Corre el año 2012 y la situación del país va de mal en peor. El capitalismo especulador ha ganado la batalla sin apenas resistencia, y los pueblos de europa son saqueados, sumiendo a sus moradores en una pobreza generalizada. Un nuevo gobierno de la derecha ultraconservadora privatiza la sanidad y la educación y sólo las fuerzas represoras y policiacas del régimen democrático se mantienen a las órdenes del Estado. Es el fin del estado de bienestar y también del ensueño por una sociedad libre y más humanizada.
Durante el comienzo de esta dramática época, el tranquilo pueblo de Pozopodrido de la Ensenada apenas era ya reconocible. Reconvertido en el centro de una renovada irradiación espiritual de la España católica –– una especie de nueva Covadonga o algo por estilo ––, se había levantado un pomposo y churrigueresco templo a la sombra del imponente hotel que dominaba una más que selecta urbanización colonizada por adinerados integristas católicos venidos de todas partes del país y del mundo. En el interior del ecléctico santuario y al cobijo de una barroca hornacina, una umbrosa estatua de Juanote Colomer, esculpida en jaspe oscuro, parece custodiar el santo lugar. Su atávico rostro había sido cincelado a partir de una fotografía que en su día cedió doña Elvira, su madre, donde fatalmente se acentuaba la obscena sonrisa de su hijo. Y si bien es cierto que el afamado escultor se aplicó a fondo por disimular la sacrílega mueca del santo, al final le salió un engendro a medio camino entre la enigmática sonrisa de la Gioconda y la siniestra del Joker interpretado por Nicholson. Tanto era así que, entre la oleada de peregrinos que acudían al templo, pronto se corrió la voz de no mirar el rostro del santo bajo riesgo de perder la fe o coger un mal fario de aquí te espero, que aún era peor. Por lo demás, visto el éxito del invento y con el fin de procurarse más terreno y, ¡como no!, para saciar viejas venganzas, el nuevo Ayuntamiento de Pozopodrido –– ahora católico apostólico y romano ––, demolió el barrio de Pedorrojo, dejando a sus vecinos a la intemperie de una nueva y durísima ley de vagos y maleantes. Ni que decir tiene que en su lugar se levantó otro gran complejo de casas señoriales y lujosos locales al servicio de nuevas y poderosas Hermandades Religiosas surgidas a la sombra del santo lugar. Los miles de millones de euros corrieron a raudales por el insigne municipio, colmando hasta la saciedad las expectativas de las inmensas fortunas que controlaban un cotarro que ya se extendía a nivel nacional y por gran parte de la Europa católica. Porque, ciertamente, no sólo el destino de Pozopodrido de la Ensenada había cambiado, sino que también había logrado retrotraer a la vieja España –– a la sazón herida mortalmente por la devastadora crisis económica y de valores de todo tipo ––, a los piadosos y castos ancestros del catolicismo más conservador, y en esta ocasión de la mano de una santa alianza entre el Consejo Pepiscopal y el partido neocon del J.O.S.E., aplastante triunfador del último plebiscito electoral. El partido del P.O.T.E., reducido a poco menos que un partido de tercera, su influencia había prácticamente desaparecido, y los progresistas y ateos comenzaron a sufrir una sutil persecución a igual que los fumadores, bebedores de tintorro tabernario y gente de mal vivir, siendo todos anatematizados e inhabilitados para cualquier puesto de responsabilidad en la nueva sociedad emergente. Como cabría de suponer, las leyes a favor del aborto fueron abolidas de facto, aplicándosele la ley antiterrorista a toda mujer cogida en tal grave asunto ––el de abortar, claro –– con penas de hasta treinta años de talego. Por lo demás, los homosexuales huyeron de nuevo a los armarios y los trabajadores perdieron sus derechos en favor de la caridad cristiana de sus patronos. De esta manera, las grandes centrales sindicales, que ya se vendieron una vez en los Pactos de la Moncloa, tornaron a repetir suerte y volcaron sus esfuerzos en la nueva pantomima sindical de ofrecer a los trabajadores y desempleados estampitas de San Pancracio y de San Judas Tadeo por una módica subvención del Estado. Ni que decir tiene, que vista la nueva situación, la mayoría de los politicos de la corrupta izquierda liberal que había gobernado el país durante años, decidieron meterse en los Seminarios con el afán de hacerse conversos y reciclarse en las nuevas “teologías económicas” de cómo ganar poder, pasta y status social a través de God & Amén Company, una nueva y poderosa fundación nacida a la sombra de las FACES y el OPIUS. Sólo los aguerridos anarquistas, junto con algunos comunistas dispersos y los siempre combativos abertzales se echaron al monte, y ofrecieron feroz resistencia aunque pronto fueron diezmados y machacados con la ilegalización de sus sindicatos y organizaciones a los que se les aplicó la socorrida ley antiterrorista y de partidos que los llevó a todos a la cárcel de por vida, ante los parabienes de la prensa subvencionada y el aplauso del desquiciado y voluble populacho.
Además de estos graves atropellos y otros, el nuevo régimen, que dicho sea de paso, en ningún momento dejó de definirse como democrático –– la democracia da para mucho calzón ––, saneó sin miramientos el problema de un desempleo que a la sazón sobrepasaba los cinco millones de forzados ociosos, creando las llamadas C.R.P. (Colonias de Readaptación Profesional), un eufemismo, que a pesar de su rimbombante nombre, no eran otra cosa que enormes y ajardinados campos de concentración construidos lejos de las ciudades donde hacinaban a multitud de familias sin trabajo, que habían perdido sus viviendas por impago de las hipotecas, y también a personas alborotadoras, mendigos molestos y emigrantes, metiendolos a todos en viviendas prefabricadas a modo de barracones. La gente que era deportada a estos lugares, no pagaba nada de los servicios utilizados, e incluso la comida era gratuita y se servía en grandes comedores comunales. Eso sí, en su inmensa mayoría los alimentos eran de paupérrima calidad y procedían de donaciones de empresas que, de esta manera, se libraban de sus artículos caducos y en mal estado, favoreciéndose a cambio de generosas exenciones fiscales por parte de la Hacienda Pública. Esta medida fue muy aplaudida por una Europa totalmente gobernada por los especuladores mafiosos y traficantes de diverso pelaje, que vio así la mejor manera de acabar con las protestas sociales y limpiar las ciudades de incívicas manifestaciones y peligrosos disturbios en provecho de una auténtica y democrática paz social.
En contra de lo que cabía esperar, las masas populares, sobre todo las del centro y sur del país, aceptaron de buen grado este descarado y encubierto fascismo ya que a pesar de los años de rodaje democrático, el pueblo continuaba bajo las pencas de la injusticia y sin saber qué era la democracia. Lo único que había aprendido de tal rumboso sistema eran los alegres pelotazos de los políticos, el aumento de la corrupción y golfería y los abusos sin fin de los ricos y poderosos. Lo del “poder del pueblo para el pueblo” resultó a estas alturas de la película, una bochornosa broma ante una España literalmente gobernada por las ratas especuladoras del FMI y por el usurero señor Trichet que, desde Transilvania city, no paraba de ordenarle a nuestro presidente, a la sazón, La Sonrisa Siniestra, que chupara más y más sangre al pueblo llano y trabajador con más despidos super baratos, salarios paupérrimos, más años para la jubilación, más impuestos indirectos, más IVA, etc. etc., y claro está, la gente, que no es tonta, comenzó a preguntarse y con sobrada razón por la clase de mierda de democracia que era ésta y que para qué votar si luego vienen y nos gobiernan tipos a los que nunca hemos visto y que encima nos roban el dinero y el trabajo. De esta manera y sin esperanzas de futuro, el pueblo rebobinó hacia atrás y aceptó como valores refugio más seguros los consabidos calcetines bajo el colchón y encomendarse a Dios, a la Virgen y a todos los santos habidos y por haber. El caso es que aceptó de buen grado la añeja Religión que volvía por sus fueros de la mano del J.O.S.E., y que tornaba a triunfar sobre la civilizada razón en las sufridas tierras de España.
Durante este tiempo fue fraguándose una terrible y aniquiladora guerra entre oriente y occidente que años después estallaría, llevándose nuestro país la peor parte por ir de “mariquita la primera”. Pero eso es otra historia.
¿Qué fue de Papelinas en toda esta vorágine?
Nuestro amigo, Papelinas, después de dar algunos tumbos, fue también a parar con sus huesos a uno de estos campos que, curiosamente, llevaba el nombre de San Juanote, Alcalde y Mártir. Nada más llegar, el avispado delincuente se las ingenió para organizar charlas nocturnas y clandestinas para contarle a los vecinos quién era realmente Juanote Colomer y las escabrosas juergas que se habían corrido juntos. Después pasaba su gorra de cani por la asombrada audiencia y recogía algunas monedas que le daban los presentes y que éste guardaba celosamente en una especie de faldiquera oculta bajo el pantalón, con la idea de tener algo de dinero para cuando tuviera ocasión de escapar de lo que consideraba, acertadamente, una prisión. Sin embargo sus charlas pronto llegaron a oídos del Capellán Jefe de la Colonia, y Papelinas desapareció misteriosamente y sin dejar rastro, una lluviosa noche de noviembre.
¿Y de la vidente, Palmira?
Tampoco en estos borrascosos años, la Palmira resultó muy favorecida que digamos. Había envejecido mucho y ahora vivía recogida en la casa de la señora Colomer ya que el Ayuntamiento había despojado a la vidente de su humilde vivienda al ser considerada por el pueblo como persona “non grata” por no decir una bruja poco recomendable. En verdad, su imagen había quedado monstruosamente desfigurada por uno de aquellos peñascos de hielo caídos del cielo y que rebanó el lado izquierdo de su rostro, que ahora se mostraba descarnado y sin ojo, además de un brazo tonto que le colgaba del cuerpo sin fuerza. Desde la desaparición de Juanote, toda la obsesión de Palmira se volcaba en intentar comunicarse con él para reclamarle el dinero de la primera representación de la Ensenada. De esta manera, cada viernes y antes que el reloj diera las campanadas de la media noche, se enzarzaba, junto a doña Elvira, en lo que ya era un frenético ritual de bajar todas las persianas y cerrar las contraventanas de la casa para después encender velas a diestro y siniestro. Cuando el carrillón del salón comenzaba a dar las doce, Palmira cogía inmediatamente la tabla de la ouija y, junto a su protectora, se ponía a conjurar la presencia del alcalde aunque con resultados desesperantes, porque Juanote nunca apareció por ninguna parte, aunque sí lo hicieron Antonio Machín y sus Angelitos Negros.
Uno de esos viernes, y según contó la única superviviente de la tragedia, sucedió que una mano fantasmal en llamas ––algunos aseguraron después que fue la del mismísimo Juanote –– apareció en una de aquellas esperpénticas invocaciones y prendió fuego a la casa. Del salvaje incendio que se originó, sólo doña Elvira pudo contarlo al perecer achicharrada en el mismo su desgraciada y estrambótica protegida.
¿En verdad murió Juanote Colomer?
También y a lo largo de estos años, circuló por Internet toda clase de leyendas urbanas sobre Juanote Colomer, el alcalde santo que transformó el país, y algunas de ellas tan terroríficas como las que hablaban de espectrales avistamientos de su estatua, levitando por las solitarias playas de España en madrugadas de tormenta. Sin embargo habían otras, quizás más verosímiles aunque no por ello menos inquietantes, en las que algunos internautas aseguraban haber reconocido a Juanote Colomer, paseando por la bella población de Marraqués, revestido con opulentas galas árabes y en compañía de una hermosa mujer y de un par de patibularios individuos, uno de aspecto moruno y repolludo y el otro con una enorme y reluciente faca al cinto. Aunque esto podría ser otra historia.
San Juanote, Alcalde y Mártir ha sido escrito por José Manuel Boix ,
quien hace entrega del libro al Dominio Público .
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Bueno. A decir verdad, yo me divertí bastante escribiendo esta obra allá por los años 2007 y 2008, poco antes de dejar la concejalía de mi pueblo. Para mi escribir es pasarlo bien y contar lo que me apetece contar. Confieso que este epílogo o final tremendista de la novela no es más que el resultado de una mente enfermiza como la mía, aunque aún así presiento que no difiere en lo sustancial de un contexto de acontecimientos económicos políticos y sociales que, a mi manera de ver ha sellado con lacre el perruno futuro de España.
Descubrimos al final que los golfos, ladrones y sinvergënzas son los que rigen los destinos de país, gestionando leyes e instituciones al servicio de esa jauría de indeseables que conforman los llamados "intereses de España". ¿Alguien ve alguna luz en el abismo que nos encontramos?
Como en cualquier país tercermundista, nuestros llamados intereses nacionales son los intereses de las oligarquías dominantes, los intereses de los ladrones para que nos entendamos. En el momento que escribo esto, el grado de corrupción democrática se sublima hasta el punto que la "izquierda oficialista" del PSOE se ha quitado las bragas y va a votar en favor del club de delincuentes de alto estanding organizados por la extrema derecha y al que llaman Partido Popular.
Volviendo al libro, estoy escribiendo una bilogía o para entendernos mejor, una segunda parte sobre este personaje de la que ya tengo escritas bastantes páginas. La ambigüedad que subyace tras el abrupto final de San Juanote me ha dado cancha para seguir contando nuevas y demenciales andanzas de este detestable personaje, y en esta ocasión como agente secreto al servicio de Jehová en un dramático y a la vez cómico contexto de una tercera guerra mundial y olé. La novela te "redescubrirá" un más allá que llevará por título "El cielo no es como te lo cuentan". Aquí os dejo tres de capítulos:
Capítulo I Los kabileños del Rif.
Al otro lado del estrecho y a pie del Atlas marroquí, el precioso Valle de Sebou continúa con su vida amable y cansina. Sus habitantes, todos ellos de origen bereber, culminan sus rezos y bendiciones a Alá y a Zidane --- su héroe futbolero nacional---, en un dorado atardecer de primavera. El muhacín que los guía lo hace con voz espléndida desde lo alto del minarete de la vieja y pequeña mezquita donde en su día rezara el mismísimo Abd el Krim, héroe del Rif y azote de los infieles militares africanistas españoles. Sus rezos levantan sugerentes ecos en las montañas que rodea el agreste pueblo.
Junto al templo islámico se levanta una hermosa casa construida con lujosos mármoles del más fino jaspe, con siete estancias abiertas a un bello patio porticado sostenido por siete esbeltas columnatas a lo Generalife. Allí se reunían ese día los jefes de los diferentes cabildos confabulados con el extranjero llegado de España, que ya no lo era en cuanto estaba considerado un santón, cristiano, pero al fin y al cabo, un santón. El más joven de los viejos guerreros, un chií afincado en el Rif y hermano de un alto preboste yihadista, héroe y luchador contra las hordas yankees en Irak. Mukdata Al Sadr, se llamaba el sujeto de marras, y en estos momentos tenía la palabra:
–– Las harkas [partidas de guerreros] están deseosas de entrar en combate ––dijo con voz opulenta ––. El momento no puede ser mejor, ahora con la crisis, la presión migratoria subsahariana y las guerras de Medio Oriente... Las kabilias están preparadas y con una moral de reconquista. Tienen fe ciega en el Cid Negro que les llevará a recuperar sus tierras hoy en poder de los infieles.
El dueño del palacete, largo como un ciprés, parecía ausente y observaba desde el espléndido mirador las viejas y agrestes montañas del Atlas. Sabía que tras ellas estaba el mar y un poco más allá, España y eso le producía cierta morriña. Quizás su nuevo proyecto de invadir la Península propiciara ese regreso triunfador de un nuevo califato. Asentaría su culo en Granada, en la Alambra y sería venerado por todos/das. A tomar por culo la Moncloa y la Zarzuela porque España está pidiendo a gritos un líder, pensó antes de volverse a los presentes con sonrisa de iluminado. Ciertamente este proyecto entroncaba con una ambición sin límites que ahora tomaba cuerpo con las firmes palabras de Al Sadr. Aquello ya era algo más que un simple ensueño en una calenturienta noche de harén.
––¿Y tú que dices a todo esto? ––preguntó a su suegro.
––No sé que decirte, Juanote. Tú, en tu tierra eres considerado un mártir cristiano. Te adoran en los templos.¿Cómo te vas a presentar ahora como un bereber que pretende conquistar Al-Ándalus?
Juanote Colomer tomó asiento de manera teatral sobre un sillón dorado repujado de inscripciones en árabe.
Las palabras del padre de Sahila le retrotrajeron a aquellos días en que fue alcalde de Pozopodrido, los milagros de la virgen y de la brutal hecatombe en la playa de Pozopodrido de la Ensenada...*[leer San Juanote Alcalde y Mártir].
––¿El gobierno de España sabe que estás vivo?––preguntó Mukdata Al Sadr.
––Pues claro ––repuso el suegro de Juanote––. A ver quién crees que pagó los quinientos millones de euros a Juanote para que desapareciera del mapa.
––¡Quinientos millones! ––suspiró Colomer, despertando de sus ensoñaciones épicas –– Una bagatela si lo comparamos con el negocio que les dejé montado a todos esos cabrones. Pero los voy a joder a todos bien jodidos.
Un par de bellas jóvenes con los rostros cubiertos y sus prietas nalgas al aire sirvieron el té acompañado de exquisitos dulces de miel.
Pronto, todos los jefes de las kábilas comenzaron a discutir acaloradamente sobre la mejor manera de invadir Al Andalus, mientras Juanote los escuchaba atentamente. En eso entró en la estancia el Rumano que enseguida se interesó por el improvisado debate.
Él conocía el proyecto aquel, aunque en su momento pensó que no era más que otra locura de su jefe. Ahora, al observar a los cabileños discutir sobre la manera de invadir y apoderarse de Andalucía le produjo una sonrisa de incredulidad que no pasó desapercibida para Juanote.
––¿Qué te hace gracia, Rumano?
––Hombre, te diré.
––¿Dudas acaso de la valentía de estos hombres? ¿Crees que están bromeando?
El Rumano resopló, conociendo el carácter de Juanote Colomer y lo difícil que era llevarle la contraria. Aún así insistió:
––Pero, ¿habéis pensado en las bases yanquis de Morón y Rota? Porque apoderarse de Ceuta y Melilla no supone gran problema pero enfrentarse a lo que hay metido en esas instalaciones es del todo desquiciado. No hay ejército por muy valiente que sea capaz de vencer a esas máquinas de destrucción masiva que tienen los cabrones esos.
El más viejo de los jefes cabileños se removió en su silla ante las palabras del Rumano, que ciertamente decían verdad.
––Bueno, Rusia si podría...-- dijo uno con cierto despiste en política internacional.
---Sí, claro. Vete y dile a Putin que se meta en guerra a favor del islam con la que está cayendo con el ISIS.
---Con la ayuda de Alá todo es posible, infiel –– repuso al rumano un vejete con voz temblona–– Nosotros y siempre a las órdenes del glorioso Alá y Abd el Krim vencimos a los españoles en Annual y Monte Arruit. Pasamos a cuchillo a más de diez mil infieles, y eso que ellos llevaban mosquetones Mauser, los mejores de la época.
Los otros jefes asintieron con orgullo a las palabras del compañero, y Al Sadr reafirmó con pomposo gesto la posibilidad de llevar a cabo con éxito el proyecto militar.
Después de espesos silencios, otro de los presentes llamado Ab-del-Perejil dijo algo que hizo que todos miraran a Juanote Colomer:
––Nosotros tenemos asegurada la ayuda de Alá. Pero, ¿tú tienes la de tu dios, Juanote? Necesitaríamos, al menos, la neutralidad del dios de los cristianos ya que es amigo tuyo.
Juanote estuvo a punto de echarse a reír. Pero se contuvo y frunció el ceño con pretendida preocupación. Se limitó a comentar:
––Sí, buena observación la tuya, amigo. Esta noche hablaré con él e intentaré convencerlo de que apoye nuestra causa.
Los presentes se miraron satisfechos. La colaboración conjunta de Alá y el poderoso dios de los cristianos podía ser definitiva para el éxito de la operación.
Cuando los ilustres visitantes se marcharon, Juanote quedó a solas con el Rumano.
––¿Tienes mierda blanca?
––Kiffi. Tengo kiffi, jefe ––contestó el Rumano.
––¡Kiffi, kiffi! Te dije que te alargaras a Gibraltar a por coca, coño. ¡Quién diría que fuiste traficante, cojones!
El Rumano obvió la regañina y preguntó un tanto burlón:
––¿Cómo te la vas a arreglar para hablar esta noche con dios? –– rió.
––¿Ves? Por eso quería esta noche ponerme ciego de coca. Cuando voy a tope me brotan las grandes ideas. Ah, si tuviera aquí al pobre Papelinas...
El Rumano abandonó la habitación dejando a un Juanote pensativo, sentado en su magno sillón dorado.
Frente a él asomaba tímidamente una enorme luna anaranjada, elevándose a través del amplio marco del mirador. Era muy hermosa, pero no muy normal. Juanote nunca había visto la luna a través de aquella ventana. ¿Qué pasaba?
Se incorporó del sillón para acercarse al mirador con la rara sensación de que la luna estaba parpadeando y de repente ¡zas! Aquello se alejó a toda carrera hasta perderse en un brillante punto en el horizonte.
---Joder, eso qué coño ha sido ---exclamó.
Esa noche, Juanote tuvo una discusión con Shaila. La mujer le planteó las quejas universales de todas la mujeres. Que si ya no me quieres, que si no me hechas cuenta, que si no me amas como antes, que si...
––No sigas, Shaila. ¿Te has mirado al espejo? Estás gorda pedorra de tanto comer cuscús.
––¡¡Que estoy...!!
––Sí, gorda, querida mía. Ya no eres la misma que vendía pañuelos en la Avenida de Manuel Siurot ––dijo , Juantote, sin el menor miramiento ––Además, tengo que atender un harén de diez mujeres todas ellas muy exigentes.
––¡Eres un putero de mierda! –– exclamó, Shaila.
––Oye, oye, ¿No eras tú la que me decías que en tu religión podía tener todas las mujeres que pudiera mantener? Pues aún podía tener cien más.
––¡Vete a la mierda! –– dio la mujer media vuelta y abandonó la habitación.
Juanote la observó desaparecer tras la puerta y su corrupto cerebro confirmó, una vez más, que todas las mujeres eran iguales fuesen cristianas, musulmanas o putas del chino. A todas las perdía el colgajo de los hombres, solo eso.
A través del rabillo del ojo se percató, entonces, que aquella luz que había observado anteriormente volvía a los cielos de la balconada y giró la cabeza. Sí, era otra vez aquel extraño globo anaranjada que se balanceaba, como jugueteando a las escondidas tras el minarete. Juanote pensó en lo que podía ser aquello.
Capítulo II ¿Un Ovni en las Kábilas?
En el silencio de la noche le llegaba del espléndido patio el murmullo relajante del agua de sus repujadas fuentes junto a un delicioso y saturado aroma a azahar y jazmín. Entonces creyó escuchar que alguien lo llamaba desde algún lugar del patio, oculto entre las sombras de los espesos y cuidados setos.
La voz, apenas un susurro, le sonó rara. Agudizó el oído y volvió a escucharla, huidiza, envuelta entre la brisa nocturna. La extraña luna continuaba allí, sin moverse, medio oculta tras la torre del esbelto minarete.
Juanote era bastante supersticioso y todo aquello le sonaba a fantasmas. A punto de cerrar la balconada y olvidarse del asunto escuchó ahora mucho claro el mensaje de aquella voz clandestina.
––¡He dicho que bajes al patio, coño!
Juantote se puso entonces muy nervioso. ¿Quizás alguien le estaba gastando una broma? ¿Sería algún asesino enviado por el Vaticano o el Club Bilderberg? Pensó en llamar al Rumano, pero sin duda estaría a esas horas durmiendo o retozando con alguna zorraca étnica. Quizás debía llamar al siniestro Manonegra pero…
––¡Que a Jehová no le gusta esperar!–– insistió, entonces, la voz del patio.
Jehová, Jehová. Le sonaba aquel nombre ¿Quién demonios era Jehová? se preguntó sin saber qué hacer. Marchó a una mesilla de la estancia y cogió una pistola.
––Por si acaso ––se dijo.
Juanote bajó al trote la amplia escalinata, guardándose la pistola en el bolsillo. Al llegar a la galería, miró a través de los cristales antes de salir al jardín. Entonces pudo entrever a un viejo melenudo y de larga barba que le miró impaciente.
––¡Venga, chiquillo, que el amo se va enfadar y no veas lo jodido que es eso!
––¿El amo? ––inquirió, Juanote, molesto ––Yo no tengo amo.
El viejo canijo cogió a Juanote del brazo y tiró de él.
––Pero, ¿tú quién eres?
––Joder, qué de preguntas haces. Soy el profeta Elias-- contestó el viejo.
Juanote observó ahora con asombro que lo que creyó en un principio era la luna, flotaba ahora a pocos centímetros del suelo junto a una espaciosa glorieta del enorme jardín.
––¿Dónde me llevas? ¡Qué es eso redondo! ––intentó zafarse, Juanote, de aquel personaje que lo arrastraba con hercúlea fuerza hacia la bola luminosa.
––Coño, qué va a ser, Juanote ––repuso el sujeto colmado de paciencia––. Es mi nuevo carro de fuego. ¿Acaso no escuchaste nunca lo del carro de fuego de Elias.? Hace cerca de cuatro mil años me subieron en uno de estos, bueno un modelo algo más antiguo, para ver al amo y ahora el amo me ha colgado a mi el puesto de taxista para que venga a recogerte. Es que no se me respeta mi categoría profesional de gran profeta bíblico ––refunfuñó.
Juanote continuó caminando arrastrado por el viejo. Su cabeza era incapaz de poner orden a lo que estaba sucediendo. Casi sin darse cuenta se vio en el interior de aquel artefacto iluminado, y el viejo le hizo sentar en un viejo sillón estilo isabelino.
––Ponte el cinturón ––le conminó el profeta.
––El cinturón... ¿Qué cinturón?
A Juanote comenzó a cundirle el pánico. En aquel cacharro o lo que fuera no había nada más que el sillón donde estaba sentado. No se veía volante alguno, ni salpicadero con mandos, ni lucecitas de colores como en los coches y aviones modernos. Solo aquella lechosa luz blanca que lo cubría todo como en un maldito quirófano de hospital. Le vino entonces la idea de que aquello podía tratarse de una broma que le estaban gastando sus amigos bereberes. Al menos la pinta del sujeto aquel con la roída manta arpillera que portaba y la barba de cabra montañesa no desentonaba en nada con la imagen de un pastor bereber del Atlas.
Juanote pasó, entonces, a una mueca de burla cuando se dirigió con sorna al profeta Elías.
––Bueno, hombre. Y ahora te tiras un pedo y volamos, ¿no es así?
A penas Juanote había terminado la frase cuando advirtió extrañas transformaciones en el tipo aquel. De pronto su imagen se tornó en la de un repelente niño Vicente para, rápidamente, pasar por las diferentes fases de la vida hasta volver a su estado de viejo iracundo.
––Pero, pero... ¿Cómo has hecho ese truco?
––Viajamos a la velocidad de luz. Bueno, ya estamos––repuso Elías.
––¿Ya estamos dónde?––preguntó, Juanote, cada vez más confuso.
––Pues en el cielo.
--¡¡¿En el cielo?!!
El cacharro desapareció, esfumándose bajo los pies de Juantote en una voluta de humo, que se difuminó entre las masas de nubes algodonosas que lo cubrían todo. Juanote miró a su alrededor con espantosa curiosidad.
––Bueno. Es tal como se lo imagina todo el mundo. Nubes y más nubes…
––Espérame aquí un par de minutos que voy a aprovechar para visitar a mi primo Jeremías, que vive aquí al lado ––dijo, entonces el profeta Elías, internándose entre las nubes.
Juanote soltó entonces una carcajada.
––¿Qué vive en las nubes, dices? En mi tierra los que viven en las nubes los llaman majaras.
––No vive en las nubes, cretino mortal, vive en un adosado ––gritó el profeta antes de desaparecer.
––Sí, claro. En un adosado de... nubes––rió, Juanote, para sus adentros, contemplando aquel océano de espesos algodones.
Pero pronto las nubes comenzaron a despejar como succionadas por algún extraño agujero negro, dejando a la vista un lugar repleto de casitas con tejados rojizos y chalet con vistosos jardines. En realidad, Juanote, se halló en un placita muy coqueta con una pequeña fuente en el medio y unos banquitos de artesanales forjados.
Juanote montó en cólera.
––¡Este viejo me ha engañado el muy cabrón!––exclamó.
––Yo no engaño a nadie, joven presuntuoso ––espetó el profeta, reapareciendo de repente.
––Sí claro. Me vas a decir que esto es el cielo.
––Pues sí. Esto forma parte del cielo.
––¿Y dios? ¿También vive en un adosado o por ser dios habita en un castillo?––se rió
El profeta Elias se acarició su luenga y canosa barba y sonrió meneando la cabeza.
––Desde luego que los de ahí abajo sois cada vez más salvajes con esa educación pública que os dan ––se giró para señalar un lugar del nuboso paisaje–– Ahí está su Bunker.
––¿Bunker? Juanote llevó los ojos a la dirección que el viejo señalaba y vislumbró sobre un poderoso risco una enorme y compacta edificación de perfil romo y de color gris plomo.
––No jodas, ¿ahí vive dios?
––Bueno ––explicó, Elias ––, es su residencia habitual en tiempos de guerra en la Tierra. Osea, que está ahí casi siempre. Cojamos uno de estos vehículos para subir––se dirigió a las bicletas que estaban aparcadas en la plazoleta.
––¿No hay que echar moneda?––preguntó Juanote cada vez más divertido con el panorama.
El profeta Elias no respondió y subió bicicleta arriba que se las pelaba. Juanote le siguió a duras penas porque hacía bastante tiempo que no montaba en uno de aquellos cacharros. Después de quinientos cincuenta pedaleos y algunos más llegaron a pie del impresionante fortín. Un par de enormes policías militares, uno de la Tsaal israelí y el otro marine yanki, custodiaban sus enormes puertas. Juanote, que estaba a reventar con todo aquello, tiró la bici al suelo con mala leche.
––¡Ya está bien de historias, coño! ¡Esto no es el cielo esto es la base de Rota, y tú un mierda de espía de la CIA, seguro!
El profeta lo miró por unos instantes y se rascó sus partes antes de penetrar el muro y desaparecer.
––¡Eh, eh...! ¿Dónde vas…? Joder, el muy cabrón ha atravesado la pared del bunker.
Entonces quiso hacerlo él también pero se estampó dolorosamente contra el cemento armado. Enseguida pensó que aquello era cosa de las diabólicas y secretas tecnologías de los yankis.
Después de unos segundos de tribulación se percató de que alguien le llamaba con voz recia e imperativa.
––Juanote Colomer, ya puede pasar.
Uno de los guardias cogíó entonces una de las enormes llaves que colgaban en su cinto, de esas que abren viejas mansiones y castillos, y la giró en una enorme cerradura con gran estrépito a roñosa herrumbre. La puerta se abrió entre clamorosos chirridos y el militar le conminó a que pasara. Juanote no cabía en sus carnes. De pronto se encontraba en un oscuro túnel pobremente iluminado con algunas antorchas y con el profeta esperándole impacientemente. El que fuera alcalde santo le increpó totalmente fuera de sí.
––¡Ya está bien de cachondeo, viejo estúpido! ¿Me vas a decir ahora que en el cielo os ilumináis con antorchas? ¿Es que no pagáis el recibo de la luz o qué?
––Más bien qué ––repuso el profeta con una sonrisita de vieja.
––¿Cómo que más bien qué? ¿Te estás cachondeando de mí?
––No, es eso que has dicho.
––¿Qué no pagáis la luz?
––¡¿VAIS A DEJAROS DE CHOTEO Y ENTRAR DE UNA VEZ?
La voz que salió de algún lado de aquel sórdido lugar era atronadora, acojonante diríamos los entendidos en voces.
––Es el amo, es el amo que se impacienta. Corramos a verle o nos castigará.
El profeta Elías dio una carrerita hacia el interior seguido a regañadientes por un Juanote cada vez más seguro de que todo aquello era producto de un grotesco montaje de alguien. Quizás de algún jefe de kábila o de todos ellos, interesados como estaban a que el dios de los cristianos le diera el apoyo a Juanote para ganar la demencial guerra contra España y recuperar así la deseada Al-Andalus de sus ancestros.
Medio tranquilizado con aquella reflexión, Juanote decidió llevarle la corriente al profeta y a todo aquel que se le pusiera por delante en aquel grotesco cielo sin luz y provisto de adosados y bicicletas de alquiler.
De repente una discreta puerta se abrió al fondo y una silueta menuda se recortó en el contra luz. Cuando llegaron, Elías reverenció agachando el lomo una y otra vez ante un inquietante viejo con barba pelirroja y mirada iracunda que vestía como un rústico granjero de Minesotta. Una vieja camisa de franela a cuadros rojos y negros y unos desilachados y desgastados pantalones vaqueros amarrados a su tripona con una cuerda de esparto. Juanote siguió el ejemplo del profeta y también reverenció, aunque de forma más cómica.
––Así que tú eres Juanote, el nuevo santo del martirologio católico de España, ¿eh?
––¿Y usted quién es? ––preguntó a su vez Juanote con descaro.
––Yo soy dios, mequetrefe ––respondió ante la insolencia del santo varón español––. Venga, pasa al interior que tenemos que hablar ––apremió, dios.
El interior era un inmenso salón con una descomunal mesa rectangular en el centro llena de barquitos, aviones tanques, misiles, tropas y todo sobre un perfecto y enorme mapa en relieve donde se reflejaba Oriente y Occidente. De nuevo la estancia estaba iluminaba con penosas antorchas y candelabros de todo tipo, pero sobre todo sobresalían en número los judaicos de siete brazos y otros con forma de media luna.
––Bueno, mequetrefe ––habló dios––Me han informado que tú y tu gente de las kábilas del Atlas pretendeis reconquistar Andalucía o lo que es lo mismo, la vieja Al–Andalus, ¿No es así?
Juanote apenas atendía porque estaba muy impresionado con aquella mesa y aquel mapa donde los ríos llevaban agua y los volcanes echaban humo.
––Pero yo no te he llamado para que admires mi mapa de guerras en el mundo ––advirtió dios.
Pero Juanote continuaba ensimismado con aquel espectáculo. Ahora se fijó en España, advirtiendo como algo parecido a mosquitos emergían de un lugar de la Andalucía Occidental.
––Son los F-16 de las bases de Morón y Rota ––aclaró dios, viendo el interés del antiguo concejal del POTE –– Van camino a Siria, para machacar a esos desarrapados de ISIS y al gilipollas de Asad.
Juanote miró, incrédulo, al viejete que decía aquellos disparates y afirmaba ser dios. Como broma aquello estaba bien pero no estaba dispuesto a que quien fuera continuara tomándole el pelo.
––Bueno. Ya está bien de historias, abuelete. Ahora mismo me va a decir donde estoy y quien eres tú. ¿O acaso cree en serio que me he tragado que esto es el cielo y que usted es dios? ¿Un cielo con adosados y bicicletas?
Dios miró a Juanote y sonrió mientras movía sobre el mapa una brigada de tanques Mercava hacía la provincia del Sinaí.
––¿Decías, Juanote? ––preguntó después como si nada y sin dejar de sonreir.
––Decía, que... que...aaagh.
Juanote no pudo articular más palabra. Se había quedado repentinamente mudo. Jehová se acercó entonces a él y le atizó una patada en los cojones que lo dobló como una alcayata haciéndole caer al suelo.
––Me caes bien, muchacho–– dijo después––, pero no te pases. No acepto insolencias de nadie y menos de un chulo corrupto y del tres al cuarto como tú. Llévatelo de aquí e instálalo en la ciudadela de las putas y de los drogotas corruptos ––ordenó a Elias que aún permanecía en la estancia.
––¿A, a la ciudadela de las putas, amo?
––Sí. Allí debe permanecer hasta que lo vuelva a llamar.
El profeta Elías ayudó a Juanote a incorporarse y lo llevó arrastras hacia la puerta. Antes de abandonar la enorme estancia, se escuchó de nuevo la grave voz de Jehová.
––Pasa antes por la tasca de Pedro y que allí, el agente Prott, le explique al cretino éste cómo funciona el negocio.
––¿Putas? ¿Me lleváis a un barrio de putas? ––balbuceó Juanote, recuperando la voz.
––Venga, calla o enfurecerás más al amo.
Los dos caminaron por el túnel de regreso a la salida al tiempo que espantosas y atronadoras explosiones comenzaban a sacudirlo todo.
––Pero, pero, ¿qué es lo que pasa ahora?
––Los americanos deben están bombardeando Siria.
––¿Siria...? ¿Pero...?
En la puerta del bunker les esperaba un desvencijado Ford militar de cuando la guerra de España.
––¿A dónde les llevo?–– preguntó el chófer, que por más señas era de Málaga.
––A la tasca de Pedro ––repuso Elías.
Capítulo III. Ya lo dijo Hermes Trismegisto: igual arriba que abajo y viceversa.
Juanote no salía de su asombro. El que conducía cubría su cabeza con un “chapiri” de esos con un inquieto borlón rojo que parecía bailar una samba sobre su famélica nariz. Aquel tipo le recordó a los legionarios que acompañaban la cofradía del Cristo de la Buena Muerte en Málaga y que desfilaban todos ellos muy machos marcando paquete.
El vehículo comenzó a andar, bueno a acelerar como un demonio en una supuesta carretera donde no se veía nada, solo un vacio ululante iluminado por fantasiosas nubes iriscentes y relampagueantes explosiones que salpicaban los infinitos horizontes como una quimérica y fantasmal guerra. sin truenos.
––¡Yo creía que el cielo era azul, con nubes blancas como borreguitos y con ángeles volando y todo eso. Al menos así se ilustraba en las estampas y era lo que nos contaba el cura de la parroquia donde hice la primera comunión––comentó, Juanote a Elias mientras el viento silbaba como las balas sobre las ventanillas rotas del vehículo.
––Ahí abajo os han contado muchas tonterías a los vivos ---repuso el viejo profeta.
En un pis pas imposible de calcular en tiempos terrenales, el viejo Ford se detuvo en un amplísimo aparcadero donde dominaba una cochambrosa taberna de viejo estilo euskalduno. Un viento ardiente azotaba el lugar como en un maldito y desolado páramo volcánico. Los dos corrieron hacia el interior del edificio.
––Hola, Pedro ––saludó Elias al personaje que habitaba tras un monstruoso mostrador se ébano.
––¿Quién es el tipo que te acompaña?––preguntó, mirando a Juanote.
––Es un vivo que he subido por orden del jefe. Ante la sorpresa de Juanote, aquel tipo con andrajosa barba sacó un viejo ordenador portátil de debajo del mostrador y comenzó a teclear.
––Juanote... ? ¿Juanote qué más? ––preguntó, rascándose la grasienta y tupidísima barba.
––Colomer. Juanote Colomer…
––Aquí está. Vaya, tú padre ya está entre nosotros y tu tío también. Los asesinaste hace tres años, ¿no es así?
Juanote perdió el color. ¿Cómo podía saber aquello? Aún así respondió con la chulería que le caracterizaba.
––Oye, barbudo de mierda, que yo no he asesinado a nadie. Solo fueron accidentes.
–– Tampòco es para ponerse así ––intervino Elías –– Aquí eso importa bien poco. El cielo está lleno de asesinos, genocidas y corruptos que viven en espléndidas barriadas y mansiones de lujo como lo hicieron en la tierra. Bueno, lo de viven lo digo en un término coloquial para que nos entendamos.
––¿Bueno, ¿hace un ron con Bacardí bien cargadito como de costumbre, alcalde? ––preguntó el tabernero, poniendo sobre el mostrador un largo vaso de tubo.
Juanote no salía de su asombro. Si aquello era una broma de los kabileños... Alguien de los parroquianos que ocupaba en ese momento una de las mesas del rincón se acercó al mostrador muy angustiado. Su cuerpo era extrañamente transparente y parecía desvanecerse por momentos. El hombre gritó angustiado.
––¡La muy puta se ha casado y ya me ha olvidado!
––Ay, señor, con las mujeres –– le sirvió, san Pedro, un chupito de güisqui a toda carrera.
––Ahora sí que me muero de verdad, Pedro ––prosiguió el infortunado, apurando el vasito–– Ya no existiré para siempre y jamás...
––Bébete el último chupito, amigo. La muerte es así de puta.
––¡Puta mi mujer! ––exclamó el reo, apurando el vasito hasta la última gota––Ella pronto se olvidó de mí.
––Claro hombre. Parece mentira que creyeras en esas mentiras del amor. El muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Con un discreto fogonazo el hombre desapareció. Elías chasqueó la lengua en señal de disgusto.
––Pobre Enrique ––dijo, chupándose un anís–– Le había cogido aprecio al hombre. Pero ese es el precio que hay que pagar cuando los de abajo se olvidan y abandonan a sus muertos.
---Claro. Con tanto canchondeo del Hallowen y los zombis esos... ---se lamentó Pedro, volviendo a lo suyo.
Juanote comenzó a inquietarse. Lo que había presenciado no parecía un truco. Aquel individuo había desaparecido delante de él, dejando un viscoso olor fúnebre, como a ese extraño tufo dulzón que flota en los cementerios solitarios.
Un joven pecoso de pelo pelirojo entró en la taberna y se dirigió a la barra visiblemente sofocado. Pedro levantó la mano para saludarle.
––Hombre, Prott.
––El espía de dios ––añadió el viejo Elias, elevando en honor del recién llegado su eterna copita de aguardiente.
––Joder, no se que le pasa al viejo últimamente con tantos mensajes secretos a la Cia, al Kremlin y a su puta madre. Es que no para–– se quejó el joven, visiblemente cansado.
––¿Hace una Coca Cola fresquita, Prott?
––Bueno. ¿Pero quién es este tipo? Parece un vivo––dijo, mirándo descaradamente a Juanote.
––Efectivamente es un vivo–– confirmó Elías––.Otra adquisición del amo, seguramente para la nueva guerra que lleva con los de Alá.
En eso llegó la luz y san Pedro apagó todas las antorchas del local de un soplido. Una lámpara enorme de herraje que colgaba en el centro del establecimiento se encendió con luz mortecina. También un televisor que había sobre una repisa echó a andar repentinamente.
––Mira. Está hablando Saladino.
Juanote se fijó en la pantalla y vio a un hombre con
atuendo árabe y con la pinta de Ben Laden.
––¡Tengo a todo el Oriente en pie de guerra contra los infieles. Mis valientes fedayines combaten en todo el mundo y acabarán con esos bastardos de la Coalición Internacional!
––Joder con el cacao que tienen montado––exclamó san Pedro sirviéndose un generoso vaso de vino de Galilea ––Al final conseguirán que el mundo se vaya al carajo y con él todos nosotros.
Juanote, se sentía como un bulto en medio de todo el alucine que se movía a su alrededor. Notó que la boca se le secaba como una alpargata al sol y echó de menos un par de rayas de coca de la fina y a su viejo camello, Papelinas, el que fuera su mejor proveedor en la Tierra. Ahora necesitaba más que nunca farlopa de la buena. Por una de aquellas se le ocurrió que podía estar muerto y preguntó a San Pedro.
––¿Papelinas, dices? ¿Eso es un nombre o un mote?
––Pues debe ser eso último.
San Pedro volvió a coger su desagelado ordenador y comenzó a investigar´
––A ver... España, España... Google Blue Skay... ¡Aquí está! Al parecer lo asesinó un cura en el 2013, en una colonia de rehabilitación de Albacete.
––Vale, vale ––se impacientó, Juanote––. Pero, ¿está aquí?
––¿Aquí, dónde? ––levantó San Pedro los ojos.
––¡Coño, Pedro, el hombre se refiere si está aún en el cielo –– intervino Prott–– Cada vez estás más torpe con esos galileos que te chupas.
––Eh, eh, un poco de tranquilidad que aún no tengo regularizado del todo los censos de los últimos cinco años –– se rascó sus espesas y sucias barbas.
––¿Pero puedo contactar con él?––insistió, Juanote.
––¿Para qué?
––Bueno, era mi conseguidor y... ––titubeó.
––¿De droga?––preguntó Prott ––Porque si es así y tú tienes toda la pinta de un drogota, de nada te va a servir. Todo lo que ese amigo tuyo pueda conseguirte aquí es virtual, solo para las almas de los muertos. Para los viciosos, claro ––aclaró.
A Juanote comenzaron a agolpársele las preguntas en cuanto comenzó a admitir que aquello pudiera ser realmente el cielo. Había miles de cosas que no encajaban y necesitaba saber. De momento el por qué dios le había llamado y para qué. Porque si era cierto todo aquello vislumbró el inmenso negocio que podía suponerle ser un intermediario entre el cielo y la tierra, el verdadero intermediario entre dios y los hombres.
Juanote miró a los presentes.
––Quiero que me digáis para qué me ha llamado dios.
Los presentes se miraron entre sí y se encogieron de hombros. Fue Prott el que carraspeó como queriendo decir algo.
––Bueno, saber algo sobre los planes que tiene dios es harto difícil, pero...
––Pero qué ––insistió Juanote.
––Bueno. Lo que te puedo decir es que se está preparando una gran guerra en la tierra. Una guerra a tope. La tercera guerra mundial.
––Y eso dios lo quiere evitar, ¿no?
––¿Que lo quiere evitar, dices?––rió Prott –– Pero si es él mismo junto a Alá los que la están preparando.
––No entiendo nada ––pensó Juanote en voz alta–– Lo mismo me he equivocado de cielo.
––Que no, hombre. Que a mí me pasó igual cuando me abdujeron de mi Belfast natal. ––repuso Prott––Sencillamente es que nos han contado mal las cosas.
––Pero, ¿y Jesucristo? ¿Acaso Jesucristo no predicaba la paz y todo eso de perdonar a nuestros enemigos, poner la otra mejilla…?
––Pobre hijo ––repuso Prott, entristeciendo de repente––. Dios lo tiene relegado a la altura de una mierda.
Pedro asintió con la cabeza a las palabras de Prott con visible sentimiento. Después comentó a Juanote con apenas un hilo de voz.
––Ya me ves a mí. Su apóstol preferido sobre el que edificó su iglesia. El que iba aguardarle las puertas del reino de los cielos, y aquí me ves, tras este mostrador de una tabernucha abertzale y sin un taburete donde sentarme y descansar mis pies.
En esos instantes un personaje en pijama y con cara de pardillo asustado entró en el local y se acercó al mostrador pegando voces.
––¿Dónde estoy? ¿Dónde estoy? ––agitaba los brazos como un poseso –– Estaba echándome una siestecilla y de repente me he levantado y me traen a una taberna. Yo que soy abstemio.
Pedro se echó mano a la frente con gesto cansado. Para él la historia era siempre la misma.
––Ven aquí, hombre––le echó la mano al hombro–– Una copita de absenta no te sentará mal.
––¡Que yo no bebo, coño! ––vociferó el recién llegado.
––Está bien. Pues que sepas que estás más muerto que un boquerón en una jaula y para que te enteres esto es el cielo.
––Anda ya.
––¿Anda ya?––Pedro giró con mal humor el ordenador para enseñarle la pantalla. El cuadro que allí se mostraba era desolador.
––¡Pero si soy yo en la cama y todo tieso! Y mira, mi mujer y mis hijos… Me están llorando...
––¿Hace ahora esa copita, compañero?
Teodoro [el amado de Dios], que así se llamaba el infeliz, se bebió tres de golpe. Juanote observaba todo aquello con tremenda perplejidad. El hombre levantó la cabeza, ahora algo más resignado.
––Bueno, al menos estoy en el cielo y descansaré de trabajar como un burro en la fábrica. Aunque yo creía que el cielo era otra cosa, la verdad.
––¿Una fábrica de qué? ––preguntó Pedro, activando el buscador de Google Blue Skay.
––Una fábrica de coches. ¿Por qué?
––¿Coche alemán o francés?
––Pero bueno. ¿Ya qué importa eso?
––Claro que importa. No es igual la Wolkswagen que la Citröen.
Juanote no pudo contenerse e intervino en lo que entendió una conversación absurda.
––Pero bueno. Este hombre ha muerto y ha subido al cielo. A qué historia viene ahora dónde y de qué trabajó en vida? Parece esto una oficina del INEM.
––Siempre igual, coño ––exclamó Pedro––. ¿Acaso nadie os ha explicado eso de que todo es igual arriba que abajo y viceversa? Pues Hermes Trismegisto [tres veces grande], lo dijo bien claro hace bastantes siglos, pero al parecer nadie le echó cuenta. Si tú, abajo, en el mundo de los vivos, trabajabas en una fábrica de coches pues aquí arriba te dedicarás a lo mismo. No vas a ponerte ahora a vender helados.
––¿Pero esto es una broma, una estafa…? –– protestó, Juanote ––¿Me dicen que este hombre está condenado a trabajar en una fábrica toda una eternidad...? ¿Están seguros que esto es el cielo? ¿No será el infierno?
––El infierno no existe––repuso el joven Prott, echando mano a una de las petacas de metal que colgaban de su cinto, todas ellas a rebosar de güisqui de las destilerías Ballantine`s ––.Pero, si te parece nos acercamos en mi Harley a un tranquilo Pub irlandés que conozco y allí te explico todo.
––Sí, más vale –– asintió el viejo Elías ––. Dios me ha ordenado que lo pongas al corriente.
En esos momentos llegaban dos nuevos difuntos, un anciano y una anciana con aspecto de pobres pero dignos.
––Somos de Triana y nos hemos suicidado porque nos han echado de nuestra casa y no queremos vivir en la calle––explicó ella llorando si tenía que llorar.
––Ha sido el Mariano ese fascista y cabrón, ¿sabe usted?–– explicó el anciano temblando de frio ––Ya no tienen ni caridad.
Prott apuró a Juanote, pero éste se enganchó en la historieta de los recién llegados.
––Venga, que debemos irnos.
––Espera un segundo. Quiero ver lo que ocurre con esta pareja de suicidados.
Pedro miró a los ancianos y resopló con disgusto antes de sentenciar.
––Pues aquí tampoco hay de esa caridad que dice usted, amigo. Tendrán que vivir a la intemperie en un campamento de chabolistas rumanos. Es lo único que les puedo ofrecer.
La mujer se alborotó al escuchar aquello.
––¿Es que el cielo también nos desahucia? Porque esto es el cielo, ¿no es así?
––Sí, pero también aquí arriba las cosas están como allá abajo. Si antes de suicidarse al menos se hubiesen preocupado en ocupar una vivienda…
––¡Pero nosotros no somos okupas! Nosotros somos personas decentes y pacíficas.
Pedro se encogió de hombros.
––Yo siempre he rezado y creído en Jesús, el amante de los pobres, el que nos prometió un cielo donde resarcirnos de las injusticias del mundo–– comenzó a lamentarse la vieja–– Ay, que nos han vuelto a timar, Agapito mío. Que aquí también manda Rajoy.
––No diga eso, abuela, Jesús no les ha engañado ––dijo Pedro, saltándosele las lágrimas –– Lo que pasa es que Jesús no manda, manda su padre, Jehová, que es de coco y huevo.
––¿El padre?
––Sssshh ––no hable tan fuerte que se puede enterar y entonces vamos bien ––susurró San Pedro –– Les queda familia o amigos allá abajo, que les puedan recordar o rezar?
––No tenemos a nadie, mire usted ––repuso Agapito–– Todos huyen de la pobreza y nosotros éramos muy pobres allá abajo. Ni nuestros hijos se acuerdan de nosotros.
––¿Y la Esperanza de Triana? ¿Dónde está mi Esperanza? ––exclamó la vieja, buscando con la mirada–– Nosotros éramos muy devotos de la virgen. Lo mismo si está por aquí nos puede ayudar…
––La Esperanza que usted dice no existe, abuela. Es solo una estatua––repuso Pedro–– Pero no se preocupen demasiado porque si no tienen a nadie que les recuerde allá abajo su situación acabará pronto.
––Bueno, nos vamos ya o qué --apremió, el pelirrojo.
––Sí, vámonos que cada vez estoy más jodido con todo esto.
Juanote y el joven Prott salieron fuera y este último ofreció la petaca de guisqui a Juanote. El viento había cesado y un enorme planeta asomaba esplendoroso por un horizonte negro, clareando la oscuridad con un suave tono en plata.
––Oye, este guisqui es de verdad, ¿no? Está cosa fina.
––Sí. Cada vez que voy a abajo me lleno las petacas porque nunca se sabe cuándo voy a volver.
Lo que era el gigantesco parking que rodeaba la taberna estaba vacío. Solo una enorme motocicleta Harley esperaba en medio de aquella nada.
––Desde luego lo que aquí no parece faltar son sitios para aparcar, aunque no veo coches, ni gente. Parece que el cielo está vacío con la cantidad de gente que casca todos los días allá abajo.
---Sí, esa misma pregunta me hice yo la primera vez que subí aquí. Hasta que me enteré que la mayoría de las almas se pierden por el camino, vamos, que desaparecen en el tránsito.
---Cómo que desaparecen.
---Bueno, no se sabe muy bien donde van a parar. Dicen por ahí que utilizan sus yeeps como combustible energético para mantener el Sol, vamos que los queman. A tal fin son engañados por un tal Uruhk, empleando la táctica de “la luz al final del túnel”. Las almas caen como moscas.
Todo aquello le parecía a Juanote un cuento de terror.
---Bueno. ¿Entonces el Sol es el infierno?
---¡Buf! Vaya usted a saber. Si lo quieres llamar así. Pero allí envían a las almas de forma arbitraria y no por castigo. Da igual que hayan sido buenas malas o regular. Lo que sí te puedo asegurar es que los judíos no van ni tampoco los inmortales de la Tierra. Aquí en el cielo tenemos a Hitler, a Franco y un montón más de genocidas, asesinos y ladrones que son famosos por sus crímenes en nuestro mundo y que ahora habitan en el cielo en espléndidos palacios y villas y ostentan, incluso, cierto poder
Prott arrancó la Harley y el espacio se colmó con su característico zumbido de marca.
El joven irlandés llevó a Juanote a una zona iluminada con luz del día, bueno más bien de atardecer lloviznoso y gris. El lugar estaba plagado de establecimientos de recreo, sobre todo de Pub con sus faroles amarillentos, alumbrando nombres sajones en sus pórticos de madera.
Prott entró en uno de ellos y Juanote quedó sorprendido ante un antiguo y enorme avión de caza que colgaba del techo y algunas personas de allí dentro que jugaban a los dardos vestidos con viejos uniformes de la RAF.
––Son de la segunda guerra mundial. Son héroes a los que el pueblo guarda memoria y les envía muchos yeeps. Por eso siguen aquí y no se han desvanecido.
Juanote continuaba sin entender y Prott lo llevó a un rincón del establecimiento y se sentaron junto a una ventana con los cristales embadurnados de un extraño vaho verde que no dejaba ver.
Encima de la mesa dejó un par de las petacas que llevaba al cinto y se dispuso a contarle a Juanote todos los secretos de aquel cielo que nada tenía que ver con lo narrado por frailes monjas y demás curia de la Iglesia.