Sunday, 2 October 2016

S.J. Alcalde y Mártir (Capítulos 12. 13. 14.)













CapítuloXII
     

...La situación se precipitaba y estaba claro que la investidura del nuevo alcalde podía presentarse problemática además de suponer un verdadero quebradero de cabeza para Juanote, que necesitaba de manera imperiosa el voto positivo del comunista Cirulo. Y esto último le preocupaba bastante en cuanto su enfrentamiento con él en el chiringuito podía hacer cambiar su tradicional apoyo al P.O.T.E. e inclinarse en esta ocasión por el grupo del J.O.S.E. Aunque por otro lado le tranquilizaba en algo la convicción de que aquel monolito de carne nunca cedería su voto a los fachas ni tampoco aceptaría sobornos, aunque esto último también le vetaba la posibilidad de comprarlo. Pero por encima de estas dudas existía la otra alternativa que podía tomar Cirulo y que no era otra que el voto de la abstención, o lo que era lo mismo: ni con el P.O.T.E. ni con el J.O.S.E y seguir controlando así las decisiones del Consistorio.
De todas maneras, como Juanote no tenía un conocimiento muy claro de los entresijos de la política en lo que refiere a los acuerdos y pactos municipales, fue a ver a Carajote para que le abundara sobre estos asuntos. Le encontró sentado a la puerta de su casa, muy compungido con lo sucedido a su padre, y con la idea fija en vengarse del interventor.
     ––¡Debemos echar a la puta calle a ese cabronazo, Juanote!–– le dijo, nada más echarle la vista encima.
     ––Claro que echaremos a ese gilipollas, Carajote ––asintió Juanote –– . Pero ahora lo que interesa es el Pleno de investidura para que yo sea el nuevo alcalde.
     Pero para su sorpresa, Carajote le salió en esta ocasión por peteneras:
     ––¿Tú de alcalde? Creo que no va a poder ser,  porque apenas llevas cuatro meses en el partido y no tienes ni idea de lo que es un Ayuntamiento ––comentó ––. Además, no creo que te apoyen los compañeros del grupo.
     ––Hombre, lo normal es que se presente como alcalde el siguiente de la lista, o sea yo ¿O es que la cosa no funciona así? Además, contaría con tu apoyo para gobernar porque es cierto que tú tienes mucha más experiencia que yo .
     ––¿Y por qué no yo?
     ––¿Tú qué?
     ––Yo de alcalde.
     Juanote frunció sus afilados labios y respiró profundamente contrariado. No esperaba que el montuno aquel tuviera pretensiones y presentara batalla. Sin embargo debía hilar muy fino porque su apoyo era fundamental para poder acceder a la alcaldía. Por eso empleó la socorrida estrategia del “sí, pero no” cuando le respondió:
     ––Desde luego que sí que podías ser alcalde perfectamente, Carajote, pero está por medio el desgraciado tema de tu padre y eso no nos va beneficiar porque los del J.O.S.E. te van a examinar con lupa, ya sabes a lo que me refiero. De todas formas si tú insistes en el puesto, yo no te lo voy a impedir.
     Ante el contundente argumento, Carajote se lo pensó dos veces. En verdad tenía por ahí algunos chanchullos que ciertamente podían implicarle si alguien se proponía investigarlos. Para empezar, vivía en un adosado que una constructora regaló a su padre a cambio de favores. Juanote había logrado asustarlo y de esta manera cedió sin más discusión:
     ––Sí, pensándolo mejor, creo que tienes razón. Si tú quieres presentarte, cuenta con mi apoyo y convenceré al grupo para que también lo haga. Pero a cambio de mi fidelidad ¿qué voy a recibir yo?
     ––Tú serás mi mano derecha, Carajote ––repuso Juanote, muy serio.
     ––Déjate de coñas. Hablo de pasta.
     ––¡Está bien, está bien! Cobrarás más que el resto de los concejales, porque eso se puede hacer, ¿no?
     ––Claro. Me nombras concejal “en cap”.
     ––¿Y eso qué coño es? ––preguntó Juanote con una asquerosa mueca.
     ––Eso es catalán, Juanote, catalán y es lo mismo que decir un concejal con cabeza o algo parecido. Esos catalanes son la hostia, inventan lo que sea con tal de ganar más que los demás, los muy separatistas.
     Juanote apenas puso atención a la explicación de Carajote. Por lo pronto ya había conseguido su adhesión bajo etéreas promesas que, en su momento, consideraría si las cumpliría o no. Ahora el camino a la alcaldía lo tenía totalmente despejado, sólo le faltaba el problemático concejal rojo y entonces volvió a preguntar:
     ––Antes que se me olvide, Carajote, ¿sabes quién va detrás del Cirulo en la lista de los comunistas?
     ––El Manu.
     ––¿El Manu? ¿Quién es ese?
     ––¡Joé, el viejo del chiringuito de la playa!
     ––¡Ah, te refieres al Manubrio! ¡Eso es perfecto!
     ––Pero el concejal es Cirulo no el Manu ––repuso Carajote no entendiendo las alegrías de su compañero.
     Ciertamente la noticia alegró al pérfido Juanote en cuanto que al Manubrio lo tenía en el bote. No había más que prometerle un restaurante en la Ensenada y pare usted de contar. Todo lo demás lo tenía limpio de obstáculos excepto la abrupta y peligrosa sombra del Cirulo que se interponía como una seria amenaza. Juanote decidió entonces precipitar su venganza contra el comunista y para ello puso en práctica un plan brutal y torticero, utilizando como cómplice a su ex mujer, Palmira. De  esta manera decidió llamarla al día siguiente por la mañana y quedar con ella para esa misma tarde. Ahora sólo le preocupó que la cincuentona fuera tan incorruptible como su marido.

Capítulo XIII

     Sobre las siete de la tarde y después de meterse en el cuerpo un par de rayas y unos cuantos cubatas de Bacardí, Juanote se encontró  llamando a la puerta del domicilio de la pitonisa. Ésta le recibió con mucha fiesta al que ya se le suponía futuro alcalde del pueblo. Enseguida el edil se interesó por su situación económica y también preguntó si Cirulo continuaba viviendo con ella:
     ––Ese burro aún no me ha pasado ni un solo euro. Vive desde hace semanas con su madre, en Pedorojo.
     ––¿Y a estas horas donde suele estar? ––continuó Juanote, sonsacándola.
     ––Pues seguro que echándose su siesta de cuatro horas. Eso es algo que no perdona aunque se hunda el mundo. Cuando se levante irá a la taberna de la playa a cumplir con su partidita de dominó con los amigotes. Siempre hace igual.
     ––¿Te ha pegado alguna vez?
     ––No, pero en más de una ocasión ha estado a punto, el muy animal. ¿Por qué me pregunta eso?
Juanote no se lo pensó y a su vez preguntó a bocajarro:
     ––¿Qué te parecería si yo te propinara una paliza por tres mil euros?
     ––¡¿Quéee?!
     ––Sí, mujer. No es nada del otro mundo –– sonrió Juanote ––. Yo te doy unas cuantas bofetadas y tu le cuelgas la agresión al Cirulo. A cambio te pagaría tres mil euritos que no está nada mal.
     La mujer retrocedió unos pasos, mirando a Juanote con ojos muy abiertos. Aunque no entendía de qué iba aquello, los euros comenzaron a bailar en su trastornada mente.
     ––¿Tres mil, dice? ¿Medio millón de las antiguas pesetitas...? ––preguntó como la que no quiere.
Conociendo lo beatucha que era la Palmira, Juanote improvisó ahora un discurso de la hostia:
     ––¡Claro, mujer! Esa será la ayuda que el Ayuntamiento te dará por colaborar en la limpieza de ateos e indeseables que existen en el pueblo... ––ahora, Juanote se tornó sentencioso, casi bíblico y dijo: ––Porque todos esos que abominan de Dios y de su santa Madre Iglesia, no deben andar sueltos por la calle. Y el Cirulo merece un castigo ejemplar por ser el cabecilla de todos ellos, su sacrílego jefe. A nosotros, Palmira, nos cabe la enorme responsabilidad de ser los primeros ejecutores que impulsemos este plan divino que nos obliga a castigar a todos estos malhechores. Pero debemos ser cautos y guardarnos mutuamente el secreto de esta misión porque así Dios nos lo demanda.
     ––¡Aaaah! ¡Bendito sea! ¡Habla usted como un profeta de Dios!
     ––¡Pues venga, cuanto antes terminemos este asunto, mejor ––apremió Juanote.
     ––Espere, espere, ¿y él dinero? ¿Dónde está el dinero? ––insistió ella.
     ––¡Joder con el dinero! Mañana te lo dejaré sin falta en tu buzón dentro de un sobre –– levantó Juanote la mano para arrearle el primer castañazo.
     ––Espere, espere, ¿y después qué hago?
     ––¿Cómo que después que hago? ¡Al puesto de la guardia civil a denunciar al Cirulo por malos tratos, que pareces tonta! ¿Vale ya?
     ––No me pegue muy fuerte, señor alcalde –– intentó la mujer cubrirse instintivamente la cara.
Pero fue en vano porque el primer hostiazo fue de pánico. La Palmira salió despedida como un fardo contra el sofá del pequeño comedor, y Juanote resopló entonces como una fiera sedienta.
     ––¡Ay, ay...! ¿Ya está?––preguntó la otra con la nariz hecha polvo.
     ––¡Qué va a estar ni estar! –– saltó el concejal sobre ella, desgarrándole el vestido con demoníaca violencia ––¿Qué te crees, que te voy a regalar tres mil euros por una bofetada de nada?––la cogió por el pelo y comenzó a golpearla como un poseso mientras ella intentaba huir de él, arrastrándose por el suelo.
     ––¡No huyas, mala puta que no he hecho nada más que empezar! –– aulló Juanote, persiguiéndola, totalmente enloquecido.
     Una lluvia de brutales golpes y patadas comenzaron a desfigurar rápidamente a la cincuentona, que ensangrentada como estaba y con el vestido hecho jirones, aún intentaba cubrir la desnudez de su cuerpo. Juanote dejó entonces de pegar porque aquel pudoroso gesto de la mujer por cubrir sus vergüenzas le había levantado, ferozmente, la libido. Sin pensárselo dos veces, cogió un poco de carrerilla y se arrojó sobre ella como una alimaña en celo, y en esta ocasión para empalarla ferozmente por detrás.
     ––¡Ay, ay, ¿qué es eso? ¡Socorr...! ––intentó la desgraciada pedir ayuda sin mucho convencimiento. Juanote masculló, entonces, babeando sobre la enrojecida nuca de su víctima:
     ––¡Calla...! ¡Calla, mala furcia, que el Cirulo te está ahora poniendo tibia!
 

     Cuando Juanote terminó la faena, la Palmira estaba hecha un despojo. El concejal se había incorporado, y con mirada sonriente observaba a la mujer desde las alturas mientras despejaba el enmarañado pelo de su frente, y se abrochaba tranquilamente la bragueta del pantalón. Se felicitó por el trabajo bien hecho y así se lo manifestó a su desgraciada víctima:
     ––No te quejarás del futuro nuevo alcalde, ¿eh Palmirita? ¿Te gusta mi mandango?
     ––¡Ay, ay!... Quiero más...
     ––¿Esas tenemos? ––le arreó otra patada –– O sea que además de vidente eres una pendeja de mucho cuidado. Si es que al final todas sois iguales... ––se terminó de acicalar su lacio cabello con el pequeño peine de plata y después la apremió: ––Venga, y ahora en cuanto me vaya, te alargas enseguida al cuartel y denuncias al cerdo de tu marido por lo que te ha hecho. Si acaso no cuentes lo de la violación no vaya a ser que a esos tipos les de por sacar el ADN.
     ––El dinero, el diner...
     ––¡Qué sí, joder! ¡Qué mañana lo tienes! Tu cumple que yo cumpliré ––se encendió Juanote un cigarro para desaparecer después de la casa.
     Una vez fuera miró de forma furtiva a ambos lados de la solitaria calle y corrió al coche procurando no ser visto. Por nada del mundo quería  perderse el espectáculo de la detención de Cirulo, y puso rumbo al chiringuito. Cuando el comunista vio entrar a Juanote, se dirigió a sus compañeros de juego, levantando su poderosa voz para que éste le escuchara:
     ––Pues como te decía, compadre, pienso abstenerme en la elección del nuevo alcalde. A ese capullo no le voto ni muerto.
Juanote sonrió y pidió un cubata de ron para luego sentarse en una mesa apartada, fingiendo ojear un periódico. Por un instante le inquietó la idea de que Palmira no cumpliera con lo acordado, pero enseguida se tranquilizó pensando que a la bruja aquella le iba la mala marcha, y sobre todo, el dinero. Apenas una hora después, una pareja de la guardia civil entró en el local y, tras ojear con vista larga al personal, se dirigió directamente a Cirulo agarrándole por el hombro.
     ––Se te ha caído el pelo, comunista de mierda ––dijo el guardia más joven y facha de los dos.
     ––¡Qué pasa, qué...! ––levantó Cirulo la cabeza sin saber.
     ––Tienes una denuncia de tu mujer por malos tratos. ¡Habráse visto como has dejado a la pobre! ––dijo el otro guardia, apresándole el brazo.
     ––¡Pero si yo a la Palmira hace siglos que no la veo! ––protestó el concejal.
     ––¡Anda para el cuartelillo, miserable maltratador!
     ––¡Eh, eh...! ¡Un respeto que yo también soy una autoridad!
     ––¡Anda palante, Cirulo!
     La pareja se lo llevó casi a rastras ante el regocijo de Juanote que lo observó todo, atrincherado como estaba detrás del periódico. En verdad no cupo de júbilo al comprobar que con su expeditivo plan se había adelantado a los propósitos del comunista. Prácticamente ya podía considerarse el nuevo alcalde de Pozopodrido de la Ensenada. Sin embargo, había un importante detalle para cerrar totalmente este asunto y no era otro que la incierta aventura de conseguir los tres mil euros para pagar a la vidente.
Consciente del peligro que suponía demorar el pago de esta deuda, al día siguiente, bien temprano, Juanote se dejó caer por la fábrica del señor Colomer y en esta ocasión con enorme insolencia, como si fuera el amo absoluto de vidas y haciendas. El empresario, que en esos momentos repasaba cuantiosas facturas de impagados, levantó la cabeza y comprobó con irritación como Juanote se instalaba en el sillón del cliente y ponía  sus pies sobre la mesa en un acto de manifiesta chulería. De inmediato, Colomer echó mano de su macizo bastón recuerdo de Teruel, y le arreó un par de leñazos en las piernas de aquí te espero.
––¡Quita tus apestosas pezuñas de la mesa! ¡Si al menos te las lavaras!
Juanote se agazapó entonces en el sillón, y amenazó al industrial con su largo y retorcido índice:
     ––¡Ojito, viejo mamarracho, que estás agrediendo al futuro alcalde de tu pueblo! –– dicho esto se observó las uñas de las manos y añadió como el que no quiere:––A propósito: ¿tu chalet tenía licencia de obra?
Ante la velada amenaza, el señor Colomer se incorporó de la mesa y  respondió embotado de ira:
     ––¿Qué quieres decirme con eso, mal nacido? ¡Estás hablando de nuestra casa!
     ––¡Joder, cómo te pones ante una broma de nada, papurri! ––sonrió Juanote con recochineo.
Por unos instantes el empresario pareció serenarse y tras  observar al concejal con asco, le preguntó:
––Bueno, ¿y a qué has venido?
––Necesito que me prestes tres mil euritos. Cuando sea alcalde te los devolveré.
––Ni cinco céntimos.
––¡Pero si ni siquiera te lo has pensado! ––protestó Juanote ––Lo necesito para cubrir una deuda municipal.
––Aún más a mi favor. Los Ayuntamientos pagan tarde y mal, si es que pagan. Y ahora lárgate y déjame trabajar ––zanjó el empresario.
Juanote paseó con visible desespero la palma de la mano sobre su negro y pringoso cabello. En verdad tenía un grave problema y éste no era otro que cumplir con el pago acordado con la Palmira no fuera que ésta comenzara a darle a la sin hueso. ¿Pero de dónde iba a sacar el dinero? En esta ocasión el concejal se revolvió con furia:
––¡Eres un tacaño de mierda y te voy a joder un día de estos la fábrica! ––le gritó.
––¡Cómo te atreves, maldito! ––reaccionó el empresario, echando de nuevo mano del turolense ––¡Largo de aquí, espantapájaros! ¡No te quiero ver más por la fábrica ni por mi casa!
––¿Ah, también me echas de casa?
––¡¡Fueraaaa!! ––le ahuyentó del despacho a bastonazo limpio.


Capítulo XIV

Juanote abandonó la fábrica con la espalda dolorida y clamando venganza. Lo de espantapájaros le había llegado al alma si es que alguien como Juanote podía tener alma. Ahora, en su miserable sesera, sólo bullía la idea de acabar de una vez por todas con el odiado empresario, y heredar todo su dinero y sus codiciados bienes. Sin embargo, tuvo que calmar sus ansias criminales para atender las exigencias del guión que él mismo se había programado. De momento debía solucionar el pago a la Palmira así como obtener dinero para sus propios vicios en cuanto que ahora le tocaba sobrevivir por sí mismo.
Con el humor de una manada de perros sarnosos, se dejó caer esa misma mañana por el Ayuntamiento para ver al interventor, al que encontró en su despacho de cháchara con el Secretario General. Nada más entrar fulminó a ambos:
––¿Ya estáis holgazaneando, golfos?
––¡Señor Juanote, qué modo son esos...! ––protestó el estirado Secretario ––Sepa usted que...
––¡Largo de aquí, petimetre de mierda! ¡Vete a tu garito a ganarte el sueldazo que cobras! ––le echó de allí sin contemplaciones. Casimiro no cupo en sus carnes al advertir el talante que traía esa mañana el ya temible concejal del P.O.T.E. En cuanto el secretario huyó de allí, Juanote le conminó:
––Necesito pasta gansa, Casimiro.
––¿Pasta? ––se rebuscó el interventor en los bolsillos –– Sólo llevo encima treinta euros y algunos céntimos –– se los ofreció.
––¡Tú eres tonto o es que te parieron así de inútil! ––le tiró el dinero de un manotazo –– ¡Necesito seis mil euros pero ya!
––Pero, pero... Su sueldo de concejal no llega a...
––¿Eso de ahí es una caja fuerte? ––señaló Juanote un rincón de la estancia sin dejarle terminar.
El interventor se echó a temblar, adivinando las intenciones del concejal. Aún así intentó frenarlo:
––Sí, pero el dinero que hay en su interior está afectado para el pago de  certificaciones de obras que se están haciendo en el pueblo.
––¡Y qué! ––dio Juanote un puñetazo en la mesa ––¡Abre esa caja enseguida!
––¡No puedo hacer eso! ––lloriqueó Casimiro.
––¡Ábrela o te amplio a ti y al caniche al tamaño de una valla publicitaria, imbécil!
Bajo la funesta mirada de Juanote, el interventor cogió la llave y abrió la pequeña fortaleza aquella entre sollozos. Se sentía literalmente hundido.
––¿Cuánto hay?
––Seis mil doscientos euros.
––Pues, venga. Al bote todo. Deja si acaso cincuenta euros para los desavíos del Ayuntamiento.
––Pero deberá firmarme al menos un recibo.
––Yo no firmo nada de nada. ¿Acaso crees que soy un capullo o qué? ––se  guardó el dinero.
––Pero es que si no hay ningún justificante por medio, esto..., esto es un robo, iré a la cárcel ––insistió el interventor hecho un mar de lágrimas.
Juanote le atrapó con violencia el gañote y, tras mostrarle su sonrisa de serpiente venenosa, le espetó:
––¿Un robo dices, bribón? ¿Y cómo te las arreglabas para justificar los pagos del chalet de tu antiguo jefe? Seguro que tú también te llevabas algo ¿me equivoco?
––¡¡Aaaggg...!! Ya se lo dije... La caja B... La caja... ¡Me está ahogando...!
––Muy bien, Casimiro. Pues esta pasta también la pones con cargo a esa Caja B, ¿lo tienes claro? ––le soltó el gaznate con desprecio ––. Además, al final siempre podrás decir que el dinero se lo llevó Tapacubos. Ahora todos los desfalcos se los podemos atribuir a él, que es el ladrón convicto y confeso.
Sin abandonar su asquerosa sonrisa, Juanote se ajustó después la chaqueta, y se palpó con la palma de la mano el taco de dinero calentito que ya descansaba en su bolsillo.
––Adiós, interventor, y gracias por dejarte atracar.
Una vez en la calle, Juanote llamó por el móvil a su madre para explicarle, a su manera, lo ocurrido esa mañana en la fábrica:
––...¡Qué sí, mamá, que me ha echado a la calle como a un perro y sin motivos! ¡Deberías hacer algo!
––¿Y qué quieres que haga, Juanote? ––repuso doña Elvira, quitándose pulgas de encima ––¿Quieres que me mande a mi también a la pocilga con los cerdos? Apáñate como puedas que bastante tengo yo con lo mío.
––Pero podrías envenenarle como hiciste con su perro el verano pasado ––insistió Juanote ––. Aquello fue de un virtuosismo magistral.
––Anda, anda, déjate de payasadas que ya vas camino de los cuarenta. Que te vaya bien, cielito ––le colgó sin más.
Juanote se cagó en todo aunque en el fondo entendió que su madre bien poco podía hacer por él. Además, si nunca se preocupó, por qué debía hacerlo ahora, amenazada como estaba por el empresario. De nuevo se tomó muy en serio eliminar físicamente al señor Colomer, aunque consideró que tal acción debía resultar una obra maestra, un crimen perfecto y sin mácula del que pudiera salir totalmente impune, claro está.
Acto seguido llamó al hotelucho para que le prepararan una habitación. Había decidido dormir el resto que le quedaba de día, y la noche  pasarla a tope, dándole al sexo depravado. Antes de abandonar el pueblo camino de la ciudad, se acercó por casa de Palmira para dejarle el sobre con el dinero prometido. Bien es verdad que al echarlo en el buzón, Juanote lloró a lágrima viva por tener que desprenderse de aquella pasta, y máxime él, que se jactaba de ser el mayor moroso del planeta terrícola. Sin embargo en esta ocasión fue consciente de que aquel acto de sublime sacrificio haría el milagro de multiplicar los tres mil euros aquellos como sucediera con los panes y los peces...


continuará

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