En la última encuesta del CIS, Rosa Díez y su partido UPyD sigue ascendiendo en valoración y estimación de voto. Incluso, su presidenta logra ponerse a la cabeza del ranking de políticos más valorados sin que, al menos por mi parte, le reconozca mérito alguno para ello.
Créanme cuando les digo que tal éxito me parece el misterio más misterioso del mundo mundial. ¿Qué ha hecho esta señora para merecer tal adhesión popular aparte de ponerse el carnet de identidad en la boca? O quizás la pregunta pertinente sería ¿Qué le pasa a este pueblo nuestro para dar preferencia a un inquietante personaje que atufa a fascismo?
Soy consciente de los enormes contrasentidos que muestran las encuestas en estos casos, sin embargo, me inquieta mucho la más que sibilina ascensión de este partido.
Leí en su momento un excelente artículo de David M. Rivas "El fascismo que viene", y que he creído interesante pasar a mi blog ante la oportunidad que brinda esta última encuesta del CIS con respecto a UPyD.
UPD: el fascismo que viene.
En el pasado mes de noviembre, con motivo de las elecciones generales, en la red social en la que participo –sólamente me ocupo de una- manifesté mi opinión acerca de que UPD presentaba un perfil “neofascista”. Entonces, para explicar tal calificación me limité a reproducir declaraciones de algunos de sus dirigentes, particularmente de Rosa Díez, pero, motivado por el propio formato de la red no pude extenderme en el razonamiento. La discusión no pasó de ser un cruce de opiniones, por lo general coincidentes con la mía aunque no faltaron amigos que, cuando menos, se extrañaban de mi contundencia, o incluso me llevaron la contraria.
Hoy, a menos de un mes de las elecciones en Asturias y con unas prospecciones que nos señalan que UPD podría entrar en el palacio de Fruela, trataré de explicar mi opinión. Sigo pensando lo mismo y, además, si UPD entra en la Xunta Xeneral, es muy posible que ese escaño suponga que Izquierda Unida no vea satisfechas sus espectativas de crecimiento, lo cual no sería una buena noticia en los tiempos que corren, con los duros ajustes que aún se avecinan. De otra parte, las últimas propuestas y actitudes de UPD no hacen otra cosa que reafirmarme en la idea de que es una organización de clara orientación fascista. Por ejemplo, la obsesión por la izquierda “abertzale” le ha llevado incluso a exigir la ilegalización de una organización como Amaiur, con cinco escaños en el Congreso de los Diputados y que es la segunda fuerza política vasca.
Y esta cuestión llama la atención porque todo indica que nos encontramos ante una organización nacida de la vanidad herida de una persona. Rosa Díez, figura importante en el gobierno PNV-PSOE por cuanto ocupara una consejería de vital transcendencia para el País Vasco como es la de industria, pretendía liderar su partido pero se vio derrotada o relegada por Patxi López y sus valedores, muy especialmente por Rodríguez Zapatero e incluso por Almunia. No asumió su fracaso y, aprovechando la lamentable situación por la que seguía atravesando la ciudadanía vasca, con la continuidad de la violencia, por más que algo mitigada con respecto a los “años de plomo”, transmutó de gobernante en coalición con los nacionalistas a martillo de nacionalistas, con un discurso muy similar al de Calvo Sotelo y Gil Robles en los años de la segunda república.
Se estaba construyendo un partido con los mimbres del resentimiento y con un discurso maniqueo y obsesivo, articulado, no en torno a una idea proactiva, sino a una posición reactiva. Así, mantiene unas posiciones propias de la derecha y otras más propias de la izquierda, pero su único motor ideológico visible con claridad es el visceral enfrentamiento con las minorías nacionales y, en lógica palmaria, un nacionalismo español digno de los primeros y mejores años del franquismo.
Con estos componentes, UPD y particularmente su jefa aprovecharon de un modo muy oportunista todas las deficiencias de la democracia española, apoyándose en la realidad de que las imperfecciones heredadas de la transición son tantas que, en puridad, se puede dudar de que el modelo español sea, verdaderamente, una democracia. De esta forma, UPD se colocó como vanguardia de la reforma de la ley electoral, olvidando que esa ley que permite “privilegios” al PNV o a CIU es la misma que dio a Díez un escaño con tan sólo un puñado de votos de una provincia, la de Madrid, mientras castiga, por ejemplo, a Izquierda Unida. Lo mismo hizo con la división de poderes, con la decisión de limitar la duración de los mandatos públicos –limitación que no afectará a la propia Díez, que lleva toda la vida viviendo de la política-, la financiación de los partidos políticos y un largo etcétera.
Es cierto que los grandes partidos, PP y PSOE, le pusieron a UPD en bandeja su propio argumentario. La corrupción, el maltrato económico a los trabajadores y a las clases medias, el sistemático incumplimiento de los compromisos, la mentira como costumbre política y un largo etcétera, permitió a Rosa Díez convertirse en la hipotética heroína de la transparencia y la regeneración democrática. No es nuevo en la historia cercana una situación como esta. El fascismo de los años veinte y treinta del pasado siglo también se presentó con su cara regeneracionista, cargado de antipoliticismo populista. Y, hoy como ayer, el hecho de que el régimen imperante sea corrupto y que los partidos políticos sean vistos por parte de los ciudadanos como un problema y no como una solución, no evita diferenciar entre las distintas formas de hacer una política alternativa.
En “El reencantamiento del mundo”, Berman escribe que George Orwell decía que el fascismo llegaría al triunfo haciéndolo en nombre de la libertad. Y esa es la estrategia de UPD. La historia nos muestra cómo los fascismos siempre han utilizado las ideologías o las preocupaciones más extendidas entre la población. Así, Mussolini y Hitler revindicaron para sus organizaciones la definición de “socialistas” porque, lo mismo en Alemania que en Italia, las fuerzas más importantes frente al corrompido orden eran el partido socialista y el partido comunista. El Partido Nacional Socialista alemán y el Movimiento Social italiano se presentaron ante los ciudadanos como la única posibilidad de regeneración política. Y, cuidando su parafernalia, levantaron al viento sus banderas rojas. Por su parte, en España, Primo de Rivera, Ledesma y Redondo presentaron sus organizaciones como “sindicalistas”, dado que la fuerza más importante, la que se enfrentaba en este caso al orden político construído por la monarquía, los terratenientes y la iglesia, era el anarcosindicalismo. Y, cuidando también de la parafernalia, Falange Española y las Juntas de Ofensiva Nacionalsindicalista levantaron al viento sus banderas rojinegras. En todos los casos había tres elementos comunes: el nacionalismo estatista, el anticomunismo y el odio a la democracia liberal.
En el presente, el fascismo que viene no se reviste de socialismo ni de sindicalismo. Los tiempos son otros y el disfraz ideológico también es otro. Actualmente es el liberalismo el ropaje del nuevo totalitarismo, son la democracia liberal y sus fundamentos las nuevas banderas a izar. Aunque en el fondo comparte con los fascismos clásicos la aversión al liberalismo y la exaltación del estatismo, realiza la pirueta ideológica de envolverse en la palabrería liberal, hasta el punto de llegar a aparentar un cierto halo anarquizante. No en vano, los sectores de la derecha más dura, los integristas religiosos y los creadores de opinión más sectarios –algunos de ellos con alto rango también en el Partido Popular- se autocalifican de “liberales”. Por ejemplo, si John Stuart Mill, Flórez Estrada o Riego supieran que quienes procesionan a las órdenes de Rouco Varela se llaman “liberales” y se dicen sus herederos, se revolverían en sus tumbas.
Uno de los estudios más interesantes y, posiblemente, el mejor estructurado sobre el desarrollo del fascismo, es el libro de Daniel Guérin “Fascismo y gran capital”. En sus páginas se describe en paralelo la evolución del nazismo alemán y del fascismo italiano. Fue una pena que no dedicara atención al fascismo español porque, tras vencer en la guerra, fue el único de todos del que vimos su evolución hasta la transformación en una democracia tutelada y vigilada como es la actual. No fue posible porque el libro es de mediados los setenta, por lo que su autor no vio la evolución final del franquismo. De igual modo, tampoco pudo analizar los neofascismos nacidos en los ochenta y noventa.
Las fases que Guérin analiza pueden aplicarse al modelo seguido por UPD, con algunas matizaciones. Las diferencias estriban en que los neofascismos, los surgidos tras la crisis de los setenta y la caída de los estados de la órbita soviética, no requieren unas fases previas de milicias armadas ni tampoco grandes desfiles con estandartes y camisas negras, pardas o azules. Esa opción, consustancial a los años veinte y treinta, y por la que también pasaron los socialistas, los comunistas e incluso algunas organizaciones anarquistas, se convirtió en innecesaria con el dominio de la tecnocracia, con las camisas blancas y trajes de buen sastre de una oligarquía que no necesita infiltrar militantes en el ejército o constituir policías paralelas porque de los controles extrapolíticos ya se encargan los celebrados “mercados”.
Pero el resto de las fases sí se están cumpliendo: identificación de la nación con el partido, identificación del partido con el líder, identificación de los contrarios con la anti-nación, identificación de la anti-nación con los partidos políticos “tradicionales” y, sobre todo, con las minorías étnicas o nacionales. Se trata de un nuevo asalto a la racionalidad, aprovechando la corrupción y la miseria del modelo de esta peculiar democracia española nacida de la “inmaculada transición”. Si Luckaks hubiera soñado un modelo neofascista en pleno siglo XXI, no hubiera esperado un sueño tan extraordinario como el que estamos viendo. Pero, como todos los fascismos nacientes, no suelen preocuparse por las cúpulas del sistema: Mussolini convivió en armonía con la monarquía, Hitler revindicó los valores del imperio, Franco reinstauró a la casa de Borbón… Y es que, como ya sucediera antes, el respeto y el temor reverencial hacia las altas burocracias son características muy definitorias. A este respecto, Pío Baroja escribiera hace más de setenta años que “en nuestro tiempo, entre comunistas y fascistas, hay una gran simpatía por los burócratas y un fondo de animosidad contra los que no lo son”. Efectivamente, el modelo soviético también se apoyó en las estructuras despóticas y militares del zarismo.
Igualmente, no vemos, en su hipotética política de regeneración, a UPD defendiendo la dignidad de las víctimas del franquismo, muchas de ellas desaparecidas o enterradas en las cunetas y bajo los paredones de los cementerios, ni tampoco crítica alguna hacia el terrorismo de estado. Como todos los fascismos germinales, UPD trabaja la confusión entre seguridad y miedo, apelando a los bajos instintos de las personas: el peligro de la criminalidad, el ventajismo de las minorías nacionales (catalanes y vascos en nuestro caso), la levedad del código penal (aunque sea el más duro de la Unión Europea), el gasto que supone normalizar las lenguas minoritarias, la teórica complicidad de cientos de miles de personas con el terrorismo, la letal inmigración, etcétera y etcétera.
Las formas también delatan el fondo ideológico. No es habitual ver a los candidatos y dirigentes de este partido enfrentarse a ruedas de prensa libremente estructuradas y con intervenciones abiertas, llegándose a episodios de matonismo por parte de sus empleados de seguridad, impidiendo el acercamiento de reporteros de televisión. Y su eurodiputado, Sosa Wagner, cuyas opiniones podemos seguir en la prensa asturiana con cierta asiduidad, sólo habló una vez en Estrasburgo –que se sepa- y lo hizo para denunciar una hipotética alianza entre el terrorismo etarra y la izquierda española. Seguramente eso explica que uno de los líderes históricos del fascismo “tradicional”, Sáenz de Yniestrillas, pidiera públicamente el voto para UPD en las pasadas elecciones.
La imagen del partido en las elecciones, con el DNI de Rosa Díez como cartel electoral y el eslogan “lo que nos une”, lo dice casi todo. Parecería un recurso al concepto de “patriotismo constitucional” de un marxista asustado tras la noche nazi como Habermas, pero, en el fondo, es un recurso muy “racial” dirigido a un españolismo bastante crecido frente a los pretendidos “desmanes” vascos y catalanes, e incluso asturianos. En este discurso, Asturias, una comunidad pequeña y minorizada culturalmente, sufre doblemente porque padece una marginación evidente y, además, paga por los conflictos que otras comunidades tienen o provocan pero que no son tan fáciles de atacar como la nuestra. No en vano escribiera André Malraux que “los fascistas, en el fondo, creen siempre en la raza de aquél que manda”. Por eso –estamos en los años treinta del siglo XX-, decía que “los alemanes no son racistas porque sean fascistas, sino que porque son fascistas son racistas”.
Nada mejor que cerrar esta exposición con unas declaraciones de Álvaro Pombo, dirigente de UPD y número dos por la circunscripción de Madrid, justamente detrás de Rosa Díez, en las elecciones de noviembre del 2011. Dice Pombo que “España prosperó gracias a Franco, la gente tuvo su cochecito, su residencia, y la democracia fue posible gracias a Franco”. Su “cochecito” y su “residencia”… ¡tiene bemoles la cosa!.
Mas no se para en estas barras. “Pero sí me hago esa pregunta, de si no tendríamos, por ejemplo en España, que pasar a una fase suprapolítica, suprapartidista, de gestores firmes. ¡Si tenemos cinco millones de parados! Un dictador con mano fuerte… No lo sé, no lo sé, pero hay que tener cuidado de no ponerse demasiado bravo con los dictadores que produjeron riqueza económica. Hitler fue un dictador que metió a los países en una guerra espantosa, pero Franco no. Y Pinochet tampoco”. Defender a Hitler le parece a Pombo una demasía, pero Franco y Pinochet son otra cosa. Es más, es evidente que Franco no provocó ninguna “guerra espantosa”. Y es necesario pasar a una fase “suprapolítica”, “suprapartidista”… Un lenguaje “postmoderno” y pervertido para un nuevo “fascismo”.
Y acaba este dirigente de UPD haciendo un guiño a su peculiar “memoria histórica” cuando dice que “si no se reconoce que España se benefició mucho con la dictadura franquista, y que la democracia fue posible gracias a Franco, se están diciendo cosas raras”.
Del candidato en Asturias, Prendes, no puedo decir nada porque sólo conozco cuatro cosas publicadas por la prensa y, además, queda deslucido ante la reiterativa comparecencia del eurodiputado Sosa en un diario asturiano. Me dicen algunos amigos comunes que es persona sensata y que, evidentemente, no se le pasa por la imaginación decir cosas como las que suelta Pombo. Pero lo cierto es que nadie de UPD, que yo sepa, censuró tales barbaridades, ni en Asturias ni en ninguna parte.