UNA JOVEN SAHARAUI HUYE DE SU FAMILIA BIOLÓGICA Y DE SU GENTE PARA SER "LIBRE".
MMA
Qué duda cabe que los campos saharahuis de Tirfur no tiene nada que ver con Valencia. Por muy mal que nos encontremos los españoles nunca será nuestra vida comparable a la de un triste campo de refugiados en medio de un desierto, donde no hay salas de fiestas ni una sociedad del ocio en ocasiones perversa de la que Maluya puede disfrutar a braga suelta.
Ella, al parecer, terminó sus estudios de Filología Árabe y ha estado en Inglaterra haciendo no sé que historias. Hay muchos saharauis que han venido a España a estudiar con este sistema de familias de acogida. La mayoría cuando terminan sus estudios vuelven con su gente para volcar lo aprendido con ellos. El pueblo Saharahui es un pueblo solidario. Muchos han hecho la carrera de maestro y hoy están ayudando a su pueblo a alfabetizarse. Pero Maluya ha decidido renegar de su raices y de su gente. Y lo ha hecho de la peor manera, avergonzando a su familia biológica acusándola de secuestradora. Sus padres no tuvieron ningún problema de dejarla venir a España para conseguir que su hija estudiara ya que en los campamentos no hay ninguna posibilidad. Pero ellos la dejaron con la esperanza de que cumpliera la promesa de regresar cuando terminara sus estudios. Regresar para ser solidaria con los suyos como tantos otros jóvenes saharauis han hecho. Pero ella se ha negado, aludiendo a que ha estudiado para ser libre [tócate los cojones]. Su libertad individual está por encima de todo. Maluya está infectada de esa asquerosa patologia liberal que envenena a muchos jóvenes, potenciando su individualismo más mezquino en una ezquizofenia que solo los hace pensar en ellos. De esta manera monta la de dios cuando sus padres le dicen que no vuelva a irse. Como una gata en celo arremete contra ellos acusándoles de secuestradores. Maluya está loca por escapar de su pueblo, de la miseria, de su casa de nacimiento, de unos padres carnales que no pueden ofrecerle la vida cómoda que sí obtiene de sus progenitores adoptivos. Maluya no es muy diferente a toda esa legión de jóvenes y no tan jóvenes que hoy se acomodan al cálido refugio de sus padres, comidos planchados y aseados y que mañana algunos no dudarían en abandonarlos en asilos o en gasolineras si así lo requiere el guión de sus mezquinas libertades individuales.
Es el afán de este inmundo sistema por seguir cortando las raices que nos unen. Su obsesión por desnaturalizarnos, convertirnos en masas apátridas de todo que suponga los valores nobles de un arraigo. Lo de esta joven saharahui no es, desgraciadamente, una excepcionalidad.