Hace dos años, las autoridades rusas discutieron planes para la privatización de un grupo de empresas nacionales encabezadas por el productor de petróleo Rosneft, el Banco VTB, Aeroflot, y los Ferrocarriles de Rusia. El objetivo declarado era agilizar la gestión de estas empresas y también inducir a los oligarcas a comenzar a traer de vuelta sus capitales fugados durante dos décadas para invertirlos en la economía rusa. La participación extranjera se buscaba en los casos en que las técnicas de administración y transferencia de tecnología occidental serían propensos a ayudar a la economía.
No obstante, las perspectivas económicas de Rusia se han deteriorado desde que los Estados Unidos empujaron a los gobiernos occidentales a imponer sanciones económicas contra Rusia y bajaron los precios del petróleo. Esto ha hecho que la economía rusa sea menos atractiva para los inversores extranjeros. Es así que la venta de estas empresas sería hoy a precios mucho más bajos que lo que habría sido probablemente en 2014.
Mientras tanto, la combinación de un aumento del déficit del presupuesto nacional y el déficit de la balanza de pagos ha dado a los defensores rusos de la privatización argumentos para seguir adelante con las cesiones. La falla en su lógica neoliberal es su suposición de que Rusia no puede limitarse a obtener beneficios económicos de su déficit, sino que necesita, para sobrevivir, la venta de los activos más importantes. Advertimos a Rusia contra ser tan ingenuos como para aceptar este peligroso argumento neoliberal. La privatización no ayudará a re-industrializar la economía de Rusia, sino que va a redundar, a su vez, en una economía rentista a partir de la cual se extraen las ganancias en beneficio de los propietarios extranjeros.
Para estar seguro, el presidente Putin estableció el 1º de febrero una serie de condiciones para prevenir que las nuevas privatizaciones sean liquidaciones desastrosas como las de la era Yeltsin. Esta vez, los activos no se venden a precios de saldo, sino que tendrían que reflejar el valor real en prospectiva. Las empresas a ser vendidas permanecerían bajo jurisdicción rusa, no operadas por los propietarios extranjeros. Los extranjeros fueron invitados a participar, pero las empresas quedarían sujetas a las leyes y regulaciones rusas, incluidas las restricciones para mantener su capital dentro de Rusia.
Además, las empresas que se privatizarán no se pueden comprar con el crédito interno de la banca estatal. El objetivo es convocar al “dinero en efectivo” en las adquisiciones -idealmente las tenencias de moneda extranjera de oligarcas en Londres y en otros lugares.
Putin, sabiamente, descarta vender el banco más grande de Rusia, Sperbank, que posee la mayor parte de las cuentas de ahorro al por menor de la nación. Banco que, evidentemente, permanecerá siendo en gran medida un servicio público, lo que se debe a que la capacidad de crear crédito como dinero es un monopolio natural e inherentemente de carácter público.
A pesar de estas protecciones que el presidente Putin añadió, existen serias razones para no avanzar con las privatizaciones anunciadas recientemente. Estas razones van más allá del hecho de que se venderán en las condiciones de recesión económica como resultado de las sanciones económicas occidentales y la caída de los precios del petróleo.
La excusa aducida por las autoridades rusas para la venta de estas empresas en la actualidad es la de financiar el déficit del presupuesto nacional. Esta excusa muestra que Rusia todavía no se ha recuperado del desastroso mito occidental atlantista de que Rusia debe depender de los bancos y tenedores de bonos extranjeros para crear dinero, como si el banco central ruso no pudiera hacer esto mismo mediante la monetización del déficit público.
La monetización de los déficit presupuestarios es precisamente lo que el gobierno de los Estados Unidos ha hecho, y lo que los bancos centrales occidentales han estado haciendo en la era post Segunda Guerra Mundial. La monetización de la deuda es una práctica común en Occidente. Los gobiernos pueden ayudar a reactivar la economía mediante la impresión de dinero en lugar de endeudar al país con acreedores privados que drenan el sector público de fondos a través de los pagos de intereses a esos acreedores.
No hay ninguna razón válida para recaudar dinero de los bancos privados para proveer al gobierno con el dinero cuando un banco central puede crear el mismo dinero sin tener que pagar intereses de los préstamos. Sin embargo, los economistas rusos se han inculcado la creencia occidental de que sólo los bancos comerciales deben crear dinero y que los gobiernos, con el fin de recaudar fondos, deben vender bonos que devengan intereses. La creencia errónea de que sólo los bancos privados deben crear dinero a través de préstamos está llevando al gobierno ruso por el mismo camino que ha llevado a la zona euro a una economía sin salida. Mediante la privatización de la creación de crédito, en Europa se ha desplazado la planificación económica de los gobiernos democráticamente elegidos hacia el sector bancario.
No hay necesidad de que Rusia acepte esta filosofía económica pro-rentista que desangra un país de sus ingresos públicos. Los neoliberales la están promoviendo no para ayudar a Rusia sino para ponerla de rodillas.
En esencia, los rusos aliados con los occidentales -“atlantistas integracionistas”- que quieren sacrificar la soberanía de Rusia en pos de la integración con el imperio occidental, están utilizando la economía neoliberal para atrapar a Putin y romper el control de Rusia sobre su propia economía que Putin restableció después de los años de Yeltsin cuando Rusia fue saqueada por intereses extranjeros.
No obstante el éxito cierto en la reducción del poder de los oligarcas que surgieron de las privatizaciones de Yeltsin, de todas maneras el gobierno ruso tiene que mantener las empresas estatales como potencia económica compensatoria. La razón que guía a los operadores estatales de los ferrocarriles y otras obras de infraestructura básica es la de bajar el costo de vida y hacer negocios. El objetivo de los propietarios privados, por el contrario, es elevar los precios tan alto como sea posible. Esto se conoce como “la extracción de renta”. Los propietarios privados colocarán cabinas de peaje para elevar el costo de los servicios de infraestructura que están en proceso de privatización. Esto es lo contrario de lo que los economistas clásicos entiende por “libre mercado”.
Se habla de un acuerdo que se hizo con los oligarcas. Los oligarcas van a comprar la propiedad de las empresas estatales rusas con el dinero de las privatizaciones anteriores que han fugado al extranjero, y conseguirán otro “negocio del siglo” cuando la economía de Rusia se recupere lo suficiente como para posibilitar obtener ganancias más excesivas.
El problema es que cuanto más poder económico se mueve desde el gobierno hacia el control privado, menos poder compensatorio tiene el gobierno contra los intereses privados. Desde este punto de vista, no deberían permitirse privatizaciones en este momento.
Mucho menos se debería permitir a extranjeros adquirir la propiedad de bienes nacionales rusos. Con el fin de cobrar un pago de moneda extranjera por única vez, el gobierno ruso concede a los extranjeros futuros flujos de ingresos que pueden, y serán, extraídos de Rusia y enviados al exterior. Este “repatriación” de los dividendos se produciría incluso si la gestión y el control sigue estando geográficamente en Rusia.
La venta de activos públicos a cambio de un pago único es lo que hizo el gobierno de la ciudad de Chicago cuando vendió el flujo de ingresos de 75 años de parquímetros a cambio de un pago único. El gobierno de Chicago tuvo dinero por un año, renunciando a los 75 años de ingresos posteriores. Al sacrificar los ingresos públicos, el gobierno de Chicago se privó de gravar a los bienes raíces y la riqueza privada y también permitió a los bancos de inversión de Wall Street hacer una fortuna.
También se produjeron protestas sociales contra las concesiones. Los nuevos compradores impusieron abusivamente las tarifas de estacionamiento en la calle y demandaron el gobierno de Chicago por daños y perjuicios cuando la ciudad cerró el tránsito por desfiles públicos o vacaciones, con lo que “interfirió” contra los rentistas del negocio de los parquímetros. En lugar de ayudar a Chicago, esto colaboró para empujar a la ciudad a la quiebra. No es de extrañar que a los atlantistas les gustaría ver a Rusia sufrir el mismo destino.
El uso de las privatizaciones para cubrir un problema de presupuesto a corto plazo crea un problema mayor a largo plazo. Los beneficios de las compañías rusas fluirían fuera del país, reduciendo la tasa de cambio del rublo. Si los beneficios se pagan en rublos, los rublos pueden ser objeto de dumping en el mercado de divisas y canjeados por dólares. Este deprimirá el tipo de cambio del rublo y elevará el valor de cambio del dólar. En efecto, permite a los extranjeros adquirir activos nacionales de Rusia y ayuda a los extranjeros a especular contra el rublo ruso.
Por supuesto, los nuevos propietarios rusos de los activos privatizados también podrían enviar sus ganancias al exterior. Pero, al menos, el gobierno ruso es consciente de que los propietarios sujetos a la jurisdicción de Rusia se regulan con mayor facilidad que si son propietarios cuyas empresas están radicadas en el exterior y mantienen su capital de trabajo en Londres o en otros centros de la banca extranjera (todos bajo la influencia diplomática de los Estados Unidos y la Nueva Guerra Fría de sanciones).
En la raíz de la discusión sobre las privatizaciones debe estar la pregunta de qué es el dinero y por qué debe ser creado por los bancos privados en lugar de los bancos centrales. El gobierno ruso debe financiar su déficit presupuestario haciendo que el Banco Central cree todo el dinero que sea necesario, al igual que hacemos los EE.UU. y el Reino Unido. No es necesario que el gobierno ruso regale futuras fuentes de ingresos a perpetuidad simplemente con el fin de cubrir el déficit de un año. Esto es un camino hacia el empobrecimiento y la pérdida de la independencia económica y política.
La globalización se inventó como una herramienta del imperio estadounidense. Rusia debe protegerse a sí misma de la globalización no abriéndose a ella. La privatización es el vehículo para socavar la soberanía económica y aumentar las ganancias al aumentar los precios.
Al igual que las ONG’s financiadas por occidentales que operan en Rusia son una quinta columna que actúa en contra de los intereses nacionales de Rusia, los economistas neoliberales de Rusia también lo son, se den o no cuenta de ello. Rusia no va a estar a salvo de la manipulación occidental hasta que su economía está cerrada a los intentos occidentales para reformar la economía de Rusia, en interés de Washington y no en el interés de Rusia.
Lo subrayado es mío.