Wednesday, 5 October 2016

S.J.Alcalde y Mártir (Capitulos 18-19-20)













Capítulo XVIII

     El sábado de esa misma semana, Juanote merodeó la casa de sus padres en horas de siesta. Sabía que ambos estaban durmiendo, y como disponía aún de la llave, entró en la vivienda sigilosamente y se dirigió al sótano donde el señor Colomer disponía de una pequeña y coqueta bodega. La escalera que le daba acceso era de obra y bastante empinada y estrecha. Juanote estaba muy al tanto de las costumbres del empresario, y sabía que todos los sábados antes de cenar bajaba a la bodega para rescatar de allí una botella de rioja de reserva. La mortecina luz de la escalera apenas iluminaba, y el sitio era ideal para un accidente bien trabajado. Una vez en el sótano, Juanote sacó de su bolsillo un largo sedal y volvió a subir despacio para estudiar el tramo de escalera más apropiado donde cruzarlo. Evidentemente consideró que cuanto más al principio, más mortífera sería la caída.
Después de instalar minuciosamente la trampa, apagó la luz y bajó de nuevo a la bodega buscando un refugio donde emboscarse y quemar el par de horas largas que tardaría el señor Colomer en bajar. Agazapado en un rincón de la umbrosa estancia, se ciñó tranquilamente las manos con unos guantes de látex mientras sus labios se arqueaban con una repugnante mueca de triunfo. En esos momentos estuvo seguro de perpetrar lo que consideró un crimen perfecto.
Al cabo de un tiempo, y medio adormilado por la espera, escuchó unos pasos indecisos y enseguida, el estrépito de alguien que cae por las escaleras. Juanote se incorporó de un salto al tiempo de ver el resultado de la caza. A pie de escalera yacía el señor Colomer entre dolorosos espasmos. Entonces, y con enorme sangre fría, se acercó rápidamente al accidentado y, tras cogerle la cabeza, estampó su colodrillo contra el quicio del último escalón. Ni que decir tiene que el brutal golpe rompió el cuello del empresario, que quedó completamente inerte. Todo sucedió en escasos segundos. Juanote despejó con la mano el denso mechón de melena negra que descolgaba sobre su lívida frente y observó unos instantes el cadáver de Colomer con demoníaca sonrisa. Luego, con la misma rapidez con la que había actuado, subió las escaleras con la precaución de un gato, y desmanteló la mortífera tanza. Una vez con la prueba fundamental del crimen en su bolsillo, abandonó la casa sin dejar rastro.
Esa misma noche enfiló su coche a la ciudad más contento que unas pascuas, y con la sensación del deber cumplido. Las cosas le iban viento en popa  y estaba seguro que su abominable acción quedaría para los anales de los llamados crímenes impunes. De eso estuvo seguro.



Capítulo XIX

     El Pleno de investidura del nuevo alcalde se efectuó en la mañana del martes siguiente sin sobresaltos dignos de mención. Juanote acudió al acto más pálido y sudoroso que de costumbre, y con un impecable y afilado traje negro con corbata del mismo color que le daba el aspecto de un inquietante personaje sacado de alguna de las góticas películas de Tim Burton. Pero el quebranto que rezumaba su afligido semblante no era más que teatro y del malo, porque, en verdad, nunca Juanote se sintió tan eufórico y pagado de si mismo como en esos instantes que recibía en sus manos el bastón de alcalde de Pozopodrido de la Ensenada. Hasta ese instante todo le salía bien redondo porque, incluso, la policía le había llamado horas antes para confirmarle que la muerte del señor Colomer había sido un trágico y desgraciado accidente. 
 
Cuando acabó el Pleno y a diferencia de otros, no hubo ágape, ni tan siquiera unas cervezas para refrescar el tedioso acto. Los asistentes comprendieron a regañadientes el estado de ánimo del nuevo alcalde cuando le vieron abandonar a la carrera el Ayuntamiento, intuyendo que quizás prefería llorar la muerte del padre en soledad y junto a su familia. Pero nada más lejos de la realidad, porque las prisas de Juanote obedecían a que tanto él como su madre habían quedado en reunirse esa misma mañana en el despacho del notario para conocer y hacerse cargo de la herencia dejada por el difunto Colomer.
Juanote estaba realmente preocupado mientras conducía camino de la capital, porque le asustaba pensar que al final y tras los últimos acontecimientos, el empresario le hubiera desheredado. Ya poniéndose en lo peor, su cabeza le daba vueltas a la posibilidad de despachar también a su madre si al final era ella la heredera universal. Total, por un accidente más. Aunque en esta ocasión estimó que el suicidio sería quizás lo más apropiado.
Cuando Juanote arribó a la notaria, encontró a doña Elvira toda muy emperifollada que le esperaba, y poco después les recibió el notario, momento este donde todos se cruzaron recelosas miradas antes de entrar en el despacho. El ilustre les hizo sentar en confortables sillones, y a continuación se sucedieron espesos segundos en los que por un lado continuaron las miraditas ansiosas de doña Elvira, que no cejaba en observar los movimientos del actuario con la agonía de un sapo avaricioso, y por otro, la semblanza lívida y acartonada de Juanote, cuya sola y larga presencia imprimía gran desasosiego al ambiente. De este modo el notario optó por despachar cuanto antes a la poco recomendable familia, y para ello empezó sin mayores rodeos:
     ––Bueno, pues lo primero que deben saber es que el malogrado señor Colomer me pidió cita la semana pasada para cambiar el testamento, sin embargo su inesperada muerte hace que se tenga que dar legal cumplimiento del documento anterior dictado por el difunto hace ahora quince años.
Al escuchar aquello, Juanote estuvo a punto de dar un salto de alegría, aunque su imagen no se inmutó ni un ápice, manteniéndola rígida, como la de un avezado jugador de póquer, incluida la mirada fría al contrario. Tras el breve preámbulo, el notario entró de lleno en el reparto de la herencia:
     ––...”A mi esposa Elvira le dejo la casa de Pozopodrido de la Ensenada, la finca de Pedroalto y una suma de cuatrocientos mil euros entre acciones de eléctricas y en metálico. A Juanote Colomer le dejo mi fábrica, mi colección de relojes de pulsera antiguos y una suma de trescientos mil euros en metálico.”
Cuando poco después la singular pareja abandonó la notaría, puso rumbo al banco para sacar parte del botín y luego, para celebrarlo, despacharse una opípara comilona en un lujoso restaurante de la ciudad. La herencia del señor Colomer no había estado nada mal y Juanote respiró tranquilo porque ya tenía asegurado el dinero para comprar los terrenos de la Ensenada.
Antes del menú pidieron unos entremeses regados con un rioja de excelente cosecha. El concejal miró, entonces, a su madre con ojos codiciosos y comentó:
     ––¿Estarás contenta, eh? Menudo pelotazo te ha dejado el viejo. ¿Qué vas a hacer con tanto dinero?
     ––Vivir, hijo, vivir. Creo que después de tantos años aguantando al impotente de tu padre y a su maldita fábrica bien que me lo merezco.
Juanote miró a la madre un tanto pensativo. Quizás aquel era el mejor momento para volverle a entrar sobre el espinoso asunto de quién fuera realmente su padre, ahora que Colomer había fallecido. Pero como siempre, ella no estaba dispuesta a colaborar:
     ––¿Otra vez con la misma historia, niño? ¡Qué cansino eres! ––repuso, la mujer, retocándose los hocicos frente a su polvera de plata. Juanote insistió:
     ––Pero, ¿es que no lo entiendes? Para mi es muy importante confirmar o no que Colomer era mi padre, y la verdad es que de ti no me fío un pelo. ¡Júrame por tus muertos que Colomer era mi padre!
     ––¡Yo no te juro nada que luego todo se sabe! –– le gritó ella, histérica –– ¡Además, eres aún muy joven para  comprender ciertas cosas de la vida! Quizás cuando cumplas algunos añitos más...
     ––¿Unos añitos más? ¿Cuándo te hayas muerto tú? ––se enfureció el alcalde, alzando la voz –– ¿Me contarás entonces que siempre fuiste una putanga como las demás, pero con aires de gran señora? ¡Porque nada bueno se esconde en esta historia, de eso estoy seguro!
     ––¡De puta nada, monada! En todo caso una mujer avanzada a su tiempo, una digna y respetable liberada y también una sacrificada de la vida, que siempre pensó en la felicidad de su hijo antes que en la suya propia. No olvides que gracias a mi vives como vives y has conseguido una herencia de millones. Tú si que eres un machista de mierda al hablarle a tu madre de esa manera. Así que tengamos la fiesta en paz ––zanjó doña Elvira tragándose a borbotones la copa que le restaba de rioja.
     Juanote apretó las mandíbulas y desistió de continuar polemizando. En verdad tuvo que hacer un gran esfuerzo por no atrapar entre sus dedos el grueso gañote de su madre y afinarlo lentamente hasta que cantara. Aunque sabía que aún así no sacaría provecho alguno de la obstinada cerrazón de la mujer. De esta manera consideró que en esos momentos lo más útil era preocuparse en solucionar los problemas inmediatos, y aún tenía pendiente a qué nombre debía poner las tierras que iba a comprar. En este sentido le era urgente encontrar un testaferro y entonces preguntó a su madre si en la familia había alguien en quien confiar.
     ––¿Confiar en alguien de la familia, dices?... ––reflexionó ella por unos momentos. Luego rió con grosería y exclamó ––¡Bueno, los cerdos no son mala gente!
Harto del pitorreo que se traía la madre con sus problemas, Juanote dio un espantoso puñetazo sobre la mesa, atragantándosele a ella la risa.
     ––Está bien, hijo pero no te pongas así que pareces un esquizofrénico. ¿Para qué quieres una persona de confianza si puede saberse?
     ––Tengo un negocio entre manos y no puedo figurar como propietario, para que lo entiendas.
     ––¿Y qué negocio es ese, pillín?
     ––Eso a ti no te incumbe.
     ––Qué zorro eres.
––Tengo a quien salir, querida mamá.
Doña Elvira lucubró unos segundos como buscando a ese familiar de confianza y luego hizo una sugerencia:
     ––Quizás podría servirte tu tío Totelen.
     ––¿Te refieres a tu hermano mongolito?
     ––El mismo. Creo que te vendría bien.
Juanote insinuó un ligero gesto de satisfacción y volvió a preguntar:
     ––¿Él sigue viviendo en Badajoz?
     ––Supongo que sí. Tus abuelos lo encerraron desde pequeño en un cotolengo de esos. No sé como se encontrará el pobrecillo ––repuso doña Elvira, chupando los restos de un enorme cadáver de cigala.


Capítulo XX

     Esa tarde la pasó Juanote muy ajetreada. Aparte de comprarse un soberbio traje de alpaca, una corbata de seda natural y unos caros zapatos de Pollini, adquirió también un billete de avión para volar a Badajoz al día siguiente. Cerró la apretada jornada, visitando a la viuda del Migraña para tratar con ella el asunto de los terrenos. En principio la mujer le pidió trescientos mil euros, y entonces comenzó un tira y afloja con un miserable regateo en el que Juanote despuntó como un curtido gitano de mercadillo. Tanto fue así que al final la mujer tuvo que ponerse seria:
     ––Doscientos mil y ni un euro menos –– se plantó, viendo que si continuaba, aún tendría que pagarle dinero al sujeto aquel.
Juanote se alzó triunfal porque en la terrible puja le había ganado a la vieja cien mil de los grandes. Antes de abandonar la casa le dejó una pequeña señal, asegurando que su cliente pagaría el resto en treinta días. Evidentemente su cliente en principio no sería otro que su tío Totelen, el oligofrénico.
     Por la noche Juanote afincó en la ciudad y en esta ocasión en uno de los mejores hoteles de su centro urbano. Su ego se había ampliado tanto como un catastrófico brazo de mar que lo inundaba todo con su soberbia y preP.O.T.E.ncia, y esto le hacía caminar por los lujosos alfombrados del establecimiento más tieso que el palo de una escoba. En verdad se sentía revestido de un proyecto divino, de un mesianismo que catapultaba su futuro por encima de cualquier ser mortal. En su torticera mente comenzaba a fluir la misteriosa voz de alguien que le proclamaba un elegido por la mismísima virgen para apacentar a los pecadores del mundo pero, sobre todo, a los de Pozopodrido de la Ensenada.
Cuando llegó a la suntuosa habitación se recostó un rato en la cama, y con los ojos fijos en un punto de la artesonada techumbre, comenzó a darle vueltas al portentoso milagro que debía suceder en La Ensenada, resolviendo entonces que el montaje del espectáculo debía ser nocturno y de una guisa que impresionara los palurdos corazones que lo contemplaran. Muy excitado con el asunto, Juanote llamó al móvil de Papelinas, que en esos momentos, estaba en plena faena con una fulana de tres al cuarto:
     ––¡Tío, que me has cortado el rollo! ––protestó el delincuente. mascullando improperios.
     ––Deja de pecar, infame aborto, y vente ahora mismo para el Hotel Cristina, habitación veintidós. Hablaremos de negocios mientras nos chupamos una botella de Möet Chandón.
     ––¿Hotel Cristina, Möet Chandón...? ¿Es que te ha tocado la lotería, Juanote?
     ––Algo parecido. Venga, deja a esa guarra y vente para acá enseguida.
Juanote apagó el móvil con los ojos muy abiertos porque de repente le había llegado una loca inspiración de cómo debía manifestarse su virgen y la manera de llevarlo a cabo. Ella se aparecería flotando sobre las aguas nocturnas de la Ensenada. La idea la consideró tan buena que enseguida llamó a recepción para que le trajeran la botella de champán y un par de copas. Y es que todo comenzaba a cuajar en su mente, de manera que el primer milagro lo tenía ya prácticamente resuelto. Totalmente eufórico, en cuanto llegó Papelinas le hizo sentar de un empujón y empezó a explicarle la historieta a trompicones y sin más clase preámbulos:
     ––Escucha, escucha... La virgen aparecerá una noche sin luna, caminando sobre las tranquilas aguas de la playa. Bueno, en verdad lo hará sobre una tabla de madera que tú empujarás suavemente...
Papelinas le miró con cara de estúpido, pensando que Juanote se encontraba ya totalmente colocado y en fase de delirio. Por eso y entre risitas le siguió el rollo:
     ––Ah, que esta noche vamos de vírgenes...
Juanote le enganchó entonces por la camisa y le zarandeó con brutalidad, arrancándole algunos botones.
     ––¿Tú eres un subnormal o qué? ––le gritó ––¡Estoy hablando en serio!
     ––¡Contigo no se puede hablar en serio porque estás loco, Juanote! ¿Qué coño es eso de apariciones de vírgenes en tablas de madera?
     ––¡Te estoy hablando de un negocio donde hay mucho dinero a ganar, gilipollas! ––le soltó Juanote de un empujón.
Papelinas intentó componerse la camisa y agrandó sus orejas. Eso de ganar mucho dinero le sonó a canto celestial. Enseguida miró a Juanote con cara de pardillo y dijo:
     ––Perdona, Juanote. Es que a veces no te entiendo.
––¡No me entiendes porque eres un perdedor, un cretino, un...
En ese instante llegó un sirviente del hotel con el Möet Chandón y un par de copas de cristal de Bohemia. Juanote, entonces, le hizo que abriera la botella y sirviera las copas, cosa que el estirado camarero realizó con gran profesionalidad y prestancia casi ofensiva.
     ––¿Desea el señor algo más? –– se enderezó de nuevo el tipo aquel con la arrogancia de un oficial de la vieja Prusia.
     ––Sí, que te vayas al carajo ya –– le despachó Juanote, irritado por los aires de mariscal de campo del camarero.
Una vez se marchó el profesional de hostelería ––con la moral por los suelos, como cabe suponer ––, Papelinas insistió en lo que más le interesaba:
     ––¿Cuánto dinero, Juanote, cuánto?
     ––Pues si haces bien tu trabajo, te puedo dar seis de los grandes. ¿Qué te parece?
     ––¡Joder, por esa pasta hago yo lo que sea, Juanote! ¡Me cague en la leche, seis mil euros! ¿Qué tengo que hacer? ¿De virgen has dicho?
En esta ocasión Juanote se echó a reír mientras ofrecía una copa a su cómplice:
     ––No, animal, no. La virgen debes buscarla tú.
     ––¿Una virgen? ¿Pero dónde voy a encontrar una tía virgen con el ganao como está? Como no vayamos a un convento, y aún así...  ––protestó Papelinas.
     ––¡Que nooo, coño, que no va por ahí! Déjame terminar. La virgen será un maniquí de esos guapos que ponen en los escaparates, y que podamos vestir con ropas de virgen, como las de Lourdes y Fátima, ¿comprendes ahora? –– el rostro de Juanote se iluminó cuando gesticuló pomposamente con las manos ––¡Imagínatelo, Papelinas! Ella aparecerá en medio del mar, rompiendo con su luz la oscuridad de la noche y enviará un mensaje celestial a los presentes...
     ––¿Y dónde encuentro yo un maniquí que hable, Juanote?
     ––¡Calla, inútil que ya me has jodido la escena! Además, ¿ella cómo va a hablar si es un maniquí? El mensaje de la virgen se trasmitirá mediante una vidente o bruja de esas.
     ––¿Una bruja? –– se alarmó Papelinas, cada vez más confuso ––¿Pero que clase de negocio te traes entre manos, tío?
     ––Eso a ti no te importa. Tú preocúpate de buscar un maniquí, un manto celeste y un vestido largo de color blanco.
     ––Pero necesitaré dinero.
     ––Toma doscientos euros y vas que te matas. Ahora brindemos para que todo salga bien ––llenó Juanote las copas con el champán que restaba...

continuará.

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