Pocos españoles llevan una doble vida de manera tan definida como
Felipe González. El ex presidente es un hombre obsesionado por el dinero y la
alta sociedad. También es un hombre satisfecho, pues ha cumplido sus objetivos
de hacerse rico y relacionarse casi exclusivamente con las grandes fortunas del
planeta. Cuando está en España, a Felipe le gusta vestirse como un modesto
profesor de instituto jubilado algo intelectual y dar la apariencia de que
acaba de bajarse de un coche de línea tras un cansado viaje. A sus hooligans
dentro y fuera del PSOE les encanta creerse este espejismo que ha confeccionado
él mismo. Cuando viaja fuera de nuestro país – se desplaza frecuentemente en
avión privado- Felipe aprovecha para hacer todo aquello que por discreción no le
gusta hacer en España.
El expresidente pasa la mitad del año en Iberoamérica, siendo una
figura habitual en las lujosas villas que sus riquísimas amistades tienen
esparcidas por el continente. A Felipe se le ha visto en la reserva natural que
en Carabobo tiene el magnate venezolano Gustavo Cisneros, empresario al que su
gobierno vendió Galerías Preciados tras la expropiación de Rumasa. Cisneros
hace gustoso de anfitrión, pues compró la empresa en 1984 por 1.500 millones de
pesetas y la revendió a los tres años por 30.000 millones. Los contribuyentes
perdimos 28.500 millones en la operación, pero entre ellos nació una bonita
amistad que aún perdura. Felipe conoce también el palacio que la poderosa
familia colombiana Santo Domingo tiene en la isla de Barú. A esta casa en el
Caribe acudió invitado en marzo de 2009, cuando se representó a sí mismo en un
cónclave de magnates iberoamericanos donde no faltó su otra mitad, Carlos Slim,
el hombre más rico del mundo.
A Felipe le gusta vestir en España como un pensionista que no llega a
fin de mes, pero tiene en Tánger una exclusiva finca con playa privada contigua
a la del rey Mohamed VI. Y la tiene por concesión afectiva del sátrapa magrebí
hacia su persona, ya que el sevillano mantuvo una relación envidiable con su padre.
La excelente sintonía de Felipe con Hasan II la facilitó la intermediación del
rey Juan Carlos y, sobre todo, la lluvia de miles de millones de dinero público
que, en la forma de créditos para la compra de material militar español, dejó
caer España sobre Marruecos cuando Felipe mandaba. Desconocemos si se
inspiraron en el Palau de la Música y la familia Pujol para manejar estos
dineros, pero es bien conocido su gusto por la lírica catalana. El rey Juan
Carlos y Felipe González se apoyaron continuamente en los años ochenta y
noventa ayudándose en la consecución de sus objetivos, facilitando siempre el
uno la labor del otro. También colaboraron en tareas de Estado y de Gobierno.
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De tanto tratar con grandes fortunas internacionales, a Felipe se le
han pegado sus costumbres. Los hijos de los muy ricos no trabajan, y ninguno de
los hijos varones del ex presidente -cuarentones con familia- tiene oficio
conocido. Lo mismo le pasa al hijo de José Bono, otro ni-ni de postín. A Felipe
también se le ha pegado el deseo por crear un fondo de capital riesgo, una
controvertida forma de inversión con muchos detractores dada la facilidad con
la que permite aflorar capital revestido de éxito empresarial. El fondo de
Felipe se llama Tagua Capital.
Felipe es hoy el único dinosaurio de la política capaz de, en menos de
24 horas, pasar de ser besuqueado por amas de casa y receptores PER en los
feudos del PSOE en la Andalucía rural más castigada por el paro y la corrupción
de su partido, a bailar en la República Dominicana bachata con una
multimillonaria en un palacio próximo a la mansión de Carmen Chacón bajo la
mirada de Óscar de la Renta. Entre grandes billonarios es donde se encuentra
verdaderamente cómodo, a la gente humilde que le aclama en los mítines como una
estrella del rock siempre la despreció. En lo que a gestión de imagen publica
se refiere, Felipe González es un estafador profesional.
Stas Radziwill
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