SAN JUANTOTE, ALCALDE Y MÁRTIR (Novela de 42 capítulos y 214 páginas )
Obra publicada en autoedición al principio de la crisis del 2008.
Capítulo I
Pozopodrido de la Ensenada era, a la sazón de esta historia, una pequeña
localidad bendecida por un bello entrante de mar que aliviaba en algo
las duras inclemencias del estío; un pueblo tranquilo y plácido sin más
incidencias a señalar que la de un paro galopante a duras penas
suavizado por los miserables subsidios y las ayudas sociales de índole
municipal. En el pasado, su gente vivió siempre del olivar, y en su zona
antigua aún daba fe de éstas raíces los restos de una gran almazara,
hoy muerta y embalsamada por la civilización en un cursilón museo de
bruñidas reliquias. Y es que esa sospechosa modernidad con la que muchos
políticos nos venden la moto de que todos vamos a ser prósperos y
ricos, alcanzó también a Pozopodrido, que de esta guisa dejó de ser un
municipio olivarero para pasar al estatus de un pueblo de “ninis”, o lo
que es lo mismo, ni agrícola, ni industrial, ni de servicios ni, por
supuesto, de ricos, claro está. Hoy debate sus días en un limbo
económico producto del pelotazo inmobiliario y de la fatal crisis, de
cuya trágica combinación podemos contemplar nefastos resultados como los
cientos de inmuebles vacíos y otros por terminar, abandonados a su
suerte entre sombríos y civilizados paisajes de cemento.
Al otro lado de la playa, salvando el casco histórico, se alzaban sobre un altozano, que en su tiempo fuera olivar, lujosas urbanizaciones con espléndidos y ajardinados chalés y viviendas unifamiliares donde residía una pudiente población dormitorio procedente de la capital, que se encontraba a poco más de cien kilómetros. En uno de ellos, el respetado industrial, señor Colomer, comentó a su mujer mientras cenaban en su espléndida terraza:
––La verdad, Elvira, es que no sé lo que hacer con este chico tuyo. Me está hundiendo la fábrica.
La mujer ignoró la queja del marido y continuó con la atención fija en un programa basura de la televisión. El hombre, entonces, protestó indignado:
––¿Me escuchas o qué? Te estoy hablando.
––Sí, te escucho, Silverio, pero no sé de que va tu historia de esta noche. Juanote no es un empleado tuyo si no tu hijo y siempre vas de quejas con el pobrecico mío.
––¿Pobrecito dices...? –– reaccionó el empresario, aparcando en el camino el trozo de róbalo que viajaba hacia su boca –– ¡Teniendo a Juanote en la fábrica no necesito crisis económicas porque con él las tengo todos los días del año! ¡No he visto chico tan irresponsable y torpe que encima le guste tanto el dinero fácil!
––Pero bueno, ¿qué ha hecho esta vez? –– respondió doña Elvira sin percatarse del cariz de marejada de fondo que tomaba la disc usión.
––¿Qué ha hecho esta vez dices? ¡Pues nada! ¡Ese es el problema que no hace nada de nada, que no pega golpe! ¡Sólo gastar y gastar! ––gritó el señor Colomer con el rostro de un cangrejo congestionado.
––Cálmate, Silverio, que te va a dar algo. Compréndelo, aún es muy joven. Sólo tiene treinta y tres años..., o treinta y cinco..., ahora no recuerdo bien –– continuó la buena señora atendiendo la televisión como si nada. El hombre soltó los cubiertos con violencia al tiempo que su estado sanguíneo subió de nivel. En esta ocasión bramó:
––¿Joven dices? ¡A su edad ya estaba yo reventado de trabajar! ¡Pero el problema no es tanto que trabaje o deje de hacerlo si no los vicios que se gasta el buen señor! ¿O acaso ignoras que se pone hasta el culo de coca y de otras porquerías todos los días? ¿O que se apropia del dinero con el que hay que pagar a los proveedores para gastarlo en indecentes y disolutas juergas con gentuza y prostitutas de la ciudad?
––Desde luego cuando te pones vulgar es que no te soporto, Silverio ––repuso doña Elvira, mirándole muy señora ella ––¿Acaso el chico no puede divertirse ahora, que tiene edad de hacerlo? ¿Qué tiene que hacer el pobre mío lo que tú, todo el santo día en la sucia fábrica? ¡Qué horror!
––¿En la sucia fábrica dices? –– aquello le tocó las gónadas al señor Colomer ––¡Esa sucia fábrica, como tú la llamas, te da para vivir como vives, gordinflona de mierda! –– explotó el empresario, llevándose por delante la mesa, la silla y un gato bicolor que escuchaba atentamente la discusión. Realmente estaba muy furioso cuando se revolvió contra su esposa con la mirada hecha una fogata. ––¡Ah, pero esto se acabó! ¡Ese monstruo no volverá más a mi fábrica! ¡Que se busque la vida como pueda! ––gritó, agitando sus puños y con el rostro desencajado.
A doña Elvira le subió un repentino sofoco, y sólo supo protestar de la actitud del marido:
––¡No puedes hacer eso con tu hijo! ––gritó con la tilde de una gallinácea.
––¿Cómo que no puedo? ¡Para empezar el hijo es tuyo, señora mía, y ya sabemos de qué padre! ¡Y como te pongas por medio te devuelvo a tu pueblo, a la porqueriza de la que nunca debiste salir, doña Elvirita de los cojones! ¡Habráse visto los dones que se gasta la buena señora!
En esta ocasión la mujer agachó el morro porque nunca había visto al marido tan furibundo. La amenaza de devolverla a la pocilga de sus padres actuó como un fulminante purgante para sus aires de gran señora. Por eso, cuando en esta ocasión se dirigió a su hombre lo hizo con voz distinta, esforzándose por arroparse de una humildad de la que ya apenas guardaba recuerdo pues sólo la utilizó cuando fueron novios y se propuso cazar con malas artes al infeliz empresario.
––Bueno, mi amor, si lo tienes decidido ––sucumbió entre melosa y resignada ––¿Y a qué puede dedicarse el pobre mío? ¿Has pensado en buscarle algo?
––Pues no sé –– dudó el señor Colomer, intentando tranquilizarse –– Es difícil que sirva para algo, aunque el perfil de charlatán y mentiroso que tiene... Desde luego se ajustaría como anillo al dedo al de político. Sí, creo que podría ser un excelente político ––sentenció Colomer.
Al día siguiente, el empresario se puso manos a la obra en buscarle a Juanote una oportunidad en eso de ser político. Para ello visitó al alcalde de Pozopodrido que era del partido del P.O.T.E. (Partido de Obreros Terminales de España) de la llamada izquierda putrefacta, y le habló del interés suyo por colocar a Juanote de concejal para las siguientes elecciones municipales:
––Si me lo metes en un puesto de salida te lo sabré agradecer –– le dijo.
El alcalde, que era un paleto cincuentón y más listo que el hambre sonrió y luego intentó zafarse de cualquier compromiso:
––Hombre, señor Colomer, si me lo hubiera dicho con más tiempo. Las listas están prácticamente cerradas, aunque le puedo buscar un hueco en los suplentes.
––¡Nada de huecos ni suplentes! ¡Puesto de salida, alcalde! ¡Quiero para el muchacho un puesto de salida! –– machacó el señor Colomer que en esto de los negocios era implacable –– Nada de rellenos ¿entendido? No olvides que una parte de la campaña la financio yo. ¿Queda claro?
Al otro lado de la playa, salvando el casco histórico, se alzaban sobre un altozano, que en su tiempo fuera olivar, lujosas urbanizaciones con espléndidos y ajardinados chalés y viviendas unifamiliares donde residía una pudiente población dormitorio procedente de la capital, que se encontraba a poco más de cien kilómetros. En uno de ellos, el respetado industrial, señor Colomer, comentó a su mujer mientras cenaban en su espléndida terraza:
––La verdad, Elvira, es que no sé lo que hacer con este chico tuyo. Me está hundiendo la fábrica.
La mujer ignoró la queja del marido y continuó con la atención fija en un programa basura de la televisión. El hombre, entonces, protestó indignado:
––¿Me escuchas o qué? Te estoy hablando.
––Sí, te escucho, Silverio, pero no sé de que va tu historia de esta noche. Juanote no es un empleado tuyo si no tu hijo y siempre vas de quejas con el pobrecico mío.
––¿Pobrecito dices...? –– reaccionó el empresario, aparcando en el camino el trozo de róbalo que viajaba hacia su boca –– ¡Teniendo a Juanote en la fábrica no necesito crisis económicas porque con él las tengo todos los días del año! ¡No he visto chico tan irresponsable y torpe que encima le guste tanto el dinero fácil!
––Pero bueno, ¿qué ha hecho esta vez? –– respondió doña Elvira sin percatarse del cariz de marejada de fondo que tomaba la disc usión.
––¿Qué ha hecho esta vez dices? ¡Pues nada! ¡Ese es el problema que no hace nada de nada, que no pega golpe! ¡Sólo gastar y gastar! ––gritó el señor Colomer con el rostro de un cangrejo congestionado.
––Cálmate, Silverio, que te va a dar algo. Compréndelo, aún es muy joven. Sólo tiene treinta y tres años..., o treinta y cinco..., ahora no recuerdo bien –– continuó la buena señora atendiendo la televisión como si nada. El hombre soltó los cubiertos con violencia al tiempo que su estado sanguíneo subió de nivel. En esta ocasión bramó:
––¿Joven dices? ¡A su edad ya estaba yo reventado de trabajar! ¡Pero el problema no es tanto que trabaje o deje de hacerlo si no los vicios que se gasta el buen señor! ¿O acaso ignoras que se pone hasta el culo de coca y de otras porquerías todos los días? ¿O que se apropia del dinero con el que hay que pagar a los proveedores para gastarlo en indecentes y disolutas juergas con gentuza y prostitutas de la ciudad?
––Desde luego cuando te pones vulgar es que no te soporto, Silverio ––repuso doña Elvira, mirándole muy señora ella ––¿Acaso el chico no puede divertirse ahora, que tiene edad de hacerlo? ¿Qué tiene que hacer el pobre mío lo que tú, todo el santo día en la sucia fábrica? ¡Qué horror!
––¿En la sucia fábrica dices? –– aquello le tocó las gónadas al señor Colomer ––¡Esa sucia fábrica, como tú la llamas, te da para vivir como vives, gordinflona de mierda! –– explotó el empresario, llevándose por delante la mesa, la silla y un gato bicolor que escuchaba atentamente la discusión. Realmente estaba muy furioso cuando se revolvió contra su esposa con la mirada hecha una fogata. ––¡Ah, pero esto se acabó! ¡Ese monstruo no volverá más a mi fábrica! ¡Que se busque la vida como pueda! ––gritó, agitando sus puños y con el rostro desencajado.
A doña Elvira le subió un repentino sofoco, y sólo supo protestar de la actitud del marido:
––¡No puedes hacer eso con tu hijo! ––gritó con la tilde de una gallinácea.
––¿Cómo que no puedo? ¡Para empezar el hijo es tuyo, señora mía, y ya sabemos de qué padre! ¡Y como te pongas por medio te devuelvo a tu pueblo, a la porqueriza de la que nunca debiste salir, doña Elvirita de los cojones! ¡Habráse visto los dones que se gasta la buena señora!
En esta ocasión la mujer agachó el morro porque nunca había visto al marido tan furibundo. La amenaza de devolverla a la pocilga de sus padres actuó como un fulminante purgante para sus aires de gran señora. Por eso, cuando en esta ocasión se dirigió a su hombre lo hizo con voz distinta, esforzándose por arroparse de una humildad de la que ya apenas guardaba recuerdo pues sólo la utilizó cuando fueron novios y se propuso cazar con malas artes al infeliz empresario.
––Bueno, mi amor, si lo tienes decidido ––sucumbió entre melosa y resignada ––¿Y a qué puede dedicarse el pobre mío? ¿Has pensado en buscarle algo?
––Pues no sé –– dudó el señor Colomer, intentando tranquilizarse –– Es difícil que sirva para algo, aunque el perfil de charlatán y mentiroso que tiene... Desde luego se ajustaría como anillo al dedo al de político. Sí, creo que podría ser un excelente político ––sentenció Colomer.
Al día siguiente, el empresario se puso manos a la obra en buscarle a Juanote una oportunidad en eso de ser político. Para ello visitó al alcalde de Pozopodrido que era del partido del P.O.T.E. (Partido de Obreros Terminales de España) de la llamada izquierda putrefacta, y le habló del interés suyo por colocar a Juanote de concejal para las siguientes elecciones municipales:
––Si me lo metes en un puesto de salida te lo sabré agradecer –– le dijo.
El alcalde, que era un paleto cincuentón y más listo que el hambre sonrió y luego intentó zafarse de cualquier compromiso:
––Hombre, señor Colomer, si me lo hubiera dicho con más tiempo. Las listas están prácticamente cerradas, aunque le puedo buscar un hueco en los suplentes.
––¡Nada de huecos ni suplentes! ¡Puesto de salida, alcalde! ¡Quiero para el muchacho un puesto de salida! –– machacó el señor Colomer que en esto de los negocios era implacable –– Nada de rellenos ¿entendido? No olvides que una parte de la campaña la financio yo. ¿Queda claro?
Tapacubos, que así se apellidaba el sagaz primer edil, meneó la cabeza con cierto apuro:
––Es que su hijo... ––tartamudeó un poco –– Bueno, ya sabe. No tiene buen cartel en el pueblo –– en esos momentos el alcalde pensó que todo el mundo consideraba a Juanote un facha de mucho cuidado.
––¡Infundios, Tapacubos, sólo son infundios! Tampoco lo tienes tú y sin embargo llevas más de veinte años engañando a la gente con tu verborrea de tres al cuarto. Una buena campaña hace milagros. Quiero a Juanote en el puesto número dos, ¿queda claro?
––Eso no va a poder ser, señor Colomer –– negó el alcalducho bajando la cabeza ––. De número dos va mi hijo, Carajote. Verá usted, es que el pobre está parado y no tiene oficio ni beneficio...
––¿Pero qué clase de ética política es la suya? Enchufar a su hijo es nepotismo puro y duro. Que se olvide el carajote de tu hijo que ya le contrataré yo en mi fábrica si lo que quiere es trabajar. Voy a infestar el pueblo de vallas con un nuevo lema que diga: “Tapacubos y Juanote, la revolución del P.O.T.E.” ¡Vais a arrasar con mayoría absoluta, ya verás!
––Si usted lo dice. Los votos aquí están siempre muy ajustados, señor Colomer. ––respondió el alcalde nada convencido.
––¡Pues claro que lo digo y lo firmo! Pero ya sabes, a Juanote lo quiero de segundo. ¿O prefieres que te haga una contracampaña con tus trapos sucios, que no son pocos?
Tapacubos se puso pálido. Conocía a Colomer y sabía que el empresario era capaz de hacer lo que decía. Por eso su discurso cambió en ciento ochenta grados:
––Lo que haga falta, señor Colomer. Por supuesto que Juanote irá el segundo ––respondió, reverenciando con la cabeza ––. Será para mi un honor llevar a mi lado al hijo del gran benefactor de este pueblo y bla, bla, bla.
––¡Bueno, déjese de palabrería, Tapacubos, que no estamos en un mitin y tengo prisa. Mañana te mando a Juanote y lo dejas todo solucionado con él, ¿entendido?
El señor Colomer abandonó la alcaldía muy satisfecho. Sabía que Tapacubos cumpliría con lo pactado y más le valía porque estaba dispuesto a todo con tal de quitarse a Juanote de encima. Tenía muy claro que la fábrica no aguantaría por mucho más tiempo sus saqueos y desfalcos.
Cuando el chofer le abrió la puerta trasera del Mercedes, el empresario se introdujo y buscó el móvil para hablar con Juanote. En esos momentos éste se hallaba en la ciudad con una pendona de mucho cuidado que le estaba sacando los tuétanos. El empresario le conminó, entonces, que quería verle en casa a la hora de comer y lo hizo sin contemplaciones.
––¿Está claro, Juanote? Si no estás a las tres en casa considérate despedido de la fabrica.
Luego el imponente vehículo negro abandonó la plaza del Ayuntamiento a toda velocidad y a punto de arrollar a un arguellado chucho que esperaba su vale de comida a las puertas de Bienestar Social.
Colomer se sintió en esos momentos eufórico y potente, como en los mejores tiempos de su vida. Ahora tornaba a recuperar aquella enérgica autoridad suya, adormilada desde que conociera a su esposa Elvira, y estaba decidido a cortar por lo sano, incluso con su propia familia si era necesario, con tal de salvar su fábrica del alma.
Ca pítulo II
Esa tarde, nada más ver a Juanote, no le dejó siquiera sentarse a la mesa cuando le planteó el asunto a cara de perro y sin rodeos:
––He decidido que dejes la fábrica y seas concejal de este pueblo. ¿Te ha quedado claro?
Juanote le miró con sorpresa y luego se volvió a su madre con cara de estúpido, aunque enseguida reaccionó con su habitual y desvergonzada sonrisa.
––¿Concejal yo? ¿A qué viene esa estupidez? ––se sentó en la mesa con la cautela de un gato, y miró de nuevo a su madre sin saber de qué iba aquello.
El señor Colomer trinchó un trozo de solomillo, y masticándolo como una cabra se volvió a Juanote y le confirmó su irrevocable decisión:
––Pues sí. He hablado con el alcalde y en estas próximas elecciones te va a meter en su lista como número dos, por lo que tienes asegurada una concejalía.
Juanote continuaba sin entender nada y protestó:
––Pero bueno, ¿a qué viene esto? ¿Yo de concejal en esta mierda de pueblo? ¿Y mi puesto de director comercial en la fábrica...?
––Ya no tienes el puesto ––respondió tranquilamente el empresario sin dejar de rumiar la jugosa carne.
El joven revolvió de nuevo sus ojos a la madre en demanda de ayuda pero ésta bajó los suyos y se atrincheró en el plato que tenía delante. En verdad la funesta amenaza del marido de devolverla a la porqueriza de Cáceres la hizo enseguida olvidarse del hijo. De repente a Juanote se le derrumbó su habitual tren de vida, sus fiestas golfas, sus impúdicas orgías, sus amantes viciosas, su coca diaria... ¿Cómo iba a mantener todo eso siendo concejal de un miserable pueblo? Se puso a lloriquear como el niño que le quitan de pronto la suculenta teta.
––Pero, ¿cómo voy a vivir yo siendo un concejal?
––Aquí siempre tendrás un techo y un plato de comida. No necesitas más ––repuso con dureza el señor Colomer al tiempo que enderezaba su espinazo, muy satisfecho de ir poniendo las cosas en su sitio ––Las elecciones municipales tendrán lugar dentro de poco más de dos meses. Hasta entonces te quiero ver en capilla, preparándote, porque ahora de ti depende conseguir por tus propios méritos el habitual y asqueroso tren de vida que llevas. ¿Te ha quedado claro?
––Pero el sueldo de un concejal en este poblacho no debe dar ni para tabaco. ¿Qué hago yo con esa miseria? ––insistió Juanote con amargura.
En esta ocasión el empresario dejó de comer para mirar al joven con tristeza, y no porque le diera pena de él sino más bien por lo que le caía encima al pobre pueblo de Pozopodrido. Sin alterar la voz comentó:
––Pues no sé lo que cobrarán los concejales de este Ayuntamiento, pero no creo que su sueldo esté por debajo de los mil euros. Muchos de los trabajadores de este país no cobran ni eso y sin embargo viven. ¿Por qué tú no?
––¡Porque yo soy el hijo del empresario Colomer! ––alzó Juanote su desagradable y ahuevada voz en un ataque de cochina soberbia.
––Bueno, bueno eso de hijo...
De nuevo el empresario tornaba a sembrar la terrible sospecha que desde hacía tiempo atormentaba de manera obsesiva a Juanote sobre su nebuloso origen. Éste, aunque sabía que su madre se casó embarazada, siempre quiso creer que era hijo legítimo del empresario. Sin embargo y como ya ocurriera en otras ocasiones, las veladas manifestaciones del señor Colomer removían de nuevo el cenagal de incertidumbres sobre quién fue realmente su padre. Como en otras tantas ocasiones, Juanote protestó y pidió explicaciones:
––¿Por qué dices “eso de hijo”con tanto desdén? ¿Acaso no soy tu hijo? ¡Ya estoy cansado de tanta mierda de insinuaciones! ¡Creo que soy suficientemente mayorcito para que me contéis la verdad de una vez por todas!
Sin embargo tan delicado tema se había convertido en una especie de tabú inexpugnable donde las respuestas siempre brillaban por su ausencia, y cuando se suscitaba, Colomer mandaba a callar a Juanote poniendo fin a la discusión. Era entonces cuando éste se revolvía contra su madre exigiéndole algún tipo de explicación porque ella, mejor que nadie, debía conocer la verdad de tan desagradable asunto, pero doña Elvira sabía zafarse y siempre de la peor de las maneras.
Ciertamente, hablar de los orígenes de Juanote producía una enorme crispación en la familia, como si en realidad se tratara de una mancha abominable que tanto doña Elvira como el señor Colomer quisieran olvidar. Pero a Juanote, esta situación le creaba una violencia que a veces le era difícil de controlar. En esos instantes saltaría sobre ambos para sacarles la verdad a puñetazos, aunque también, en esta ocasión, se limitó a retirarse a su habitación dando un solemne portazo.
La tarde la pasó sin salir de su cuarto, chateando con cuantas zorras y gentes de mal vivir le salieron por Internet y una vez cayó la noche, escapó al club de la urbanización para hincharse con desespero de cubatas de ron con Bacardí. Luego, rozando la madrugada, regresó a su casa, más pálido y tieso si cabía, y se echó a la cama aunque en esta ocasión apenas pudo conciliar sueño alguno. La decisión que había tomado su padre o lo que fuera éste, suponía una sentencia de muerte para la desenfrenada vida que había llevado hasta ese momento. Juanote se preguntaba ahora ¿qué iba a hacer él de político si no sabía ni papa de política? Tampoco tenía ningún interés en aprender sobre tal aburrido asunto si es que la política se aprendía en algún sitio o academia. Delirando a causa de la borrachera, se revolvió, una y otra vez, en la cama y odió al señor Colomer hasta el punto de imaginárselo muerto de las mil y una formas posibles y más dolorosas... Lo vio degollado, envenenado con matarratas, empalado, mutilado trozo a trozo con una muerte lenta y terrible. Se recreó así mismo armado de un tremendo cuchillo cebollero, descuartizándole de manera lenta y minuciosa, comenzando por los dedos de los pies, luego de las manos, después la nariz, las orejas, los glóbulos oculares y todo ambientado con los alaridos de dolor de la desgraciada víctima que a Juanote, claro está, le sonaban a cantos celestiales.
Arrullado por estas imagines y otras aún más abominables, logró al fin entornar plácidamente sus párpados hasta caer en un profundo sueño.
Al día siguiente se despertó, pasado el medio día, y por la tarde acudió de mala gana a la agrupación del partido del P.O.T.E. Allí encontró al alcalde peleándose con sus secuaces precisamente por la lista de la candidatura donde todos querían estar entre los cinco primeros puestos. A tal fin se descalificaban los unos a los otros, insultándose de la peor de las maneras:
––¡Tú quieres enchufarte de concejal para no trabajar! ––gritaba uno.
––¿Enchufarme yo? ¡Tú si que eres un fascista infiltrado! ––vociferaba el otro señalándole con el dedo.
––¿Fascista yo? ¡Tú padre sí que lo era y lo sabe todo el pueblo!
––¡A qué te doy!
––¿A quién le vas a dar tú, cacho mierda?
Ante estas edificantes discusiones y otras por el estilo, intervino Tapacubos para presentar a Juanote Colomer:
––Compañeros, os informo que el hijo de nuestro empresario benefactor, señor Colomer, irá de segundo en la lista ––dicho esto, todos miraron de reojo al advenedizo.
––Pero, ¿no iba tu hijo Carajote de segundo? ––preguntaron, sorprendidos.
––No, pues ya no va. Mi hijo se ha sacrificado por la causa y en su lugar irá Juanote Colomer aquí presente.
Todos volvieron a mirar con estupor al señorito aquel, pensando que Tapacubos debía tener muy buenas razones para meter en la lista a un degenerado. Sin cortarse un pimiento, Juanote les obsequió una larga y chulesca sonrisa, y el alcalde continuó:
––Como veréis, la renuncia de mi hijo a tan preciado puesto en la lista os debe de servir como ejemplo a la hora de que esta agrupación asuma lo que más le conviene al partido y a nuestro querido pueblo de Pozopodrido de la Ensenada, bla, bla y bla.
La intervención del alcalde apaciguó los ánimos de tal manera que, enseguida, Juanote, aprendió lo manejable que podía ser la gente. Unas cuantas y fútiles mentiras envueltas en papel de celofán bastaban para hacerla cambiar de criterio al instante. Cuando Tapacubos terminó su perorata, todos le aplaudieron, poniéndose a sus órdenes. Éste sonrió, campechano, y luego cogió a Juanote por el brazo y se lo llevó al despacho. Allí cerró la puerta con sigilo y, después de hacerle sentar, le hizo estas confidencias:
––No creas que los aplausos de estos energúmenos indican que todos están contentos con mis decisiones, porque muchos de ellos continuarán conspirando y no dudarán de apuñalarme mortalmente el hígado al menor descuido. Aunque lo cierto es que ahora estarán todos muy pendientes de ti y de cómo te manejes hasta el día que se vote definitivamente la lista.
Juanote le miró con suspicacia porque creyó que su nominación estaba ya resuelta. De todas maneras como no tenía interés alguno en el asunto, así se lo hizo ver a Tapacubos:
––Que si no puede ser a mi me da igual, alcalde. Esta estúpida idea de que vaya de concejal, como ya sabrás, no es mía.
––Que sí, hombre ––se precipitó el alcalde en quitarle aquellas dudas ––, que prácticamente ya eres el número dos de la lista, pero hay que cubrir las apariencias y ratificarlo en la próxima asamblea general de la agrupación, y ya sabes lo que pasa con el carácter voluble de las personas. Si durante este intervalo de tiempo no te comportas pues luego vienen y murmuran, hablan... Ya sabes, que si el número dos es un baranda, un niñato enchufado y con dinero, que si no es de izquierdas y todas esas zarandajas.
––Oiga, ¿qué insinúa con eso de baranda? ––se mosqueó Juanote, removiéndose en la silla.
––Que noooo, que todo es un decir muchacho ––le cogió Tapacubos paternalmente por los hombros ––. Ya sé que lo que cuentan de ti es mentira cochina, que sólo son infundios nacidos de la envidia. ¡Sabré yo a quien escojo de número dos! ––le tranquilizó el alcalde con unas palmaditas en la espalda.
––Entonces... ¿qué tengo que hacer yo hasta el día de la dichosa asamblea esa? –-volvió a incidir Juanote que deseaba tener el asunto claro.
––Pues tienes que ir dándote a conocer, visitar las asociaciones de vecinos, las hermandades religiosas, a los viejos para que te conozcan... Les invitas a unos vinos y te juegas algún dominó con ellos y ya los tienes en el bolsillo.
––¿Así de sencillo?
––¡Hombre, Juanote! Aunque aún eres relativamente joven, a ti se te ve hombre de mundo y sabes que todo tiene su arte en la vida. Te tienes que trabajar la cosa sin que se note mucho tu interés por el voto. A la gente le hablas de lo bonito que tenemos el pueblo, de los buenos proyectos que llevamos en el programa y todo eso.
––¿Y qué proyectos son esos?
––Eso es ahora lo de menos, Juanote. Te inventas lo que quieras. Lo importante es que no les hables de problemas. La gente no quiere problemas. Les puedes decir que vamos a subir las pensiones, por ejemplo. Eso pone muy contentos a los viejos.
––Pero, ¿el Ayuntamiento puede subir las pensiones? ––preguntó Juanote que no lo tenía claro.
––Nooo, pero eso da igual, muchacho ––rió el veterano Tapacubos ––. Ellos se creerán todo lo que tú les digas, según como lo digas.
Juanote abandonó la agrupación del P.O.T.E. con una sensación extraña por no decir contradictoria. Por un lado no estaba en su interés meterse a político, aunque por otro, no le disgustaba demasiado porque tal oficio parecía ajustarse a su carácter mentiroso y haragán. Sin saber cómo, algo le sugirió en su interior que si se lo proponía podía, incluso, llegar a ser alcalde de Pozopodrido antes de lo que él mismo se esperaba...
––Es que su hijo... ––tartamudeó un poco –– Bueno, ya sabe. No tiene buen cartel en el pueblo –– en esos momentos el alcalde pensó que todo el mundo consideraba a Juanote un facha de mucho cuidado.
––¡Infundios, Tapacubos, sólo son infundios! Tampoco lo tienes tú y sin embargo llevas más de veinte años engañando a la gente con tu verborrea de tres al cuarto. Una buena campaña hace milagros. Quiero a Juanote en el puesto número dos, ¿queda claro?
––Eso no va a poder ser, señor Colomer –– negó el alcalducho bajando la cabeza ––. De número dos va mi hijo, Carajote. Verá usted, es que el pobre está parado y no tiene oficio ni beneficio...
––¿Pero qué clase de ética política es la suya? Enchufar a su hijo es nepotismo puro y duro. Que se olvide el carajote de tu hijo que ya le contrataré yo en mi fábrica si lo que quiere es trabajar. Voy a infestar el pueblo de vallas con un nuevo lema que diga: “Tapacubos y Juanote, la revolución del P.O.T.E.” ¡Vais a arrasar con mayoría absoluta, ya verás!
––Si usted lo dice. Los votos aquí están siempre muy ajustados, señor Colomer. ––respondió el alcalde nada convencido.
––¡Pues claro que lo digo y lo firmo! Pero ya sabes, a Juanote lo quiero de segundo. ¿O prefieres que te haga una contracampaña con tus trapos sucios, que no son pocos?
Tapacubos se puso pálido. Conocía a Colomer y sabía que el empresario era capaz de hacer lo que decía. Por eso su discurso cambió en ciento ochenta grados:
––Lo que haga falta, señor Colomer. Por supuesto que Juanote irá el segundo ––respondió, reverenciando con la cabeza ––. Será para mi un honor llevar a mi lado al hijo del gran benefactor de este pueblo y bla, bla, bla.
––¡Bueno, déjese de palabrería, Tapacubos, que no estamos en un mitin y tengo prisa. Mañana te mando a Juanote y lo dejas todo solucionado con él, ¿entendido?
El señor Colomer abandonó la alcaldía muy satisfecho. Sabía que Tapacubos cumpliría con lo pactado y más le valía porque estaba dispuesto a todo con tal de quitarse a Juanote de encima. Tenía muy claro que la fábrica no aguantaría por mucho más tiempo sus saqueos y desfalcos.
Cuando el chofer le abrió la puerta trasera del Mercedes, el empresario se introdujo y buscó el móvil para hablar con Juanote. En esos momentos éste se hallaba en la ciudad con una pendona de mucho cuidado que le estaba sacando los tuétanos. El empresario le conminó, entonces, que quería verle en casa a la hora de comer y lo hizo sin contemplaciones.
––¿Está claro, Juanote? Si no estás a las tres en casa considérate despedido de la fabrica.
Luego el imponente vehículo negro abandonó la plaza del Ayuntamiento a toda velocidad y a punto de arrollar a un arguellado chucho que esperaba su vale de comida a las puertas de Bienestar Social.
Colomer se sintió en esos momentos eufórico y potente, como en los mejores tiempos de su vida. Ahora tornaba a recuperar aquella enérgica autoridad suya, adormilada desde que conociera a su esposa Elvira, y estaba decidido a cortar por lo sano, incluso con su propia familia si era necesario, con tal de salvar su fábrica del alma.
Ca pítulo II
Esa tarde, nada más ver a Juanote, no le dejó siquiera sentarse a la mesa cuando le planteó el asunto a cara de perro y sin rodeos:
––He decidido que dejes la fábrica y seas concejal de este pueblo. ¿Te ha quedado claro?
Juanote le miró con sorpresa y luego se volvió a su madre con cara de estúpido, aunque enseguida reaccionó con su habitual y desvergonzada sonrisa.
––¿Concejal yo? ¿A qué viene esa estupidez? ––se sentó en la mesa con la cautela de un gato, y miró de nuevo a su madre sin saber de qué iba aquello.
El señor Colomer trinchó un trozo de solomillo, y masticándolo como una cabra se volvió a Juanote y le confirmó su irrevocable decisión:
––Pues sí. He hablado con el alcalde y en estas próximas elecciones te va a meter en su lista como número dos, por lo que tienes asegurada una concejalía.
Juanote continuaba sin entender nada y protestó:
––Pero bueno, ¿a qué viene esto? ¿Yo de concejal en esta mierda de pueblo? ¿Y mi puesto de director comercial en la fábrica...?
––Ya no tienes el puesto ––respondió tranquilamente el empresario sin dejar de rumiar la jugosa carne.
El joven revolvió de nuevo sus ojos a la madre en demanda de ayuda pero ésta bajó los suyos y se atrincheró en el plato que tenía delante. En verdad la funesta amenaza del marido de devolverla a la porqueriza de Cáceres la hizo enseguida olvidarse del hijo. De repente a Juanote se le derrumbó su habitual tren de vida, sus fiestas golfas, sus impúdicas orgías, sus amantes viciosas, su coca diaria... ¿Cómo iba a mantener todo eso siendo concejal de un miserable pueblo? Se puso a lloriquear como el niño que le quitan de pronto la suculenta teta.
––Pero, ¿cómo voy a vivir yo siendo un concejal?
––Aquí siempre tendrás un techo y un plato de comida. No necesitas más ––repuso con dureza el señor Colomer al tiempo que enderezaba su espinazo, muy satisfecho de ir poniendo las cosas en su sitio ––Las elecciones municipales tendrán lugar dentro de poco más de dos meses. Hasta entonces te quiero ver en capilla, preparándote, porque ahora de ti depende conseguir por tus propios méritos el habitual y asqueroso tren de vida que llevas. ¿Te ha quedado claro?
––Pero el sueldo de un concejal en este poblacho no debe dar ni para tabaco. ¿Qué hago yo con esa miseria? ––insistió Juanote con amargura.
En esta ocasión el empresario dejó de comer para mirar al joven con tristeza, y no porque le diera pena de él sino más bien por lo que le caía encima al pobre pueblo de Pozopodrido. Sin alterar la voz comentó:
––Pues no sé lo que cobrarán los concejales de este Ayuntamiento, pero no creo que su sueldo esté por debajo de los mil euros. Muchos de los trabajadores de este país no cobran ni eso y sin embargo viven. ¿Por qué tú no?
––¡Porque yo soy el hijo del empresario Colomer! ––alzó Juanote su desagradable y ahuevada voz en un ataque de cochina soberbia.
––Bueno, bueno eso de hijo...
De nuevo el empresario tornaba a sembrar la terrible sospecha que desde hacía tiempo atormentaba de manera obsesiva a Juanote sobre su nebuloso origen. Éste, aunque sabía que su madre se casó embarazada, siempre quiso creer que era hijo legítimo del empresario. Sin embargo y como ya ocurriera en otras ocasiones, las veladas manifestaciones del señor Colomer removían de nuevo el cenagal de incertidumbres sobre quién fue realmente su padre. Como en otras tantas ocasiones, Juanote protestó y pidió explicaciones:
––¿Por qué dices “eso de hijo”con tanto desdén? ¿Acaso no soy tu hijo? ¡Ya estoy cansado de tanta mierda de insinuaciones! ¡Creo que soy suficientemente mayorcito para que me contéis la verdad de una vez por todas!
Sin embargo tan delicado tema se había convertido en una especie de tabú inexpugnable donde las respuestas siempre brillaban por su ausencia, y cuando se suscitaba, Colomer mandaba a callar a Juanote poniendo fin a la discusión. Era entonces cuando éste se revolvía contra su madre exigiéndole algún tipo de explicación porque ella, mejor que nadie, debía conocer la verdad de tan desagradable asunto, pero doña Elvira sabía zafarse y siempre de la peor de las maneras.
Ciertamente, hablar de los orígenes de Juanote producía una enorme crispación en la familia, como si en realidad se tratara de una mancha abominable que tanto doña Elvira como el señor Colomer quisieran olvidar. Pero a Juanote, esta situación le creaba una violencia que a veces le era difícil de controlar. En esos instantes saltaría sobre ambos para sacarles la verdad a puñetazos, aunque también, en esta ocasión, se limitó a retirarse a su habitación dando un solemne portazo.
La tarde la pasó sin salir de su cuarto, chateando con cuantas zorras y gentes de mal vivir le salieron por Internet y una vez cayó la noche, escapó al club de la urbanización para hincharse con desespero de cubatas de ron con Bacardí. Luego, rozando la madrugada, regresó a su casa, más pálido y tieso si cabía, y se echó a la cama aunque en esta ocasión apenas pudo conciliar sueño alguno. La decisión que había tomado su padre o lo que fuera éste, suponía una sentencia de muerte para la desenfrenada vida que había llevado hasta ese momento. Juanote se preguntaba ahora ¿qué iba a hacer él de político si no sabía ni papa de política? Tampoco tenía ningún interés en aprender sobre tal aburrido asunto si es que la política se aprendía en algún sitio o academia. Delirando a causa de la borrachera, se revolvió, una y otra vez, en la cama y odió al señor Colomer hasta el punto de imaginárselo muerto de las mil y una formas posibles y más dolorosas... Lo vio degollado, envenenado con matarratas, empalado, mutilado trozo a trozo con una muerte lenta y terrible. Se recreó así mismo armado de un tremendo cuchillo cebollero, descuartizándole de manera lenta y minuciosa, comenzando por los dedos de los pies, luego de las manos, después la nariz, las orejas, los glóbulos oculares y todo ambientado con los alaridos de dolor de la desgraciada víctima que a Juanote, claro está, le sonaban a cantos celestiales.
Arrullado por estas imagines y otras aún más abominables, logró al fin entornar plácidamente sus párpados hasta caer en un profundo sueño.
Al día siguiente se despertó, pasado el medio día, y por la tarde acudió de mala gana a la agrupación del partido del P.O.T.E. Allí encontró al alcalde peleándose con sus secuaces precisamente por la lista de la candidatura donde todos querían estar entre los cinco primeros puestos. A tal fin se descalificaban los unos a los otros, insultándose de la peor de las maneras:
––¡Tú quieres enchufarte de concejal para no trabajar! ––gritaba uno.
––¿Enchufarme yo? ¡Tú si que eres un fascista infiltrado! ––vociferaba el otro señalándole con el dedo.
––¿Fascista yo? ¡Tú padre sí que lo era y lo sabe todo el pueblo!
––¡A qué te doy!
––¿A quién le vas a dar tú, cacho mierda?
Ante estas edificantes discusiones y otras por el estilo, intervino Tapacubos para presentar a Juanote Colomer:
––Compañeros, os informo que el hijo de nuestro empresario benefactor, señor Colomer, irá de segundo en la lista ––dicho esto, todos miraron de reojo al advenedizo.
––Pero, ¿no iba tu hijo Carajote de segundo? ––preguntaron, sorprendidos.
––No, pues ya no va. Mi hijo se ha sacrificado por la causa y en su lugar irá Juanote Colomer aquí presente.
Todos volvieron a mirar con estupor al señorito aquel, pensando que Tapacubos debía tener muy buenas razones para meter en la lista a un degenerado. Sin cortarse un pimiento, Juanote les obsequió una larga y chulesca sonrisa, y el alcalde continuó:
––Como veréis, la renuncia de mi hijo a tan preciado puesto en la lista os debe de servir como ejemplo a la hora de que esta agrupación asuma lo que más le conviene al partido y a nuestro querido pueblo de Pozopodrido de la Ensenada, bla, bla y bla.
La intervención del alcalde apaciguó los ánimos de tal manera que, enseguida, Juanote, aprendió lo manejable que podía ser la gente. Unas cuantas y fútiles mentiras envueltas en papel de celofán bastaban para hacerla cambiar de criterio al instante. Cuando Tapacubos terminó su perorata, todos le aplaudieron, poniéndose a sus órdenes. Éste sonrió, campechano, y luego cogió a Juanote por el brazo y se lo llevó al despacho. Allí cerró la puerta con sigilo y, después de hacerle sentar, le hizo estas confidencias:
––No creas que los aplausos de estos energúmenos indican que todos están contentos con mis decisiones, porque muchos de ellos continuarán conspirando y no dudarán de apuñalarme mortalmente el hígado al menor descuido. Aunque lo cierto es que ahora estarán todos muy pendientes de ti y de cómo te manejes hasta el día que se vote definitivamente la lista.
Juanote le miró con suspicacia porque creyó que su nominación estaba ya resuelta. De todas maneras como no tenía interés alguno en el asunto, así se lo hizo ver a Tapacubos:
––Que si no puede ser a mi me da igual, alcalde. Esta estúpida idea de que vaya de concejal, como ya sabrás, no es mía.
––Que sí, hombre ––se precipitó el alcalde en quitarle aquellas dudas ––, que prácticamente ya eres el número dos de la lista, pero hay que cubrir las apariencias y ratificarlo en la próxima asamblea general de la agrupación, y ya sabes lo que pasa con el carácter voluble de las personas. Si durante este intervalo de tiempo no te comportas pues luego vienen y murmuran, hablan... Ya sabes, que si el número dos es un baranda, un niñato enchufado y con dinero, que si no es de izquierdas y todas esas zarandajas.
––Oiga, ¿qué insinúa con eso de baranda? ––se mosqueó Juanote, removiéndose en la silla.
––Que noooo, que todo es un decir muchacho ––le cogió Tapacubos paternalmente por los hombros ––. Ya sé que lo que cuentan de ti es mentira cochina, que sólo son infundios nacidos de la envidia. ¡Sabré yo a quien escojo de número dos! ––le tranquilizó el alcalde con unas palmaditas en la espalda.
––Entonces... ¿qué tengo que hacer yo hasta el día de la dichosa asamblea esa? –-volvió a incidir Juanote que deseaba tener el asunto claro.
––Pues tienes que ir dándote a conocer, visitar las asociaciones de vecinos, las hermandades religiosas, a los viejos para que te conozcan... Les invitas a unos vinos y te juegas algún dominó con ellos y ya los tienes en el bolsillo.
––¿Así de sencillo?
––¡Hombre, Juanote! Aunque aún eres relativamente joven, a ti se te ve hombre de mundo y sabes que todo tiene su arte en la vida. Te tienes que trabajar la cosa sin que se note mucho tu interés por el voto. A la gente le hablas de lo bonito que tenemos el pueblo, de los buenos proyectos que llevamos en el programa y todo eso.
––¿Y qué proyectos son esos?
––Eso es ahora lo de menos, Juanote. Te inventas lo que quieras. Lo importante es que no les hables de problemas. La gente no quiere problemas. Les puedes decir que vamos a subir las pensiones, por ejemplo. Eso pone muy contentos a los viejos.
––Pero, ¿el Ayuntamiento puede subir las pensiones? ––preguntó Juanote que no lo tenía claro.
––Nooo, pero eso da igual, muchacho ––rió el veterano Tapacubos ––. Ellos se creerán todo lo que tú les digas, según como lo digas.
Juanote abandonó la agrupación del P.O.T.E. con una sensación extraña por no decir contradictoria. Por un lado no estaba en su interés meterse a político, aunque por otro, no le disgustaba demasiado porque tal oficio parecía ajustarse a su carácter mentiroso y haragán. Sin saber cómo, algo le sugirió en su interior que si se lo proponía podía, incluso, llegar a ser alcalde de Pozopodrido antes de lo que él mismo se esperaba...
continuará
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