Sunday, 2 October 2016

S.J. Alcalde y Mártir (Capítulos 12. 13. 14.)













CapítuloXII
     

...La situación se precipitaba y estaba claro que la investidura del nuevo alcalde podía presentarse problemática además de suponer un verdadero quebradero de cabeza para Juanote, que necesitaba de manera imperiosa el voto positivo del comunista Cirulo. Y esto último le preocupaba bastante en cuanto su enfrentamiento con él en el chiringuito podía hacer cambiar su tradicional apoyo al P.O.T.E. e inclinarse en esta ocasión por el grupo del J.O.S.E. Aunque por otro lado le tranquilizaba en algo la convicción de que aquel monolito de carne nunca cedería su voto a los fachas ni tampoco aceptaría sobornos, aunque esto último también le vetaba la posibilidad de comprarlo. Pero por encima de estas dudas existía la otra alternativa que podía tomar Cirulo y que no era otra que el voto de la abstención, o lo que era lo mismo: ni con el P.O.T.E. ni con el J.O.S.E y seguir controlando así las decisiones del Consistorio.
De todas maneras, como Juanote no tenía un conocimiento muy claro de los entresijos de la política en lo que refiere a los acuerdos y pactos municipales, fue a ver a Carajote para que le abundara sobre estos asuntos. Le encontró sentado a la puerta de su casa, muy compungido con lo sucedido a su padre, y con la idea fija en vengarse del interventor.
     ––¡Debemos echar a la puta calle a ese cabronazo, Juanote!–– le dijo, nada más echarle la vista encima.
     ––Claro que echaremos a ese gilipollas, Carajote ––asintió Juanote –– . Pero ahora lo que interesa es el Pleno de investidura para que yo sea el nuevo alcalde.
     Pero para su sorpresa, Carajote le salió en esta ocasión por peteneras:
     ––¿Tú de alcalde? Creo que no va a poder ser,  porque apenas llevas cuatro meses en el partido y no tienes ni idea de lo que es un Ayuntamiento ––comentó ––. Además, no creo que te apoyen los compañeros del grupo.
     ––Hombre, lo normal es que se presente como alcalde el siguiente de la lista, o sea yo ¿O es que la cosa no funciona así? Además, contaría con tu apoyo para gobernar porque es cierto que tú tienes mucha más experiencia que yo .
     ––¿Y por qué no yo?
     ––¿Tú qué?
     ––Yo de alcalde.
     Juanote frunció sus afilados labios y respiró profundamente contrariado. No esperaba que el montuno aquel tuviera pretensiones y presentara batalla. Sin embargo debía hilar muy fino porque su apoyo era fundamental para poder acceder a la alcaldía. Por eso empleó la socorrida estrategia del “sí, pero no” cuando le respondió:
     ––Desde luego que sí que podías ser alcalde perfectamente, Carajote, pero está por medio el desgraciado tema de tu padre y eso no nos va beneficiar porque los del J.O.S.E. te van a examinar con lupa, ya sabes a lo que me refiero. De todas formas si tú insistes en el puesto, yo no te lo voy a impedir.
     Ante el contundente argumento, Carajote se lo pensó dos veces. En verdad tenía por ahí algunos chanchullos que ciertamente podían implicarle si alguien se proponía investigarlos. Para empezar, vivía en un adosado que una constructora regaló a su padre a cambio de favores. Juanote había logrado asustarlo y de esta manera cedió sin más discusión:
     ––Sí, pensándolo mejor, creo que tienes razón. Si tú quieres presentarte, cuenta con mi apoyo y convenceré al grupo para que también lo haga. Pero a cambio de mi fidelidad ¿qué voy a recibir yo?
     ––Tú serás mi mano derecha, Carajote ––repuso Juanote, muy serio.
     ––Déjate de coñas. Hablo de pasta.
     ––¡Está bien, está bien! Cobrarás más que el resto de los concejales, porque eso se puede hacer, ¿no?
     ––Claro. Me nombras concejal “en cap”.
     ––¿Y eso qué coño es? ––preguntó Juanote con una asquerosa mueca.
     ––Eso es catalán, Juanote, catalán y es lo mismo que decir un concejal con cabeza o algo parecido. Esos catalanes son la hostia, inventan lo que sea con tal de ganar más que los demás, los muy separatistas.
     Juanote apenas puso atención a la explicación de Carajote. Por lo pronto ya había conseguido su adhesión bajo etéreas promesas que, en su momento, consideraría si las cumpliría o no. Ahora el camino a la alcaldía lo tenía totalmente despejado, sólo le faltaba el problemático concejal rojo y entonces volvió a preguntar:
     ––Antes que se me olvide, Carajote, ¿sabes quién va detrás del Cirulo en la lista de los comunistas?
     ––El Manu.
     ––¿El Manu? ¿Quién es ese?
     ––¡Joé, el viejo del chiringuito de la playa!
     ––¡Ah, te refieres al Manubrio! ¡Eso es perfecto!
     ––Pero el concejal es Cirulo no el Manu ––repuso Carajote no entendiendo las alegrías de su compañero.
     Ciertamente la noticia alegró al pérfido Juanote en cuanto que al Manubrio lo tenía en el bote. No había más que prometerle un restaurante en la Ensenada y pare usted de contar. Todo lo demás lo tenía limpio de obstáculos excepto la abrupta y peligrosa sombra del Cirulo que se interponía como una seria amenaza. Juanote decidió entonces precipitar su venganza contra el comunista y para ello puso en práctica un plan brutal y torticero, utilizando como cómplice a su ex mujer, Palmira. De  esta manera decidió llamarla al día siguiente por la mañana y quedar con ella para esa misma tarde. Ahora sólo le preocupó que la cincuentona fuera tan incorruptible como su marido.

Capítulo XIII

     Sobre las siete de la tarde y después de meterse en el cuerpo un par de rayas y unos cuantos cubatas de Bacardí, Juanote se encontró  llamando a la puerta del domicilio de la pitonisa. Ésta le recibió con mucha fiesta al que ya se le suponía futuro alcalde del pueblo. Enseguida el edil se interesó por su situación económica y también preguntó si Cirulo continuaba viviendo con ella:
     ––Ese burro aún no me ha pasado ni un solo euro. Vive desde hace semanas con su madre, en Pedorojo.
     ––¿Y a estas horas donde suele estar? ––continuó Juanote, sonsacándola.
     ––Pues seguro que echándose su siesta de cuatro horas. Eso es algo que no perdona aunque se hunda el mundo. Cuando se levante irá a la taberna de la playa a cumplir con su partidita de dominó con los amigotes. Siempre hace igual.
     ––¿Te ha pegado alguna vez?
     ––No, pero en más de una ocasión ha estado a punto, el muy animal. ¿Por qué me pregunta eso?
Juanote no se lo pensó y a su vez preguntó a bocajarro:
     ––¿Qué te parecería si yo te propinara una paliza por tres mil euros?
     ––¡¿Quéee?!
     ––Sí, mujer. No es nada del otro mundo –– sonrió Juanote ––. Yo te doy unas cuantas bofetadas y tu le cuelgas la agresión al Cirulo. A cambio te pagaría tres mil euritos que no está nada mal.
     La mujer retrocedió unos pasos, mirando a Juanote con ojos muy abiertos. Aunque no entendía de qué iba aquello, los euros comenzaron a bailar en su trastornada mente.
     ––¿Tres mil, dice? ¿Medio millón de las antiguas pesetitas...? ––preguntó como la que no quiere.
Conociendo lo beatucha que era la Palmira, Juanote improvisó ahora un discurso de la hostia:
     ––¡Claro, mujer! Esa será la ayuda que el Ayuntamiento te dará por colaborar en la limpieza de ateos e indeseables que existen en el pueblo... ––ahora, Juanote se tornó sentencioso, casi bíblico y dijo: ––Porque todos esos que abominan de Dios y de su santa Madre Iglesia, no deben andar sueltos por la calle. Y el Cirulo merece un castigo ejemplar por ser el cabecilla de todos ellos, su sacrílego jefe. A nosotros, Palmira, nos cabe la enorme responsabilidad de ser los primeros ejecutores que impulsemos este plan divino que nos obliga a castigar a todos estos malhechores. Pero debemos ser cautos y guardarnos mutuamente el secreto de esta misión porque así Dios nos lo demanda.
     ––¡Aaaah! ¡Bendito sea! ¡Habla usted como un profeta de Dios!
     ––¡Pues venga, cuanto antes terminemos este asunto, mejor ––apremió Juanote.
     ––Espere, espere, ¿y él dinero? ¿Dónde está el dinero? ––insistió ella.
     ––¡Joder con el dinero! Mañana te lo dejaré sin falta en tu buzón dentro de un sobre –– levantó Juanote la mano para arrearle el primer castañazo.
     ––Espere, espere, ¿y después qué hago?
     ––¿Cómo que después que hago? ¡Al puesto de la guardia civil a denunciar al Cirulo por malos tratos, que pareces tonta! ¿Vale ya?
     ––No me pegue muy fuerte, señor alcalde –– intentó la mujer cubrirse instintivamente la cara.
Pero fue en vano porque el primer hostiazo fue de pánico. La Palmira salió despedida como un fardo contra el sofá del pequeño comedor, y Juanote resopló entonces como una fiera sedienta.
     ––¡Ay, ay...! ¿Ya está?––preguntó la otra con la nariz hecha polvo.
     ––¡Qué va a estar ni estar! –– saltó el concejal sobre ella, desgarrándole el vestido con demoníaca violencia ––¿Qué te crees, que te voy a regalar tres mil euros por una bofetada de nada?––la cogió por el pelo y comenzó a golpearla como un poseso mientras ella intentaba huir de él, arrastrándose por el suelo.
     ––¡No huyas, mala puta que no he hecho nada más que empezar! –– aulló Juanote, persiguiéndola, totalmente enloquecido.
     Una lluvia de brutales golpes y patadas comenzaron a desfigurar rápidamente a la cincuentona, que ensangrentada como estaba y con el vestido hecho jirones, aún intentaba cubrir la desnudez de su cuerpo. Juanote dejó entonces de pegar porque aquel pudoroso gesto de la mujer por cubrir sus vergüenzas le había levantado, ferozmente, la libido. Sin pensárselo dos veces, cogió un poco de carrerilla y se arrojó sobre ella como una alimaña en celo, y en esta ocasión para empalarla ferozmente por detrás.
     ––¡Ay, ay, ¿qué es eso? ¡Socorr...! ––intentó la desgraciada pedir ayuda sin mucho convencimiento. Juanote masculló, entonces, babeando sobre la enrojecida nuca de su víctima:
     ––¡Calla...! ¡Calla, mala furcia, que el Cirulo te está ahora poniendo tibia!
 

     Cuando Juanote terminó la faena, la Palmira estaba hecha un despojo. El concejal se había incorporado, y con mirada sonriente observaba a la mujer desde las alturas mientras despejaba el enmarañado pelo de su frente, y se abrochaba tranquilamente la bragueta del pantalón. Se felicitó por el trabajo bien hecho y así se lo manifestó a su desgraciada víctima:
     ––No te quejarás del futuro nuevo alcalde, ¿eh Palmirita? ¿Te gusta mi mandango?
     ––¡Ay, ay!... Quiero más...
     ––¿Esas tenemos? ––le arreó otra patada –– O sea que además de vidente eres una pendeja de mucho cuidado. Si es que al final todas sois iguales... ––se terminó de acicalar su lacio cabello con el pequeño peine de plata y después la apremió: ––Venga, y ahora en cuanto me vaya, te alargas enseguida al cuartel y denuncias al cerdo de tu marido por lo que te ha hecho. Si acaso no cuentes lo de la violación no vaya a ser que a esos tipos les de por sacar el ADN.
     ––El dinero, el diner...
     ––¡Qué sí, joder! ¡Qué mañana lo tienes! Tu cumple que yo cumpliré ––se encendió Juanote un cigarro para desaparecer después de la casa.
     Una vez fuera miró de forma furtiva a ambos lados de la solitaria calle y corrió al coche procurando no ser visto. Por nada del mundo quería  perderse el espectáculo de la detención de Cirulo, y puso rumbo al chiringuito. Cuando el comunista vio entrar a Juanote, se dirigió a sus compañeros de juego, levantando su poderosa voz para que éste le escuchara:
     ––Pues como te decía, compadre, pienso abstenerme en la elección del nuevo alcalde. A ese capullo no le voto ni muerto.
Juanote sonrió y pidió un cubata de ron para luego sentarse en una mesa apartada, fingiendo ojear un periódico. Por un instante le inquietó la idea de que Palmira no cumpliera con lo acordado, pero enseguida se tranquilizó pensando que a la bruja aquella le iba la mala marcha, y sobre todo, el dinero. Apenas una hora después, una pareja de la guardia civil entró en el local y, tras ojear con vista larga al personal, se dirigió directamente a Cirulo agarrándole por el hombro.
     ––Se te ha caído el pelo, comunista de mierda ––dijo el guardia más joven y facha de los dos.
     ––¡Qué pasa, qué...! ––levantó Cirulo la cabeza sin saber.
     ––Tienes una denuncia de tu mujer por malos tratos. ¡Habráse visto como has dejado a la pobre! ––dijo el otro guardia, apresándole el brazo.
     ––¡Pero si yo a la Palmira hace siglos que no la veo! ––protestó el concejal.
     ––¡Anda para el cuartelillo, miserable maltratador!
     ––¡Eh, eh...! ¡Un respeto que yo también soy una autoridad!
     ––¡Anda palante, Cirulo!
     La pareja se lo llevó casi a rastras ante el regocijo de Juanote que lo observó todo, atrincherado como estaba detrás del periódico. En verdad no cupo de júbilo al comprobar que con su expeditivo plan se había adelantado a los propósitos del comunista. Prácticamente ya podía considerarse el nuevo alcalde de Pozopodrido de la Ensenada. Sin embargo, había un importante detalle para cerrar totalmente este asunto y no era otro que la incierta aventura de conseguir los tres mil euros para pagar a la vidente.
Consciente del peligro que suponía demorar el pago de esta deuda, al día siguiente, bien temprano, Juanote se dejó caer por la fábrica del señor Colomer y en esta ocasión con enorme insolencia, como si fuera el amo absoluto de vidas y haciendas. El empresario, que en esos momentos repasaba cuantiosas facturas de impagados, levantó la cabeza y comprobó con irritación como Juanote se instalaba en el sillón del cliente y ponía  sus pies sobre la mesa en un acto de manifiesta chulería. De inmediato, Colomer echó mano de su macizo bastón recuerdo de Teruel, y le arreó un par de leñazos en las piernas de aquí te espero.
––¡Quita tus apestosas pezuñas de la mesa! ¡Si al menos te las lavaras!
Juanote se agazapó entonces en el sillón, y amenazó al industrial con su largo y retorcido índice:
     ––¡Ojito, viejo mamarracho, que estás agrediendo al futuro alcalde de tu pueblo! –– dicho esto se observó las uñas de las manos y añadió como el que no quiere:––A propósito: ¿tu chalet tenía licencia de obra?
Ante la velada amenaza, el señor Colomer se incorporó de la mesa y  respondió embotado de ira:
     ––¿Qué quieres decirme con eso, mal nacido? ¡Estás hablando de nuestra casa!
     ––¡Joder, cómo te pones ante una broma de nada, papurri! ––sonrió Juanote con recochineo.
Por unos instantes el empresario pareció serenarse y tras  observar al concejal con asco, le preguntó:
––Bueno, ¿y a qué has venido?
––Necesito que me prestes tres mil euritos. Cuando sea alcalde te los devolveré.
––Ni cinco céntimos.
––¡Pero si ni siquiera te lo has pensado! ––protestó Juanote ––Lo necesito para cubrir una deuda municipal.
––Aún más a mi favor. Los Ayuntamientos pagan tarde y mal, si es que pagan. Y ahora lárgate y déjame trabajar ––zanjó el empresario.
Juanote paseó con visible desespero la palma de la mano sobre su negro y pringoso cabello. En verdad tenía un grave problema y éste no era otro que cumplir con el pago acordado con la Palmira no fuera que ésta comenzara a darle a la sin hueso. ¿Pero de dónde iba a sacar el dinero? En esta ocasión el concejal se revolvió con furia:
––¡Eres un tacaño de mierda y te voy a joder un día de estos la fábrica! ––le gritó.
––¡Cómo te atreves, maldito! ––reaccionó el empresario, echando de nuevo mano del turolense ––¡Largo de aquí, espantapájaros! ¡No te quiero ver más por la fábrica ni por mi casa!
––¿Ah, también me echas de casa?
––¡¡Fueraaaa!! ––le ahuyentó del despacho a bastonazo limpio.


Capítulo XIV

Juanote abandonó la fábrica con la espalda dolorida y clamando venganza. Lo de espantapájaros le había llegado al alma si es que alguien como Juanote podía tener alma. Ahora, en su miserable sesera, sólo bullía la idea de acabar de una vez por todas con el odiado empresario, y heredar todo su dinero y sus codiciados bienes. Sin embargo, tuvo que calmar sus ansias criminales para atender las exigencias del guión que él mismo se había programado. De momento debía solucionar el pago a la Palmira así como obtener dinero para sus propios vicios en cuanto que ahora le tocaba sobrevivir por sí mismo.
Con el humor de una manada de perros sarnosos, se dejó caer esa misma mañana por el Ayuntamiento para ver al interventor, al que encontró en su despacho de cháchara con el Secretario General. Nada más entrar fulminó a ambos:
––¿Ya estáis holgazaneando, golfos?
––¡Señor Juanote, qué modo son esos...! ––protestó el estirado Secretario ––Sepa usted que...
––¡Largo de aquí, petimetre de mierda! ¡Vete a tu garito a ganarte el sueldazo que cobras! ––le echó de allí sin contemplaciones. Casimiro no cupo en sus carnes al advertir el talante que traía esa mañana el ya temible concejal del P.O.T.E. En cuanto el secretario huyó de allí, Juanote le conminó:
––Necesito pasta gansa, Casimiro.
––¿Pasta? ––se rebuscó el interventor en los bolsillos –– Sólo llevo encima treinta euros y algunos céntimos –– se los ofreció.
––¡Tú eres tonto o es que te parieron así de inútil! ––le tiró el dinero de un manotazo –– ¡Necesito seis mil euros pero ya!
––Pero, pero... Su sueldo de concejal no llega a...
––¿Eso de ahí es una caja fuerte? ––señaló Juanote un rincón de la estancia sin dejarle terminar.
El interventor se echó a temblar, adivinando las intenciones del concejal. Aún así intentó frenarlo:
––Sí, pero el dinero que hay en su interior está afectado para el pago de  certificaciones de obras que se están haciendo en el pueblo.
––¡Y qué! ––dio Juanote un puñetazo en la mesa ––¡Abre esa caja enseguida!
––¡No puedo hacer eso! ––lloriqueó Casimiro.
––¡Ábrela o te amplio a ti y al caniche al tamaño de una valla publicitaria, imbécil!
Bajo la funesta mirada de Juanote, el interventor cogió la llave y abrió la pequeña fortaleza aquella entre sollozos. Se sentía literalmente hundido.
––¿Cuánto hay?
––Seis mil doscientos euros.
––Pues, venga. Al bote todo. Deja si acaso cincuenta euros para los desavíos del Ayuntamiento.
––Pero deberá firmarme al menos un recibo.
––Yo no firmo nada de nada. ¿Acaso crees que soy un capullo o qué? ––se  guardó el dinero.
––Pero es que si no hay ningún justificante por medio, esto..., esto es un robo, iré a la cárcel ––insistió el interventor hecho un mar de lágrimas.
Juanote le atrapó con violencia el gañote y, tras mostrarle su sonrisa de serpiente venenosa, le espetó:
––¿Un robo dices, bribón? ¿Y cómo te las arreglabas para justificar los pagos del chalet de tu antiguo jefe? Seguro que tú también te llevabas algo ¿me equivoco?
––¡¡Aaaggg...!! Ya se lo dije... La caja B... La caja... ¡Me está ahogando...!
––Muy bien, Casimiro. Pues esta pasta también la pones con cargo a esa Caja B, ¿lo tienes claro? ––le soltó el gaznate con desprecio ––. Además, al final siempre podrás decir que el dinero se lo llevó Tapacubos. Ahora todos los desfalcos se los podemos atribuir a él, que es el ladrón convicto y confeso.
Sin abandonar su asquerosa sonrisa, Juanote se ajustó después la chaqueta, y se palpó con la palma de la mano el taco de dinero calentito que ya descansaba en su bolsillo.
––Adiós, interventor, y gracias por dejarte atracar.
Una vez en la calle, Juanote llamó por el móvil a su madre para explicarle, a su manera, lo ocurrido esa mañana en la fábrica:
––...¡Qué sí, mamá, que me ha echado a la calle como a un perro y sin motivos! ¡Deberías hacer algo!
––¿Y qué quieres que haga, Juanote? ––repuso doña Elvira, quitándose pulgas de encima ––¿Quieres que me mande a mi también a la pocilga con los cerdos? Apáñate como puedas que bastante tengo yo con lo mío.
––Pero podrías envenenarle como hiciste con su perro el verano pasado ––insistió Juanote ––. Aquello fue de un virtuosismo magistral.
––Anda, anda, déjate de payasadas que ya vas camino de los cuarenta. Que te vaya bien, cielito ––le colgó sin más.
Juanote se cagó en todo aunque en el fondo entendió que su madre bien poco podía hacer por él. Además, si nunca se preocupó, por qué debía hacerlo ahora, amenazada como estaba por el empresario. De nuevo se tomó muy en serio eliminar físicamente al señor Colomer, aunque consideró que tal acción debía resultar una obra maestra, un crimen perfecto y sin mácula del que pudiera salir totalmente impune, claro está.
Acto seguido llamó al hotelucho para que le prepararan una habitación. Había decidido dormir el resto que le quedaba de día, y la noche  pasarla a tope, dándole al sexo depravado. Antes de abandonar el pueblo camino de la ciudad, se acercó por casa de Palmira para dejarle el sobre con el dinero prometido. Bien es verdad que al echarlo en el buzón, Juanote lloró a lágrima viva por tener que desprenderse de aquella pasta, y máxime él, que se jactaba de ser el mayor moroso del planeta terrícola. Sin embargo en esta ocasión fue consciente de que aquel acto de sublime sacrificio haría el milagro de multiplicar los tres mil euros aquellos como sucediera con los panes y los peces...


continuará

Friday, 30 September 2016

S.J. ALCALDE Y MÁRTIR (Capítulo 9.10.11)














Capítulo IX


     Por lo demás, el resultado del plan urdido por Juanote contra el interventor para aquel mismo sábado, ni se puede relatar por lo execrable y abominable de la orgía resultante. Con decir que en la ignominiosa bacanal intervino hasta un fenómeno de caniche con atributos blasfemos por lo impensables, pues ya es bastante contar. Esa noche, babeante y totalmente enloquecido, el funcionario dio rienda suelta a sus aberrantes y enfermizas fantasías hasta el punto de asquear, incluso, al propio Juanote, que, por lo demás y a pesar de su juventud, lo había visto casi todo en estos menesteres y aún más.
Por su parte Papelinas tomó un exhaustivo y fiel reportaje fotográfico de todo, y que más tarde Juanote se preocupó en repasar minuciosamente al abrigo de su habitación, sacando copias de toda aquella pestilencia en su impresora. Al final, se felicitó de un reportaje cuya inmundicia y perversión abochornaría al más depravado en estos repugnantes menesteres.
El interventor estuvo diez días de baja, y cuando acudió al Ayuntamiento se dio de bruces con Juanote, que le esperaba con impaciencia. El rostro del funcionario estaba lívido, y sus ojeras asemejaban un cómico antifaz de carnaval de tercera. A duras penas, y midiendo sus pasos, invitó a Juanote a pasar a su despacho con semblante preocupado.
     ––Creo que la otra noche me pasé ––intentó disculparse mientras hacía dolorosos malabarismos para sentarse.
     ––¡Qué va, hombre! ¡Estuviste genial! ––le animó Juanote con sonrisa demoníaca.
     ––Pues yo apenas recuerdo nada. No sé que bebí... ––se expresó el hombre con voz apagada.
Juanote sacó entonces de un sobre media docena de fotos y se las tiró en la mesa.
     ––Esto te refrescará la memoria, señor interventor ––le dijo, profundizando su maligna mirada.
Totalmente espantado, el funcionario ojeó las fotografías en las que apenas llegaba a reconocerse en toda la barbarie que mostraban. Enseguida pensó que aquello podía suponer la destrucción de su familia e, incluso, de su carrera. Con un miedo atroz y pensando en lo estúpido que había sido, levantó sus ojos para mirar el semblante cetrino y cruel del perverso concejal.
     ––¿Qué pretende usted con esto, Juanote? ––preguntó después, temblándole la voz.
El concejal cogió entonces una de las fotos y exclamó burlón:
     ––¡Menuda tranca la de este joputa de caniche, ¿eh, interventor? Seguro que te han engordado las almorranas.
     ––¿Por qué me ha hecho estas fotos? ¿Qué pretende usted de mi? ––insistió Casimiro con los ojos a punto de estallarles en lágrimas.
     ––Quiero que me hagas un pequeño favor.
     ––¿Qué favor?
     ––Quiero cargarme al alcalde ––repuso, Juanote, con pasmosa tranquilidad.
El interventor se arrugó aún más en su sillón mientras tornaba a mirar las infames fotografías. Sin levantar la cabeza preguntó después:
     ––¿Y si me niego?
Juanote soltó una carcajada que pareció surgida del averno y a continuación respondió al funcionario:
     ––¡Qué pregunta más tonta, interventor! ¿Acaso no ves películas de chantaje? Si te niegas llevaré todo esto a los periódicos hoy mismo.
     ––Y si consiento en ayudarle, ¿destruirá las fotos?
     ––Las destruiré cuando yo lo considere oportuno.
El interventor resopló angustiado y sin apartar sus ojos de la imagen de aquel demoníaco caniche apegado devotamente a su culo. Tuvo claro entonces que Juanote le tenía atrapado de por vida.
     ––¿Qué tengo que hacer? ––claudicó, al fin, el ensombrecido funcionario.
     ––Pero no pongas ese careto de drama, hombre, que no es para tanto ––le animó Juanote con palmaditas en la espalda ––. Somos amigos y éste será nuestro gran secreto. Sé de buena tinta que Tapacubos es un chorizo, y que ha metido varias veces la pezuña en el cajón del dinero municipal. Sólo quiero que encuentres papeles que lo demuestre.
     ––Pero eso es muy difícil, señor Juanote. En la mayoría de los casos, esas sustracciones están camufladas como pagos sin consignación presupuestaria, o como apuntes contables pendientes de aplicación.
     ––¿Qué quieres decir con eso? ¡A mi háblame en cristiano, gilipollas! ––se enfureció Juanote al no entender.
     ––Que son dineros que se abonan al margen del Presupuesto General del Ayuntamiento, y que por tanto no tienen partida de referencia. Algunos carecen, incluso, de soporte documental, vamos que no tienen, siquiera, factura, para que lo entienda. Eso considerando que no sean comisiones ilegales. Las comisiones ilegales son casi imposible de controlarlas.
     ––¿Comisiones ilegales de quién?
     ––De las constructoras, de los promotores, pagos de favor...
     ––¡Desde luego menuda pandilla de sinvergüenzas y macarrones estáis hecho todos en este Ayuntamiento! ¡Menudos chanchullos os traéis con el dinero de los ciudadanos! ––se encolerizó aún más el concejal, pensando que todos estaban llevándose la pasta menos él   ––¡Eres..., un interventor de mierda...! ––cateó varias veces la cabeza del infeliz.
     ––Espere, espere. No me pegue más que ya creo tener la solución a lo que busca.
     ––¡Fenómeno, Casimiro! ¿Ves? Los cates te han aclarado las ideas. Explícame ahora las cosas bien explicaditas.
     ––Creo recordar ––continuó el interventor ––, que el chalet que se construyó el alcalde hace unos años en la playa de la Alcahueta se pagó con dinero del Ayuntamiento.
     ––¿Y eso es legal?
     ––Por supuesto que no.
     ––De cuánto dinero hablaríamos –– se frotó, Juanote, las manos.
     ––Pues si no mal recuerdo, de casi cien mil euros ––concluyó el funcionario.
En eso alguien llamó a la puerta del despacho, e instintivamente el interventor guardó las fotografías en un cajón del escritorio.
     ––¿Me las puedo quedar?
     ––Por supuesto, Casimiro. Yo tengo todas las que quiera.
Volvieron a llamar y antes de abandonar, Juanote, el despacho, conminó al interventor a que buscara las facturas aquellas bajo amenaza:
     ––Mañana las quiero a primera hora, Casimiro. Y no me falles porque eres hombre muerto.
     ––Las tendrá, las tendrá.
De nuevo, al salir del Ayuntamiento volvió a encontrarse con Tapacubos que entraba, y miró con descaro su reloj, afeándole a la hora que llegaba:
     ––Un alcalde debe ser el primero en incorporarse a trabajar para dar ejemplo ––se recochineó, con repugnante sonrisita.
      ––Y un concejal debe asistir a las reuniones cuando le convoca su  grupo. El viernes no viniste ––contraatacó el alcalde con mala uva.
     ––¡Ahí va! ¡Se me pasó! ¿Entonces ya os habéis repartido los cargos, no? ¿A mi que me ha tocado, alcalde?
     ––Pues la concejalía de festejos.
     ––¿Festejos? Pero si en este pueblo no hay más fiestas que la Cabalgata de los Reyes Magos y una mísera feria al año.
     ––Bueno, pues para un novato como tú es más que suficiente.
     ––Claro, y el que reparte se lleva la mejor parte, tú te habrás quedado con urbanismo, ¿no?
     ––¡Y dále con el urbanismo! –– se cabreó Tapacubos ––Yo soy el alcalde, Juanote, y doy y quito concejalías. Si no quieres la que te ofrezco, se la paso a otro y te quedas sin dedicación exclusiva y sin sueldo.
     ––Hombre, tampoco es para ponerse así. –– sonrió Juanote con los dientes encajados. En esos instantes pensó que si la trama con el interventor funcionaba, lo más probable fuera que tuviera que llevarle al cateto aquel bocadillos a la trena.
 

Esa noche, el pérfido concejal preguntó a su madre por el domicilio de la pitonisa Palmira. A lo largo de ese día había barruntado otra innoble estrategia de las suyas para despojar también de su concejalía a Cirulo, vengándose así y de la peor manera, de la afrenta en el chiringuito.
     ––Pues si te digo la verdad, no sé exactamente donde vive, hijo. Si quieres te puedo facilitar su teléfono.
     ––Bien, creo que eso será suficiente ––repuso Juanote, tomando nota del número.
     ––¿Le vas a preguntar algo sobre tu futuro?
El concejal dio media vuelta y no respondió porque en esos momentos llamó su atención una noticia que estaba dando el telediario de la noche:
     ...“Como ya saben, el señor Marqués de los Nabos de Flandes ha aparecido esta mañana colgado de un olivo en su misma finca. Según las últimas informaciones, un trabajador de esta misma Hacienda, que parecía ser el máximo sospechoso de este crimen, ha sido descartado porque se ha confirmado que la noche de autos estuvo ingresado en el hospital aquejado de una repentina diarrea... Las pesquisas policiales apuntan ahora a la familia del propio marqués en lo que ya parece una nueva versión en 3D del oscuro y misterioso crimen de los marqueses de Urquijo y bla, bla, bla...”
     ––¡Joder, joder!... ¡Qué bien se lo ha montado el palurdo ese!
     ––¿Decías algo, hijo?
     ––No, nada importante.
Se retiró a su habitación. 


 
Capítulo X

     En cierto modo, Juanote parecía haber cambiado en aquellos últimos meses, centrándose totalmente en su nuevo trabajo, aunque dicho trabajo se resumiera en un infame cúmulo de perversas y execrables maquinaciones que nada tenían que ver con eso de servir al pueblo como representante electo de los intereses ciudadanos. Aún así, su habitual y perruna actitud ante cualquier tipo de obligación o responsabilidad en la vida se había matizado bastante. Ahora era consciente que tenía deberes y obligaciones que cumplir, aunque éstos no fueran otros que agudizar el ingenio para allanar el camino hacia un éxito que le hiciera ganar pasta a punta pala y con el menor esfuerzo posible. De esta manera y por primera vez en su vida, volcó su atención en programar minuciosamente la eliminación de todos los posibles obstáculos que pudieran hacerle fracasar en su determinación de hacerse rico lo más rápidamente posible. A tal fin, algunas noches y amparado en la soledad de su habitación, preparaba el tablero de ajedrez, disponía las piezas blancas y negras y comenzaba una particular y siniestra partida que nada tenía que ver con tal honorable juego pues, el fulano en cuestión, no respetaba ninguna clase de reglas a la hora de abatir piezas y, menos aún, algún atisbo de nobleza con el contrincante a destruir. Porque Juanote era de esos que disfrutan con la derrota total, cuanto más sangre mejor, cuanto mayor estrago mayor victoria, a igual que algunos magnicidas del mundo, reconocidos por la historia como grandes prohombres de la humanidad.
     Cuando terminaba su singular partida le entraba un subidón paranoico que para qué contar, y es cuando comenzaba a creerse que era un fenómeno para la política, un imparable crak, el rey del mambo de lo visto y no visto. Y, efectivamente, los hechos parecían darle la razón porque para el poco tiempo que llevaba en tan denostado oficio, comenzaba a despuntar en él una excepcional habilidad para toda clase de artes deleznables como la traición, la puñalada trapera y demás ignominias, que como todo el mundo sabe, promueven en la política ascensiones meteóricas. En poco meses, Juanote había pasado de bisoño y desconocido concejal del tres al cuarto a ser un peligroso predador que ya le tenía programado a su alcalde y mentor un irreversible  y mortal jaque y mate.
     Esa noche, terminada su infame partida y en esta ocasión para cargarse al Cirulo, se hizo una manola para festejar su triunfo, y luego decidió acostarse pero no sin antes y como siempre hacía, abatir con la minuciosidad de un ritual, todos los pequeños objetos de la habitación que permanecían de pie sobre el escritorio, mesilla de noche, cómoda e, incluso, el par de sillas que también tumbaba al suelo con estudiado movimiento. De esta manera, el pequeño jarrón azul, el cubilete de lápices, el cañón decimonónico, el despertador, el portarretratos, una pequeña estatuilla de Manolo el del Bombo, la bandera española y mil pequeños cachivaches más quedaban arriados y esparcidos por la habitación como arrasados por un terremoto. ¿Qué por qué esta neura, se preguntarán? Pues porque Juanote consideraba que cuando él dormía, todos los objetos que le rodeaban y que formaban parte de su más íntimo y cotidiano entorno debían hacer lo mismo. "¡Ea, joputas. Cuando el jefe duerme, todos duermen!" exclamaba después del ritual y dejar preparada la potente grabadora que siempre llevaba encima.
     Al día siguiente, le dio por salir bien temprano de su casa con la idea de desayunar en la cafetería que había en la plaza del Ayuntamiento. Allí encontró algunos funcionarios rezagados, de esos que llegan tarde a todo menos a cobrar. El concejal miró de forma ostensible su reloj, y comentó en voz alta para que todos le escucharan:
     ––¡Vaya! ¡Debe de ir adelantado por lo menos media hora! ––sonrió luego a los presentes, mostrando con inquina su desafiante y afilada dentadura.
La mala leche del sarcasmo hizo que los funcionarios se tragaran prácticamente el desayuno y desaparecieran del local como por arte de magia. Juanote ya se terminaba su tostada de jamón con tomate y aceite de oliva cuando vio aparecer al cursi y estirado Secretario General del Ayuntamiento, que enseguida le saludó:
     ––¡Buenos días, señor Colomer!
     ––¡Hombre, Señor Secretario Generaaal! ––reverenció, Juanote, con manifiesto cachondeo ––¿Qué le trae por aquí a estas horas?
     ––Pues que vengo a tomarme un poleito porque tengo el estómago algo pachuchillo, mire usted ––respondió muy tontorrón el alto funcionario.
     ––Hace bien, señor Secretario. Hay que cuidarse porque la vejez no perdona.
     ––Bueno, sólo tengo cuarenta años –– protestó, tímidamente, el secretario, intentando disimular con la mano una espléndida tonsura clerical.
     ––Claro, lo que yo le decía, un viejo chocho ya.
     ––Bueno, yo sólo seré un poquito mayor que usted ––insistió el secretario con la moral bajándole como un ascensor en caída libre.
     ––¿Acaso se va a comparar conmigo? ¡Míre la melena que tengo! Yo soy un chiquillo, hombre! ––lo dejó allí plantado con su poleito.


 
Capítulo XI

     Juanote subió las escaleras del Ayuntamiento a grandes zancadas camino de la intervención municipal y de paso preguntó a una auxiliar administrativa por el interventor:
     ––Está en su despacho, aunque parece que continúa enfermo porque tiene muy mal color de cara.
     ––Eso será que no le salen las cuentas.
Entre siniestras risitas, en un santiamén se encontró frente a la puerta del despacho del interfecto. Su lacio flequillo le enmarañaba la frente cuando asomó su cabeza de pajarraco.
     ––¡Te pillé, interventor!
     ––¡¡Aahhh! ––se aterrorizó el funcionario al verle.
     ––¡Tranquilízate, hombre! –– invadió el despacho –– ¿Tienes lo que te pedí?
Con manos temblorosas, Casimiro rescató con premura una carpeta marrón de un cajón que tenía bajo llave y se la dio a Juanote.
     ––En el interior hay algunos comprobantes de pago efectuados a la constructora que levantó el chalet del alcalde. No hay facturas propiamente dichas porque los pagos se hicieron con cargo a la caja B del  Ayuntamiento –– le explicó.
Juanote echó un vistazo a los papeles y comentó:
     ––Avispadillo, el hombre. Se hace una casa para las vacaciones y encima con dinero negro del Ayuntamiento. Esto puede tener cárcel, ¿no?
     ––Si lo coge un juez, juez...
     ––¿Qué pretendes decir con eso de juez, juez? ––se alarmó el concejal.
     ––Hombre, si lo coge un juez que no esté comprado por el P.O.T.E...
     ––¿Es que en este asqueroso país no existe ya honestidad ni en los jueces? –– se enfureció ––. Está bien, ¿y ahora qué hacemos con estas facturas o lo que sean?
     ––Pues eso. Habrá que llevarlas a la fiscalía anticorrupción.
     ––¿Y a qué esperas?
     ––¿Yo las tengo que llevar? ––tragó Casimiro saliva.
     ––¡Pues claro, imbécil! ¡No pretenderás que las lleve yo, que soy del mismo partido que Tapacubos! También tienes que hacer una denuncia pública a los medios sobre este gravísimo acto de corrupción. Fotocopia esos papeles y los envías con un escrito de tu puño y letra a la prensa que controla el J.O.S.E.. Ah, y no te olvides en ningún momento que yo no se nada sobre este podrido asunto.
El interventor se espantó ante todo aquello e intentó evitar lo que se le venía encima:
     ––Pero, pero... El P.O.T.E. me va a machacar, me va a despedir y no me darán trabajo en ningún sitio.
     ––¡No digas chorradas, hombre! Nadie te va a despedir porque el figura éste que tienes delante va a ser el nuevo alcalde de Pozopodrido, y menudos chanchullos nos quedan por hacer juntos, Casimiro de mi alma. Venga, ahora mueve el culo que esta misma mañana quiero resuelto el tema.
     ––Lo siento pero hoy no voy a poder porque...
Juanote se echó enseguida mano al bolsillo y sacó la foto ampliada del caniche para luego ser de lo más expeditivo:
     ––Si quieres la cuelgo ahora mismo en el tablón de anuncios.
     ––¡No, por Dios, señor Juanote!
     ––¡Pues venga, arreando!
El escándalo corrió como la pólvora en la prensa local del día siguiente, y fue noticia de portada en la mayoría de los periódicos de la provincia con grandes titulares que rezaban: “Tapacubos, el alcalde corrupto”, junto a una fotografía del presunto culpable que ya apestaba a carne de presidio.
     Regocijándose estaba, Juanote, esa mañana mientras desayunaba en la cafetería de la urbanización, cuando vio aparecer por la puerta a Tapacubos, resoplando como un miura.
––¡¡Joputa!! ¡¡Mal nacido!! –– se acercó a Juanote, estrujando entre sus manos un puñado de periódicos y bramando como una bestia moribunda ––Pero, ¿has visto lo del interventor este mierda?
     ––Sí que es un cabronazo el tío ese, sí. Anda, siéntate y te tranquilizas un poco con una tila que te va a dar algo ––le invitó Juanote a la mesa, con cara de circunstancias.
     ––¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a matar!... ––continuó Tapacubos, berreando ––¡A ese hay que echarlo a patadas del Ayuntamiento! ¿Me oyes, Juanote? ¡Está comprado por los joputas del J.O.S.E.!
     El rostro del alcalde estaba de un rojo violáceo que daba miedo. Totalmente embotado por la ira miraba fijamente a Juanote con la desesperación de un condenado a muerte. Éste, encima se regodeó de su tragedia y comentó con toda la impudencia de que era capaz:
     ––Pero lo que denuncia el interventor debe ser a todas luces mentira. Tú eres un hombre honrado y honesto, ¿no es así?
     ––¡Me cague en la sombra negra, Juanote!
     ––¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso es verdad lo que escriben los periódicos?
     ––¡¡Ay, que me cagueeee...!!
     Tres días más tarde, Tapacubos entraba en prisión preventiva acusado de malversación de fondos públicos o por chorizo, que para el caso es lo mismo aunque lo primero suene mejor. El pueblo sin regidor estaba totalmente alborotado y los concejales del P.O.T.E. se escondieron varios días en sus casas por si acaso a la justicia le daba por investigar más allá de lo debido. Con el Ayuntamiento en total desgobierno, algunos vecinos, los más folloneros, comenzaron a recorrer las calles manifestándose con las consabidas pancartas y consignas al uso:
 
¡POLÍTICOS: GARRAPATAS CHUPOPTERAS!, y otras lindezas por el estilo, coreadas con salero y tronío...

continuará

 

Thursday, 29 September 2016

ES UN BUEN ESLOGAN EL DEL PSOE, SÍ SEÑOR.

A VER SI SOMOS CAPACES DE MANTENERLO.

"LA MILITANCIA DEL PSOE ESTÁ CABREADA Y DECEPCIONADA"

DAVID BOLLERO







"...Las elecciones no se ganan con mítines en plazas o pabellones polideportivos, no se ganan en platós de televisión. Se ganan con la militancia, porque esa militancia es la que funciona como un altavoz, como una onda expansiva para captar votos, para ilusionar, para persuadir. Y la militancia del PSOE, hoy por hoy, está decepcionada, está cabreada. Pedro Sánchez puede gustar o no, pero lo que es innegable es que ha hecho más por la militancia que cualquiera de los 17 dimitidos. Lo que ha quedado patente es que hay intereses ocultos en defenestrar al actual secretario general que, lejos de dimitir, debería aprovechar la coyuntura para hacer limpieza en el comité federal..."

(Blog: Estoy totalmente de acuerdo).

S.J. Alcalde y Mártir (Capitulos 6-7-8)











Capítulo VI

      ...El acto de investidura terminó cuando no quedó nada más que comer ni beber. Esa tarde Juanote continuó la marcha en solitario, y se dejó caer en una venta de carretera que había a medio camino de la ciudad. Allí, en una mesa arrinconada y en la mayor de las soledades, se rodeó de cubatas y comenzó a reciclar la información que el concejal comunista le terminaba de dar esa mañana. Maldijo entonces su suerte al intuir que había llegado tarde en su nuevo oficio de político porque, según Cirulo, el chollo del Plan General ya se lo había metido en el bolsillo el bueno de Tapacubos. "¡Y el joputa parecía tonto!" bramó desde su rincón, imaginando el rostro calmoso y campechano del popular alcalde.
En esos instantes, Juanote tomó la decisión de cargarse a Tapacubos, aunque para ello consideró que debía urdir un plan y trajinarse la connivencia del interventor del Ayuntamiento, tarea ésta que, por lo demás, consideró relativamente fácil en cuanto, según Cirulo, este funcionario era un corrupto de esos que aparentan no haber roto un plato en su vida. Juanote sonrió con maldad al pensar en los milagros que podía hacer la coca y un par de verbeneras bien dispuestas. Algo más sosegado por la solución tomada, regresó al anochecer a su casa, encontrándose allí a una desconocida mujer, muy pintarrajeada y con facciones de loca, que parloteaba con su madre. Las dos giraron la cabeza al verle entrar.
     ––Este es mi hijo ––presentó doña Elvira a Juanote ––, el nuevo alcalde del pueblo.
     ––Nooo, mamá ––protestó éste con avechucho gesto ––, que aún soy concejal.
     ––Bueno, bueno pero pronto lo serás, mi amor ––atajó la madre con un mohín de señora con poderío y mando en casa.
La visitante en cuestión era una tal Palmira y muchos del pueblo y alrededores la conocían como la loca o la vidente, según a quién se le preguntara. Juanote alargó la mano para saludarla y ella la tomó, asiéndola con misteriosa fuerza.
    ––¡Ah, esta mano tiene vibraciones muy positivas! ––exclamó, enajenando aún más su pintoresca expresión ––. Este hijo tuyo me da el buen augurio del que está destinado a las alturas, doña Elvira. No le quepa duda.
     ––¡Aleluya! ––gritó doña Elvira ––¡Llegará a Presidente de Gobierno!
     ––No, yo no he dicho eso ––corrigió la pitonisa –– Yo más bien le veo en el santoral de la Iglesia.
Al escuchar aquello, Juanote no pudo reprimir una carcajada, aunque enseguida fue censurado por su madre, que creía en esas cosas:
     ––No te rías, niño que la Palmira es muy seria en sus pronósticos. Si te dice que estarás en el santoral... –– sin embargo doña Elvira no llegó a terminar la frase y miró a la vidente con suspicacia ––. Aunque la verdad, Palmira, no termino de ver a mi hijo en eso que tú dices ––comentó después.
     ––El tiempo lo dirá, doña Elvira ––sentenció, muy seria, la paranormal, mirándo a Juanote.
Cuando la vidente abandonó la casa, Juanote volvió a descojonarse con la ocurrencia de la vidente. "¡Voy a ser un santo, mami!", exclamó, burlón, una y otra vez, pensando que aquel pasote de mujer debía de estar loca de atar. En eso comentó su madre como la que no quiere:
     ––¿Pues sabes quién es el marido?
     ––Pues será otro chiflado como ella –– continuó, Juanote, partiéndose.
    ––Bueno, en cierto modo es posible que tengas razón. Creo que ese tal Cirulo tampoco debe andar muy bien de la chaveta.
     ––¿Quéeee? ––se le esfumó a Juanote el cachondeo ––¿Te refieres al Cirulo, al concejal comunista...? ¿La Palmira su mujer?
     ––Sí, hijo y creo que andan en trámites de separación. Ya no vive con él y hace bien. ¿Qué pinta una santa como ella junto a un elemento como ese, un renegado de Dios y de los santos?
     Esa noche Juanote se fue a dormir muy contento por el cúmulo de averiguaciones que había conseguido a lo largo de esa jornada. En algún lado había leído alguna vez que la información era poder y él había conseguido la suficiente como para, con un poco de suerte, tumbar al alcalde y utilizar en su provecho el asunto del comunista y la vidente. Sin embargo era consciente de que necesitaba ser metódico a la hora de manejar toda aquella información que le llegaba y que, sin duda, iba a servirle en su propósito de hacerse con el poder en Pozopodrido de la Ensenada. La prioridad estaba ahora en contactar con el interventor y hacerle caer en una torticera trampa. Luego ya vería de qué manera utilizaría lo de la vidente y el comunista.


Capítulo VII

     El resto de la semana, Juanote se la tomó de asueto, golfeando por la capital en compañía de un tipejo llamado Miguelito el Conosío, un don nadie aunque con un prodigioso talento para colarse de gorra en toda clase de pomposas fiestas capitalinas y demás eventos fashión de la alta sociedad. Para ello utilizaba con mucho arte el socorrido recurso de “soy el conocido o el amigo de...” De esta guisa, el Conosío, era muy popular en los ambientes de los altos fulaneos de la ciudad donde casi siempre actuaba de bufón. En verdad al tipo le bastaba, simplemente, estrechar la mano de alguien importante para, enseguida, pasarlo a su libreta de “amistades” con todo lujo de detalles y descripciones. Luego, cuando se presentaba la ocasión, utilizaba al personaje en cuestión como si fuera de la familia. De esta manera conseguía cadenas de favores, palcos de lujo para ver las procesiones en la Semana Santa, o disfrutar de casetas de abolengo en la bulliciosa feria de la capital. En realidad, esta es una práctica muy extendida entre las gentes del Sur, donde tener un conocido, poderoso y con dinero, es como tener un tesoro que hay que guardar celosamente como oro en paño.
Ambos tomaban el vermouth de las doce frente al gran minarete de la catedral cristiana cuando a Miguelito se le ocurrió preguntar:
     ––Bueno, ¿te animas a venir al Rocío o qué?
Juanote no hizo aprecio a la pregunta. El Conosio insistió:
    ––Pues no te vendría mal un poco de popularidad ahora que eres un político, tío. Mira el Yulián ese de los cojones con lo de la tonadillera. Él también fue a la romería y ahora está todos los días en la tele.
     ––Sí, y en la cárcel también ––repuso Juanote sin mostrar demasiado interés ––. Además, yo no tengo ni caballo ni carreta ni tonadillera que me asista.
     ––Iríamos en las carretas de la Casa de la Calba que no es moco de pavo ––apostilló Miguelito, pidiendo otro vermouth.
Juanote giró la cabeza y miró a su compañero.
   ––¿De verdad que iríamos en la carreta de la gran duquesa?––preguntó. 
    ––Claro, tío ––respondió  Miguelito, muy auténtico él ––. No vamos a ir en la del servicio. El otro día me hice amigo de don Albo, Marqués de los Nabos de Flandes y nieto de la duquesa, en un fiestorro que ni te cuento el derroche, tío. ¡Puaff!, allí estaban todos los ricachos de la ciudad, incluido el Cardenal, que no se pierde una, y también el presidente de la Autonomía, que no veas como le pega a las gambas el figura. Se vuelve loco.
A Juanote le chispearon los ojos. Pensó que el Conosío podía tener razón. Era bueno empezar a despuntar en los ambientes donde se movía el dinero y qué mejor que hacerlo en compañía de una grande de España.
     ––Si es tal y como me lo pintas, me apunto ––contestó el concejal, entusiasmándole la idea aunque precisó: ––. Pero sólo iré si, como aseguras, voy en la carreta de la duquesa. Un político de mi estatus no puede ir de cualquier manera, ¿estamos, Miguelito?
    ––No te preocupes por eso, Juanote, que esta noche llamaré al Marqués de los Nabos para que mañana nos espere en el cortijo donde la La Franken está preparando sus carretas. Creo que es en la Pichorra.
     ––¿La Franken...?
    ––Sí, la duquesa, hombre. Tiene más remiendos que un taller de costura.
     ––¡Ja,ja! ¡La Frankenstein...! No sabía esa última, 
En eso, el sobrecogedor sombrajo de un nubarrón que andaba perdido por el inmenso cielo azul de la capital se abatió sobre el establecimiento, oscureciendo la sagrada hora del vinito y la buena tapita.  Porque a esas horas del medio día, la taberna del Rogelio crujía de punta a punta con un gentío que sudaba la gota gorda a base de frías rubias, buenos finos y  raciones de ibérico de mejor catadura. Normalmente la mayoría de la parroquia del rancio establecimiento disfrutaba de abultada cartera. Allí alternaban los pijos y señoritingos de siempre, enfundados en sus caras ropas de marca ––caballitos, cocodrilitos y demás logos fashión para acomplejados y tontainas de turno ––, y los viejos rentistas y especuladores de la zona, con más de lo mismo y hediendo a usura canalla por sus cuatro costados. Mientras los primeros se regodeaban de las fortunas de sus papis y otros fútiles y sexudos asuntos, los segundos se regocijaban con la crisis económica, y con la posibilidad de ver de nuevo a los trabajadores con remiendos en los calzones y alpargatas de esparto. En realidad la mayoría de  esta selecta gentuza era nativa de una de las zonas más acaudaladas y fascio de la capital, que aún apestaba a viejos refritos de traición a la República y a solemnes taconazos de sí mi general y a la orden de usía mi general. Muchos de ellos aguardaban con estoica esperanza el añorado retorno del repolludo militar con bigotito y sable al cinto, y con la suficiente mala leche para, de una vez por todas, terminar de saturar las cunetas y ribazos de España con los cadáveres de sus enemigos.
     Al poco tornó a relucir el sol en la calle, barruntando un tórrido verano “ad portas”. Juanote y el Conosio abandonaron la rancia taberna, dudando donde ir.
     ––¿Qué hacemos? ¿Por qué no llamas al marqués ese de las Pollas? –– sugirió Juanote, encendiéndose con desespero otro pitillo.
     ––De los Nabos, coño, de los Nabos –– le corrigió Miguelito ––. A ver si cuando te lo presente vas a meter la pata, joer.
    ––Vale, vale. Pero llámalo a ver si hoy podemos tener claro lo de la romería.
   ––Está bien, lo llamaré. Lo mismo tenemos suerte y el cabrón nos invita a algo.
La llamada del Conosío fue de lo más fructífera pues el acaudalado noble les invitó a comer ese día en su finca de la Pichorra.
  ––¡Joder,  tío, eres un crack! ––exclamó Juanote, frotándose las manos –– ¿Estará allí la gran duquesa?
    ––¡Deja ahora a la Franken, coño que ya tendrás tiempo de conocerla! Venga, vamos a por tu coche y nos alargamos al cortijo que son ya cerca de la una y media.
     ––¿Y dónde está eso?
    ––No muy lejos –– repuso Miguelito echando a andar ––. Ahí en el pueblo de la Berenjena. ¡Venga, vamos!
    Ambos caminaron deprisa y sudorosos bajo un sol de justicia hasta alcanzar los aparcamientos subterráneos de la céntrica Plaza del Bizcocho, y enseguida pusieron rumbo a la noble finca. Cuando al fin llegaron, el enorme portalón de la Hacienda estaba cerrado. El Conosio palmeó, entonces, con fuerza la dura madera de roble .
     ––¡Coño, con tanta mierda de lujo y ni tan siquiera tienen un picaporte como Dios manda -–se quejó.
     ––¡Venga, Miguelito, venga! ––se unió Juanote a dar porrazos y patadas a diestro y siniestro.
     ––¡Ya va, ya va! ––se abrió sorpresivamente una de las portezuelas, apareciendo un viejo con un roído sombrero de paja y pantalones fajados ––¡Van a tirar la Hacienda a tierra! ¿Quiénes son ustedes?
     ––Yo soy el concejal de Pozopodrido de la Ensenada –– se presentó Juanote, irguiendo el porte con insolencia. El viejo le miró entonces con desconfianza y respondió:
     ––¿Podrido de qué, ha dicho?
     ––¡Oiga, viejo estúpido...!
    ––¡Deja, deja...! ––intervino Miguelito ––¿Está el señor Marqués? Soy íntimo amigo suyo ––preguntó, elevando la voz y casi deletreando las palabras.
    ––¡Ah, que son amigos del Marqués! ––repuso el viejo recuperando confianza –– ¡Haberlo dicho antes, hombre! Precisamente el señor Marqués me ha comunicado que venían un par de mozos.
     ––¿Mozos? ¿Mozos de qué? ––se soliviantó Juanote Colomer con el vejatorio tratamiento ––El marqués nos ha invitado a comer, ¿se entera, viejo sonao?
     ––Bueno, bueno, no sé. Pasen ustedes.
La entrada estaba flanqueada por unos humildes habitáculos de paredes muy encaladas, que parecían formar parte de la vivienda de aquel viejo. Un enorme perro que dormitaba plácidamente bajo un robusto arrayán se incorporó de inmediato al advertir a los recién llegados y se dirigió con resolución a olisquear los fondones de los invasores, aunque en tal tarea no se demoró mucho porque enseguida salió en estampida de allí dando lastimeros aullidos.
     ––¿Qué le pasa al perro ese?
     ––¡Y yo que sé, Juanote!
Nada más franquearon la entrada se dieron de bruces con una amplia explanada arropada con espesa arboleda que hacía de atrio natural a un señorial edificio al más puro estilo sureño, encalado de inmaculado blanco. El viejo continuó su caminar arrastrando los pies, seguido por los dos visitantes y una vez traspasaron otro enorme portón, accedieron a un gran patio de brega situado a espaldas de la casa y cercado por edificaciones rurales ––zahúrdas, corrales, caballerizas etc. ––, en las que algunos gañanes se afanaban en distintos quehaceres y donde aguardaban un par de vistosas carretas a la sombra de un poderoso y chaparro roble.
     ––¡Eh, Anastasio! ¡Aquí te traigo un par de hombres más para que te echen una mano con las carretas! ––le gritó el viejo a uno de los peones que se encontraba repintándolas.
     ––¡¡¿Quéee?!! –– se frenó de inmediato, Juanote –– ¡Yo vengo de invitado! ¡Que sepa que yo soy un importante político de...!
    ––Ya sé, ya sé. Concejal del podrido ese que dice ––respondió el septuagenario sin inmutarse ––. Pero aquí el que no trabaja no come. Son órdenes del señor marqués.
Juanote se volvió a Miguelito con la cara descompuesta:
     ––¡Pero has visto al cabrón del viejo este! ¡Nos trata como a unos jornaleros desmayaos!
El Conosío intentó calmarle mostrando el lado bueno del asunto:
     ––Bueno, haz el paripé como si trabajaras. Lo importante es ir de romería con la duquesa.
Se acercaron al par de mozos que estaban con la carreta y preguntaron en qué podían ayudar.
     ––Pinten ustedes el interior de las ruedas ––dijo el más alto.
El otro, de aspecto muy tostado y extremadamente rústico miró a Juanote fijamente y luego comentó, apretando el ceño:
     ––Usted seguro que es un señorito.
    ––¡Bueno y qué pasa! ––respondió, Juanote con su habitual descaro.
     ––Pues que mi abuelo era del maquis y se cargó a más de un joputa señorito ––continuó el rústico ––. Aquellos si que eran buenos tiempos, cuando los jornaleros se tiraban al monte y hacían justicia con un par de pelotas, no como ahora. Vaya que sí.
Juanote se quedó mirando al individuo, que a pesar su imagen montaraz, parecía tener claro estos asuntos sobre la justicia. El peón continuó confesando cosas terribles mientras pintaba y repintaba un trocito de rueda:
     ––¿Sabe usted? Yo soy miembro del piquete perfecto –dijo con orgullo.
     --¿Piquete perfecto...? ¿Eso qué es?
     --Pues un piquete que en las huelgas se dedica a partirle las piernas a todos esos joputas esquiroles que no las hacen pero que luego ponen la mano para cobrar lo que sus compañeros han conseguido con su lucha. Así ya no joderán más en las próximas, vaya que sí. Pues eso es hacer justicia.
Juanote miró a Miguelito con desconcierto.
     --Pero ¿de dónde ha salido el tipo este?
     --Yo no soy ningún tipo, cara de anguila –se le encaró el jornalero muy serio –. También le digo que cuando el hijo que me queda en casa termine de irse, colgaré de un olivo al marqués, y para ello contaré con un brigadista internacional, amigo mío, que me echará una mano, vaya que sí –– dicho esto, el jornalero ensombreció como si se encontrara aquejado de un mal insondable.
    ––Joder, la paliza que me está dando el tío éste ––protestó el concejal ––. Además de puto peón es un asesino de cuidado. Me voy a chivar al marqués.
     ––Pues tú ándate con cuidado con lo que dices, que yo a los chivatos... ––se revolvió el jornalero, haciendo un amenazador pase del pulgar sobre su gañote.
     ––¿A mi también me vas a...? ¡Mira este rojo, Conosío! ¡Habría que fusilarlo al amanecer! [risas].
El otro mozo intervino entonces:
     ––No le hagan demasiado caso al pobre. Desde que murió su mujer está algo trastornado y cada día le da por algo. Dice que a su abuelo le dieron el paseillo y está enterrado en algún lugar de esta Hacienda. Pero es más bueno que el pan bendito, ¿verdad, Manonegra?
     ––Sí, sí... ––sonrió el tipo con los ojos fijos en el pincel.
Al cabo de una hora llegó el marqués a bordo de un Land Rover todo terreno que aparcó con gran polvareda junto a las carretas. Llevaba una fusta que hizo chasquear contra sus relucientes botas de caña alta.
     ––¿Ya están terminadas? –– preguntó sin saludar.
     ––Ya casi, señor marqués ––se incorporó muy diligente el que parecía encargado de dar las novedades.
Juanote y el Conosio se incorporaron también para dejarse ver. El marqués saludó a este último y luego se interesó por su acompañante:
     ––¿Es ese el amigo del que me hablaste?
     ––Sí, señor marqués. Este es Juanote Colomer, el hijo de un importante industrial de la ciudad.
     ––¡Ah, pues eso es lo que en el sur nos hace falta, mucha fábrica y mucho obrero que trabaje y gane poco! ¡Venga, vamos a ver como va la paella!
Los cuatro, más el abuelo, fueron en procesión detrás del marqués hasta llegar al portón que daba entrada a otro pequeño patio interior en el que, junto a una vieja higuera reforzada con improvisados sombrajos, se extendía la suma de varias mesas forradas con papel blanco y servida, mayoritariamente, con platos y cubiertos de plástico. Al refugio del improvisado velamen, algunas mujeres atendían unas cuantas paellas que olían a gloria bendita. Al advertir a la comitiva que se acercaba, la más vieja se limpió las manos en el delantal blanco, y entre reverencias informó al noble:
     ––Pruébelas señor marqués. Ya están a punto.
Juanote observó las paellas, y sus ojos se clavaron, sobre todo, en una que contenía unas cigalas que se salían del tiesto. Con un codazo alertó a Miguelito:
     ––Mira, esa debe ser la nuestra.
Con ademán pomposo, el marqués de los Nabos cogió el cucharón y probó la que, precisamente, llevaba el abundante marisco.
    ––Perfecta, Adela ––se limpió sus linajudos bigotes, y luego ordenó al viejo portero que tocara la campana para avisar al resto del personal de la Hacienda. Minutos después unas quince personas ocuparon la mesa presidida por el aristócrata y Juanote, sentado entre Miguelito y el  Manonegra, vio pasar el primer plato servido al marqués con las espléndidas cigalas.
    ––¡Anda, coño! ––exclamó el concejal por lo bajini, ––Todas para él.
     ––Manonegra, que no estaba dispuesto a cejar en su retahíla, le susurró entonces al oído:
     ––No te preocupes, compañero, que ya le queda poco marisco que comer al joputa ese. Vaya que sí.
     ––Queréis dejar de cuchichear, que nos van a oír –– recriminó Miguelito –– Eres un desagradecido, Juanote.
      ––¿Desagradecido dices? ¿Qué clase de amistad tienes tú con el marqués? Nos trata como si fuéramos unos piojosos gañanes. Mira la escudilla de paella que nos han puesto, con unos miserables trozos de ala de pollo...¿Y el vino éste de garrafón...? Fíjate en la botellita de reserva que se gasta el cabrón... Al final va a tener razón el Manonegra éste.
    ––Que sí, compañero, que ya le tengo echadas las medidas al olivo...Vaya que sí.
     La sorda discusión apenas fue percibida en la mesa pues todos hablaban animadamente y a gritos, unos contando chascarrillos y riéndole las gracias al marqués, y otros alborotando sobre la faena de la finca y de la romería. El tiempo parecía no haber transcurrido en el interior de la Hacienda y los comportamientos entre el señor y sus siervos continuaban funcionando como una regalía feudal aislada del devenir democrático del país. El marqués levantó sorpresivamente su vaso para hacer un brindis y dijo con voz de barítono:
     ––Tengo que daros a todos una gran noticia: a pesar de esos rojos y terroristas del Sindicato Campestre, mi querida madre, la gran duquesa, va a ser distinguida por el Gobierno de la Autonomía con una medalla que el propio Presidente le impondrá, bajo la promesa de  erigirle una estatua  junto a la gran plaza de toros de la ciudad.
     ––¡¡Bieeeén!! ––aplaudieron con entusiasmo los lacayos, sirviéndose más vino peleón.
     ––¡Sociatas vendidos! ––maldijo Manonegra.
    ––¡Me cague en...! ¡Que yo soy sociata y a mi no me insulta nadie, batasuno de mierda! ––se revolvió Juanote en su particular gresca con el jornalero.
El Conosío tuvo que intervenir de nuevo:
     ––¡Ya está bien, coño con tanta política! ¡Olvídate del tipo este y no nos metamos en líos!
     Juanote asumió de mala gana el consejo de su amigo porque en verdad le importaba un pimiento Manonegra y sus absurdas historias. Él era concejal del P.O.T.E. por circunstancias y lo único que le interesaba de este asunto era hacerse rico como tantos otros políticos. Que más le daba que los del P.O.T.E. fueran de izquierdas o de Pernambuco.
Minutos después del brindis, el marqués abandonó sin previo aviso la mesa y se dirigió a las carretas para echarles un vistazo. Juanote instó entonces a su amigo a que dejara zanjado el tema de la romería.
     ––Quiero que te asegure de que vamos a ir en la carreta de la duquesa porque del tío ese no me fío un pelo –– dijo.
     ––Está bien, está bien ––se incorporó de mala gana el Conosío para hablar con el marqués.
     Juanote observó desde la mesa el corto diálogo que se produjo, y por la expresión de su amigo intuyó que las cosas no iban bien. Después vio alejarse al marqués, y a Miguelito regresar a la mesa cabizbajo.
      ––¿Qué te ha dicho? Aunque por la cara que traes...
    ––Bueno, dice que nos invita a ir en la carreta del mayoral y su familia.
      ––¡Y una mierda!
     ––Bueno, tampoco es tan malo. Al fin y al cabo iríamos en la comitiva de la duquesa.
      ––¡Claro, de mamporreros de los bueyes!
      ––¡Joer, Juanote! Todo en la vida requiere su tiempo. No todo es llegar y pegar.
    ––¡Yo tengo ya un estatus social! ––repuso Juanote bastante airado ––¡Soy concejal y mañana seré alcalde! ¡No estoy dispuesto a que se me trate como a una puta boñiga!
En esos momentos sonó en la mesa un móvil. Era el de Manonegra.
     ––¡Dime, hijo! –– respondió éste a gritos ––¿Qué ya has conseguido un trabajo dices...? ¿Qué te vas de casa dices...? ¿A Extremadura dices...?
     Minutos después, Manonegra guardaba su móvil con la expresión de haber visto a Dios. El Conosío le sonrió, entonces, y dijo:
     ––Vaya, por fin te has quitado de encima al hijo, ¿eh?
     ––Ahora podrás cargarte al marqués ––apostilló, Juanote con sonrisa burlona.
     Manonegra le miró con los ojos enrojecidos por el peleón y respondió con voz grave:
     ––A cada cerdo le llega su San Martín y a éste ya le toca, vaya que si le toca.
     ––Pero te meterán en la cárcel de por vida. Lo de liquidar a alguien es algo muy serio y no se va predicando por ahí como tú haces, gilipollas –– le recriminó Juanote, considerando estúpida la actitud de aquel hombre.
     ––Bueno, que más da. Mi pobre Virtudes murió y ya no tengo a nadie a quien velar en esta vida. ¿Qué importa lo que hagan conmigo estos putos fascistas?
     ––¡Bueno, vamos a lo nuestro! ––interrumpió el Conosío, cansado de aquella  cháchara –– Has pensado lo que vas a hacer, Juanote?¿Vamos a ir a la romería?
    Juanote volvió el rostro y miró a su compañero sin responder a la pregunta. Después echó a caminar, muy resuelto, hacia la salida de la Hacienda y comentó sin más:
     ––Si quieres te dejo en la ciudad.
Una hora más tarde, el concejal abandonaba a Miguelito y tomaba rumbo hacia Pozopodrido. Se alegró de su determinación de no ir a la romería en aquellas condiciones, porque como él mismo decía, en esta vida no hay que venderse barato. Además, tenía mucho trabajo por delante en su nuevo oficio de político y no precisamente el de estudiarse el Orden del Día de los Plenos Municipales. De momento el asunto del interventor era para él lo más prioritario a resolver.


Capítulo VIII

     A la mañana siguiente, el flamante concejal del P.O.T.E. se dio una vuelta por el Ayuntamiento para darse a conocer entre los funcionarios, y después de algunos tumbos por los distintos departamentos, se encontró, al fin, en el despacho del interventor al que saludó con premeditada efusión, improvisando enseguida un burdo teatro:
    ––¿Sabe, interventor? Su cara me es conocida aunque en estos momentos no se muy bien de qué –– le dijo, fingiendo recuperar memoria.
    ––Bueno, yo es que tengo una cara muy vulgar ––respondió el alto funcionario sin saber como disimular su anodina expresión de estreñido.
    ––¡No, hombre no! Ahora que caigo, le encuentro a usted un tremendo parecido a un actor muy famoso al que le tengo especial devoción, ¡vamos, un monstruo de Hollywood! ––continuó, Juanote, con el mamoneo.
    ––Vaya, pues nadie hasta hoy me había dicho algo así ––se ajustó a su sillón, forzando una ridícula sonrisa de estrella de cine.
     Juanote, que era todo un avezado en tentar a la gente y conseguir de ella lo que quería, tuvo pronto al infeliz en el bote. Minutos después le tuteaba y concertaba con él una movida para el siguiente sábado en la ciudad.
    ––Así nos conoceremos mejor, Casimiro –– le dijo ––. Tengo unas amigas muy guapas, discretas y con mucha clase. Lo pasaremos bien, ya verás.
     ––Estoy casado ––le advirtió el funcionario, bajando la voz como si tal acontecimiento fuera motivo de un fusilamiento al amanecer.
     ––Bueno ¿y qué más da? ––respondió el concejal ––. Una canita al aire una vez en la vida tampoco es tan grave. Además, el ambiente será muy exclusivo y reservado, ya verás.
     Al interventor se le pusieron los ojillos a cuadritos. ¡Al fin una bacanal después de doce años de represión y sin comerse una rosca!
Juanote abandonó el consistorio y se introdujo en su BMW. Antes de ponerlo en marcha echó mano de su móvil para llamar a Papelinas. Debía tenerlo todo bien preparado para el sábado porque era consciente que con el tipo aquel no cabría una segunda oportunidad, ya que durante la entrevista le había captado asquerosas flatulencias que indicaban los miedos que al funcionario le producía tal deshonesta aventura, aunque, eso sí, la deseara como el condenado a muerte desea fumarse su último pitillo.
     ––¿Me escuchas, Papelinas? Necesito para el sábado por la noche, nieve de la buena y pastillas de las que pilles en plan bestia.
     ––Eso vale bastante dinero, Juanote.
     ––¡Qué pesado eres con el dinero, coño! Ah, y llévate una cámara de esas digitales que funcionen bien.
     ––¿Pero qué te propones hacer?
     ––A ti eso no te importa. Los negocios son asunto mío.
     ––Si no pagas, el Rumano nos descuartizará. No sabes la mala leche que tiene el  joputa ese.
     ––Eres un miedica, tío. Ya sabes, el sábado a las diez de la noche en el hotelito de siempre. Yo llevaré las tías.
     ––Que nos crucificará, Juanote. Trae el dinero.
     ––Venga, no me falles o seré yo quien te descuartice.
    Cuando Juanote puso el motor en marcha se le cruzó Tapacubos que iba camino al Ayuntamiento, y éste le hizo señas para que se detuviera.  Enseguida se introdujo en el coche, secándose el sudor de su oblongo rostro.
––¿Qué pasa, Tapacubos? ––le preguntó Juanote.
––No, nada ––respondió el alcalde que aún apestaba a la tostada de aceite y ajo de esa mañana ––. Simplemente quería comunicarte que el próximo viernes por la tarde se reunirá nuestro grupo municipal para distribuir las concejalías de gobierno.
     ––Entonces el Cirulo nos va a apoyar otra vez, supongo.
    ––Sí, pero el muy cabrón me ha puesto como condición que nos bajemos el sueldo un veinte por ciento, que con la crisis hay que dar ejemplo y ser solidario. ¡Claro, como él no cobra le da igual!
     ––¿Pero ese inútil qué pretende? ¿Qué trabajemos por la cara?
    ––Pues así están las cosas, Juanote. Tendremos que tragar.
     ––Bueno, ¿y qué concejalía me vas a dar a mi?
     ––Había pensado Bienestar Social.
     ––¿La de Bienestar Social? ¿Y por qué no la de urbanismo? A mi no me apetece repartir limosnas ––repuso Juanote con altanería.
     ––Hombre, urbanismo es un área complicada y tu acabas de enrolarte en la política –– contestó el alcalde un tanto molesto con la actitud de Juanote.
     ––Sí, pero con el P.G.O.U. creo que ya no hay nada que rascar... ¿O es que aún queda algo por ahí, alcalde?
    Tapacubos quedó unos momentos silencioso y como angustiado. Juanote le había tocado la clave de su oculto desvelo. ¡Claro que quedaba una guinda de muchos millones pero estaba protegida por el mismísimo Plan General como paraje paisajístico! Al final respondió con franqueza, cosa insólita en él:
     ––La Ensenada, Juanote, queda la maldita Ensenada –– se confesó, bajando la voz como un fraile benedictino.
     ––¿La Ensenada?
    ––Sí, muchacho, sí. Menudo Hotel y apartamentos se podían levantar allí con el pedazo de paisaje que tiene. Eso sí que sería un pelotazo a lo grande. Pero está protegida por el Plan General.
     Juanote captó la codicia que en esos instantes rezumaba la expresión del  alcalde y luego pensó que podía tener razón. La Ensenada, paraje que daba apellido al pueblo, era un lugar realmente magnífico para un proyecto como el que terminaba de apuntar Tapacubos.
     ––Pero bueno, tú eres el alcalde y supongo que tienes autoridad para cambiar las cosas –– respondió Juanote ––. Ciertamente ese proyecto que dices daría mucho dinero al pueblo y también trabajo... Sería fácil vendérselo así a los vecinos.
     Tapacubos meneó con desolación la cabeza y repuso con resignación:
     ––Ya lo intenté en su día. Pero el Cirulo y los malditos ecologistas echaron el proyecto por tierra. Ya ves, unos desarrapados de mierda que ni comen ni dejan comer, los muy cabrones.
     ––¿Y no habría alguna otra manera? ––insistió Juanote.
     ––Pues no lo sé... En fin, quedas avisado para la reunión del viernes ––zanjó Tapacubos, abandonando el coche.
     Después de esta charla con el alcalde, Juanote dirigió su vehículo a la Ensenada. Aunque conocía de sobra el paradisíaco lugar, nunca lo había relacionado con la posibilidad de un negocio de la envergadura de la que hablaba Tapacubos, por lo que su interés en esos momentos por visitarlo no obedecía otro fin que ratificar con sus propios ojos la realidad de ese gran ángulo económico que ofrecía la pequeña bahía.
    Cuando arribó, había sólo unos cuantos mozalbetes jugando a la pelota. En verdad y ahora que lo tenía delante, el lugar era fabuloso con aquel pequeño brazo de mar azul penetrando suavemente entre los abundantes y vistosos pinares. Sí, definitivamente aquella pequeña playa de arena blanca y fina era la más hermosa en muchos kilómetros a la redonda y un sitio perfecto para construir un complejo turístico de alto nivel. Efectivamente, allí había mucho dinero a ganar. En esos momentos a Juanote le dio la corazonada de que el magno proyecto lo llevaría a cabo cuando él fuera alcalde.
     De regreso al coche y como el calor apretaba, decidió refrescarse con algunas cervezas en el decrépito chiringuito que había al principio de la playa. Nada más entrar advirtió al Cirulo que estaba de cháchara con el abuelo que regentaba el local. Al verle, el comunista le saludó con voz de mando y a su manera:
     ––¡Salud, camarada Juanote!
Juanote se acercó entonces y pidió al tabernero una cerveza para él y otra para el Cirulo. Consciente de que para el proyecto necesitaría el apoyo del comunista, el nuevo concejal del P.O.T.E. se dispuso a lidiar aquel toro rojo que tenía enfrente, y no cabe duda que en este enfrentamiento demostró una capacidad y dotes dialécticas que a punto estuvieron de alzarle como vencedor. Sin embargo, el Cirulo era mucho Cirulo...
    Al principio, Juanote le entró suavón, estrechando la inabarcable mano de hormigón armado del orgulloso peón albañil.
     ––Pues no sabe usted lo que me alegro de verle y de que me llame camarada, señor Cirulo ––dijo muy efusivo ––. Estaba dando una vuelta por esta maravilla de playa que tenemos en el pueblo.
     ––Sí que es un paraje precioso ––confirmó, potente, el comunista –– . Menos mal que al final evitamos que el alcalde lo convirtiera también en un montón de cemento y ladrillos como ha hecho con el resto del pueblo.
     Al escuchar esto, Juanote tomó un trago de cerveza pensando en la manera de entrarle al bruto aquel. Luego usó su mejor sonrisa cuando dijo:
     ––Pues un buen hotel y una lujosa urbanización le daría a este lugar mucha vida además de trabajo a este pueblo que parece muerto.
     ––¡Vaya, hombre! ¡La misma canción de siempre! –– le tocó la vena al Cirulo, que miró al tabernero –– ¡Otro listillo que se preocupa por el pueblo y por los pobres parados!
     Su agresivo comentario hizo que Juanote se mostrara pretendidamente ofendido:
     ––Eso que ha dicho no me ha gustado nada, señor Cirulo. Según tengo entendido, los políticos, y usted es uno de ellos, estamos para favorecer y servir a los intereses del pueblo y de sus ciudadanos.
     El Cirulo quedó mirando unos segundos a Juanote y luego se giró de nuevo al tabernero con sorna:
––¡Joder, lo rápido que aprenden la jerga estos novatos! ¡Que si sólo piensan en dar trabajo, que si en beneficiar al pueblo...!
Juanote consideró entonces que era momento de dejarse de palabrería y bajar sin contemplaciones a pie de tajo. Por eso fue especialmente duro cuando respondió:
     ––¿Y usted, Cirulo? ¿Qué ha hecho por este pueblo al margen de pasear su pretendida honradez y ese oxidado escudo prehistórico en la solapa?
     ––¿Quéee? ¿La hoz y el martillo prehistóricos? ––agrandó el comunista los ojos como si con ellos pretendiera comerse al insolente aquel ––¿Y el capitalismo explotador no es prehistórico? ¿Sabe usted, jovenzuelo engreído, que ya luchaba yo contra el fascismo antes que usted pensara en nacer? ¡El comunismo es una consecuencia del capitalismo explotador y no al revés...! ¡Fíjese en esta crisis que está produciendo legiones de parados! ¿La ha provocado los trabajadores? ¡Cuando las cosas van bien, los empresarios se hinchan de ganar dinero, pero cuando van mal y no pueden mantener sus cochazos, sus mansiones, sus comilonas y sus queridas...!
     ––¡Bla, bla, bla! ––se burló Juanote, sin dejarle terminar –– Eso es sólo pura palabrería, Cirulo. Que no hombre, que a la gente le importa una mierda el capitalismo, el comunismo y la madre que los parió. Que lo que la gente quiere es vivir bien, ganar mucha pasta y si es sin trabajar, pues mejor que mejor –– en ese momento Juanote pidió otro par de cervezas al observar que Cirulo se mostraba un tanto desconcertado y aparentaba claudicar. Y en verdad no pareció andar muy lejos la cosa porque en la respuesta del aguerrido comunista se traslucía mucho de desengaño y resignación:
     ––No, si en eso que dice no le quito razón ––admitió a su pesar  ––. La gente, como a la mayoría de estos politicastros que tenemos, lo que les va es la vida golfa. ¡Y la culpa de todo la tienen estos gobiernos vendidos a los banqueros, y la asquerosa televisión que tenemos, con tanto programa de sinvergüenzas y mangantes a los que encima se les paga una pasta y aplaude sus fechorías! ¡Es que ya no hay ni valores, ni decencia, ni nada!
     ––¡Pues claro, hombre! ––afianzó Juanote su imparable avance –– ¡Pero la realidad es la que canta! ¿Cuántos vecinos de este pueblo acuden a las reuniones políticas de tu partido? ¿Cuántos se interesan por saber lo que sucede en el pueblo?
Cirulo se rascó la cabeza con pesimismo y respondió de mala gana:
     ––Hombre, a las del P.O.T.E. acuden muchos más porque estáis gobernando, y ya sabe usted por donde voy ––dijo, arrastrando la mirada por el suelo ––. Los muy mamones se apegan al poder como lapas y siempre para conseguir alguna prebenda por el morro. La gente ya no reconoce el valor de la dignidad porque dicen que con la dignidad ni se come ni se gana pasta.
   ––¡Y tienen razón, Cirulo! ––continuó Juanote machacándolo sin piedad ––Ahora los tiempos funcionan así y nadie puede cambiarlos. Por otro lado, fíjese en las hermandades religiosas que siempre están llenas. La gente se preocupa más por la otra vida que por esta, aunque pasen hambre.
     ––Tampoco es que se preocupen de eso ni de sus muertos ––despotricó Cirulo ––. A la mayoría lo que le va es la fiesta, las romerías, las comilonas, el cachondeo... Incluso les invitas a un mitin donde haya cervecita y un buen tapeo y ¡hala!, allá van todos, a chupar gratis, a ponerse ciegos... Son todos una manada de borregos subnormales.
     ––¿Quiere decir con eso que es usted el único listo de este pueblo? ¡Venga ya, Cirulo! ¿No será usted en verdad el más tonto?
     En este momento Juanote consideró que ya tenía al toro lo suficientemente centrado para la estocada final. Tanto era así que, de manera confianzuda, le echó el brazo por el hombro y confabuló perversamente:
     ––En esta historia, querido amigo, quién más puso más perdió y en este sentido creo, señor Cirulo, que el tonto más tonto de este pueblo es usted. Porque, ¿dígame cuánto ha ganado en todos los años que lleva trabajando de concejal?
     ––Los que estamos en la oposición apenas cobramos una dieta por los Plenos ––dijo, Cirulo, volviendo a echar la vista al suelo –– .En verdad, la concejalía aún me cuesta el dinero de mi bolsillo ––añadió con manifiesta pesadumbre.
    ––Y ese sacrificio suyo, esa imagen de honradez intachable de servir al pueblo a cambio de nada ¿ha recibido alguna vez la recompensa merecida? ¿Por qué el pueblo no le vota a usted en vez de a un sinvergüenza como Tapacubos?
     Fue en ese momento cuando intervino el tabernero que, por lo demás, había permanecido todo el tiempo ensimismado con la verborrea de Juanote:
    ––¡Este joven avispado si que sabe por donde anda el pueblo! ¡Escúchale, Cirulo, y aprende!
    Juanote aprovechó la inesperada adhesión para recuperar el motivo principal de aquella discusión:
     ––Fíjese Cirulo en ese pobre viejo esclavizado de por vida en este garito de mierda. Si en la Ensenada se montara lo que le he dicho, podría disfrutar de un restaurante por todo lo alto y podría ganarse dignamente la vida, él y su familia, en vez de estar cogiendo moscas todo el día.
    ––¡Me apunto a eso, señor concejal! ¡Yo me quiero forrar! ––intervino de nuevo el tabernero totalmente emocionado, aunque enseguida el Cirulo le desautorizó:
     ––¡Tú te callas, Manubrio que eres del partido!
    ––¡Y así me va! ––refunfuñó el vejestorio, regresando a sus quehaceres.
     Juanote continuó y en esta ocasión fue a por todas:
    ––Cirulo, quiero llevar a cabo este proyecto que le he dicho, y me gustaría contar con usted ––dijo ya sin rodeos –– Piense que el pueblo se lo agradecerá y quién sabe si, incluso, puede usted llegar a ser el próximo alcalde.
    Con los ojos ensangrentados por el alcohol, el Cirulo pareció reflexionar aquella propuesta aunque sólo por un instante. Enseguida y con un fuerte puñetazo en el mostrador, dio rienda suelta a su ancestral honestidad comunista:
     ––¡¡Que no, coño!! ¡¡Que el Cirulo no se vende!! ¡¡No voy a consentir otro pelotazo más en beneficio de ese ladrón que tenemos por alcalde y de sus amigotes!!
     ––Nooo, Cirulo, cálmese –– intentó Juanote apaciguarle ––. Que el pelotazo sería en beneficio del pueblo.
Pero lejos de conseguir que el comunista le entrara al trapo, éste se le sublevó aún más furibundo:
     ––¿Y tú eras el honrado? ¡¡Tú eres un oportunista, un sinvergüenza más como tu maestro Tapacubos!! ¡¡Todos los del P.O.T.E. sois igual de ladrones e impresentables!!
  ––¡Eh, eh, sin insultar! ––retrocedió Juanote prudentemente ante la virulenta agresividad de aquel miura. Éste, lejos de frenarse, comenzó ahora a empujarle con violencia y a despotricar a grito pelado:
    ––¡¡Largo de aquí, señorito de mierda!! –– esclafó contra el suelo el vaso de cerveza por no meterle mano.
    Ante la peligrosa situación, el concejal del P.O.T.E. buscó ayuda en el tabernero, aunque esta vez el Manubrio reía placidamente el espectáculo al tiempo que repetía con boca desdentada:
     ––A este Cirulo cuando bebe, le sale el camarada Stalin por las orejas.
     Vista la situación, Juanote huyó corriendo de allí,  y se introdujo en el coche clamando venganza. Desde ese instante se prometió acabar con el tipo aquel de la peor de las maneras.

continuará