Thursday, 13 October 2016
S.J. Alcalde y Mártir (Capítulos 30-31-32)
Capitulo XXX
Esa misma tarde, Juanote tornó a reunirse con su pequeña trouppe de indeseables y en esta ocasión, Papelinas, se trajo a un individuo esquelético y de aspecto repugnante que se balanceaba continuamente en medio de tenebrosos lamentos bronquiales. Juanote preguntó entonces:
––¿Este es el tísico del que me hablaste?
––Este es, sí señor. Os presento al señor Chapas.
––¡Jesús! ¡Parece que va a morirse de un momento a otro! ––exclamó la Palmira haciéndose ascos.
––Es verdad ––asintió Juanote –– Me has traído a un moribundo.
––¡Que no, Juanote! ¡Que el señor Chapas, aquí donde le ves, lleva así más de treinta años y los que le quedan! –– le tranquilizó Papelinas, que era un lince vendiendo desechos.
––¡Joder con el Chapas! ¿Y es capaz de hacerse el cojo?
––¿Qué si es capaz, dices? ¡Ándale, señor Chapas y demuestra al jefe lo que sabes hacer!
Enseguida, la ruina aquella comenzó a cojear estrepitosamente por el salón, llevándose por delante muebles y enseres.
––¡Vale, vale! ¡Que pare, que me lo va a romper todo el cabrón este! –– ordenó el alcalde ante el estropicio ––. Creo que deberá llevar un par de muletas para hacer más realista el milagro.
Después de la penosa exhibición del señor Chapas, Juanote les hizo sentar a todos para explicarles la situación. Estaba seguro que ese sábado no iba a ser como el anterior porque iban a venir gentes de todas partes y muchos para fisgonear, contando con los consabidos periodistas, políticos del Gobierno y quizás algún que otro representante de la jerarquía católica.
––De esta manera ––concluyó Juanote ––, es necesario que no haya ningún fallo porque todo el mundo va a estar muy pendiente de la historia, ¿está claro? Si alguien me estropea el negocio, lo capo.
––¿A mi también me va a capar, alcalde?
––¡A ti, Palmira, te coso el asunto con alambre de espino!
En ese instante sonó el móvil y Juanote creyó entonces que su madre volvía a la carga.
––Dime, mamá ––respondió sin preguntar.
––¡Déjate de chorradas, gilipollas! ¡Soy su ilustrísima, el Cardenal Enemicus!
––Va...vaya ––tartamudeó el alcalde, impactado por la agresividad de la llamada ––¿Y qué se le ofrece?
––¡Qué me ofreces tú, cacho cabronazo! ––repuso sin más protocolo el alto mandatario de la Iglesia.
––No le entiendo, cardenal.
––¿Qué no me entiendes? ¡Menudo pelotazo te estás montando, granuja! ¡Pero con la virgen no se juega porque ella es parte de mi negocio! ¡Si la utilizas como lo estás haciendo, tendrás que pagarme un elevado canon por uso y disfrute de bienes de la Iglesia! ¡Aquí o comemos todos o...!
Juanote tapó el fono del móvil con una mano y con la otra se frotó la oreja, traumatizada por los berridos del cardenal. Se quejó entonces a sus compinches:
––Es el cardenal Enemicus. El muy sinvergüenza se ha olido el negocio y quiere que le untemos manteca por lo de la virgen...
––Desde luego este mundo está podrido ––hizo ascos Papelinas.
––Bueno, señor ilustrísimo ––recuperó Juanote la conversación con el cardenal ––, ¿de cuánto se trata ese canon del que me habla?
––De momento y para que te deje continuar con tu sacrílega estafa deberás depositar ciento veinticinco mil euros en el buzón de limosnas que hay a la entrada de mi palacio, y tendrás que hacerlo antes de la próxima aparición mariana que has prometido, porque de no ser así te hecho abajo todo el tinglado que llevas entre manos. ¿Lo tienes claro, mequetrefe?
––¡Está bien, está bien!
Luego de colgar, el alcalde arrojó el teléfono lejos de sí maldiciendo su suerte:
––¡El muy...! ¡Pues no me ha llamado mequetrefe, el chorizo ese!
––Tranquilo, Juanote –– le calmó Papelinas ––. Debes de entender que así es la vida. Todo el mundo va a robar lo que puede.
––¡Hombre, pero que al ilustrísimo cardenal le llame usted chorizo suena muy fuerte, alcalde! ––incidió la Palmira que era muy beata –– Yo creo que a lo mejor quiere el dinero para limosnas. Sí, estoy segura que es para ayudar a los desamparados de la vida y... ––pero Juanote, como casi siempre, la interrumpió de mala manera.
––¡Y un mohón pa tí y para el cardenal Enemicus! –– le espetó –– ¡Pues menudas juergas he escuchado que se tira ese pendón con sotana!
De repente, el señor Chapas, que estaba sentado frente a Juanote, comenzó a abrir su enorme boca al tiempo que desorbitaba sus ojos como si fuera a dar su último suspiro.
––¡Eh! ¿Pero que le pasa ahora al tío este?
––¡Apártate de su línea de tiro, Juanote, rápido! ––le empujó Papelinas.
––¿Qué haces? ¿De qué línea de tiro me hablas...?
––¡¡¡Aaaa...aaatchíííssss!!! ¡¡¡Plasshhh!!
Un enorme y viscoso galipo de proporciones sobrenaturales escapó de la desdentada boca del personaje aquel, inundando la zona del sofá donde momentos antes Juanote permanecía sentado.
––Pero, pero...,¿esta guarrería...? ¡Joder, este tío que me has traído está podrido, está muerto! ¡Fuera todo el mundo de mi casa! ¡Qué asco!
Cuando abandonaron la vivienda, Juanote tornó a maldecir su suerte. La llamada del cardenal, y ahora aquel monstruoso gargajo resbalando, inmenso, sobre el respaldar del sofá eran ya demasiados contratiempos para un día que finalizaba, ya de por sí, bastante complicado. Con el humor engurruñado abrió las ventanas, –– el grumo aquel apestaba a perro muerto ––, y salió al jardín a tomar un poco de aire. Allí se sentó un rato y dio vueltas al asunto pensando que los problemas comenzaban a amontonarse y eso no era nada bueno. ¿De dónde iba a sacar ahora los veinte millones de pesetas que le exigía aquel delincuente con sotana? Pensó que podría vender la fábrica, pero ¿encontraría un comprador en esos tres días que faltaban para el sábado?
En estas cavilaciones, escuchó ruidos en la casa y se incorporó:
––¡Quién anda por ahí!
––¡Ssshhhh!... Soy yo, hijo ––apareció doña Elvira, trémula, bajo el dintel de la corredera del jardín.
––Pero, ¿otra vez estás aquí?
––¡Ay, que ya estoy harta de oler a boñigas, hijo...! Oye, que aquí también hace un pestazo... ¿Has tirado la basura?
––¡Son estos fantasmas que son unos guarros! ¡Mira el sofá!
––¡Qué asco! Parece un moco enorme.
––No es un moco, es un fantasma espachurrado.
Doña Elvira observó con aires de experta el inmenso gargajo de relucientes tonos verdes con venillas rojizas y salpullidos amarillentos y luego aulló de terror.
––¡Ahhh! ¡Eso es el ectoplasma de mi pichurri! ¡Lo he reconocido al instante! ¡Qué horror y cómo apesta el pobrecico mío!
––Sí, supongo que habrá que desinfectar la casa.
Doña Elvira se sentó en otro sillón, totalmente amurriada, y enseguida comenzó a hacer pucheros y a gemir. Un par de segundos después lloraba a grito pelado. Juanote se acercó a ella para intentar calmarla:
––¿Pero qué te pasa ahora? Tus berridos los están escuchando en el pueblo entero.
––¡Ay, ay...! ¡Ya estoy harta de este mundo! ¡Yo me quiero ir con mi pobre Silverio!...
––¿Qué te quieres ir con eso? ––señaló Juanote el infecto pollo.
––¡Ay, y yo qué sé con quién me quiero ir ya!
––¿Quieres que te lleve a un hotel de la capital?
––¿Me lo vas a pagar tú? –– continuó llorando.
––Tú siempre tirando de codo, mamá.
En esos precisos instantes golpearon fuertemente la puerta, y Juanote tapó con su mano la boca de su madre pensando en quién podía ser a esas horas. Instintivamente la levantó de donde estaba y la llevó a trompicones a una habitación.
––Calladita, mamá que voy a ver quien es.
––¿Pero por qué me ocultas en una habitación? ¡Yo quiero ver gente viva! ––se quejó ella.
––Luego te lo explico todo. Además, pueden ser más difuntos.
––¡Ay, no me digas eso! ¡Me escondo, me escondo!
Acto seguido Juanote se acercó a la puerta y preguntó con voz potentente:
––¿Quién anda ahí?
––¡Gente de paz! ¡Somos del Gobierno!
––¿Del Gobierno? ¿A estas horas?
––¡Venga, abra de una vez!
Juanote abrió la puerta y se encaró a los desconocidos, aunque enseguida reconoció a uno de ellos, bajito, regordete y con bigote de chupatintas, como un notable pez gordo del gobierno de la Autonomía. Éste le alargó la mano con frialdad:
––Soy Caspar Tarrinas ––se presentó, alzándose sobre sus calzas.
––¡Bueno y qué quiere! ––le increpó Juanote sin dejarle pasar ––Esta tarde ya hablé con don Chavitos.
Uno de los dos gorilas que acompañaban al sujeto aquel arrolló sin previo aviso a Juanote, entrando todos en la casa. Ante la manifiesta violencia, Juanote desencajó su rostro y a punto estuvo de golpear al orangután aquel, pero se contuvo aunque sí le puso condiciones al enanito del Gobierno:
––Si quieres hablar conmigo, los perros que te acompañan deberán quedarse en la puerta, que es su sitio, ¿entendido?
El tal Caspar hizo entonces un enérgico ademán y los dos gorilas salieron fuera de la casa, circunstancia que Juanote aprovechó para darles un portazo en las narices. Una vez pasaron al interior, el enanito agitó de forma ostensible sus pequeños hocicos y comentó:
––¡Qué mal huele aquí!
Entonces, y como por arte de magia, apareció doña Elvira, gritando como las locas:
––¡Diga usted que sí! ¡Todo esto está lleno de fantasmas y cadáveres putrefactos! ––exclamó, buscando conversación con el recién llegado.
––Por favor, mamá, regresa a tu habitación que tengo que hablar de negocios con este tipo.
––¡Me niego a estar encerrada en una habitación!
––¿Qué tienes a tu madre encerrada en una habitación? Eso es un delito ––advirtió el Tarrinas.
––Es que mi madre sufre una depresión y sólo ve fantasmas por todos los lados ––justificó Juanote, haciendo un significativo gesto con su dedo en la sién.
––¡Ah, que está loca! ––exclamó el otro, sonriendo.
––¡Oye, enano cabezón ––se revolvió doña Elvira ––, loca estará tu puta madre!
––Está bien, mamá ––la cogió Juanote del brazo, y la arrastró hasta la puerta de la casa mientras sacaba dinero de su bolsillo ––. Anda, toma y lárgate a un hotel a dormir.
Cuando ella abrió la puerta y vio a los matones se revolvió y, moviendo el culo, dijo:
––¿Me presentas a este par de chicarrones del norte?
––Nada de eso, mamá. Éstos son dos zombis condenados y confesos. ¡Hala, vete para el coche antes que te cojan! –– la ahuyentó con aspavientos.
––¡Coño con tantos difuntos! ¿Es que ya no queda gente viva en este mundo? ––se alejó corriendo, tragándosela pronto la oscuridad.
Cuando Juanote regresó al salón, el tal Caspar Tarrinas se había ajustado un pañuelo que le tapaba boca y nariz para librarse del insoportable hedor. Parecía un Mickey Rooney sin pelo y disfrazado de pequeño bandolero. Juanote se lo llevó entonces al jardín y allí se sentaron.
––Bueno, pues usted dirá, Tarrinas.
––Sí. He estado hablando con don Chavitos sobre el asunto de la Ensenada y me ha dado instrucciones para ti ––dijo, quitándose el pañuelo y guardándoselo en el bolsillo.
––¿Y qué instrucciones son esas?
––Pues que lo tienes difícil si pretendes montarte en solitario algún tipo de negocio con eso de las apariciones de la virgen.
––¿En solitario dices? ––se soliviantó Juanote ante el nuevo buitre ––¡Ya tengo al cardenal Enemicus pisándome los talones! ¡De momento me ha pedido para hacer boca veinte millones de las antiguas pesetas que tengo que darle esta misma semana, antes del sábado!
––¿Veinte millones...? ¿Por qué?
––Por alquilarme los servicios de la Virgen.
––¡Joder con el cardenal! ––exclamó Tarrinas con risita de vieja ––Bueno, pues dáselos.
––¡Hombre, mira que bien discurre el enanito! ¡Dáselos tú o que se los de don Chavitos! ¿No queréis meter los hocicos en mi negocio? ¡Pues a pringarse en todo! ––despotricó, Juanote.
––¡Eh, eh, eeeeehhh! ¡Para ahí, alcalducho! ––se incorporó con energía el Tarrinas, aupándose aún más sobre sus invisibles ortopedias –– ¡Para el carro qué tú eres una puta mierda para hablar así del Partido y de su Presidente! ¡Ya me advirtió don Chavitos de tu mala casta.
A Juanote, eso de mala casta le llegó al tuétano. Repentinamente se le resecó el rostro y sus fauces se constriñeron, peligrosamente, como las de un perro enfurecido.
––¿Qué quieres decir con es eso de mala casta, gnomo asqueroso? ¡Te voy a morder el tarro...! ––arremetió con la intención de saltar sobre el tipo, aunque éste lo frenó de inmediato, sacándose del bolsillo un enorme pito con el que le amenazó ––¡Quieto ahí, vil villano de villorrio! ¡A un pitido mío entrarán en un santiamén los de ahí afuera y te harán picadillo!
Ante la contundente amenaza, Juanote se retrajo y respiró hondo para intentar calmarse, mientras Tarrinas jugaba con el silbato en plan desafiante. Tuvo claro que nada podía hacer, y sintió con rabia que el negocio se le venía abajo. Aún así consideró que debía seguir empleando la astucia porque disponía aún de una baza que tenía que jugar si no quería perderlo todo.
––Está bien, si queréis el negocio para vosotros, lo haré por el Partido ––dijo con el rostro lívido.
––Eso está muy bien, hijo. Así me gusta, que tengas compromiso militante ––respondió Tarrinas con una mueca de triunfo ––. Aunque don Chavitos cree que debes tú seguir al frente de esta historia como alcalde de Pozopodrido de la Ensenada. Luego ya discutiremos la tajada que te toca a ti en todo este asunto. Porque según tengo entendido, la cuestión pasaría por urbanizar la Ensenada, ¿no es así?
En ese momento, a Juanote le cayeron los cascotes de la casa encima. Ya se vio como el pringao de toda la operación, el mariachi zumbón de don Chavitos y de toda la hueste de carroñeros que poblaban el Gobierno de la Autonomía y adyacentes. Pero eso era más de lo que Juanote podía digerir. O controlaba él mismo el juego o lo mejor era dejarlo porque con aquellos mafiosos podía perder hasta la camisa. Aún le quedaban los terrenos que, aún no siendo suyos del todo, podía negociar con ellos. De esta manera se negó en redondo a las pretensiones de Tarrinas:
––Pues no tío, no me mola tu oferta ––respondió Juanote, y en esta ocasión con chulería ––. Dile a tu querido jefe que le regalo el negocio. Os vendo los terrenos de la Ensenada y me olvido.
Aquellos que saben sobre la sabiduría popular, dicen que no hay un cojo ni enano bueno, y Caspar Tarrinas parecía cumplir sobradamente con este sabio dicho cuando desplegó, maliciosamente, sus carnosos labios mientras limpió, sobradamente, sus gafas con la punta de su corbata. En realidad si Tarrinas pretendió crear suspense antes de responder al alcalde, lo consiguió ampliamente. Juanote tuvo la espantosa sensación de que iba a machacarlo de un momento a otro con algún tipo de jaque mate y no se equivocó:
––¿De qué terrenos me hablabas, alcalde? ––respiró al fin el jerifalte del Gobierno.
––¿Me estás vacilando o qué? ––repuso a su vez Juanote –– Sabes que sin los terrenos de la Ensenada no hay negocio que valga. Y da la casualidad que éstos son míos.
––¡Ah, sí! Lo olvidaba. Los terrenos esos del Migraña. ¿Y qué pasa con ellos?
––¡Pues que son míos y si queréis hacer vosotros el negocio me lo tendréis que comprar!
En esta ocasión, Caspar respondió automáticamente, sin pensárselo:
––Bueno, a unas malas siempre podemos expropiártelos.
––¿Cómo? ¿Qué quieres decir con eso? ––se sobresaltó Juanote ––¿Qué es eso de expropiármelos?
––Pues lo que oyes, compañero. Cuando sean tuyos, porque aún no lo son del todo, el Gobierno te los puede expropiar por cuatro perras con sólo aplicar a los terrenos la tontería legal de considerarlos de “interés público y social”. ¿Comprendes? ¡Menudos pelotazos hemos conseguido nosotros con esa argucia! –– se carcajeó abiertamente.
––¡Pero a mi me cuestan trescientos mil euros! ––protestó Juanote, más pálido que una vela.
––Pues te lo expropiaremos por cincuenta mil y aún vas que te matas.
Dicho esto, Caspar Tarrinas, sabedor de su triunfo, se incorporó solemnemente de la silla y miró a un Juanote derrumbado y consciente de que había perdido la batalla, la guerra y todo. En la cabeza del alcalde sólo palpitaba en esos instantes un ánimo de tremebunda venganza. Sentado como estaba, elevó su mirada para clavarla con indescriptible ferocidad sobre la inofensiva imagen de aquel tipo de aspecto insignificante que, sin embargo, daba al traste y de un plumazo con su mayor y más preciado sueño. El avezado representante del Gobierno se mostró ahora paternalista cuando dijo:
––Cuando se juega, alcalde, hay que saber hasta donde puedes llegar. Me han informado que eres un tipo listo, y por lo que advierto, con una gran ambición personal, y eso es bueno para los intereses del Partido. Tu talante me recuerda vagamente al del Gilito –– que en paz descanse ––, aunque ese era más listo que tú y sabía que no podía mangonear los dineros de Marabella sin contar con nosotros. Con ese cerramos buenísimos negocios. Luego llegó el tontopollas del Yulián y lo estropeó todo. Lo que vengo a decirte con esto es que el P.O.T.E. es una gran familia donde todos colaboramos de la mejor manera para su éxito y mantenimiento. ¿O acaso no te lo explicó Tapacubos? Don Chavitos es nuestro padre, nuestro jefe, nuestro amigo y él cuida de nuestras vidas y haciendas. Si te quedas en paro, él busca un empleo para ti en nuestras Empresas Públicas, Diputaciones y Consejerías; él siempre vela por los suyos, enchufándolos en los Ayuntamientos, Consorcios, Mancomunidades y muchos más inventos públicos que hemos desarrollado con el ánimo de proteger y colocar a los nuestros, a los que nos siguen, a los que nos votan fielmente... ¿Cómo crees tú que ganaríamos, una tras otra, las elecciones si no actuáramos de esta manera? Pero eso cuesta mucho dinero. Por eso nosotros te damos y a cambio tú nos das. Esa es nuestra filosofía de triunfo.
––¿Así que el Gobierno también estaba detrás de todo el choriceo de Marabella?
––Se dice corruptela democrática, Juanote. No olvides que la corruptela es menos corruptela si es democrática y se comparte, ¿comprendes...? –– aquí hizo Tarrinas una pausa como pensando en concluir y finalmente aconsejó a Juanote –– Creo, alcalde, que deberías recapacitar y admitir que cualquier negocio que se te ocurra debes compartirlo democráticamente con tu gente, con tu Partido. Si no lo haces y te enfrentas a nosotros, la vida puede volverse muy dura para ti. Como decía nuestro jefe e inefable compañero, el Guerritas, fuera del P.O.T.E. hace mucho frío. Te voy a dar veinticuatro horas para que te lo pienses con tranquilidad.
––Bueno, y en el caso que aceptara ¿qué hago con el canon que el cardenal me exige? Yo no tengo dinero para pagarlo.
Gaspar Tarrinas, que ya se dirigía hacia la puerta de salida, se volvió y golpeó cariñosamente el brazo del alcalde diciendo:
––Tú haz tu trabajo que nosotros haremos el nuestro. Sabemos que ese cardenal lleva algunos negocios bastante sucios. Ya hablaremos con él para que rebaje la cifra o se olvide de sus pretensiones.
Capitulo XXXI
Minutos después, Juanote volvía a encontrase solo y con un problemón que en esos instantes consideró muy difícil de superar. con nerviosismo un pitillo y después marchó al aparador para coger la socorrida botella de güisqui y beber a gañote partido. Sus manos aún temblaban de ira aunque también de temor porque, de momento, se quedaba sin su negocio por el que, incluso, había matado y, posiblemente, sin sus tierras y la alcaldía. En esos instantes la moral le navegaba por las alcantarillas de la perdición, y en un fatal arrebato deseó mandarlo todo a paseo. Llegó a la conclusión que lo suyo eran sus juergas y bacanales y pare usted de contar. Pero Juanote sabía que mantener ese tren de vida costaba mucho dinero y ¿de dónde lo iba a sacar? ¿Debía ponerse a trabajar en la fábrica y seguir así la senda de su padrastro? Sin embargo, Juanote, nunca iba a asumir tal cosa porque odiaba todo lo que significara un trabajo constante y tedioso, lleno de obligaciones y responsabilidades. También tenía muy claro que nadie se hacía rico en los tiempos actuales fabricando tornillos a un euro el kilo. Sólo con pensar en estar enclaustrado de sol a sol en aquel cutre despacho, rodeado de obreros mendicantes y facturas impagadas, le daba ganas de vomitar. No, la fábrica estaba sentenciada y sus trabajadores también. Definitivamente iba a venderla por el dinero que le dieran. Ahora debía decidir y de la manera más acertada lo que hacer con la Ensenada y sólo tenía dos opciones: o pasar por el aro del Gobierno o volver a recuperar la iniciativa. Esto último le hizo saltar del sillón como espoleado por una invisible catapulta. ¡Claro que ese era el camino a seguir, recuperar la iniciativa, su propia y arrolladora iniciativa!, se dijo.
Más ciego que uno de la O.N.C.E., su cuerpo se cimbreó con poderío al vislumbrar una más que posible salida a su atolladero. La solución pasaba por sobornar directamente a don Chavitos, ya que el jefe del P.O.T.E. también debía tener su precio; sólo tenía que hacerle una oferta lo suficientemente atractiva que fuera imposible de rechazar. Estaba, incluso, dispuesto a ofrecerle el cincuenta por ciento del negocio, porque aún así la tajada sería de lo más suculenta. Sin embargo fue consciente de que éste era un paso decisivo y tremendamente audaz, quizás el último que le restaba, y entonces pensó que la suerte debía acompañarle. Juanote se echó ahora a reír como un histérico, y entre magistrales pasitos de claqué, cogió otra botella –– en esta ocasión de ron Bacardí –– para echársela al coleto y festejar de esta manera el desiderátum de su próximo movimiento. Borracho como una bodega gaditana, se encomendó a su virgen de la Ensenada para que le diera la suerte necesaria, prometiéndole que si le ayudaba, mandaría a cincelar la más bella y admirada escultura del mundo que superara, incluso, la Piedad de Miguel Ángel que ya era decir. Un rato después, su apocalíptico pedo desembocaba en una abominable resaca que le llevó a sucumbir en la cama entre lamentos y revolcones, porque un mal rollo le había trastornado en esos momentos la sesera, culpándole de que la virgen, su virgencita del alma, no fuese más que un horrendo y piojoso maniquí al que era imposible reconocer. <¡Maldito seas, Papelinas, te voy a dejar la cara como la de ese monstruo que me has traído, joputa más que joputa!> mascullaba entre otros improperios por el estilo. Pronto se durmió o perdió el conocimiento que para el caso da igual.
Pero esa noche la pasó con enorme desasosiego, atacado por horripilantes y caóticas pesadillas. Soñó que corría a oscuras por la casa perseguido por los fosforescentes y putrefactos fantasmas del Tugurio y de su padrastro. Éste último le amenazaba con voz cavernosa:
––¡Tendrás que pasar por mi cadáaaaver si quieres vender mi fáaaabrica!...
El otro también arreciaba con susurros de ultratumba:
––¡Yo quiero mi huertecillo con mis tomaaaates y mis ceboooollas!
Así se pasó Juanote la noche, corriendo si tenía que correr por la casa, tejados y aledaños. Cuando despertó, ya había levantado el día y su cuerpo estaba bañado en sudor.
––¡Joder con las putas pesadillas! ––exclamó tras apartarse con pereza un mechón de pelo que no le dejaba ver. Fue entonces cuando advirtió con espanto que el muñeco sin nariz lo tenía delante, erguido a los pies de la cama, y mirándole con su grotesca y descarnada sonrisa pintada con lápiz de labios rojo chillón... ––¡¡Aahhh!! –– gritó Juanote horrorizado.
Con los vellos como escarpias, y moviéndose con la cautela de un gato apaleado, se arrastró lentamente por la cama, sin dejar un momento de observar al engendro aquel, y se preguntó cómo pudo llegar hasta allí desde la bodega. Sin embargo pronto le tranquilizó la idea de que fuese él mismo quien lo pusiera con aquel desquicie de borrachera que llevaba. Entonces rió con total desvergüenza al imaginar la clase de sacrílega orgía que pudo montarse esa noche con el dichoso maniquí.
Después de llevarlo de nuevo a la bodega, se duchó y se vistió dispuesto a aprovechar la mañana. Perfumado y enfundado en su impecable traje de lino crudo, de aspecto afrikaner –– al que en esta ocasión dio el elegante toque de una pequeña rosa púrpura en la solapa, cosecha temprana de la tumba del Tugurio ––, se dispuso a enfrentarse a la aventura más seria y decisiva de su vida: sobornar a don Chavitos.
Capítulo XXXII
Más contento que unas pascuas, y con el ánimo dispuesto a triunfar a costa de lo que fuera, abandonó la casa y cogió su coche rumbo a la capital a la que arribó poco después de las diez de la mañana. Antes que nada desayunó en una elegante cafetería, y después enfiló su automóvil al palacete del Presidente. Tras superar un vía crucis de escáneres de medio cuerpo, cuerpo entero y órganos genitales, alcanzó por fin el despacho de la secretaria personal de don Chavitos, acantonado en las profundidades del sonrosado y repipi palacete.
––¿Tenía cita para hoy con el señor Presidente? ––le inquirió una emperifollada cuarentona con pinta de alcahueta de toda la vida.
––Dígale al Presidente que necesito verle inmediatamente ––conminó Juanote con autoridad.
Ella cumplió la orden y luego, con mirada resbaladiza, le hizo pasar a un pequeño habitáculo muy coqueto y amueblado a base de Art Decó del bueno, del que vale unos cuantos miles de euros.
––Espere unos momentos que el Presidente está ahora ocupado en una importante reunión sobre el desempleo ––le informó la enchufada de toda la vida.
Pasaron las once, las doce, las trece... Harto de esperar, y pensando que le estaban tomando el pelo, Juanote, se incorporó de donde estaba y, ante las protestas de la secretaria, invadió intempestivamente el amplio despacho del Presidente, que en esos instantes se lo montaba intensamente con dos jóvenes y hermosas fulanas. Juanote, entonces, palmeó de forma festiva el respingón culo de una de aquellas señoritas liberadas y se echó a reír estrepitosamente, exclamando:
––¡Joder con don Chavitos! ¡Menudo problema de desempleo tienes aquí montado!
El Presidente miró al intruso y quedó inmóvil y descompuesto, sin saber que decir. Juanote pensó, entonces, que su entrada había sido de lo más afortunada y aprovechó la ventaja de la iniciativa:
––¡Venga, zorritas, que el trabajo se os terminó por esta mañana! ¡El Presidente y yo tenemos que hablar de alta política! ¡Venga, venga...! ––las aventó de allí con palmaditas de institutriz.
Una vez las proletarias de la vida desaparecieron, Juanote cerró la puerta del despacho y encendió un cigarro que saboreó con arrogancia mientras caminó despacio, casi contorneándose, hacia la mesa que presidía don Chavitos. Allí apoyó sus manos con descaro y esperó pacientemente a que el Presidente terminara de abrocharse, torpemente, los botones de su bragueta. De pronto Juanote dio un soberbio puñetazo en la mesa y le espetó, remachando las palabras a media voz:
––Anoche estuvo en mi casa ese hijo puta de enanito tuyo y no me gustaron nada de nada sus amenazas.
El Presidente, con el semblante totalmente quebrado, soltó ahora una forzada y ridícula risita, mientras se afanaba en meter los bajos de su camisa de seda dentro del pantalón.
––¡Ah! ¡El bueno de Caspar! –– exclamó ––. Cuando al pobre mío le sale el complejo de inferioridad que tiene, le da por hacerse el jabato.
––¡Pues no quiero ver más a ese gusano en mi casa, ¿entendido Presidente? ––atajó Juanote sin perder un ápice de dominio sobre aquella suerte de entrevista ––. ¡A partir de ahora no quiero ninguna clase de intermediarios en mi negocio de la Ensenada! Si acaso, sólo tú serás mi único interlocutor, y en este sentido vengo a hacerte una oferta que no podrás rechazar.
––¿Una oferta? ––en esta ocasión don Chavitos se retrepó en el sillón dispuesto a escucharle ––¿Qué clase de oferta, muchacho?
––El cincuenta por ciento de los beneficios que se obtengan de la lujosa urbanización, hotel incluido, y estoy hablando de millones de euros. Pero para ello el Gobierno tendrá que asumir las recalificaciones de los terrenos del Migraña, cuyas plusvalías las repartiremos al treinta y setenta. El setenta será para mi, puesto que yo compro los terrenos, y el treinta para ti por dar el visto bueno a la recalificación. Y por último, el negocio, será exclusivamente para los dos. Nada de repartir con la gran familia del P.O.T.E. ni sus muertos, ¿está claro, Presidente?
El Presidente apretó su embrutecido rostro, aceptando de mala gana que Juanote le hablara en aquellos términos prepotentes y poco respetuosos. Pero en esos momentos, no sólo se encontraba desarmado del honorable respeto debido, si no que, por el contrario, se sintió gratamente fascinado con la actitud mafiosa del joven y pútrido alcalde. Por lo demás, la oferta era demasiado tentadora y pronto comenzó mentalmente a echar números sobre aquel cincuenta por ciento de beneficios, advirtiendo enseguida que hablaban de muchos millones si todo salía bien. Aún así quiso dejar claro esto último:
––Bien, el juego es tuyo, muchacho. Pero si hay problemas serán sólo de tu responsabilidad y si hay pérdidas también. Estas son mis condiciones. Por lo demás, el dinero me lo irás enviando a unas cuentas que tengo en paraísos fiscales porque, como comprenderás, cara a la opinión pública yo tengo menos dinero que un jubilado con paga no contributiva [risitas maliciosas]. Fíjate que en mi declaración de bienes patrimoniales sólo admito tener una vivienda social [carcajadas obscenas].
––¡Joder, qué de puta madre te lo montas, Presi! ¡Eres un monstruo! ¡Qué digo! ¡Una máquina de matar seres vivos! ––se entusiasmó Juanote con el talante del Presidente –– ¿Y cuánta pasta tienes en verdad? Supongo que la tira.
––¡Ah, jovenzuelo! Ese es el gran secreto del mundo mundial ––continuó riendo el Presidente.
––Bueno, pues trato hecho socio, aunque hay una cosilla más que me gustaría que me ayudaras a resolver –– aprovechó, Juanote, intentando sacar el máximo provecho de aquel acuerdo ––. Tengo al Cardenal Enemicus que también quiere vela en este entierro y me exige ciento veinte mil euros de impuesto revolucionario por utilizar la virgen en el montaje que ya conoces. Yo no dispongo ahora de esa pasta y mucho me temo que si no pago nos arruine el negocio.
––¡Ese tipo es gentuza! ––bramó don Chavitos, cambiándole el talante ––Créeme, alcalde, que el país va como va por culpa de corruptos como ese cardenal de pacotilla. Pero no te preocupes porque hoy mismo llamaré a Rubalcabras, el jefazo de los espías del C.N.I. y le hablará de los puticlubs que ese golfo gestiona a través de una madam china de alias “La Bikoka-Me-latoka” y de la pandilla de chaperos disfrazados de ONGs que trafican hasta con la pederastia, que ya es decir. ¡Vamos, un escandalazo!
––¡Vaya con el cardenal!
––¡Ay, si yo te contara, Juanote...! ¡Aquí el que no corre vuela! ––se lamentó don Chavito con cara de circunstancias.
––¡Vamos, que el que no hace dinero con esta democracia es que es tonto del culo!
––Así es, Juanote. Eso mismo dijo nuestro economista e insigne compañero, Cholcaga. El que no se hace rico en esta España que tenemos es que es gilipollas –– remató el Presidente, solazándose ambos con un insano festival de cómplices y socarronas risas.
Antes de abandonar el lujurioso despacho, Juanote contó al Presidente su proyecto para el siguiente sábado, y el ambiente de fervor que se estaba creando alrededor de las apariciones de la virgen. Don Chavitos se frotó las manos con la codicia de un judío converso, y alabó la estrategia de Juanote, diciéndole:
––En verdad tengo que reconocer que eres un fenómeno, Juanote. Con el estado de opinión religiosa que estás creando, será muy difícil que el Gobierno pueda negarte la recalificación de esos terrenos. De hecho podías, incluso, montar una super manifestación frente al Parlamento para exigir la aceptación del proyecto. De esta manera yo salvaría mi talante de ateo izquierdoso ante mi gente y esos ecologistas, diciendo que no tengo más remedio que plegarme a la voluntad democrática de Pozopodrido. ¡Ah, bendita democracia que todo lo puede! –– suspiró el Presidente.
Después, facilitó a Juanote el número de un teléfono secreto al que dijo que podía llamarle para ponerle al corriente de todo.
––Este número no lo sabe ni Sitel, que ya es decir –– y después añadió –– . De lo que has visto aquí esta mañana, ¡ni una palabra!
––De eso puedes estar seguro, colega. Lo que tienes que hacer es llamarme cuando tengas estas moviditas de sexo loco.
––Si las tengo casi todos los días ––se echó de nuevo a reír el Presidente.
Cuando Juanote abandonó el corrupto Palacete Presidencial, se sintió totalmente eufórico e imparable. Pero lo más blasfemo del asunto era su creciente y paranoica devoción a la futura virgen de la Ensenada. En su delirio, creyó a pie juntillas que era ella la que guiaba sus delictivos pasos, derribándole obstáculos y siendo, incluso, cómplice inductor de todas las aberraciones nacidas de su trastornada mente. Tuvo claro que ella había dado el espaldarazo final al proyecto, colocando al Chavito y a las fulanas en el momento preciso. ¿Acaso no debía considerar eso un milagro de lo más milagroso?
continuará
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