SAN JUANTOTE, ALCALDE Y MÁRTIR (Novela de 42 capítulos y 214 páginas )
Obra publicada en autoedición al principio de la crisis del 2008.
Capítulo I
Pozopodrido de la Ensenada era, a la sazón de esta historia, una pequeña
localidad bendecida por un bello entrante de mar que aliviaba en algo
las duras inclemencias del estío; un pueblo tranquilo y plácido sin más
incidencias a señalar que la de un paro galopante a duras penas
suavizado por los miserables subsidios y las ayudas sociales de índole
municipal. En el pasado, su gente vivió siempre del olivar, y en su zona
antigua aún daba fe de éstas raíces los restos de una gran almazara,
hoy muerta y embalsamada por la civilización en un cursilón museo de
bruñidas reliquias. Y es que esa sospechosa modernidad con la que muchos
políticos nos venden la moto de que todos vamos a ser prósperos y
ricos, alcanzó también a Pozopodrido, que de esta guisa dejó de ser un
municipio olivarero para pasar al estatus de un pueblo de “ninis”, o lo
que es lo mismo, ni agrícola, ni industrial, ni de servicios ni, por
supuesto, de ricos, claro está. Hoy debate sus días en un limbo
económico producto del pelotazo inmobiliario y de la fatal crisis, de
cuya trágica combinación podemos contemplar nefastos resultados como los
cientos de inmuebles vacíos y otros por terminar, abandonados a su
suerte entre sombríos y civilizados paisajes de cemento.
Al otro
lado de la playa, salvando el casco histórico, se alzaban sobre un
altozano, que en su tiempo fuera olivar, lujosas urbanizaciones con
espléndidos y ajardinados chalés y viviendas unifamiliares donde residía
una pudiente población dormitorio procedente de la capital, que se
encontraba a poco más de cien kilómetros. En uno de ellos, el respetado
industrial, señor Colomer, comentó a su mujer mientras cenaban en su
espléndida terraza:
––La verdad, Elvira, es que no sé lo que hacer con este chico tuyo. Me está hundiendo la fábrica.
La
mujer ignoró la queja del marido y continuó con la atención fija en un
programa basura de la televisión. El hombre, entonces, protestó
indignado:
––¿Me escuchas o qué? Te estoy hablando.
––Sí, te
escucho, Silverio, pero no sé de que va tu historia de esta noche.
Juanote no es un empleado tuyo si no tu hijo y siempre vas de quejas con
el pobrecico mío.
––¿Pobrecito dices...? –– reaccionó el empresario,
aparcando en el camino el trozo de róbalo que viajaba hacia su boca ––
¡Teniendo a Juanote en la fábrica no necesito crisis económicas porque
con él las tengo todos los días del año! ¡No he visto chico tan
irresponsable y torpe que encima le guste tanto el dinero fácil!
––Pero
bueno, ¿qué ha hecho esta vez? –– respondió doña Elvira sin percatarse
del cariz de marejada de fondo que tomaba la disc usión.
––¿Qué ha
hecho esta vez dices? ¡Pues nada! ¡Ese es el problema que no hace nada
de nada, que no pega golpe! ¡Sólo gastar y gastar! ––gritó el señor
Colomer con el rostro de un cangrejo congestionado.
––Cálmate,
Silverio, que te va a dar algo. Compréndelo, aún es muy joven. Sólo
tiene treinta y tres años..., o treinta y cinco..., ahora no recuerdo
bien –– continuó la buena señora atendiendo la televisión como si nada.
El hombre soltó los cubiertos con violencia al tiempo que su estado
sanguíneo subió de nivel. En esta ocasión bramó:
––¿Joven dices? ¡A
su edad ya estaba yo reventado de trabajar! ¡Pero el problema no es
tanto que trabaje o deje de hacerlo si no los vicios que se gasta el
buen señor! ¿O acaso ignoras que se pone hasta el culo de coca y de
otras porquerías todos los días? ¿O que se apropia del dinero con el que
hay que pagar a los proveedores para gastarlo en indecentes y disolutas
juergas con gentuza y prostitutas de la ciudad?
––Desde luego cuando
te pones vulgar es que no te soporto, Silverio ––repuso doña Elvira,
mirándole muy señora ella ––¿Acaso el chico no puede divertirse ahora,
que tiene edad de hacerlo? ¿Qué tiene que hacer el pobre mío lo que tú,
todo el santo día en la sucia fábrica? ¡Qué horror!
––¿En la sucia
fábrica dices? –– aquello le tocó las gónadas al señor Colomer ––¡Esa
sucia fábrica, como tú la llamas, te da para vivir como vives,
gordinflona de mierda! –– explotó el empresario, llevándose por delante
la mesa, la silla y un gato bicolor que escuchaba atentamente la
discusión. Realmente estaba muy furioso cuando se revolvió contra su
esposa con la mirada hecha una fogata. ––¡Ah, pero esto se acabó! ¡Ese
monstruo no volverá más a mi fábrica! ¡Que se busque la vida como pueda!
––gritó, agitando sus puños y con el rostro desencajado.
A doña Elvira le subió un repentino sofoco, y sólo supo protestar de la actitud del marido:
––¡No puedes hacer eso con tu hijo! ––gritó con la tilde de una gallinácea.
––¿Cómo
que no puedo? ¡Para empezar el hijo es tuyo, señora mía, y ya sabemos
de qué padre! ¡Y como te pongas por medio te devuelvo a tu pueblo, a la
porqueriza de la que nunca debiste salir, doña Elvirita de los cojones!
¡Habráse visto los dones que se gasta la buena señora!
En esta
ocasión la mujer agachó el morro porque nunca había visto al marido tan
furibundo. La amenaza de devolverla a la pocilga de sus padres actuó
como un fulminante purgante para sus aires de gran señora. Por eso,
cuando en esta ocasión se dirigió a su hombre lo hizo con voz distinta,
esforzándose por arroparse de una humildad de la que ya apenas guardaba
recuerdo pues sólo la utilizó cuando fueron novios y se propuso cazar
con malas artes al infeliz empresario.
––Bueno, mi amor, si lo tienes
decidido ––sucumbió entre melosa y resignada ––¿Y a qué puede dedicarse
el pobre mío? ¿Has pensado en buscarle algo?
––Pues no sé –– dudó el
señor Colomer, intentando tranquilizarse –– Es difícil que sirva para
algo, aunque el perfil de charlatán y mentiroso que tiene... Desde luego
se ajustaría como anillo al dedo al de político. Sí, creo que podría
ser un excelente político ––sentenció Colomer.
Al día siguiente, el
empresario se puso manos a la obra en buscarle a Juanote una oportunidad
en eso de ser político. Para ello visitó al alcalde de Pozopodrido que
era del partido del P.O.T.E. (Partido de Obreros Terminales de España)
de la llamada izquierda putrefacta, y le habló del interés suyo por
colocar a Juanote de concejal para las siguientes elecciones
municipales:
––Si me lo metes en un puesto de salida te lo sabré agradecer –– le dijo.
El alcalde, que era un paleto cincuentón y más listo que el hambre sonrió y luego intentó zafarse de cualquier compromiso:
––Hombre,
señor Colomer, si me lo hubiera dicho con más tiempo. Las listas están
prácticamente cerradas, aunque le puedo buscar un hueco en los
suplentes.
––¡Nada de huecos ni suplentes! ¡Puesto de salida,
alcalde! ¡Quiero para el muchacho un puesto de salida! –– machacó el
señor Colomer que en esto de los negocios era implacable –– Nada de
rellenos ¿entendido? No olvides que una parte de la campaña la financio
yo. ¿Queda claro?
Tapacubos, que así se apellidaba el sagaz primer edil, meneó la cabeza con cierto apuro:
––Es
que su hijo... ––tartamudeó un poco –– Bueno, ya sabe. No tiene buen
cartel en el pueblo –– en esos momentos el alcalde pensó que todo el
mundo consideraba a Juanote un facha de mucho cuidado.
––¡Infundios,
Tapacubos, sólo son infundios! Tampoco lo tienes tú y sin embargo llevas
más de veinte años engañando a la gente con tu verborrea de tres al
cuarto. Una buena campaña hace milagros. Quiero a Juanote en el puesto
número dos, ¿queda claro?
––Eso no va a poder ser, señor Colomer ––
negó el alcalducho bajando la cabeza ––. De número dos va mi hijo,
Carajote. Verá usted, es que el pobre está parado y no tiene oficio ni
beneficio...
––¿Pero qué clase de ética política es la suya? Enchufar
a su hijo es nepotismo puro y duro. Que se olvide el carajote de tu
hijo que ya le contrataré yo en mi fábrica si lo que quiere es trabajar.
Voy a infestar el pueblo de vallas con un nuevo lema que diga:
“Tapacubos y Juanote, la revolución del P.O.T.E.” ¡Vais a arrasar con
mayoría absoluta, ya verás!
––Si usted lo dice. Los votos aquí están siempre muy ajustados, señor Colomer. ––respondió el alcalde nada convencido.
––¡Pues
claro que lo digo y lo firmo! Pero ya sabes, a Juanote lo quiero de
segundo. ¿O prefieres que te haga una contracampaña con tus trapos
sucios, que no son pocos?
Tapacubos se puso pálido. Conocía a Colomer
y sabía que el empresario era capaz de hacer lo que decía. Por eso su
discurso cambió en ciento ochenta grados:
––Lo que haga falta, señor
Colomer. Por supuesto que Juanote irá el segundo ––respondió,
reverenciando con la cabeza ––. Será para mi un honor llevar a mi lado
al hijo del gran benefactor de este pueblo y bla, bla, bla.
––¡Bueno,
déjese de palabrería, Tapacubos, que no estamos en un mitin y tengo
prisa. Mañana te mando a Juanote y lo dejas todo solucionado con él,
¿entendido?
El señor Colomer abandonó la alcaldía muy satisfecho.
Sabía que Tapacubos cumpliría con lo pactado y más le valía porque
estaba dispuesto a todo con tal de quitarse a Juanote de encima. Tenía
muy claro que la fábrica no aguantaría por mucho más tiempo sus saqueos y
desfalcos.
Cuando el chofer le abrió la puerta trasera del
Mercedes, el empresario se introdujo y buscó el móvil para hablar con
Juanote. En esos momentos éste se hallaba en la ciudad con una pendona
de mucho cuidado que le estaba sacando los tuétanos. El empresario le
conminó, entonces, que quería verle en casa a la hora de comer y lo hizo
sin contemplaciones.
––¿Está claro, Juanote? Si no estás a las tres en casa considérate despedido de la fabrica.
Luego
el imponente vehículo negro abandonó la plaza del Ayuntamiento a toda
velocidad y a punto de arrollar a un arguellado chucho que esperaba su
vale de comida a las puertas de Bienestar Social.
Colomer se sintió
en esos momentos eufórico y potente, como en los mejores tiempos de
su vida. Ahora tornaba a recuperar aquella enérgica autoridad suya,
adormilada desde que conociera a su esposa Elvira, y estaba decidido a
cortar por lo sano, incluso con su propia familia si era necesario, con
tal de salvar su fábrica del alma.
Ca pítulo II
Esa tarde, nada
más ver a Juanote, no le dejó siquiera sentarse a la mesa cuando le
planteó el asunto a cara de perro y sin rodeos:
––He decidido que dejes la fábrica y seas concejal de este pueblo. ¿Te ha quedado claro?
Juanote
le miró con sorpresa y luego se volvió a su madre con cara de estúpido,
aunque enseguida reaccionó con su habitual y desvergonzada sonrisa.
––¿Concejal
yo? ¿A qué viene esa estupidez? ––se sentó en la mesa con la cautela de
un gato, y miró de nuevo a su madre sin saber de qué iba aquello.
El
señor Colomer trinchó un trozo de solomillo, y masticándolo como una
cabra se volvió a Juanote y le confirmó su irrevocable decisión:
––Pues
sí. He hablado con el alcalde y en estas próximas elecciones te va a
meter en su lista como número dos, por lo que tienes asegurada una
concejalía.
Juanote continuaba sin entender nada y protestó:
––Pero bueno, ¿a qué viene esto? ¿Yo de concejal en esta mierda de pueblo? ¿Y mi puesto de director comercial en la fábrica...?
––Ya no tienes el puesto ––respondió tranquilamente el empresario sin dejar de rumiar la jugosa carne.
El
joven revolvió de nuevo sus ojos a la madre en demanda de ayuda pero
ésta bajó los suyos y se atrincheró en el plato que tenía delante. En
verdad la funesta amenaza del marido de devolverla a la porqueriza de
Cáceres la hizo enseguida olvidarse del hijo. De repente a Juanote se le
derrumbó su habitual tren de vida, sus fiestas golfas, sus impúdicas
orgías, sus amantes viciosas, su coca diaria... ¿Cómo iba a mantener
todo eso siendo concejal de un miserable pueblo? Se puso a lloriquear
como el niño que le quitan de pronto la suculenta teta.
––Pero, ¿cómo voy a vivir yo siendo un concejal?
––Aquí
siempre tendrás un techo y un plato de comida. No necesitas más
––repuso con dureza el señor Colomer al tiempo que enderezaba su
espinazo, muy satisfecho de ir poniendo las cosas en su sitio ––Las
elecciones municipales tendrán lugar dentro de poco más de dos meses.
Hasta entonces te quiero ver en capilla, preparándote, porque ahora de
ti depende conseguir por tus propios méritos el habitual y asqueroso
tren de vida que llevas. ¿Te ha quedado claro?
––Pero el sueldo de un
concejal en este poblacho no debe dar ni para tabaco. ¿Qué hago yo con
esa miseria? ––insistió Juanote con amargura.
En esta ocasión el
empresario dejó de comer para mirar al joven con tristeza, y no porque
le diera pena de él sino más bien por lo que le caía encima al pobre
pueblo de Pozopodrido. Sin alterar la voz comentó:
––Pues no sé lo
que cobrarán los concejales de este Ayuntamiento, pero no creo que su
sueldo esté por debajo de los mil euros. Muchos de los trabajadores de
este país no cobran ni eso y sin embargo viven. ¿Por qué tú no?
––¡Porque yo soy el hijo del empresario Colomer! ––alzó Juanote su desagradable y ahuevada voz en un ataque de cochina soberbia.
––Bueno, bueno eso de hijo...
De
nuevo el empresario tornaba a sembrar la terrible sospecha que desde
hacía tiempo atormentaba de manera obsesiva a Juanote sobre su nebuloso
origen. Éste, aunque sabía que su madre se casó embarazada, siempre
quiso creer que era hijo legítimo del empresario. Sin embargo y como ya
ocurriera en otras ocasiones, las veladas manifestaciones del señor
Colomer removían de nuevo el cenagal de incertidumbres sobre quién fue
realmente su padre. Como en otras tantas ocasiones, Juanote protestó y
pidió explicaciones:
––¿Por qué dices “eso de hijo”con tanto desdén?
¿Acaso no soy tu hijo? ¡Ya estoy cansado de tanta mierda de
insinuaciones! ¡Creo que soy suficientemente mayorcito para que me
contéis la verdad de una vez por todas!
Sin embargo tan delicado
tema se había convertido en una especie de tabú inexpugnable donde las
respuestas siempre brillaban por su ausencia, y cuando se suscitaba,
Colomer mandaba a callar a Juanote poniendo fin a la discusión. Era
entonces cuando éste se revolvía contra su madre exigiéndole algún tipo
de explicación porque ella, mejor que nadie, debía conocer la verdad de
tan desagradable asunto, pero doña Elvira sabía zafarse y siempre de la
peor de las maneras.
Ciertamente, hablar de los orígenes de Juanote
producía una enorme crispación en la familia, como si en realidad se
tratara de una mancha abominable que tanto doña Elvira como el señor
Colomer quisieran olvidar. Pero a Juanote, esta situación le creaba una
violencia que a veces le era difícil de controlar. En esos instantes
saltaría sobre ambos para sacarles la verdad a puñetazos, aunque
también, en esta ocasión, se limitó a retirarse a su habitación dando un
solemne portazo.
La tarde la pasó sin salir de su cuarto, chateando
con cuantas zorras y gentes de mal vivir le salieron por Internet y una
vez cayó la noche, escapó al club de la urbanización para hincharse con
desespero de cubatas de ron con Bacardí. Luego, rozando la madrugada,
regresó a su casa, más pálido y tieso si cabía, y se echó a la cama
aunque en esta ocasión apenas pudo conciliar sueño alguno. La decisión
que había tomado su padre o lo que fuera éste, suponía una sentencia de
muerte para la desenfrenada vida que había llevado hasta ese momento.
Juanote se preguntaba ahora ¿qué iba a hacer él de político si no sabía
ni papa de política? Tampoco tenía ningún interés en aprender sobre tal
aburrido asunto si es que la política se aprendía en algún sitio o
academia. Delirando a causa de la borrachera, se revolvió, una y otra
vez, en la cama y odió al señor Colomer hasta el punto de imaginárselo
muerto de las mil y una formas posibles y más dolorosas... Lo vio
degollado, envenenado con matarratas, empalado, mutilado trozo a trozo
con una muerte lenta y terrible. Se recreó así mismo armado de un
tremendo cuchillo cebollero, descuartizándole de manera lenta y
minuciosa, comenzando por los dedos de los pies, luego de las manos,
después la nariz, las orejas, los glóbulos oculares y todo ambientado
con los alaridos de dolor de la desgraciada víctima que a Juanote, claro
está, le sonaban a cantos celestiales.
Arrullado por estas imagines y
otras aún más abominables, logró al fin entornar plácidamente sus
párpados hasta caer en un profundo sueño.
Al día siguiente se
despertó, pasado el medio día, y por la tarde acudió de mala gana a la
agrupación del partido del P.O.T.E. Allí encontró al alcalde peleándose
con sus secuaces precisamente por la lista de la candidatura donde todos
querían estar entre los cinco primeros puestos. A tal fin se
descalificaban los unos a los otros, insultándose de la peor de las
maneras:
––¡Tú quieres enchufarte de concejal para no trabajar! ––gritaba uno.
––¿Enchufarme yo? ¡Tú si que eres un fascista infiltrado! ––vociferaba el otro señalándole con el dedo.
––¿Fascista yo? ¡Tú padre sí que lo era y lo sabe todo el pueblo!
––¡A qué te doy!
––¿A quién le vas a dar tú, cacho mierda?
Ante estas edificantes discusiones y otras por el estilo, intervino Tapacubos para presentar a Juanote Colomer:
––Compañeros,
os informo que el hijo de nuestro empresario benefactor, señor Colomer,
irá de segundo en la lista ––dicho esto, todos miraron de reojo al
advenedizo.
––Pero, ¿no iba tu hijo Carajote de segundo? ––preguntaron, sorprendidos.
––No, pues ya no va. Mi hijo se ha sacrificado por la causa y en su lugar irá Juanote Colomer aquí presente.
Todos
volvieron a mirar con estupor al señorito aquel, pensando que Tapacubos
debía tener muy buenas razones para meter en la lista a un degenerado.
Sin cortarse un pimiento, Juanote les obsequió una larga y chulesca
sonrisa, y el alcalde continuó:
––Como veréis, la renuncia de mi hijo
a tan preciado puesto en la lista os debe de servir como ejemplo a la
hora de que esta agrupación asuma lo que más le conviene al partido y a
nuestro querido pueblo de Pozopodrido de la Ensenada, bla, bla y bla.
La
intervención del alcalde apaciguó los ánimos de tal manera que,
enseguida, Juanote, aprendió lo manejable que podía ser la gente. Unas
cuantas y fútiles mentiras envueltas en papel de celofán bastaban para
hacerla cambiar de criterio al instante. Cuando Tapacubos terminó su
perorata, todos le aplaudieron, poniéndose a sus órdenes. Éste sonrió,
campechano, y luego cogió a Juanote por el brazo y se lo llevó al
despacho. Allí cerró la puerta con sigilo y, después de hacerle sentar,
le hizo estas confidencias:
––No creas que los aplausos de estos
energúmenos indican que todos están contentos con mis decisiones, porque
muchos de ellos continuarán conspirando y no dudarán de apuñalarme
mortalmente el hígado al menor descuido. Aunque lo cierto es que ahora
estarán todos muy pendientes de ti y de cómo te manejes hasta el día que
se vote definitivamente la lista.
Juanote le miró con suspicacia
porque creyó que su nominación estaba ya resuelta. De todas maneras como
no tenía interés alguno en el asunto, así se lo hizo ver a Tapacubos:
––Que si no puede ser a mi me da igual, alcalde. Esta estúpida idea de que vaya de concejal, como ya sabrás, no es mía.
––Que
sí, hombre ––se precipitó el alcalde en quitarle aquellas dudas ––, que
prácticamente ya eres el número dos de la lista, pero hay que cubrir
las apariencias y ratificarlo en la próxima asamblea general de la
agrupación, y ya sabes lo que pasa con el carácter voluble de las
personas. Si durante este intervalo de tiempo no te comportas pues luego
vienen y murmuran, hablan... Ya sabes, que si el número dos es un
baranda, un niñato enchufado y con dinero, que si no es de izquierdas y
todas esas zarandajas.
––Oiga, ¿qué insinúa con eso de baranda? ––se mosqueó Juanote, removiéndose en la silla.
––Que
noooo, que todo es un decir muchacho ––le cogió Tapacubos paternalmente
por los hombros ––. Ya sé que lo que cuentan de ti es mentira cochina,
que sólo son infundios nacidos de la envidia. ¡Sabré yo a quien escojo
de número dos! ––le tranquilizó el alcalde con unas palmaditas en la
espalda.
––Entonces... ¿qué tengo que hacer yo hasta el día de la
dichosa asamblea esa? –-volvió a incidir Juanote que deseaba tener el
asunto claro.
––Pues tienes que ir dándote a conocer, visitar las
asociaciones de vecinos, las hermandades religiosas, a los viejos para
que te conozcan... Les invitas a unos vinos y te juegas algún dominó con
ellos y ya los tienes en el bolsillo.
––¿Así de sencillo?
––¡Hombre,
Juanote! Aunque aún eres relativamente joven, a ti se te ve hombre de
mundo y sabes que todo tiene su arte en la vida. Te tienes que trabajar
la cosa sin que se note mucho tu interés por el voto. A la gente le
hablas de lo bonito que tenemos el pueblo, de los buenos proyectos que
llevamos en el programa y todo eso.
––¿Y qué proyectos son esos?
––Eso
es ahora lo de menos, Juanote. Te inventas lo que quieras. Lo
importante es que no les hables de problemas. La gente no quiere
problemas. Les puedes decir que vamos a subir las pensiones, por
ejemplo. Eso pone muy contentos a los viejos.
––Pero, ¿el Ayuntamiento puede subir las pensiones? ––preguntó Juanote que no lo tenía claro.
––Nooo,
pero eso da igual, muchacho ––rió el veterano Tapacubos ––. Ellos se
creerán todo lo que tú les digas, según como lo digas.
Juanote
abandonó la agrupación del P.O.T.E. con una sensación extraña por no
decir contradictoria. Por un lado no estaba en su interés meterse a
político, aunque por otro, no le disgustaba demasiado porque tal oficio
parecía ajustarse a su carácter mentiroso y haragán. Sin saber cómo,
algo le sugirió en su interior que si se lo proponía podía, incluso,
llegar a ser alcalde de Pozopodrido antes de lo que él mismo se esperaba...
continuará
(Publicados 17 capítulos en el blog)