Wednesday 28 September 2016

S.J. Alcalde y Martir ( Capítulos 3-4-5)









Capítulo III


...Al fin llegó el esperado día de la asamblea general de la agrupación donde se debía aprobar la lista definitiva de candidatos y el local estaba lleno a rebosar de militantes y curiosos. A pesar del buen rollo con que se inició el acto, la cosa terminó a guantazos y zapatazos entre abominables insultos y demás actitudes execrables. Y es que todos lucharon a brazo partido y hasta el último cartucho por una concejalía con la que poder servir a su pueblo del alma. Aunque la verdad sea dicha, esto último importaba bien poco ya que todos iban a lo que iban, o sea, a por la pasta de concejal con mando en plaza, que dicho sea de paso, el sueldo triplicaba ampliamente el salario mínimo interprofesional del momento.
Sin embargo, a pesar del tumulto y las múltiples agresiones, la asamblea discurrió de lo más pacífica si se comparaba con otras anteriores, ya que es justo señalar que en esta ocasión no hubo heridos de gravedad, ni se blandieron  navajas, ni tijeras, ni otros artilugios punzantes, hecho positivo que supo agradecer el alcalde con un socorrido y apaciguador: "Para todos habrá, hijos míos, para todos habrá", acabando el acontecimiento con un largo mitin que adormiló los encrespados ánimos en favor de la izquierda progresista y del buen rollito.
     Juanote, que en todo momento estuvo ojo avizor por si se escapaba algún tortazo de aquellos, quedó gratamente sorprendido del ambiente mafioso que se respiraba en la agrupación. Ya era oficialmente el candidato número dos del poderoso P.O.T.E. y su mente, habitualmente ruin y desaprensiva, acarició seriamente el hecho de conseguir ser alcalde en ese mismo mandato.
     Finalizada la multitudinaria asamblea, la mayoría de los presentes abandonaron el local en tropel, desbordando una cervecería próxima a la agrupación donde, al calor del alcohol, reanimaron los rescoldos de las fogosas discusiones entre gritos tabernarios sin mayores consecuencias. Tapacubos y su hijo Carajote, al que el alcalde consiguió colocar de número tres en la lista, cogieron a Juanote del brazo para replegarse a un rincón del establecimiento donde bebieron cerveza hasta reventar. Apalancado sobre la barra, el hijo de Colomer, mostró su perversa sonrisa, frotándose las manos como una asquerosa mosca ante la mierda, y dijo con manifiesto entusiamo:
     ––Creo que la política puede ser un buen negocio.
     ––Aún podía serlo más ––respondió el alcalde, sospechando las intenciones del joven.
     ––¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso el P.O.T.E. no gobierna este pueblo desde hace veinte años o más?
     ––Sí, Juanote, pero nunca alcanzamos la mayoría absoluta –– se lamentó Tapacubos, tragando cerveza ––. Siempre tenemos al Cirulo por medio y hay que pactar con él para gobernar. Y eso no es bueno.
     ––¿Quién es ese Cirulo?
    ––¡El que te dio por el culo! ––saltó Carajote con inquina, riéndose de su chiste. El padre le arreó una colleja y seguidamente le explicó a Juanote:
     ––Cirulo es un peligroso y trasnochado comunista que va predicando no se qué coño de revolución. Siempre consigue los votos de la barriada de Pedorojo, donde él tiene su domicilio paterno.
     ––¿Y el otro partido? ¿Cómo se llama?... ––preguntó Juanote, que brillaba pez en estos avatares.
     ––¿El de la derecha? ––se le atragantó a Tapacubos la cerveza    ––¡A esos mejor ni nombrarlos, muchacho!
     ––Pero se podía negociar con ellos en vez de con ese comunista –– contestó Juanote sin entender muy bien la actitud del alcalde –– Al fin y al cabo y según he escuchado por ahí, no son tan diferentes a nosotros.
    ––Nooo, Juanote. No te equivoques. En esta vida hay que guardar las apariencias y repartirse los papeles aunque, al final, todos nos muramos por ser banqueros y vayamos sólo a por la pasta ––se sinceró Tapacubos ––. Pero lo que tienes que tener claro es que ellos son los fachas y nosotros la izquierda progresista y del clavelito rojo y olé, ¿entiendes? Esa es la imagen que se debe dar al pueblo y a toda España. Además, si pactáramos con ellos seríamos más a repartir. El Cirulo, al menos, no nos pide dinero ––se explicó Tapacubos ante la supina ignorancia de su número dos sobre estos entresijos ––. El problema es que los fachas siempre sacan los mismos concejales que nosotros, los muy truhanes. En el pueblo aún queda demasiado falangista y beato suelto ––se lamentó finalmente con pesadumbre.
     ––¿Entonces cuántos concejales tenemos en el Ayuntamiento? ––volvió a preguntar Juanote, cada vez más interesado en estos rollos.
     ––Nueve, Juanote, nueve y son habas contadas. Cuatro sacamos nosotros, cuatro el J.O.S.E. (Juntas Ofensivas de Señoritos Españoles) y luego está el maldito Cirulo con los votos de la barriada marginal de Pedorojo.
Juanote quedó unos instantes pensativo mientras observaba con asco a Carajote, que no paraba de beber cerveza y comer trozos de tortilla con semblante de enajenado. Después, y en plan de aquí estoy yo para lo que haga falta, estiró su larguirucho y flaco cuerpo para manifestar, muy resuelto él:
     ––No te preocupes, alcalde que en esta ocasión yo me encargaré de robarle los votos a ese tal Cirulo en su propio barrio. Total, con prometer algunas migajas a los desgraciados que viven allí.
Al escucharlo, Tapacubos desorbitó sus ojos por encima de la jarra de cerveza que estaba bebiendo, y casi se ahoga cuando  advirtió a Juanote:
     ––¡Ni se te ocurra, compañero! ¡Como entres en ese plan en Pedorojo eres hombre muerto! ¡Ese barrio es más orgulloso y salvaje que una barricada del siglo diecinueve! Lo que tienes que hacer es intentar quitarle votos al J.O.S.E. Al fin y al cabo y como bien dices, son gente más o menos como nosotros que sólo van al bocadillo de jamón.
     Cuando Juanote abandonó la taberna camino al coche, su cabeza no paró en darle vueltas al nuevo negocio porque, enseguida, tuvo claro que la política no era más que eso, un puro negocio. En esto consideró la razón del alcalde cuando dijo que la cuestión no estaba en repartir el poder con los del J.O.S.E. sino en arrebatarles un concejal para así poder prescindir de la tutela del Cirulo y su tabernario barrio de Pedorojo.
Al llegar a su casa, el señor Colomer le preguntó nada más verle sobre los resultados de la Asamblea. Juanote le contestó, lacónico:
     ––Ya soy oficialmente el número dos.
El empresario respiró algo más tranquilo y continuó leyendo el periódico.


Capítulo IV

     Ya en las fechas de la campaña, el señor Colomer cumplió su palabra e inundó Pozopodrido de la Ensenada con tantas vallas publicitarias que cubrieron el sol de la pequeña localidad. Esas dos semanas largas que restaban para las elecciones municipales las empleó Juanote en pasear su desgalichada figura por el pueblo, saludando a unos y a otros, y casi siempre en compañía de Tapacubos. A decir verdad el aspirante se tomó su nueva profesión de político muy en serio a pesar de no estar acostumbrado a las obligaciones y mucho menos a trabajar. Tanto era así que asumió, incluso, el consejo de su mentor y abandonó durante ese periodo su insana sonrisa, cambiándola por otra más amplia y abierta con la que obsequiaba a todo el mundo mostrando su blanca y afilada dentadura. A los rústicos del lugar pronto comenzó a gustarle la rozagante fachada de aquel nuevo barragán del alcalde de andares elásticos y aspecto culto, pero se engañaban miserablemente porque el tipo en cuestión, además de ser un rufián de cuidado, no había terminado ni tan siquiera el bachiller. En esos días se cruzó varias veces con el inexpugnable Cirulo, obsequiándose, ambos, largas y feroces miradas.


Capítulo V

     Cuando llegó el ansiado día de las votaciones, los vecinos de Pozopodrido de La Ensenada se vistieron de domingo y mostraron una tonta alegría por disfrutar del gran día de la democracia –– uno cada cuatro años, claro está, no vaya ser que el personal se malacostumbre ––, acudiendo todos a votar. Como siempre sucedía en tal evento, la pandilla del P.O.T.E. se dedicó en cuerpo y alma a merodear por los colegios electorales, poniendo en práctica los estragos habituales, y que no eran otros que ocultar y eliminar las papeletas del enemigo, perseguir a los ancianos y trastornados –– que en el pueblo no eran pocos ––, para imponerles el voto y otras fullerías por el estilo. En estos menesteres, Juanote asumió su propia táctica y prefirió apalancarse en las tabernas próximas a los colegios electorales, y allí invitar a vino del barato a todo hijo de vecino que jurara con solemnidad votar al P.O.T.E., claro está.
Ante estos fragantes chanchullos, el J.O.S.E. no protestaba porque también se dedicaba a más de lo mismo y sólo el Cirulo junto a sus aguerridos y revolucionarios interventores de mesa montaban el grito en el mausoleo de Lenin cuando se percataban sobre estos y otros deleznables asuntos.
     La noche entraba bastante calurosa cuando cerraron los colegios electorales de Pozopodrido de la Ensenada y comenzaron los recuentos de sus mesas. Los jerifaltes de cada partido se acuartelaron entonces en sus respectivas sedes con los móviles apegados a sus orejas, pendientes de la información que le llegaba de los recuentos. Juanote no tuvo más remedio que reconocerse que todo aquello era de lo más excitante, y más si cabía, cuando el aspirante segundón ya iba a esas horas hasta el culo de coca y cubatas de Bacardí. Pronto los resultados del escrutinio comenzaron a ser desalentadores para el P.O.T.E. porque el Cirulo mantenía intactos los votos del revolucionario bastión de Pedorojo y por tanto su concejalía, y los “joselitos” tampoco iban a la zaga en eso de repetir mandato con el mismo número de concejales. El alcalde Tapacubos explotó de ira:
     ––¡Díta sea! ¡Otra vez como antes!
Juanote, que permanecía junto a él, no pareció inmutarse con la noticia y continuó saboreando con obsesión las intensas caladas de su deforme y sospechoso cigarro rubio. En su perturbadora mirada hubo algo maligno cuando comentó:
     ––No habrá más remedio que acabar con ese Cirulo.
Al alcalde le entró un escalofrío. El rostro acerado y pálido de aquel tipo no le inspiraba precisamente buenas intenciones.
     ––¿No irás, no irás a...?
    ––¿A matarlo? –– soltó Juanote una pérfida risotada –– ¡No, hombre, no!
     ––Es que, hijo, has puesto una cara...
     ––La que tengo, Tapacubos, la que tengo.
    ––¿Entonces, qué has querido decir con eso de acabar con el Cirulo?
     ––Todo a su tiempo ––zanjó sin más, Juanote.
     Esa noche, cuando se acabó el recuento de votos y las cervezas, Juanote se largó de juerga a la ciudad, y una vez allí fue a menear su largo esqueleto a la discoteca Mathausen 5, donde tenía bastantes adeptos e incondicionales, sobre todo entre las féminas. Nada más entrar, el pincha discos le puso el marchoso “Blue daba dee” y Juanote se echó a la pista y bailó con la genialidad que le caracterizaba, tanto era así que los presentes dejaban lo que estaban haciendo para hacerle un corro y admirar y jadear aquellos histriónicos movimientos suyos y sus explosivos moonwalk que, de seguro, serían la envidia del mismísimo M. Jackson. Sí, ciertamente aquel cuerpo elástico y desgarbado bailaba como Dios, y eso derretía a las mujeres que enseguida clamaban por tirárselo en cualquier lugar o rincón del local. Después de varios bailoteos y ante el entusiasmo general, pidió un par de cubatas con Bacardí que bebió para luego abandonar el local acompañándose de dos putones verbeneros de cimbreantes ubres con las que decidió continuar la juerga en el hotelito. Antes de llegar llamó a su camello para que le abasteciera de coca de la buena y una hora más tarde apareció el Papelinas con la mercancía. Juanote le recibió en la habitación, desnudo y con un empalme de aquí te espero, torero.
     ––¡Joder, Juanote, siempre estás igual!
     ––Envidia cochina, Papelinas. Venga, dame la puta mercancía.
     ––Págame antes, que ya me debes dos mil euros, tío ––se resistió el camello.
En eso se acercó una de las fulanas con su redondo culo al viento y atrapó a Juanote de sus partes mientras berreaba:
     ––¡Venga tío que me tienes con el chocho a medias!
     ––¡Joder, joder, qué hembra ––se le agrandaron al Papelinas los ojos y algo más, cosa que aprovechó Juanote para entrarle a negociar porque y como siempre ocurría, no tenía dinero para pagar la mercancía:
     ––Quédate la chorba ––le dijo –– Te la presto un cuarto de hora para que le termines la faena si a cambio me sigues dando crédito.
     ––¡Me cague en!... ––maldijo Papelinas –– ¡Con lo de hoy serán casi tres mil euros, tío! El Rumano nos crucificará a los dos, si no al tiempo ––protestó el julandrón sin quitar ojo al impaciente culo aquel. Juanote rió entonces.
     ––¡Venga ya con las cagaleras, tío! Dile al fulano ese que como se ponga tonto lo voy a empaquetar porque de seguro tiene menos papeles que una liebre de monte.
Al mes siguiente, Tapacubos tomaba posesión de la alcaldía por quinta vez y con el voto positivo del Cirulo, en un Pleno Extraordinario convocado para tal ocasión y al que, como de costumbre, fueron invitadas las fuerzas vivas y gentes de bien de Pozopodrido de la Ensenada. Allí estaba el inefable guardia civil con fajín de mando en plaza, el inevitable cura, con sotana, manteo y birreta, y también algunos vecinos enriquecidos por los pelotazos urbanísticos y demás beneficiarios y come ollas del P.O.T.E. Justo es de comentar que a la mayoría de ellos por no decir a todos, el Pleno de Investidura del nuevo alcalde les traía al pairo pero no así lo que seguía a continuación pues ya estaba preparado, en la parte trasera del consistorio, un más que generoso ágape a base de vinos de Rioja, cerveza, jamón del bellotero, crepés sustanciosos, buen queso curado de cabra entre otros manjares a consumir a costa del dispendio público. Era en ese ansiado momento cuando los asistentes, aletargados como sabandijas durante el cansino acto, cobraban milagrosamente vida al calor de las abundantes viandas, engullendo sin cuartel todo lo que pillaban a su paso entre sordos gruñidos, y limpiando las bandejas depositadas en las mesas en un visto y no visto.
Un poco apartado del voraz tumulto, Juanote observaba la situación desde la distancia, entre riojas, cerveza y alguna que otra socorrida esnifada. Con las pupilas brillantes y dilatadas lo observaba todo con el interés de una siniestro carroñero que otea el terreno antes de actuar. A decir verdad se sentía satisfecho con todo aquello, pensando que a fin de cuentas, lo de ser concejal tampoco era tan malo. Incluso le estaba encontrando cierto gustillo a esa insana vocación de servicio de la que tanto alardean los políticos y que por regla general nunca llega más allá del interés de sus propios y corruptos bolsillos. En uno de los momentos alguien tocó su espalda y al girarse, se encontró cara a cara con el Cirulo, debidamente revestido para tal ocasión con boina nueva y banderita republicana con hoz y martillo al pecho. Enseguida el comunista entabló conversación:
    ––Así que usted es el recomendado del señor Colomer ––comentó, altivo, el pintoresco sujeto.
Juanote le miró un tanto despectivo y a punto estuvo de darle la espalda, sin embargo consideró que sería provechoso sonsacarle alguna información sobre el alcalde y a tal fin obsequió al comunista con una de sus sonrisas favoritas, la de mamón.
    ––Efectivamente, señor Cirulo. Me alegro de saludar al representante de la pureza roja en este pueblo.
Aquello le gustó al comunista, que desplegó aún más su tripón cuartelero cuando respondió:
     ––¡Muy bien, muchacho! ¡En este Ayuntamiento necesitamos, además de rojos de pura cepa, gente que lleve por bandera la honestidad y que no se venda!
     ––Pues eso dígamelo usted a mi –– respondió Juanote con un careto impresionante –– Mis amigos de la ciudad me llaman, a veces, tonto por ser tan honesto. Fíjese que un día me fui de una cafetería sin pagar la consumición y cuando al rato me di cuenta regresé para cubrir mi deuda.
     ––Ah, pues eso está muy bien, hijo, pues para tu honra más vale quedar por tonto que por ladrón. Aunque la gente va diciendo por ahí que es usted un viva la Virgen un tanto disipado.
     ––Hombre, señor Cirulo, si no me divierto un poco ahora que soy aún joven y soltero...
    ––Sí, eso también es verdad, muchacho ––asintió el Cirulo masticando con emoción religiosa un pupurri a base de jamón, queso, chorizo extremeño y algo más ––. La gente a menudo habla mucho y siempre para fastidiar al prójimo –– continuó muy suyo.
     ––La envidia es muy mala, señor Cirulo ––respondió Juanote, pensando que ya le tenía en el bolsillo.
     ––Diga usted que sí, muchacho y más en este pueblo beato. Aquí mucha romería a la Virgen, mucho golpe en el pecho...
Juanote consideró entonces que ya era hora de lanzar espina para sacar sardina y comentó:
     ––En fin, al menos debemos dar gracias de que tengamos un alcalde honrado.
   ––¿Quéee?–– se le atragantaron los canapés al Cirulo ––¿Tapacubos un tío honrado? ¡Calle, hombre! ¡Ese es un chorizo de mucho cuidado!
     ––¡Qué me dice!
     ––¡Le digo, muchacho, le digo!
Hubo un instante de silencio en el que Juanote miró al comunista con cara de sorprendido. Luego bajó la voz y dijo:
     ––Pero esas cosas pienso que hay que demostrarlas.
     ––¿Demostrar qué? ––respuso sin parar de comer.
    ––Que es un chorizo, hombre. Es que es muy fuerte lo que termina de decir. Tacharlo de ladrón...
Ayudándose de un botellín de cerveza, el Cirulo tragó apresuradamente y de un golpe el cuarto kilo de queso que almacenaba en sus mofletes, y luego de eructar con los ojos saltados en lágrimas, exclamó congestionado:
     ––¡Ese roba hasta con los sobacos! ¿Se entera, joven? Yo no lo puedo demostrar con papeles pero seguro que el sinvergüenza de interventor que tenemos sí podría hacerlo.
     ––¿El interventor?
    ––Sí, ese mojigato con cara de no comerse una rosca que está ahora de cháchara con el alcalde y con el secretario general del Ayuntamiento.
Juanote volvió la cabeza para observar donde señalaban los ojos saltones del seguidor de Líster y, efectivamente, allí estaba Tapacubos de parloteo con los dos altos funcionarios del Consistorio.
     ––Así que el interventor... ––murmuró Juanote, muy satisfecho.
    ––¡Claro, hombre! Tenga en cuenta que él lleva las cuentas municipales y los chanchullos con el dinero. Y no le digo nada con los pelotazos del P.G.O.U.
     ––¿El P.G.O.U.? ––se extrañó Juanote con la palabreja aquella     –– ¿Qué es eso?
El comunista rebañó de un golpe los últimos canapés que quedaban en la bandeja y los volvió a almacenar en sus mofletes. Luego, intentó explicarse articulando a duras penas:
   ––Veo que está usted muy verde para ir de número dos, compañero. El P.G.O.U. como sus iniciales indican, se refieren al Plan General de Ordenación Urbana del municipio, y ahí es donde se trafica con la pasta gansa. Ya sabe, las recalificaciones de terrenos, las constructoras, los promotores y toda esa caterva de golfos, ladrones y especuladores que merodean al amparo del lucrativo negocio del ladrillo. Ahí es donde se mueve el dinero de verdad, con los maletines y los sobornos ¿O es que aún no se ha enterado de lo de Marabella? Por eso la gestión del urbanismo siempre se la ha reservado el Tapacubos y algún secuaz de su confianza, como su hijo. Aunque ya poco o nada le queda por trincar.
    ––¿Qué quiere decir con eso? ––preguntó Juanote un tanto alarmado.
     ––Pues que el P.G.O.U. se ha colmatado, que ya no hay sitio donde construir, que se acabó el chollo.
      ––¿Entonces ya no hay pasta gansa, ni sobornos ni maletines...?
      ––Pues afortunadamente no, hijo ––respondió el Cirulo, que no sospechaba el malévolo interés de su contertulio en este asunto ––. Al menos que Tapacubos se atreva a recalificar las zonas verdes protegidas del pueblo, aunque eso es ilegal y no se lo permitirían, digo yo. Aunque tal y como está la corrupción en este país...
 
continuará


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