Capítulo XIV.- El desastre de la Operación Tetuán.
Al día siguiente, 1 de febrero por la mañana, Pepe ultimó con Mustafá el viaje a Tetuán y le hizo entrega del dinero y los billetes para salir al día siguiente, viernes. También le ordenó que lo llamara cada dos días por la noche a su casa y de paso le recordó la amenaza que pesaba sobre su hijo si no cumplía a rajatabla los planes acordados. Una extraña hiperactividad le hizo después regresar a su casa del Tardón para referenciar de manera minuciosa en una vieja libreta sus ultimas actividades en esa semana y los desembolsos económicos. Se sentía eufórico porque barruntaba que con aquella dimisión de Suárez el golpe estaba más cerca.
Ciertamente, después de la intervención televisiva de Adolfo Suárez el día anterior, en España comenzaron a sonar ciento de miles de llamadas telefónicas, entre ellas la del cabo legionario, que desde el Avenida intentaba ponerse en contacto con su amigo, el guardia civil.
––Benito viene mañana, señor Pepe––repuso la mujer, un tanto agobiada.
––¿Qué le ocurre? ¿Se encuentra bien?
––Sí, sí. Lo que pasa es que he visto lo de la dimisión del Presidente en televisión y me he puesto nerviosa, ¿sabe? Es que temo por mi marido.
––Que no pasa nada, mujer ––la tranquilizó el legionario ––. Dentro de unos días elegirán un nuevo presidente y ya está. Estamos en una democracia. Bueno, si mañana viene Benito, ¿le puede decir que me llame? Es urgente.
Pepe colgó el teléfono.
Al día siguiente recibió la llamada de Benito y ambos quedaron citados en el bar de doña Manolita al medio día. De la manera que le habló, el legionario dedujo que el de la Benemérita tenía cosas que contarle.
Se sentaron en los veladores de afuera. A esa hora, el sol picaba lo suyo prometiendo alguna tormenta para esa semana. Pidieron dos riojas y el guardia parecía muy contento.
––Ahora sí que creo que la cosa va en serio, amigo Pepe ––palmeó, festivo, la rodilla del legionario [la que le quedaba]––. Se está reclutando gente. Y no te puedo contar nada más por ahora, pero te adelanto que están implicados en el golpe mandos de la Brunete de Madrid.
––¡Joder, joder! La noticia es para emborracharse. Solo con la Brunete y la Guzmán el Bueno reconquistamos España en un periquete. Y luego mis moros... ––se le escapó.
––¿Qué moros? ––preguntó Benito.
––¡Bah! Una sorpresa que estoy preparando.
––Pero esto es muy serio, Pepe. Déjate de sorpresas que arriesgamos mucho.
––¿Estás dudando de mi capacidad?
––Hombre, no. Pero a qué santo me hablas de moros ahora.
––¿También dudas de la capacidad del gran Queipo de Llano?
––Pero, hombre. ¿En qué año vives? Esta vez no viene ningún ejército de África. No estamos en 1936.
––¿Cómo que no viene? Lo traigo yo con mi dinero. Todo por la patria---se golpeó el pecho.
El guardia civil quedó mirando a Pepe y por la manera que lo hizo, éste se dio cuenta que había metido la pata que le quedaba hasta el corvejón. Quiso arreglarlo.
––Joder, tío. No pongas esa cara, que es solo una broma. ¿Crees acaso que estoy loco? ¿Cómo voy yo a traerme un ejército de África? Yo no soy más que un simple cabo mutilado de la legión. Aunque a patriota no me gana nadie, y tú lo sabes, Benito.
––Claro, claro ––se tranquilizó el guardia civil––. Ya suponía que solo podía ser una broma de las tuyas –– rió.
La semana siguiente la prensa se hizo eco de la fecha de investidura del nuevo presidente. El 18 de febrero Leopoldo Calvo-Sotelo expuso ante el Pleno del Congreso de los Diputados su programa de Gobierno para obtener la investidura de la Cámara, pero no obtuvo en la primera votación la mayoría necesaria, 176 votos. Pero no adelantemos acontecimientos.
Un par de semanas antes, el miércoles día 3 de febrero por la noche, el legionario recibió una llamada de Tetuán.
––¿Qué pasa, Mustafá? Te dije que me llamaras cada dos días. ¿Todo en orden?
---Sí, mi cabo. Misión cumplida. ¿Ya puedo regresar a Sevilla?
---¿Venirte a Sevilla?––preguntó, extrañado–– ¿A cuántos has reclutado?
---A seis, mi cabo.
Por un instante el legionario tuvo la loca esperanza que fueran seiscientos.
––Seiscientos. Muy bien Mustafá.
––No, no, mi cabo. Seis viejos.
––¡¿Cómo qué seis viejos?!
––Aquí la juventud pasa de todo.
––Pero, ¿no pasan hambre?
---Sí, pero roban lo que pueden, trapichean con la droga o se van a Francia a trabajar la uva. Ya no es como antes, mi cabo. Aquí algunos hasta se han hecho comunistas.
––¡¡Que son comunistas!! ¡¡Perros moracos!!
––Bueno, mi cabo. Mañana nos vamos para Sevilla que ya apenas me queda dinero–– colgó sin más, Mustafá.
El cabo legionario pegó un violento cachiporrazo al teléfono de manera que este quedó colgando de la pared. Estaba que echaba babas.
––¡¡El hijo de puta se ha gastado mi dinero en seis viejos!! ¡¡Seré imbécil!!––le dio un golpe de tos y a continuación un patatús y cayó al suelo.
Sobre las diez y media de la noche recobró el conocimiento. Al caer se había dado un golpe en la cabeza que le había producido una brecha en la frente. Tenía la cara cubierta de sangre y buscó las muletas, palmeando el suelo a gatas. Con enorme dificultad logró ponerse en pie y se limpió la sangre de la cara con el primer trapo que encontró a mano. Luego salió a cenar al Avenida. En realidad más que cenar necesitaba algo fuerte para apechugar con el disgusto que terminaba de darle el moro Mustafá. Al salir a la calle se dio de bruces con un coche de la policía que se encontraba aparcado frente a su domicilio, junto al estanco de doña Pepita. Dudó entonces seguir adelante o regresar a su casa. En esos momentos de tribulación vio apearse del coche celular al inspector Romanones, que le sonrió de manera que el legionario tradujo que venía a darle más problemas.
––¡Hombre, cabo legionario! ––saludó mientras se dirigía hacia él--- .Pasaba por aquí y he pensado invitarte a una cerveza ---dijo, señalando el Avenida.
Pepe no tuvo más remedio que aceptar. Además, prefería al inspector en el bar antes que en su casa.
––Yo voy a cenar. Si desea acompañarme ––dijo Pepe, cumpliendo con la cortesía de un caballero legionario.
––No. Me espera mi mujer en casa ---dijo el policía ––. Solo tomaré un vinito.
Pepe pidió cena para él y un rioja para Romanones.
––Bueno. ¿Y qué le trae por el Tardón a horas tan intempestivas, inspector?–– preguntó el legionario––¿Ya tiene las pruebas de laboratorio?
El comisario miró largamente a Pepe de manera que este intuyó que tenía problemas sobre este asunto.
––Tienes suerte, legionario. Mucha suerte ––manifestó, cambiándole el semblante de la cara––. Esos manirotos de Madrid han extraviado parte de las malditas pruebas ---afirmó después, mordisqueando una oliva.
El legionario respiró aliviado. Al menos ese día recibía una pero que muy buena noticia.
––¿Y ha venido a contármelo?
––No ––concluyó el inspector––. He venido por otro asunto que si no lo aclaro no podré dormir esta noche.
––¿Qué otro asunto, inspector? ––preguntó Pepe con temeraria curiosidad.
El comisario se bebió media copa de vino de un solo trago. Luego escurrió el bigote con los dedos y miró fijamente al legionario con ojos escrutadores.
––¿Qué te traes tú con ese tal Mustafá en Tetuán?
A Pepe se le atragantó una cucharada de sopa y miro espantado a Romanones. ¿Cómo podía saber él eso? Intentó tranquilizarse y negó la mayor.
––No sé de qué me habla, inspector.
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