo porque tiene muy mal color de cara.
––Eso será que no le salen las cuentas.
Entre siniestras risitas, en un santiamén se encontró frente a la puerta del despacho del interfecto. Su lacio flequillo le enmarañaba la frente cuando asomó su cabeza de pajarraco.
––¡Te pillé, interventor!
––¡¡Aahhh! ––se aterrorizó el funcionario al verle.
––¡Tranquilízate, hombre! –– invadió el despacho –– ¿Tienes lo que te pedí?
Con manos temblorosas, Casimiro rescató con premura una carpeta marrón de un cajón que tenía bajo llave y se la dio a Juanote.
––En el interior hay algunos comprobantes de pago efectuados a la constructora que levantó el chalet del alcalde. No hay facturas propiamente dichas porque los pagos se hicieron con cargo a la caja B del Ayuntamiento –– le explicó.
Juanote echó un vistazo a los papeles y comentó:
––Avispadillo, el hombre. Se hace una casa para las vacaciones y encima con dinero negro del Ayuntamiento. Esto puede tener cárcel, ¿no?
––Si lo coge un juez, juez...
––¿Qué pretendes decir con eso de juez, juez? ––se alarmó el concejal.
––Hombre, si lo coge un juez que no esté comprado por el P.O.T.E...
––¿Es que en este asqueroso país no existe ya honestidad ni en los jueces? –– se enfureció ––. Está bien, ¿y ahora qué hacemos con estas facturas o lo que sean?
––Pues eso. Habrá que llevarlas a la fiscalía anticorrupción.
––¿Y a qué esperas?
––¿Yo las tengo que llevar? ––tragó Casimiro saliva.
––¡Pues claro, imbécil! ¡No pretenderás que las lleve yo, que soy del mismo partido que Tapacubos! También tienes que hacer una denuncia pública a los medios sobre este gravísimo acto de corrupción. Fotocopia esos papeles y los envías con un escrito de tu puño y letra a la prensa que controla el J.O.S.E.. Ah, y no te olvides en ningún momento que yo no se nada sobre este podrido asunto.
El interventor se espantó ante todo aquello e intentó evitar lo que se le venía encima:
––Pero, pero... El P.O.T.E. me va a machacar, me va a despedir y no me darán trabajo en ningún sitio.
––¡No digas chorradas, hombre! Nadie te va a despedir porque el figura éste que tienes delante va a ser el nuevo alcalde de Pozopodrido, y menudos chanchullos nos quedan por hacer juntos, Casimiro de mi alma. Venga, ahora mueve el culo que esta misma mañana quiero resuelto el tema.
––Lo siento pero hoy no voy a poder porque...
Juanote se echó enseguida mano al bolsillo y sacó la foto ampliada del caniche para luego ser de lo más expeditivo:
––Si quieres la cuelgo ahora mismo en el tablón de anuncios.
––¡No, por Dios, señor Juanote!
––¡Pues venga, arreando!
El escándalo corrió como la pólvora en la prensa local del día siguiente, y fue noticia de portada en la mayoría de los periódicos de la provincia con grandes titulares que rezaban: “Tapacubos, el alcalde corrupto”, junto a una fotografía del presunto culpable que ya apestaba a carne de presidio.
Regocijándose estaba, Juanote, esa mañana mientras desayunaba en la cafetería de la urbanización, cuando vio aparecer por la puerta a Tapacubos, resoplando como un miura.
––¡¡Joputa!! ¡¡Mal nacido!! –– se acercó a Juanote, estrujando entre sus manos un puñado de periódicos y bramando como una bestia moribunda ––Pero, ¿has visto lo del interventor este mierda?
––Sí que es un cabronazo el tío ese, sí. Anda, siéntate y te tranquilizas un poco con una tila que te va a dar algo ––le invitó Juanote a la mesa, con cara de circunstancias.
––¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a matar!... ––continuó Tapacubos, berreando ––¡A ese hay que echarlo a patadas del Ayuntamiento! ¿Me oyes, Juanote? ¡Está comprado por los joputas del J.O.S.E.!
El rostro del alcalde estaba de un rojo violáceo que daba miedo. Totalmente embotado por la ira miraba fijamente a Juanote con la desesperación de un condenado a muerte. Éste, encima se regodeó de su tragedia y comentó con toda la impudencia de que era capaz:
––Pero lo que denuncia el interventor debe ser a todas luces mentira. Tú eres un hombre honrado y honesto, ¿no es así?
––¡Me cague en la sombra negra, Juanote!
––¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso es verdad lo que escriben los periódicos?
––¡¡Ay, que me cagueeee...!!
Tres días más tarde, Tapacubos entraba en prisión preventiva acusado de malversación de fondos públicos o por chorizo, que para el caso es lo mismo aunque lo primero suene mejor. El pueblo sin regidor estaba totalmente alborotado y los concejales del P.O.T.E. se escondieron varios días en sus casas por si acaso a la justicia le daba por investigar más allá de lo debido. Con el Ayuntamiento en total desgobierno, algunos vecinos, los más folloneros, comenzaron a recorrer las calles manifestándose con las consabidas pancartas y consignas al uso:
Juanote subió las escaleras del Ayuntamiento a grandes zancadas camino de la intervención municipal y de paso preguntó a una auxiliar administrativa por el interventor:
––Está en su despacho, aunque parece que continúa enfermo porque tiene muy mal color de cara.
––Eso será que no le salen las cuentas.
Entre siniestras risitas, en un santiamén se encontró frente a la puerta del despacho del interfecto. Su lacio flequillo le enmarañaba la frente cuando asomó su cabeza de pajarraco.
––¡Te pillé, interventor!
––¡¡Aahhh! ––se aterrorizó el funcionario al verle.
––¡Tranquilízate, hombre! –– invadió el despacho –– ¿Tienes lo que te pedí?
Con manos temblorosas, Casimiro rescató con premura una carpeta marrón de un cajón que tenía bajo llave y se la dio a Juanote.
––En el interior hay algunos comprobantes de pago efectuados a la constructora que levantó el chalet del alcalde. No hay facturas propiamente dichas porque los pagos se hicieron con cargo a la caja B del Ayuntamiento –– le explicó.
Juanote echó un vistazo a los papeles y comentó:
––Avispadillo, el hombre. Se hace una casa para las vacaciones y encima con dinero negro del Ayuntamiento. Esto puede tener cárcel, ¿no?
––Si lo coge un juez, juez...
––¿Qué pretendes decir con eso de juez, juez? ––se alarmó el concejal.
––Hombre, si lo coge un juez que no esté comprado por el P.O.T.E...
––¿Es que en este asqueroso país no existe ya honestidad ni en los jueces? –– se enfureció ––. Está bien, ¿y ahora qué hacemos con estas facturas o lo que sean?
––Pues eso. Habrá que llevarlas a la fiscalía anticorrupción.
––¿Y a qué esperas?
––¿Yo las tengo que llevar? ––tragó Casimiro saliva.
––¡Pues claro, imbécil! ¡No pretenderás que las lleve yo, que soy del mismo partido que Tapacubos! También tienes que hacer una denuncia pública a los medios sobre este gravísimo acto de corrupción. Fotocopia esos papeles y los envías con un escrito de tu puño y letra a la prensa que controla el J.O.S.E.. Ah, y no te olvides en ningún momento que yo no se nada sobre este podrido asunto.
El interventor se espantó ante todo aquello e intentó evitar lo que se le venía encima:
––Pero, pero... El P.O.T.E. me va a machacar, me va a despedir y no me darán trabajo en ningún sitio.
––¡No digas chorradas, hombre! Nadie te va a despedir porque el figura éste que tienes delante va a ser el nuevo alcalde de Pozopodrido, y menudos chanchullos nos quedan por hacer juntos, Casimiro de mi alma. Venga, ahora mueve el culo que esta misma mañana quiero resuelto el tema.
––Lo siento pero hoy no voy a poder porque...
Juanote se echó enseguida mano al bolsillo y sacó la foto ampliada del caniche para luego ser de lo más expeditivo:
––Si quieres la cuelgo ahora mismo en el tablón de anuncios.
––¡No, por Dios, señor Juanote!
––¡Pues venga, arreando!
El escándalo corrió como la pólvora en la prensa local del día siguiente, y fue noticia de portada en la mayoría de los periódicos de la provincia con grandes titulares que rezaban: “Tapacubos, el alcalde corrupto”, junto a una fotografía del presunto culpable que ya apestaba a carne de presidio.
Regocijándose estaba, Juanote, esa mañana mientras desayunaba en la cafetería de la urbanización, cuando vio aparecer por la puerta a Tapacubos, resoplando como un miura.
––¡¡Joputa!! ¡¡Mal nacido!! –– se acercó a Juanote, estrujando entre sus manos un puñado de periódicos y bramando como una bestia moribunda ––Pero, ¿has visto lo del interventor este mierda?
––Sí que es un cabronazo el tío ese, sí. Anda, siéntate y te tranquilizas un poco con una tila que te va a dar algo ––le invitó Juanote a la mesa, con cara de circunstancias.
––¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a matar!... ––continuó Tapacubos, berreando ––¡A ese hay que echarlo a patadas del Ayuntamiento! ¿Me oyes, Juanote? ¡Está comprado por los joputas del J.O.S.E.!
El rostro del alcalde estaba de un rojo violáceo que daba miedo. Totalmente embotado por la ira miraba fijamente a Juanote con la desesperación de un condenado a muerte. Éste, encima se regodeó de su tragedia y comentó con toda la impudencia de que era capaz:
––Pero lo que denuncia el interventor debe ser a todas luces mentira. Tú eres un hombre honrado y honesto, ¿no es así?
––¡Me cague en la sombra negra, Juanote!
––¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso es verdad lo que escriben los periódicos?
––¡¡Ay, que me cagueeee...!!
Tres días más tarde, Tapacubos entraba en prisión preventiva acusado de malversación de fondos públicos o por chorizo, que para el caso es lo mismo aunque lo primero suene mejor. El pueblo sin regidor estaba totalmente alborotado y los concejales del P.O.T.E. se escondieron varios días en sus casas por si acaso a la justicia le daba por investigar más allá de lo debido. Con el Ayuntamiento en total desgobierno, algunos vecinos, los más folloneros, comenzaron a recorrer las calles manifestándose con las consabidas pancartas y consignas al uso:
¡POLÍTICOS: GARRAPATAS CHUPOPTERAS!, y otras lindezas por el estilo, coreadas con salero y tronío...
continuará
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