Monday, 10 October 2016

S.J. Alcalde y Mártir (Capítulos 27-28-29)











 



Capítulo XXVII
 

     Al poco de llegar a su domicilio, acudieron los socios, y la Palmira, nada más verle, se arrojó a sus pies sollozando ante el estupor de Papelinas.
     ––¿Qué le pasa ahora a esta loca?
     ––¡Ay, San Juanote! ¡Ya se lo advertí yo a su madre, doña Elvira! ––berreó la vidente envuelta en un pegajoso llanto.
     Juanote se la sacudió de un puntapié, aunque enseguida la mujer volvió a engancharse a la otra pierna, lamiéndole los calcetines. Papelinas entonces se echó a reír aunque esto le duró bien poco porque enseguida Juanote le alcanzó el cuello con su huesuda mano, al tiempo que lo fulminaba con la mirada.
     ––Eh, eh..., ¿pero que he hecho yo ahora?
     ––¡Has estado a punto de chafarme el espectáculo, desgraciado!
     ––¿Yoooo? ––se le quebró a Papelinas la voz.
     ––¡Sí, tú, mamarracho! ¡Te has retrasado un cuarto de hora, has permanecido luego más tiempo del debido, meneabas el muñeco como si estuvieras borracho, has dejado volar la capa y ahora todo el mundo sabe que es del Corte Inglés! ––lo zarandeó como a un guiñapo.
     ––¡Pero Juanote, eso son imprevistos! ¡Había mucho oleaje y viento!
     ––¿Imprevistos? ¡Me cague en tu sombra! ––le soltó de un empujón –– Eso me pasa por trabajar con aficionados. ¡Quita ya, coño! –– intentó de nuevo zafarse de la garrapata de la Palmira, que ahora le mordisqueaba la espinilla.
     ––Está bien, alcalde –– asintió Papelinas con cara de ovino arrepentido ––La próxima lo haré mucho mejor. ¿Me vas a pagar ahora? Es que ando tieso, tío.
     ––¡Ni lo sueñes! ¡Hasta que no terminemos el asunto no hay dinero! Y ahora sentaros que quiero comentaros lo que tengo pensado para la próxima aparición.
Se acomodaron en el salón de la casa y Juanote les sirvió un vaso de güisqui de don Carlos Garrafa mientras él se llenaba sin ningún pudor otro de Chivas Regal de quince años. Se disponía a hablar cuando le sonó otra vez el móvil. Era doña Elvira:
     ––¿Se han marchado ya los fenómenos paranormales esos? ––preguntó a su hijo con voz agobiada.
     ––¿Los fenómenos qué? No te entiendo, mamá.
     ––¡Qué si los fantasmas del Silverio y del Tugurio se han ido ya a tomar viento por ahí, coño, que ya estoy harta de estar en la finca! ¡Aquí me aburro con tanto olivar y arriero apestoso!
     ––Ah, pues me temo que no ––respondió Juanote ––. A decir verdad las cosas han empeorado porque ahora los muebles corren solos por la casa y han venido varios espíritus, unos hablan en francés y otros en alemán y ruso... En fin, un desacato, mamá.
     ––¿Coño, qué ha entrado en mi casa la internacional de los fantasmas?
     ––¡Déjeme hablar con su madre! ––se abalanzó la Palmira sobre el móvil al escuchar la conversación, aunque Juanote la apartó de un manotazo.
     ––¿Quién está contigo, hijo? Me ha parecido escuchar una voz familiar.
El alcalde aprovechó para ponerse aún más dramático:
     ––¡Es otro espíritu horrible y sin cabeza que ha llegado nuevo y me está atacando! ¡Yo me voy de la casa ahora mismo, adiós , mamá!
     Juanote apagó del todo el teléfono y se pasó la mano por el rostro, resoplando. Cuando levantó la mirada advirtió que sus dos socios le observaban espantados.
     ––¿Pero qué os pasa ahora? ¿Por qué me miráis con esa cara?
     ––¡Qué yo también me voy pero que ahora mismo! ––exclamó Papelinas con los vellos como escarpias –– ¡La casa está embrujada!
En ese instante la Palmira se incorporó y, como una sonámbula, comenzó a recitar de manera lúgubre:
     ––¡Difuuuuntos del otro muuundo, regresad a vuestras frías y eteeernas moraaadas...!
     Juanote aulló fuera de sí:
     ––¡¡Bastaaa!! ¡Queréis atenderme de una puta vez y dejar de hacer el gilipollas!
     ––Pero, ¿y los fantasmas? ––preguntó Papelinas con voz trémula.
     ––¡Que no hay fantasmas! ¡Qué sólo pretendo mantener a mi madre alejada de la casa, coño!
     Resuelto el entuerto, el alcalde explicó a sus compinches los pormenores que había pensado para la siguiente aparición mariana:
     ––En esta ocasión, la cosa deberá ser más efectista y contundente ––dijo, tras encender un cigarrillo y relajarse sobre el respaldar del sofá –– Veréis, ahora la aparición irá acompañada de un milagro.
     ––¿De un milagro? ¿Y de dónde sacaremos un milagro? ––preguntó Papelinas todo apurado.
     ––Pues tú mismo ––repuso Juanote –– ¿Acaso no conoces a nadie que quiera hacerse el cojo o el ciego por cincuenta euros?
     ––¡Por cincuenta euros te hago yo el preñao!
     ––¡Eh, eh, que si es cuestión de una "preñaura", la indicada soy yo que para eso soy mujer! ––protestó la Palmira.
     ––Que nooo, que vosotros ya tenéis vuestro papel asignado en el asunto –– intervino Juanote, cargándose de paciencia –– Deberá ser alguien en quien podamos confiar y no nos la juegue, ¿comprendido, Papelinas?
     ––Bueno, yo conozco a uno, al señor Chapas. Ese encajaría bien ––comentó Papelinas, rascándose profusamente sus partes.
     ––¿El señor Chapas? ¿Por qué eso de señor Chapas? ¿A qué se dedica el tipo ese? ––le interrogó Juanote, desconfiando del tratamiento aquel.
     ––No se dedica a nada, Juanote. Simplemente le gusta que le llamen así. El pobre está podrido de los pulmones y echa unas chapas que te ahogas en ellas. ¡Qué asco, tío!
     ––Ah, bien. Pues ese nos puede valer. Tráetelo mañana mismo y le enseñaré lo que tiene que hacer.
     ––¿Y yo también me tengo que traer a alguien? Conozco a una...
     ––No, Palmira. Tú de momento te vas a tu casa y procura salir lo menos posible. Mañana por la noche ensayaremos con ese Chapas la actuación del próximo sábado. Y sobre todo, ándate con cuidado de lo que cuentas por ahí. Cuanto menos le des a la sin hueso, mejor que mejor, porque nadie debe sospechar ni por un instante nuestra movida.


 

Capítulo XXVIII

     Cuando abandonaron la vivienda, Juanote se sintió agotado, exhausto. Puso la televisión para relajarse un poco y enseguida apareció un tipo de una cadena de noticias que, con sonrisa de oreja a oreja, enumeraba los desastres cotidianos de siempre, bombazos, matanzas, destripamientos,  hambrunas, invasiones, terremotos y, como nuevas catástrofes, la quiebra de los bancos estadounidenses y de los europeos y las hazañas de los grandes y más ricos chorizos del mundo mundial desvalijando el planeta a gogó y sin piedad, y con cara de no haber roto un plato en su vida. “Las culpables de todo son las subprimes y los paquetes tóxicos” ––aseguraba el muñeco parlante con pretensiones de periodista, como si los paquetes tóxicos y las subprimes esas fueran plagas venidas directamente del cielo y no de la banda de facinerosos y criminales que gobierna el mundo.
A pesar que Juanote no comprendía muy bien todos estos tinglados financieros, sonrió al saber que él no era el único ladrón y estafador en el mundo y que muchos le llevaban una envidiable ventaja en tales menesteres. Entonces se le ocurrió que si la cosa le funcionaba bien con lo de la Ensenada, se haría banquero porque en definitiva eran ellos los amos del universo universal. Los banqueros podían comprar, vender, robar, quebrar sin ninguna cortapisa ni temor porque siempre tendrían de su lado, no sólo la socorrida legalidad democrática, adalid de la Gran Propiedad Privada –– que entre otras cosas les permite toda clase de atropellos y vandalismos––, sino que también a los Gobiernos pútridos, vendidos por cuatro perras para cubrirles las espaldas con el dinero de todos los currantes y desgraciados del orbe orweliano. 

Sin embargo, las alarmantes noticias sobre el cataclismo económico hizo  que Juanote sintiera cierta inquietud al considerar que la inmensa debacle pudiera afectar al proyecto que llevaba entre manos, ya que, en España, la hecatombe estaba dando al traste con el inmenso chollo del ladrillo. Pero enseguida se tranquilizó al considerar que su negocio estaba amparado por la virgen, y esto le proporcionaba, sin duda, un valor seguro. De esto daba buena fe una Iglesia, que tras miles de años vendiendo humo continuaba a la sazón incólume y podrida de poder y dinero. Y es que en épocas de sangrantes carestías, tanto la religión como los juegos de azar se comportan como auténticos valores al alza. Al final todo el mundo quiere escapar de la miseria, sea con rogatorias a Dios y al santo de turno, o gastando el dinero que no tiene en lotería y otros juegos fatuos por si eso de la suerte.
     Estos pensamientos fustigaron por un momento la fantasiosa mente del alcalde, que acarició, incluso, la posibilidad de hacerse Papa y tirarse la gran vida rodeado de riquezas y de putas de lujo en el inmenso palacio del Vaticano. ¿Y por qué no? ––se preguntó ––. Lo mismo si le hacían santo, como había pronosticado la Palmira, podía conseguirlo. Todo era cuestión de proponérselo.
Aburrido de tantas y siniestras noticias, apagó la caja para subnormales y se fue a dormir con la certera intuición de que las jornadas venideras serían de lo más agotadoras. Y no se equivocó porque desde las primeras luces del nuevo lunes, su móvil no paró de funcionar. Mientras desayunaba su pulcro y dietético vaso de frutas atendió una de las llamadas más insistentes que resultó ser –– cómo no ––, la de Carajote. Éste se encontraba muy nervioso cuando le comunicó que el Ayuntamiento estaba lleno a rebosar.
     ––¿Lleno? ¿Lleno de qué? ¿De qué me hablas, tío? ––repuso Juanote.
     ––Han venido todos los presidentes de las Hermandades, de las Asociaciones de Vecinos, el párroco, las monjitas del convento del Tírate al Precipicio, periodistas de la capital, gente que quiere saber lo que pasó el sábado en la Ensenada.
     ––¡Está bien, está bien! ¡Déjame pensar!
     ––¡Pues piensa por el camino! ¡Vente para acá porque yo no puedo contenerlos por más tiempo!
     Juanote apagó el móvil y comenzó a despotricar de cómo la gente podía ser tan gregaria y estúpida. Sin dejarse llevar por las prisas, se duchó y afeitó tranquilamente mientras le daba vueltas a la perola de lo que debía de contar sobre el milagro de la Ensenada. Realmente lo que más le preocupó fue la prensa. Con esa gente, que sólo vivía del chismorreo y la maledicencia, se prometió cogérsela con papel de fumar.
     Una vez perfumado y embutido en un marfileño traje de lino colonial con corbata de piel beige a juego, nuestro singular alcalde se dio un magistral toque de gomina en el pelo y marchó al garaje. En poco menos de diez minutos se presentó en el Ayuntamiento y quedó sorprendido ante el tumulto que se hacinaba a sus puertas. Cuando descendió del vehículo, los más humildes, que casi siempre suelen coincidir con los más crédulos y cretinos ––el mundo va como va por culpa de los crédulos y cretinos, que siempre son abrumadora mayoría ––, comenzaron a corearle "!Santo, santo!". Juanote pasó fugaz entre ellos, saludando a lo fhürer y se abrió camino sin contemplaciones a través de la marea de micrófonos y flashes que asediaban la puerta Consistorial. El interior estaba todo alborotado y había gente por todos los lados y rincones que aparecían y le tocaban y le sonreían de la manera más tontaina. El párroco de Pozopodrido, que acechaba como un cuervo embuchado en el rellano de la escalera, le asaltó cogiéndole por el brazo y reclamó su derecho a ser el primero en obtener audiencia, pero Juanote se desembarazó bruscamente de él, refugiándose rápidamente en el despacho. Allí aguardaba Carajote, de pie, frente a la balconada.
     ––¡Esto es increíble! ––exclamó el alcalde sentándose en el sillón.
Carajote se volvió y, tras mirarle unos instantes de forma rara,  dijo con su odioso retintín:
     ––¿Digo yo que no será más increíble que la virgen se aparezca en esta mierda de pueblo?
     Juanote acusó la malévola insinuación de su teniente alcalde. Estaba claro que no podía dejarle al margen por más tiempo.
     ––Está bien. Te voy a dar una participación del diez por ciento en el negocio –– le dijo mientras curioseó algunos papeles de la mesa.
     Carajote se le acercó, entonces, con más cara de palurdo que de costumbre y preguntó tras forzar la clásica sonrisa del que no sabe pero intuye:
     ––¿Pero de qué negocio me hablas?
     ––¡Coño, el de la Ensenada! ––respondió el alcalde con mal humor.
     ––¿Entonces lo de la aparición de la virgen...?
     ––Sí, es todo un montaje. Eso ya lo habrás supuesto, ¿no?
Carajote se sentó en una silla, totalmente estupefacto. Su envidiosa admiración por Juanote creció lo indecible cuando comentó:
     ––Claro. Ahora entiendo que me dieras tanta vara con lo de Fátima. ¡Joer, tío, tengo que reconocer que eres un crak!
     ––Bueno, pues ahora ya lo sabes ––encendió Juanote un cigarrillo.
     ––Pues me tienes que dar el veinte ––exigió, Carajote, por si caía esa breva.
     ––¿El veinte...? ¿El veinte de qué...? ¿Por hacer el qué...? ––reaccionó Juanote con mirada un tanto torva que enseguida enfrió la pretensión de su segundón de a bordo ––. En verdad no te necesito para nada. La idea y los terrenos son míos. Con el diez ya vas que te matas y quiero que sepas que lo hago por tu padre. O lo tomas ahora o lo dejas.
     Carajote comprendió al instante que con el formidable buitre que tenía delante no había nada más que rascar y se plegó al trato de plano.
     El escándalo de afuera recordó al alcalde que debía decidir qué hacer con toda la marea humana que esperaba más allá del despacho, y entonces ordenó a Carajote de forma expeditiva:
     ––Mete a toda esa gente en el salón de Plenos.
     ––¿En el salón de...? ¡No cabrán todos!
     ––Ese no es mi problema. Llama a la Local para que ponga algo de orden si es preciso.
     ––La Local no vendrá porque no ha cobrado.
     ––¡Pues llama a la Guardia Civil, a la Policía Montada del Canadá o qué se yo! ¡Solucióname el problema, Carajote, y no me pongas más pegas, coño! ––aulló el alcalde, dando manotazos en la mesa.
     Poco después, una compacta y sudorosa masa humana se estrujaba en el salón plenario con la respiración contenida de emoción, como si esperara ver salir a la  Esperanza de la Macarena.     Las Hermandades, el párroco, el sacristán y las monjitas del Tírate al Precipicio ocuparon por derecho divino los asientos de la primera fila y todos aguardaron expectantes algún atisbo de movimiento en los vacíos sitiales de los concejales y del sillón del Alcalde, que comandaba el centro del escenario. Unos minutos después, que a la mayoría le parecieron eternos, apareció Juanote por un lateral de la atalaya y fue entonces cuando los aplausos y los relámpagos de las digitales cayeron sobre él de manera que éste se sintió como una primerísima y espectacular estrella del rock. Cuando comenzó a hablar, toda la personalidad de Juanote se creció a medida que su verbo trascendía misteriosamente, como poseído por el espíritu de algún sublime predicador catedralicio. Pero el momento cumbre fue cuando comenzó a relatar a los presentes el mensaje de la virgen dirigido al pueblo pecador de Pozopodrido de la Ensenada. En esta ocasión su rostro se transformó, y sus dedos y manos se agitaron, crispados, al tiempo que su inflamada retórica se tornaba vibrante y devastadora como un incendiario sermón del mismísimo Fray Diego José de Cádiz, que puso a los presentes los vellos como escarpias. Todo el mundo se incorporó de sus asientos, y con los ojos como cebollas de tanto llorar por sus asquerosos pecados, aplaudieron a rabiar mientras las monjitas, que ya creían estar en el cielo, entonaron, cual malsonante y enlutado coro de urracas, una temblona salve ante la promesa de redención espiritual de Pozopodrido de la Ensenada y del país entero si hacía falta.
     En uno del los momentos del apoteosico acto, Juanote desveló que habrían más apariciones marianas en Pozopodrido de la Ensenada y que, incluso, se produciría algún que otro milagro. Cuando terminó de hablar, intentó zafarse de las preguntas de los periodistas, escapando por donde había entrado, pero antes de      conseguirlo escuchó la bizarra voz de uno del Heraldo de los Príncipes que le preguntó a bocajarro:
     ––¿Conserva aún el manto de la virgen, alcalde?
La gente quedó expectante y contuvo el aliento mientras Juanote se giraba lentamente, y con mucho teatro, trataba de improvisar la respuesta más conveniente. Para ganar tiempo, sonrió como el que no ha escuchado bien y preguntó:
     ––¿El manto...?
     ––Sí, el manto que le llegó del mar y que todos vieron que usted lo recibió.
     ––¡Ah, sí...! ¿Y quién cree usted que lo tiene ahora? –– comenzó Juanote a vacilarle sin perder su burlona sonrisa.
     ––Bueno, es usted quien lo tiene que decir. No soy adivino, señor alcalde.
     ––¡Su pregunta, además de estúpida, es de lo más tendenciosa! ¿Pues quién ha de tener el manto? ¿Ha visto usted alguna vez una virgen sin su manto? ¡Además de ateo es usted un gilipollas de cuidado, amigo mío! ––machacó, Juanote, arropado por el cerrado aplauso de un foro totalmente integrista y deseoso de una nueva cruzada.
     Ni que comentar tiene que no hubo más preguntas y el periodista tuvo que abandonar precipitadamente el salón por temor a ser linchado en medio del general abucheo y con más de un pescozón en el cogote. Tras el incidente, la turba comenzó a aplaudir rítmicamente mientras coreaba:
     ––¡¡Juanote, alcalde y santo!! ¡¡Juanote, alcalde y santo!! ¡¡Plas, plas, plas...!!
     Envuelto en un ambiente de histerismo colectivo, el alcalde elevó sus brazos como un perturbado chamán de una enloquecida iglesia evangelista, y se dejó bañar durante unos minutos por las insistentes y desaforadas aclamaciones que santificaban su nombre. Arropado en todo momento por su inquietante sonrisa, Juanote tuvo meridianamente claro que tenía a todo el pueblo en el bolsillo.
Cuando concluyó el acto, el alcalde abandonó rápidamente el Consistorio mientras aquella impresentable tropa, comandada por el párroco preconciliar, se desparramó por las calles del pueblo entre cánticos y bendiciones a diestro y siniestro. Pozopodrido parecía regresar a sus ancestros religiosos, acontecimiento bastante peligroso para comunistas, anarquistas, masones, mariquitas licenciosos y gentes de mal vivir, que enseguida otearon el peligro y corrieron a esconderse en los armarios y sótanos de sus casas no fuera a ser que algún nostálgico le diera por reeditar los temibles “paseillos”. En verdad el pueblo daba miedo con tanto rosario en mano y escapulario al pecho.







Capítulo XXIX

     Juanote había escapado de esta atmósfera irrespirable, haciéndose acompañar por su primer teniente alcalde. Había pensado invitarle a comer en la ciudad y aprovechar para explicarle los prolegómenos del negocio. Ya casi estaban llegando cuando le sonó el móvil a Carajote y al cogerlo se le descompuso el rostro, pasándole de inmediato  la llamada al alcalde.
     ––¿Quién es?
     ––Es el Presidente. Quiere hablar contigo ya.
     ––¿Qué Presidente? Dile que estoy conduciendo, que llame más tarde.
     ––¿Estás loco, tío? ¡Es don Chavitos, el Presidente de la Autonomía y está muy cabreado!
     ––¿Y qué quiere el tipo ese?
     ––¡Y yo qué sé! ¡Ponte de una vez!
Juanote aparcó el coche a un lado de la carretera y cogió el móvil de mala gana.
     ––¡Aló, Presidente!
     ––¡Oye, mamarracho! ––le espetó el Presidente ––¿En qué partido crees que estás? ¿Qué cuento es ese que te traes con las apariciones de la virgen?
     ––¡Eh, eh,!... No me hable en ese tono porque no se lo permito ni a mi madre, que ya es decir ––le chuleó un Juanote henchido de gloria.
     ––¡¡Como te atreves, alcalducho de mierda!! –– berreó don Chavito al otro lado –– ¡Mañana te quiero ver en mi palacete a las diez de la mañana y vas a saber lo que vale un peine!
     ––Pues va a ser como que no, Presidente ––respondió, Juanote, tranquilamente.
     ––¡¡¿¿Cómo??!!
     ––Lo que oye. Esta semana la tengo muy apretada. Tendría que ser para el lunes de la que viene. Si quiere lo toma o si no lo deja.
     ––¡¡Me cague en santo Tomás de Arguindola!! ––aulló el Presidente –– ¡Te estás jugando la alcaldía y las habichuelas, niñato de mierda! ¡Cuando acabe contigo no te van a encontrar ni en las alcantarillas...! ¡Está bien, te espero el lunes a primera hora sin falta!
     Cuando Juanote cerró la llamada y se giró a Carajote para devolverle el móvil, éste se encontraba totalmente hundido en el asiento y con los pulgares taponándose las orejas. Y es que le pareció inconcebible que Juanote le hablara de aquella manera al todopoderoso Presidente de la Autonomía. El alcalde enderezó entonces el vehículo para continuar el camino y  comentó con su insoportable sonrisa:
     ––Hoy a don Chavitos le sentará mal todo lo que coma... ¡Que se joda!
     Carajote se secó el abundante sudor que resbalaba por su frente e intentó afear la conducta de su compañero:
     ––Lo que has hecho no está nada bien, Juanote. Don Chavitos es el compañero Presidente además de Secretario General de nuestro partido, el más votado del país, y es normal que se preocupe de lo que ocurre en nuestro pueblo. Además, nuestro partido se declara de izquierda y laico y eso que te llevas con la virgen...
     ––¡Anda ya, Carajote! –– le interrumpió el alcalde –– Nuestro partido no es na de na. Lo único que le interesa, como al resto, es el poder y la pasta gansa. ¿O es que don Chavitos, ahí donde lo ves, le mueve algo más que no sea su añosa poltrona? ¡Lleva el tío más de un cuarto de siglo aferrado al poder como una garrapata! El P.O.T.E., amigo Carajote, no es más que un negocio como otro cualquiera aunque mucho más lucrativo y eso lo vamos a comprobar nosotros muy pronto.
Carajote quedó un tanto consternado con la respuesta de su compañero. En realidad no llegaba a entender como un novato podía haber aprendido tanto en tan pocos meses.
     Durante la comida, el alcalde se interesó por conocer los artilugios legales para poner en marcha lo de la Ensenada, consciente de que según como lo hiciera, podía poner en grave riesgo los inmensos beneficios que, sin duda, prometía la suculenta operación. Carajote,  que además de sus años de municipalismo había tenido en su padre un gran maestro en toda clase de chanchullos habidos y por haber, de estas marrullerías sabía bastante.
     ––Hombre, de cómo gestionar el negocio depende mucho de lo que tengas pensado y hasta donde quieras llegar ––explicó el primer teniente alcalde ––. En lo que se refiere a que el Ayuntamiento recalifique esos terrenos, no vamos a tener muchos problemas si contamos con el Gobierno y con el voto del viejo Manubrio.
     ––El comunista votará que sí –– se apresuró Juanote en responder ––. El viejo está loco con la idea de ganar pasta, pero ¿y el Gobierno?
     Aquí Carajote dio un pequeño bufido que se podía traducir como una posible complicación.
     ––Bueno, el Gobierno y después de la bronca que has tenido con don Chavitos... Desde luego si mantiene la protección de los terrenos no hay nada que hacer. Eso me imagino que lo sabrás.
     ––Pero se le podía untar manteca a alguien, ya sabes ––sugirió Juanote.
     ––Sí, pero a quién.
     ––A don Chavitos, por ejemplo, que es el mandamás.
     Carajote soltó los cubiertos como fulminado por un rayo, y espetó:
     ––¿Estás loco, tío? ¿Vas a sobornar al Presidente?
     ––¿Por qué no? Todo el mundo tiene su precio.
     ––Ni lo intentes, compañero o te quedarás sin negocio. don Chavitos es un tío de izquierdas, legal y honrado. Los demás no sé, pero él...
     ––Déjate de coñas, Carajote. Lo que tengo claro es que sin la seguridad de una recalificación nada se puede hacer. La compra de los terrenos aún siendo como tú dices, rústicos, me cuestan una fortuna. Tengo que tener claro el asunto antes de invertir y por eso he puesto en marcha lo de las apariciones de la virgen. Ahora tengo a todo el pueblo a favor de mi proyecto y eso puede presionar al Gobierno.
     Carajote, que no estaba acostumbrado a movidas de tan altos vuelos, quedó con la boca abierta ante la audacia del alcalde.
     ––Ahora lo entiendo. Por eso te estás montando lo de las apariciones. Eres genial, tío. Está claro que si tienes a todo el pueblo detrás, lo más probable es que el Gobierno acceda a esa recalificación.
Juanote bebió el rioja de su vaso y luego mostró su extrañeza a Carajote:
     ––Lo que no comprendo es como no has deducido antes que la movida de la virgen iba en esa dirección. Te creía más listo, hermano.
     ––Y yo qué sé, Juanote. Eres un tipo tan extravagante.
     ––Está bien, prosigamos ––continuó el alcalde ––. Imaginemos que el Gobierno accede a la recalificación. El proyecto va a suponer muchos millones de euros, quizás más de los que estimó en su momento tu padre. Pero claro, he supuesto que no podré gestionarlo personalmente siendo yo alcalde.
     ––Bueno, podías crear una empresa fantasma y buscarte un mariachi que de la cara como administrador único, o también poner en marcha una SICAV truculenta de esas con base en un paraíso fiscal y que pague una mierda de beneficios a Hacienda, aunque en este caso necesitarías contar con al menos cien mariachis y eso es más complicado.
     ––Oye tú, que lo que busco es montar una empresa no cantar rancheras ––protestó Juanote con tanto mariachi.
     ––No, Juanote. En estos negocios, el mariachi es como decir el hombre o accionista de paja, el tapadera, el que da la cara a cambio de pasta, ¿comprendes? Yo podía ser tu mariachi si no fuera un concejal muy conocido en el pueblo. Bueno, y una vez tuvieras resuelto este primer paso, habría que buscar después financiación para el proyecto, aunque esto sería lo más fácil porque los bancos y cajas son verdaderos buitres en olfatear y apoyar negocios como el que llevas entre manos donde se puede sacar  mucha pasta. También y como última opción, podrías renunciar a la alcaldía para dar tú mismo la cara en el negocio. Total, para qué quieres continuar de alcalde si te vas a forrar de millones.
     ––No, no. Yo no renuncio a ser alcalde.
     ––Pues entonces, tú mismo ––repuso Carajote algo molesto, ya que por un instante acarició la idea de sucederle en la alcaldía. Pero ese “tú mismo” no le gustó nada a Juanote y así se lo manifestó:
     ––Esa no es la respuesta que esperaba de ti  ––le dijo con expresión severa –– Porque entonces, ¿para qué te necesito? En este negocio cada uno tendrá que hacer su papel, y tú tienes que ganarte tu diez por ciento ––que no es poco –– buscando la mejor manera de montarme este chollo.
     ––¿Y qué es lo que tengo que hacer? –– se quejó Carajote –– Ya te he contado todo lo que sé.
     ––Bueno, pues continúa buscándome las mejores artimañas para ganar el máximo dinero posible con el menor riesgo. ¿Entendido? No olvides que de ese dinero tú te llevarás el diez por ciento. Ese será tu trabajo y quiero una solución satisfactoria para la semana que viene.
     ––Podría hablar con el abogado de confianza de mi padre. Él era el que le asesoraba con las historias del PGOU ––comentó Carajote.
     ––Yo no me fiaría mucho de ese abogado. Al fin y al cabo tu padre está en la cárcel, ¿no? 




...continuará.

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